Hace muchísimo pero muchísimo tiempo, el pueblo de la
nacionalidad yugu atravesó el desierto de Gobi, junto con sus camellos, vacas y
ovejas y pasando cenagosos pantanos, a través de la estepa, caminando caminando
llegó desde el lejano Xinjiang hasta el pie de las montañas Qilian, en Gansu.
Al pie de
dichas montañas se daban buenas condiciones para el pastoreo del ganado. Los
animales eran gordos y fornidos y los pastores estaban satisfechos. Sin
embargo, bajo la montaña había una cueva de hielo donde habitaba un genio de la
nieve. Este genio salía frecuentemente a hacer diabluras, trayéndole muchas
catástrofes a los habitantes de la pradera.
Cada vez que
la gente veía levantarse una neblina blanca
de la cueva de hielo, ya se
sabía que el genio estaba enfadado. En menos de dos horas se levantará una
tormenta de viento y nieve, que no parará en por lo menos diez o quince días.
¡Una gruesa capa de nieve cubría la pradera, los hombres no tenían leña para
quemar, las bestias no encontraban qué comer y los terneros y los corderos se
morían congelados al no poder soportar el frío!
¡Cuántas
veces la gente le había prendido incienso al genio y se había golpeado la
frente contra el suelo sin que éste se inmutara! Había un Mola que hervía de
furia viendo las atrocidades que efectuaba el genio de la nieve. Una vez, Mola
le preguntó a su abuelo:
- ¿Por qué no se elimina de una vez a este genio tan feroz?
El abuelo negó con la cabeza.
- Hijo, los recursos de este genio son muy amplios, ¡nadie
se atreve a tocarlo!
- ¿Acaso no hay nadie en el mundo capaz de someterlo?
- Sólo el dios del sol. Pero éste vive en el mar Donghai.
Hay que atravesar altas montañas y hacer un largo camino para llegar hasta él.
¿Quién podría aprender sus artes y tomar sus tesoros?
Mola escuchó las palabras de su abuelo, irguió el pecho y
dijo con firmeza:
- Si de esa forma se consigue doblegar al genio de la nieve,
aunque las montañas sean altas y el camino largo, yo quiero ir a pedirle al
dios del sol que me enseñe sus artes y me dé sus tesoros.
Cuando la gente de la pradera se
enteró de que Mola quería ir a buscar al dios del sol, fueron todos a
despedirlo. Un viejo pastor de la orilla este le regaló un precioso caballo
capaz de correr diez mil li al día. Una abuelita de la orilla oeste le obsequió
una preciosa ropa impermeable. Un cazador de la montaña del sur le ofreció un
carcaj con flechas milagrosas e infalibles. Una joven pastora de la montaña del
norte puso en sus manos un látigo. Entre las ovaciones de la multitud el
pequeño héroe se vistió con la ropa preciosa, se colgó el carcaj, montó el
caballo y utilizó el látigo para dirigirlo. Así partió hacia el este, lugar de
donde sale el sol, como un rayo en su montura.
El caballo corrió con su jinete
por mil li de pradera y cruzó diez mil montañas nevadas. Cabalgando y
cabalgando, de pronto se presentó un escabroso precipicio que les obstaculizaba
el camino. El precipicio se denominaba “Filo de cuchillo” ya que llegaba a
penetrar en las nubes. El precioso caballo sudaba a chorros tratando de rodear
el precipicio. Pasarlo volando sería más difícil que subir al cielo. Mola
estaba desesperado cuando de pronto, un pájaro cantó en su cabeza:
Hermano Mola, hermano Mola,
El caballo precioso puede atravesar el cielo
¿Por qué no utilizas tu látigo?
Mola tomó el que le había dado la
muchacha y lanzó a aire un fuerte latigazo. Entonces se oyó como una explosión,
al tiempo que el extremo del látigo se alargaba y llegaba hasta las nubes,
llevando consigo al joven y al caballo, que de esta forma pasaron el
precipicio.
Mola siguió hacia el este y quién
sabe cuántos miles de li había cabalgado cuando apareció una selva, llamada
“Selva del tigre negro”, porque allí vivía el espíritu de un tigre de ese
color.
Cuando el tigre vio que en sus
dominios entraba un desconocido lanzó un gran rugido y se tiró sobre el niño.
El caballo se pegó el gran julepe y disparó en dirección contraria. El espíritu
les pisaba los talones y ya los iba a alcanzar cuando se oyó de nuevo el canto
del pájaro:
Hermano Mola, hermano Mola,
El espíritu del tigre no puede lastimar a un héroe
¿Por qué no usas tus flechas?
Mola sacó entonces el arco, colocó la flecha, se dio
vuelta y apuntó al enemigo. Sólo se escuchó el tintín de la cuerda del arco y
el último rugido del espíritu, que cayó muerto.
Mola volvió a dirigir a su caballo hacia el este y
continuó cabalgando. No se sabe cuántos otros miles de li corrieron hasta
llegar a las orillas del mar Donghai. A lo lejos se divisaba el palacio del
dios del sol reflejado por los rayos rojos. Por el mar inmenso, las olas muy
altas, el caballo relinchaba y relinchaba sin atreverse a pasarlo. En ese
momento en que Mola estaba muy preocupado volvió a escuchar el canto de aquel
pájaro.
Hermano Mola, hermano Mola,
Cuando los héroes encuentran peligros no temen
¿Por qué no usas tu ropa impermeable?
Dicho y hecho, Mola se vistió con
la ropa impermeable y dirigió a su caballo hacia el mar. En eso vio que el agua
se abrió en dos formando un camino y las olas se retiraron. El caballo pisó por
allí y llegó cabalgando hasta el palacio del dios sol. Allí estaba sentada un
hada de guardia, una discípula del dios. Muy joven, vestía de verde y rojo, y
era muy hermosa. Cuando la muchacha observó que un desconocido se dirigía en su
caballo hacia el palacio gritó: “¡Ah! ¡Con que entrando a la fuerza! ¡Mire mis
armas mágicas!” Y echó al aire un águila que voló con intención de atrapar a
Mola. Pero éste sacó el arco y las flechas y dio en el blanco. Así, el caballo
siguió avanzando. La muchacha, asustada, se apresuró a entrar y ¡plaf! cerró la
gran puerta. Mola se bajó del caballo y golpeó con el puño la puerta fundida en
oro con incrustaciones de plata, al tiempo que gritaba:
Abre por favor, dios del sol
El pueblo de la pradera sufre catástrofes
Y quiero aprender tus artes y obtener tu tesoro
para doblegar al genio de la nieve.
Así estuvo gritando y golpeando
la puerta durante tres días y tres noches, sin parar un segundo, hasta que se
le hincharon las manos y le comenzaron a sangrar y, con la garganta destrozada,
ya casi no podía hablar. Al fin, el dios del sol se conmovió y ordenó a la
muchacha que lo dejara entrar. Esta abrió la puerta y llevó a Mola a ver al
dios. El poderoso vestía un traje rojo, llevaba un sombrero de oro y se
abanicaba el cuerpo con un abanico de ese mismo metal, de forma que los
reflejos dorados salían de todas las partes del cuerpo, encandilando de manera
tal que no se podían abrir los ojos.
- ¡Valiente niño! – exclamó
sonriendo al tiempo que se mesaba su barba roja de tres chi de largo –. Ya sé
cuál es la razón que te trae hasta aquí. Te voy a prestar una calabaza de fuego
mágico y te enseñaré cómo manejarla. Cuando sometas al genio de la nieve, me
devolverás la calabaza y yo te recibiré como aprendiz. – Y diciendo esto sacó
de su cintura una calabaza radiante y se la entregó a Mola. Luego ordenó a la
guardiana que le enseñara al niño las palabras mágicas para manejarla.
Mola agradeció al dios del sol y
siguió a la joven hasta la puerta. Entonces notó que el pelo de su caballo se
había vuelto blanco. Con un gran susto preguntó a qué se debía eso y la
muchacha le contestó:
- Un día aquí equivale a un año
en el mundo de los humanos. Hace cuatro días que llegaste, por eso tu caballo
también ha envejecido.
Mola quedó muy inquieto y le pidió a la muchacha que le
enseñara cuanto antes las palabras mágicas. Aunque no eran muchas, sí eran
difíciles de recordar y las tuvo que repetir ochenta veces hasta que se le
grabaron. Pero todavía le faltaba aprender las palabras mágicas para recuperar
la calabaza después de usarla. Mola estaba muy intranquilo al pensar que había
abandonado su casa por tantos años y de no saber qué nuevos desastres habría
vuelto a ocasionar el genio de la nieve en todo ese tiempo. ¡Cómo deseaba
partir ya mismo y terminar con ese maligno ser! Por eso, la memorización de las
otras palabras le resultó aún más difícil. A duras penas, y después de
repetirlas unas cuarenta veces, pudo recordarlas. Entonces se despidió
apresuradamente de la muchacha y emprendió el camino de regreso.
Desde que el niño había partido,
los habitantes de la pradera anhelaban día y noche que volviera pronto para que
terminara con el genio malvado. Pero los años iban pasando uno tras otro y él
no volvía. “¡Ay! Pobre Mola, tal vez ya no regrese nunca” – exclamaban todos.
Y Mola llegó apenas en el
invierno del octavo año, lleno de tierra y caminando dificultosamente. Y es que
el caballo con el que había partido ya estaba muy viejo y se había muerto de
fatiga en la mitad del camino. El valiente rapaz no había temido a las altas
montañas y al largo camino, siguiendo su marcha a pie.
Al segundo día de su llegada al
pueblo natal, el genio de la nieve comenzó nuevamente a lanzar una niebla
blanca, provocando una terrible tormenta de nieve. Mola se dispuso a poner en
práctica las artes que había aprendido para someterlo. Con la calabaza mágica
en la palma de la mano, se dirigió, desafiando al viento y a la nieve, al pie
de las montañas Qilian. Los aldeanos lo seguían desde lejos con tambores, para
animarlo. Mola caminó a grandes pasos hasta el pie de la montaña, dijo las
palabras mágicas y la calabaza salió volando de sus manos. Entonces se vio un
destello rojo y la calabaza, como una bola de fuego, voló precisamente hacia la
cueva de hielo del genio. Al instante la cueva comenzó a arder. De esta forma,
el cruel genio que durante tantos años había hostigado a la gente, murió en su
cueva en medio de las llamas.
Cuando el genio expiró, las
llamas todavía seguían vivas. Mola pensó en las palabras mágicas para recuperar
la calabaza, pero se había olvidado completamente de ellas. El fuego seguía y
seguía y ya habían pasado tres días con sus noches, pero todavía no se
extinguía. Mola estaba requetepreocupado, ya que temía que las llamas se
extendieran hasta los bosques y la pradera, ocasionando otra desgracia a los
habitantes. Entonces tomó la decisión de arrojarse a las llamas para rescatar
él mismo la calabaza. Así, se arrojó sobre la calabaza, hizo presión sobre la
boca por donde salía el fuego y éste poco a poco se fue reduciendo. Pero el
valiente Mola fue fundido por el fuego transformándose en una montaña de
piedras rojas, que quedó levantada al lado de la pradera. Esa montaña de piedra
siempre está muy caliente. Allí no crecen árboles ni ningún tipo de vegetación
y las nieves de varios li a la redonda se derritieron por su temperatura. Al
derretirse, hicieron crecer el caudal del río Baiyang y la hierba de la pradera
comenzó a crecer más frondosa. Las vacas y las ovejas devinieron fuertes y
gordas, la prosperidad reinaba entre los hombres. La nacionalidad yugo vivió
entonces tranquilamente. Cada vez que un cazador va de excursión a la montaña o
un pastor se dirige allí a cuidar del ganado, cuando ven a lo lejos la montaña
de piedras rojas erguida hacia el cielo le ofrecen sus respetos muy conmovidos
a Mola, el héroe hijo de la pradera que sometió al genio de la nieve.