lunes, 18 de noviembre de 2019

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría C: jóvenes de 16,17 y 18 años Ganador: “ El amor después del dolor” de Emilia Netcoff, alumna de 4º año del colegio Santa Rosa de Lima


              Ese día no me lo olvido más. Me acuerdo de estar abrazándonos todos los chicos, sin necesidad de sentir dolor por el otro porque cada uno tenía el propio, con el alma rota, el corazón destrozado y los ojos hinchados, resultado de haber llorado horas y horas sin parar. Un chico como yo jamás se hubiera imaginado tener que vivir una desgracia como ésta.
             Ese velorio. Ese día soleado, pero gris de angustia. Los rayos del sol que quemaban,  pero al tacto eran fríos y sensibles sobre la piel. La muerte de mi mejor amigo, de mi hermano, mi compañero incondicional. Sólo pensaba en cómo la vida había sido tan injusta, con él, conmigo, con su familia, con   su hermana, con sus papás.
             Todos desconsolados en busca de respuestas, esperando recibir la noticia, que todo era mentira, que ese accidente no era real, que él seguía con nosotros, jugando un partido, tomando mates después de entrenar o mirando pelis con Cami y conmigo. Ahora ella estaba sola, asustada, perdida en el sufrimiento por tener que despedirse de su hermano mayor, el que la había cuidado siempre, desde el primer día. Eran inseparables; dos en uno.
             La noche después de la muerte me acuerdo de estar tirado en la cama, pensando sin parar en Nico. Me preocupaba qué fuera a hacer yo sin él. Amigos desde sala de 3 y 15 años de amistad, eso no se podía borrar y soltar de un día para el otro.
             A las semanas empecé a tratarme con una psicóloga que me hizo muy bien. Nico ya no era un recuerdo horrible y trágico, sino una persona que iba a recordar con una sonrisa. También me sumergí en la música. Se me hizo como un refugio llegar de la escuela y tomar la guitarra; a menos que tuviéramos Educación Física no la soltaba.
             Las terapias me habían dado un empujón enorme para salir adelante, pero obviamente había una parte que no alcanzaba nunca a sanar. Me lastimaba saber que Cami ya no contaba con la figura que le significaba su hermano, y verla salir del colegio sola todos los días me partía el alma. Por eso fue que me volví a acercar a ella, porque sé que si Nico hubiera estado acá, ahora, me pediría que la cuidara. Muchos hermanos mayores detestan que sus amigos, incluso, hablen de su hermana, pero este no era el caso. El solía decirme que si le pasaba algo quería que yo estuviera ahí con ella, pero ¿quién hubiera pensado que una tragedia iba a cruzarse en nuestras vidas? Nadie. Uno nunca piensa en que mañana te podés levantar y quizás alguien que ames ya no esté. Por eso siempre lo tomé como en broma. Ahora ya no nos estábamos riendo, así que me tocó ocupar ese lugar .Con Camí teníamos una buena relación por lo que no fue tan difícil buscarla.
             Un viernes, la esperé a la salida del colegio. Me pasó por al lado, me saludó con el mismo "adiós" de cada vez que me veía y siguió de largo hasta que levanté un poco la voz para decirle que se acercara. Caminó indecisa hasta el escalón donde estaba sentado y me miró esperando que algo saliera de mi boca. Un poco nervioso porque no hablábamos desde la semana siguiente a la muerte de Nico, le pregunté si no quería acompañarme a casa y tomar unos mates, no obstante me devolvió una expresión negativa. Me pareció raro porque Cami jamás rechazaba unos mates con nadie, pero decidí darle su espacio. A lo mejor no era el momento y no estaba lista para enfrentar los recuerdos del pasado.
             En la sesión con la psicóloga le comenté lo del viernes y me dijo que era lo indicado darle tiempo, pero que no creía que el hecho le hubiera dado igual, sino que seguramente estaba extrañada con mi intervención y que era probable que ahora, estuviera cruzándose por su cabeza y  esperando alguna explicación.
Luego de esa charla, me quedé varias noches desvelado pensando en qué hacer con Camila y cómo. Por fin, recurrí a mis instintos y pasé por la casa de Nicolás. Si era duro para mí, no me quería imaginar lo que sería para su familia.
             Las manos transpiradas del miedo y la incertidumbre palmearon para que alguien me abriera la puerta.  De repente, mis ojos miraban al papá de mi mejor amigo. Su cara pasó a expresar unas cinco emociones en menos de diez segundos: primero sorpresa, después confusión, alegría, cariño y una vez más, confusión.  Entonces me abrazó y me dijo lo contento y asombrado que estaba de verme ahí.
             Nos sentamos en el sillón donde solíamos pasar Nico y yo tardes enteras y conversamos del transcurso de mi último tiempo. Entonces, le pregunté por Camila. Por lo que me dijo, ella estaba haciendo un informe para el colegio (típico de su parte, de una chica responsable, inteligente y aplicada) pero de igual manera me llevó a su habitación. Toqué la puerta que permanecía cerrada y pregunté si podía pasar.
             La hermana de mi amigo me abrió la puerta. Muy tranquila, me miró, sonó un cálido “no esperaba verte por acá”  y me hizo pasar. Me senté en el borde de la cama. Antes de poder explicarle mi presencia me interrumpió, se disculpó por no aceptar mi invitación del viernes y se anticipó a explicarme que ése no había sido un buen día y que necesitaba volver a su casa. Después de que terminara empecé a resumir mi parte:
-Cuando se fue Nico también se fue una parte de mí con él, no sabía cómo seguir; fui a la psicóloga, pase días completos encerrado, con la guitarra, en silencio. Verte todos los días destrozada, volverte sola y no tener salidas como cualquier adolescente me daba impotencia. Siempre fuiste una con tu hermano y conmigo, y no hacer nada por vos era volverme indiferente a Nico, a vos y a tus papás. Nunca le haría eso a mi mejor amigo, así que si no te molesta me tomé el atrevimiento de devolvernos nuestra vieja relación.
             No se contuvo ni dos segundos para abrazarme. Le devolví la expresión con más fuerza y me contestó, antes de soltarme, que me extrañaba y que estaba muy agradecida con el gesto.
             A partir de ese día los dos nos unimos más que nunca; vernos ya era costumbre por lo menos una vez a la semana. Siempre hacíamos planes distintos, y el que no podíamos evitar repetir era el de visitar el silencio y la calma de los atardeceres en el borde del río, donde la ciudad se asomaba paulatinamente a la oscuridad de la noche y a la luz de la luna. Pero lo que hacía al momento más especial era la compañía de la guitarra y la voz de Camila resonando en cada melodía. Sentí que estaba recomponiéndome, sanando, y que era algo que hacíamos mutuamente, dejando que cada pedazo de mí que daba por perdido, volviera a su lugar.
             Y  fue entonces cuando me di cuenta que el amor que sentía por la hermana de mi mejor amigo, ya no tenía que ver con sólo ir en busca de su paz . Había algo más que, después de tanta tristeza, parecía devolverme la felicidad. Me había enamorado de la última persona que hubiera imaginado y estaba siendo verdaderamente increíble.
             Cuando me di cuenta ya estábamos transitando la última semana de clases. Con Cami quisimos cerrar el ciclo de mi último año regalándonos un buen festejo. La idea consistía en vernos a la salida de mi última jornada escolar, de la que aliviado me iba a despedir, (después de la muerte de Nico no logré formar ningún vínculo), almorzar en mi casa y desde ahí encaminarnos al muelle a pie.
             Nos sentamos a descansar sobre las últimas tablas de madera antes del río. Nos dedicamos a intercambiar anécdotas, historias y cualquier tema que surgía en el momento, en medio de algún recuerdo con Nicolás. Mezclamos nuestras risas hasta cansarnos y cuando fue así Camila se recostó a mirar las numerosas constelaciones mientras yo respiraba muy profundamente, cargando mis pulmones de ese aire distinto al de todos los días. No pude descifrar qué lo diferenciaba, pero me confundía entre la sensación de estar vivo y de ser el espectador de una película de ficción.
             Esa noche, en ese momento y lugar, junto a Cami, pude entender el sentido de la vida. Alcancé a ver cómo podía ser tan angustiante y difícil, pero, al mismo tiempo, tan reconfortante y satisfactoria.  Supe que siempre se nos puede venir el mundo abajo sin embargo tarde o temprano viene una recompensa, un aprendizaje que compensa, algo que te hace apreciar y agradecer el día que llegaste al mundo.. Y valoras todavía más cada sensación, experiencia o persona, que te recuerde el motivo de estar de pie y con el corazón a pleno latir. Nico fue una de esas y ahora Cami también. Porque…, qué es la vida sino una síntesis de instantes de felicidad, y aprender que, de un terrible drama, de una tragedia, también puede nacer el amor

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