lunes, 18 de noviembre de 2019

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría D: alumnos de EEPA y CENS Ganador: “Lo que enseña un gran amor” de Laureano Ezequiel Loza alumno de 2° año de CENS 451


En una hermosa tarde de primavera (para mí, la estación más linda) viajé hacia donde mis abuelitos vivían, un lugar pequeño, pero con grandes personas.
             Mis abuelitos se amaban como la primera vez,  cuando se habían conocido, o con mayor intensidad. La de ellos era una historia digna de un cuento de hadas. Siempre llevaban una gran sonrisa en su cara, inclusive caminaban de la mano juntos y no se separaban por nada.
             Yo soñaba con encontrar a un amor así, una persona que llenara mi vida de colores, que alegrara mis días, que estuviera conmigo en las buenas y en las malas, que fuese la luz de mi existir, y que con sus caricias hiciera brillar mi vida.
              Cierto día de mi estadía, pregunté a mis abuelitos cómo hacían para ser felices y que nada los quebrantara. Entonces, mi abuelo me dijo:
- El amor, el verdadero amor, es aquel que permanece intacto con el tiempo.
             Mi abuelita sonrió tiernamente y miró a los ojos a mi abuelito diciendo: 
- Porque el amor es eso, envejecer amándose…
             ¡Esas palabras fueron tan inspiradoras, tan dulces para mí!. Yo me sentía feliz al lado de ellos, en un ambiente muy tranquilo y armónico, diferente a lo que sucedía en mi casa, donde mis padres sólo pasaban el tiempo discutiendo. 
             A veces, sentía que la magia del amor se había apagado en ellos, aunque trataran de disimularlo, yo ya estaba grande y me daba cuenta.
             Muchas veces fui feliz, pero otras, lloraba en mi cuarto pues mis padres no se acordaban de mí, no me llamaban ni siquiera para preguntarme cómo estaba. Para mi fortuna,  mi abuelita siempre me consolaba y me decía que seguro era porque estaban ocupados, trabajando, con muchas cosas que hacer.
             Un día, salí a caminar al campo y distraerme un poco, compré helado y me divertí mucho viendo a otros niños jugar. Pero cuando regresaba a casa recibí una llamada que cambiaría mi vida… Me decían que mis padres habían muerto en un accidente de tránsito, mientras discutían.
             En ese momento todo se derrumbó para mí y lo único que atiné a hacer fue sentarme en la calle a llorar desconsoladamente. Las personas pasaban y me miraban llorar, pero nadie se detenía, nadie imaginaba el enorme dolor que llevaba dentro. Hasta que un joven se detuvo, se sentó junto a mí y me preguntó por qué estaba llorando. Yo sólo le dije que se fuera, que no hablaba con desconocidos. Sin embargo, tanta fue la insistencia de aquél joven que logró que le contara lo que me había sucedido. Entonces se conmovió, me abrazó y luego me dijo:
- Ya no llores. Tus padres estarán en un mejor lugar, con Dios en el cielo; desde allí velarán por tus sueños y guiarán tu vida. Sólo hay que creer y tener fe.
   Luego, me llevó a mi casa. Mis abuelos le agradecieron lo que había hecho por mí. Parecía ser un extraño, pero me inspiraba confianza, tranquilidad.
             Así fueron pasando los días y tuve que hacerme fuerte para poder superar lo que me había pasado. Siempre recordaba a ese joven que me había dicho palabras muy sabias. Por cierto, no sabía nada de él, ni siquiera le había preguntado su nombre…
             Después de un tiempo, mis abuelitos me propusieron que continuara mis estudios en un colegio cercano, y yo acepté pues me encantaba aprender cosas nuevas y me ayudaría a mantener mi cabeza ocupada.
             Cuando iba caminando con mucha expectativa al lugar en el que se construiría el conocimiento, donde conocería gente nueva, casi sin fijarme tropecé con un joven que se dirigía al mismo lugar que yo.
- Me alegra que ya estés mejor- me dijo. Y enseguida reconocí su voz. La vida parecía querer volver a juntarnos, hacernos coincidir.
             Me reconfortó volver a escuchar sus palabras y le respondí con una sonrisa cuando me preguntó mi nombre:
- Victoria- le dije.
- Así como lo indica tu nombre, debes triunfar en la vida, luchar siempre y no dejarte vencer.
             Con el correr de los días en clase nos fuimos convirtiendo en amigos inseparables y podría decir que según mi deseo también en algo más que eso.
             Ese joven tenía algo especial. Era diferente a los demás, único. Sabía siempre lo que me pasaba y podía contenerme, me hacía compañía y me apoyaba.
             A medida que la relación crecía   había logrado convertirse en el hombre de mis sueños pero no podía decírselo porque temía perder su amistad. Me bastaba con que fuese mi amor platónico. Sin embargo, él se adueñaba cada vez más de mis más dulces anhelos y sentimientos.
             Entonces, decidí tratar de alejarlo de mis pensamientos y de mi corazón,  pero me resultaba imposible. A menudo me descubría con la mirada perdida pensándolo una y otra vez.
             Cierto día, mis abuelos comenzaron a preguntarme  qué había cambiado en mí … estaba diferente. ¡Claro!. ¡Me había enamorado!!! ¡Como ellos! ¡Me había enamorado!!!.
             En medio de este sentimiento nuevo para mí, por las noches recibía un mensaje que decía: “Dormiré temprano para soñarte más temprano aún”.
             Una mañana, el joven dijo que quería hablar conmigo y tomándome de las manos y de rodillas, como se hacía antes, me preguntó si quería ser su novia.
             Me juró amor eterno, me hizo dueña de todas sus ilusiones y ansias, luego me abrazó y me besó. Guardaré el recuerdo de aquel momento en lo más profundo de mi corazón.
             Mis abuelitos estaban contentos. Veían a aquel joven como alguien caído del cielo que había venido a hacerme feliz.
             Desde entonces nos hicimos inseparables. Caminábamos de la mano, compartíamos nuestros sueños e ilusiones, nos mirábamos por horas diciendo lo mucho que nos amábamos e intercambiábamos promesas de amor.
             Fuimos novios muchos años, ocho exactamente, los mismos que marcarían mi vida y mi existencia. Nuestro amor parecía bendecido; era como el de los cuentos de hadas.
          Una hermosa noche estrellada, Emmanuel me llamó, me citó en el parque junto al lago y me pidió matrimonio. Me dijo que era el amor de su vida y las lágrimas no tardaron en aparecer. La felicidad colmaba todo mi ser.
             El día de nuestra boda debía ser el más feliz de mi vida; sin embargo, sentía que algo oprimía mi corazón. Pensé que simplemente eran nervios, pero cuando iba para la Iglesia recibí una extraña llamada que me decía en un tono que más tarde entendería como despedida:
- Te amaré infinitamente. Mi amor por ti no conoce tiempo. Pase lo que pase siempre estarás en mi corazón.
             En el camino, cuando estaba próxima a llegar a la Iglesia, noté que algo sucedía ya que había gente aglomerada en la calle. Un dolor profundo, un presagio, un temor invadía todo mi ser al tiempo que comenzaba a ver aquello que no hubiera querido nunca. El carro en el que viajaba Emanuel, mi novio, mi futuro esposo, había tenido un accidente y él había muerto en el acto.
             Mi mundo se derrumbaba otra vez. Lloré junto a mi amado. Parecía estar viviendo una pesadilla de la que quería pronto despertarme. El mundo no era el mismo sin él: el sol no brillaba, la noche era oscura y mi interior estaba en penumbras.
             Cuando parecía que ya no había salida, que no valía la pena seguir, que el amor se había acabado, cuando había decido que ya no quería seguir viviendo, él apareció una vez más, para salvarme.
             Dicen que en la vida todos tenemos un ángel de la guarda, que nos acompaña siempre, que está justo detrás de nosotros sosteniéndonos, o a un costado llevándonos de la mano, o delante mostrándonos el camino.  Porque el amor verdadero, una vez que se conoce, nunca muere. Porque si no es en esta vida, tal vez sea en otra, pero ese amor inmenso siempre nos acompañará.
             De a poco, desapareció entre la nada. Pero me dejó la esperanza de ese gran amor, la ilusión, las ganas de seguir y de trascender esta vida con toda la fuerza de mi nombre. Sentí a Dios y viví con la fe que me transmitió que algún día nos volveríamos a encontrar, es decir, volvería a encontrarme con un gran amor.

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