jueves, 4 de julio de 2013

El maltratado - Wimpy

Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Críspulo Menchaca. Y tanto para un fregado como para un barrido.
Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutención era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los días de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo.
Y tenía que acarrear agua, ordeñar, bañar ovejas, envenenar cueros, cortar leña, matar comadrejas, hacer las camas, darles de comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas.
Un día Licinio se encontró con el callejón de los Lópeces con Estefanía Arguña y se le quejo del maltrato que el viejo Críspulo le daba. Entonces, Estefanía le dijo:
- ¿Y qué hacés que no lo plantas? Si te trata así, plantalo. Yo que vos, lo plantaba…
Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas, Licinio- animado por el consejo del amigo- agarró una pala, hizo un pozo, planto al viejo, le puso una estaca al lado, lo ató para que quedara derecho y lo regó.
A la mañana siguiente, cuando fue a verlo, se lo habían comido las hormigas.

Tipo y Polilla - Wimpy

Los seres de la Creación han venido demostrando que son capaces de resignarse a cualquier cosa menos a la dieta. El caballo se resigna a la jardinera, el perro a la cadena, la mosca al flit, el ratón al gato, el
tipo a su semejante.
Pero a lo único que no se ha resignado nadie todavía, es a la dieta.
El tipo ha tratado, empero, y por todos los medios, que las restantes especies de la escala zoológica se mueran de hambre.
Utiliza espirales humeantes contra los mosquitos, algodones atados en torno al tronco del rosal contra las hormigas, fiambreras contra las moscas. Además inventó la escopeta, la creolina y el mercado negro..
Superándose en esa suerte de inventiva dramática, el tipo trató de exterminar la polillla, reacia como él mismo a la dieta, con un procedimiento al que llamó "alkyalation".
En efecto: el doctor Milton Harris, de la Textile Foundation del National Bureau of Standards (U.S.A.) ideó ese procedimiento -"alkyalation"- destinado a la protección de los tejidos de lana y similar, en algunos de sus aspectos y rendimientos, al de la vulcanización del caucho. El proceso reemplaza débiles conexiones, entre las moléculas de la lana, por recias ligaduras.
Y, entonces, la polilla que se come eso se agarra la peritonitis y muere.
Es como cuando se apelmaza el budín o se pasma la torta pascualina.
Es, asimismo, y en otro sentido, la última obtención del hombre en su lucha contra la polilla.
Luego de "alkyalatar" muchos metros de tejido y, aún, prendas de diversa calidad y formas varias, el doctor Harris y sus colaboradores observaron un suceso realmente extraordinario; las polillas, aleccionadas por la trágica muerte de sus "pioneers", se habían hecho su composición de lugar y, la hora en la que el doctor Harris fue a comprobar los resultados de su descubrimiento, era, también la hora en la que las polillas sobrevivientes se habían puesto a devorar.., los bordes de los tejidos "alkyalotados".
Y advirtió el sabio polillófobo, que las que así comían de la orilla, quedaban además de bien nutridas, en perfecto estado de salud. Sin que nadie le haya dicho nada, pues, la polilla hizo con la ropa lo mismo que el tipo hace con la fainá.
Y con todo.
Que es, por otra parte, la única manera de salvarse.

Soneto a Político Descarado - Autor: Anónimo. Versión libre: Pasti

A mi me mueve, señor, para escribirle
ese cielo que nos tiene prometido,
y me mueve el infierno ya sufrido
para mis palabras calientes dirigirle.

Usted me mueve, señor: muéveme el verle
en tribunas mintiendo muy seguido;
muéveme el oír su “verso” tan florido
y un pasado que aconseja no creerle.

Muéveme su hipocresía, en tal manera
que aunque jurara lo que afirma, yo dudara,
pues su “verdad” nunca ha sido verdadera.

No mienta como si eso nada fuera,
pues, aunque tenga usted dura la cara,
nadie olvida lo que ha dicho y no cumpliera.

Cuentos y Chascarrillos Andaluces - Por JUAN VALERA (1824 -1905 )

Fecundidad en la memoria

El señor no estaba en casa, y el negrito que le servía, abrió la puerta a un forastero muy pomposo.
-¿Está en casa su amo de usted? -preguntó el forastero.
-Ha salido, -contestó el negrito.
-¡Cuánto lo siento! -exclamó el forastero.- No traigo tarjetas.
-¿Qué importa eso? No se apure: diga su nombre; el negrito tiene buena memoria y no le olvidará.
-Pues bien: diga usted a su amo que ha estado aquí a visitarle D. Juan José María Díez de Venegas, Caballero Veinticuatro de la ciudad de Jerez. ¿Se acordará usted?
-¿Y cómo no? -dijo el negrito.
En efecto; cuando volvió su amo el negrito le dijo:
-Zeñó, aquí han estado a visitar a su merced D. Juan, D. José, doña María, diecinueve negas, veinticuatro caballeros y la ciudad de Jerez




La Karaba

Había en la feria de Mairena un cobertizo formado con esteras viejas de esparto; la puerta tapada con no muy limpia cortina, y sobre la puerta un rótulo que decía con letras muy gordas:
LA KARABA
SE VE POR CUATRO PESOS
Atraídos por la curiosidad, y pensando que iban a ver un animal rarísimo, traído del centro del África o de regiones o climas más remotos, hombres, mujeres y niños acudían a la tienda, pagaban la entrada a un gitano y entraban a ver la Karaba.
-¿Qué diantre de Karaba es esta? -dijo enojado un campesino. -Esta es una mula muy estropeada y muy vieja.
-Pues por eso es la Karaba, -dijo el gitano: -porque araba y ya no ara.


Las Gafas

Como se acercaba el día de San Isidro, multitud de gente rústica había acudido a Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.
Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por calles y plazas e invadían las tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.
Uno de estos rústicos entró por acaso en la tienda de un óptico en el punto de hallarse allí una señora anciana que quería comprar unas gafas. Tenía muchas docenas extendidas sobre el mostrador; se las iba poniendo sucesivamente, miraba luego en un periódico, y decía:
- Con éstas no leo.
Siete u ocho veces repitió la operación, hasta que al cabo, después de ponerse otras gafas, miró en el periódico, y dijo muy contenta.
- Con éstas leo perfectamente.
Luego las pagó y se las llevó.
Al ver el rústico lo que había hecho la señora quiso imitarla, y empezó a ponerse gafas y a mirar en el mismo periódico; pero siempre decía:
- Con éstas no leo.
Así se pasó más de media hora, el rústico ensayó tres o cuatro docenas de gafas, y como no lograba leer con ninguna, las desechaba todas, repitiendo siempre:
- No leo con éstas.
El tendero entonces le dijo:
- ¿Pero usted sabe leer?
- Pues si yo supiera leer, ¿para qué querría comprar las gafas?



Poesías - por Claudia Andrea Vidal

En tu marea

En tu marea suelo irme dulcemente
y navegar hasta tu profundidad,
devorarme tu fauna libremente
regresar y tirarme a descansar.

Sentir tu sal abriéndome los poros,
escurrirme en tu arena y paladear
ese blanco beso de las olas
que fue dejando en mi costa tu ancho mar.


Lo se

Sé que con la lluvia me buscaste
y me esperaste en la calle, entre la gente,
con el café caliente de las tardes
y el gesto inevitable de tu frente.

Con tus manos vacías pero ardientes
y mil penas de amor para contarme,
con la avidez de tu sangre que latente
se devoró las noches sin hallarme.

Tu soledad se envejeció junto a la espera
y yo no estuve ahí. Hay un instante
en el que la vida te pone por delante

blanco o negro, otoño o primavera.
Y cuando eliges, pierdes sin manera
de conocer qué fue lo que dejaste.


El mendigo 

Él tenía sus ojos vacíos escarchados,
y en sus manos llevaba las grietas de la vida.
Apilaba deshechos de sueños malogrados,
capitán sin destino, regreso ni partida.

Quién sabe sus recuerdos de qué se alimentaron,
en qué constelación se hundieron sus pupilas.
Sólo la noche supo de su triste inventario,
Cielorraso de penas, cabalgata de heridas.

Qué calles no marcaron sus huellas serpentinas,
qué puertas no se abrieron al golpe de sus manos.
Un silencioso grito en la pampa dormida.

Se acostó sobre el campo descansando cansancios.
Halló en la vía láctea su vida peregrina
y una noche de invierno sus ojos se cerraron.


Balada del hombre que camina por el aire - Ezequiel Feito

Paso a través de paredes de niebla
y a través de cortinas de luz palpable
como el maravilloso péndulo que un reloj vivo
le da vida estando muerto.

Danzando voy por el cielo sin otra esperanza ni otro camino
que la graciosa curva que recorren mis pies en el aire
en un caminar saturado de estrellas.

Cosecho en el día las aves que a mí se aferran con sus ojos muertos.
En la noche
juego con estrellas distantes y lejanas que ya no fatigan mis ojos.
En las tardes despido al día, y en las mañanas
soy como otro pájaro, que abiertas sus alas en celeste,
estrena su graciosa danza.

Danzando voy sin otra esperanza ni otro camino
que el que recorren mis pies en el aire.

Escabel de nubes, almohada de luna, débil me despierto
a la rutina de un movimiento no buscado
que encuentra en mí su títere sencillo,
su alma lisa,
su liviano cuerpo que sin cesar danza
una música solo por él oída.

Danzando voy sin otra esperanza
que los graciosos caminos que abren
mis pies en el aire.

Tu que contemplas mi fragilidad de cielo,
¿sabes que fui vivo, y que algún día
mis pies, como los tuyos, estuvieron en la tierra?
¿Y que tuve edad de amar y ser amado
sin otra condición que la existencia?
¿Piensas que un alma sensible habitaba
el abandonado palacio que en la altura juega?
¿O crees que todo fue como es ahora,
que perdida la esperanza en esta tierra
ya no hay paz ni remedio que alcanzarle pueda?

Danzando voy por el cielo sin otra esperanza ni otro camino
que la graciosa curva que recorren mis pies en el aire
en un caminar saturado de estrellas.

Si no sale de ti la piedad de una mirada,
mira al menos mi danza, si te alegra.


Poesías - Por Luz Herrera

¿Quién?

Cuando mi cuerpo cansado
en un recodo del tiempo
recueste dolorido,
¿Quién tomará mis manos
y me dará aliento
para retomar mi camino?

Cuando mis lágrimas fluyan,
incesantes por mis ojos
por un dolor repetido,
¿Quién mis lágrimas hará suyas,
secará mi rostro y estará conmigo?

Cuando me sienta cansada
de soportar tanta pena
amontonada en el ama,
¿Quién me convencerá para que nada
de lo que he vivido pueda
eliminar mi esperanza?


Yo te miro

Yo te miro,
y a veces pregunto
¿de qué estás hecho?
Que respondes a lo que hago
de la forma en que yo quiero.
Yo te miro
y a veces me quedo en silencio
esperando que tu digas
eso que tanto espero,
y aún así,
me sorprendes al hacerlo.


A veces

A veces extraño,
hay tantos seres
a los que quisiera tener a mi lado.

A veces lloro,
hay tanto dolor
que me podría haber evitado.

A veces me resigno
a que mi vida sea así,
sin emoción de vivir.

A veces me rebelo
contra todos
los que me hicieron mal.
A veces me aquieto,
y sólo quiero olvidar.

A veces me ilusiono,
esperando otra oportunidad.

A veces protesto
culpando de todo a Dios,
luego me doy cuenta
de que la culpable he sido yo.

A veces no creo en su misericordia
y a veces de rodillas,
por ella, mi alma implora.

A veces, desesperada,
busco cambiar mi destino.

A veces quiero retornar
con mi corazón al principio,
pero él ya está muy herido
y no es capaz de desandar el camino.

A veces quisiera ser intocable.
Que nadie pudiera acercárseme.
Que nadie pudiera lastimarme.

A veces quisiera poder
desterrar mi dolor,
pero está muy adentro.


Libre

Y aquí estoy yo,
que quiero ser libre...
Dime Dios,
la libertad.. ¿cómo se consigue?


El rescate de Atahualpa - Jorge Dágata

A mi hermano Mario, degustador de historias, esta visita al Cuzco, un día de 1533.

Subo a los jardines que rodean el palacio. La agitación extraordinaria que domina la ciudad, ya es aquí un caos de objetos en movimiento y muchedumbres en agria disputa.
Acabo de ver cómo el Sol que dominaba la gran sala padece el ocaso. Su material, lágrimas del astro que figura, será licuado para confirmar la metáfora. La curva resplandeciente, cuadriculada en destellos medidos: el quinto exacto para el emperador, si el largo camino plagado de manos no desmiente el álgebra.
Hay en los jardines un espacio encantado. Una alfombra representa la sagrada tierra y en ella cada brizna es de metal, vivo y húmedo de luz. La carne de las llamas es de oro y plata y se siente palpitar el músculo y fluir la sangre invisible. En cada arbusto vibra el aire de la puna, hojas y ramas se perciben en movimiento ascendente hacia el cielo extrañamente cercano, en dúctil liviandad, como si aún en ellas trabajara la mano que las levanta desde el sacramento hacia la adoración, de la tierra al azul. Se presiente que esos pájaros escamados de sol y luna volarán para consumar la unión.
En un rincón callado medita el orfebre. Ya recibió la orden terminante, que no discutirá. Todo su cuerpo es un gesto que transparenta la magnífica batalla interior. Aunque no pueda verme, aunque no pueda oírme, entiendo su lenguaje. Ha llenado sus horas para dar forma a esta vida. Él pudo trasmutar la verde esmeralda, del frío inerte a la savia pulsante.
Cada trino del mutismo inmemorial de la mina de oscuro dolor a la suprema libertad de este espacio hechizado.
Pero en la cima escarpada ya encendieron los hornos.
El viento insufla la destrucción, el regreso a los orígenes, a la sombra, al silencio. Sólo deben sus manos retroceder en la obra, desarticular, separar, asesinar, fundir la sonrisa en lágrima. Y lo hará. No es esa su batalla.
Alza un brazo y a su impulso acontece el milagro: veo girar un torbellino de mariposas de liviandad inconcebible. Mariposas, instantes de metamorfosis. Mariposas, partículas de metal hecho poesía. Alegres campos de libertad en flor, adoración al dios generoso que renace entre las montañas. Van en caída leve a poblar las ramas y la hierba.
Sólo una ha quedado en su mano. En la cima escarpada, los hornos esperan. A sus pies, en la ciudad, la multitud se entrechoca, fusionada a lo lejos en limo que rueda hacia el mar. Una sola. Su quinto es... nada.
El orfebre la levanta entre sus dedos y la veo girar sobre los muros de piedra. Es ahora, invisible, un lugar imaginario en la vasta puna, una gota de libertad sobre la muchedumbre sometida. Atahualpa, de todos modos, será rescatado.


El vino - Jorge Dágata

A Ricardo Rodríguez, Gran Sacerdote escanciador.

El vino de la soledad ha de ser dulce
y helado el del olvido.
Oscuro el de la noche como sangre enervada
y blanco, luna blanca, el que se asome en los vidrios
por la copa sedienta de alguna madrugada.
El vino del amor ha de ser abundante
y espumoso el que agite la arena de un adiós.
El vino del amor ha de borrarlo todo
menos los besos y las ansias vanas
de hacer uno de dos.
El vino ha de traerte los soles que ignorabas,
ha de robarte los insomnios duros
y desvestirte todas las horas destrozadas.
No le temas, no lo ames:
el temor es cobarde y el amor imposible.
Bébelo, mátalo, vívelo.
Él será lo que seas: soles, noches, olvidos.
Él bailará la danza de los minutos nuevos
y bajo sus follajes de suaves primaveras
calmará tus angustias, sepultará tus muertos.
Ahora has descubierto que un sorbo es como un beso:
no lo apures, no lo agotes
que la prisa es absurda y la nada no existe.
Bébelo, beso a beso. Esta noche te amo,
esta noche me amas. Mañana... qué sabremos.
Es mentira que pueda haber copas vacías,
el vino es infinito como el amor y el tiempo.
Siempre queda una gota, siempre vuelve una viña
a renacer los zumos en otras primaveras.
¿Qué seremos mañana? Mañana no estaremos.
Esta noche te amo y te bebo espumosa
y desciendo la copa de tu cuerpo desnudo
y me hundo y me olvido, sorbo a sorbo te lleno
y me lleno de tu ansia y me beben tus besos.
Déjalo que te inunde, déjame que te inunde:
el vino del amor ha de ser infinito,
ha de ser imposible.
Por eso, no le temas. Bébelo que esta noche
es oscuro y es blanco, es helado y ardiente.
¿Será dulce mañana? Mañana.. qué sabremos.



La herencia de Don Nicandro - Por Floreal Nava Kenny (Música de Atilio Medina)

I

Un rancho que muy de a poco
se le va haciendo tapera.
Se ha ladeado el mojinete
del peso de la cumbrera.

Le han sobado las paredes
el viento y los aguaceros
y algunas partes del techo
ya quieren tocar el suelo

Treinta años, casi una vida.
Hombre diestro en su labor.
Trabajó de peón de campo
y con el mismo patrón.

Muchas veces vi a Nicandro
guitarrear bajo el alero
¡Qué triste serían sus coplas!
¡Qué atento escuchaba el perro!

II

Así es la herencia del pobre
que ha honrado su proceder.
Cosas que ya nada valen,
recuerdos son del ayer.

Patio grande emparejau
a malambos y rancheras,
lo cubrió un manto de yuyos
ahogando su polvareda.

Otra cosa fue el pasado.
¡Qué alegre que era el lugar!
No faltaban musiqueros
ni mozas para bailar.

Muchas veces vi a Nicandro
guitarrear sobre el alero
¡Qué tristes serían sus coplas!
¡Qué atento escuchaba el perro!

Tiempo de amar - Por Floreal Nava Kenny (Música de Daniel Bazán)

Yo vine primero
del fondo del tiempo,
esperé tus pasos
y aromó la tarde
la frescura nueva
de tu juventud.

Dios hizo el camino
y nos encontramos.
Hoy seguimos juntos
andando en la vida
con la diferencia
que tiene la edad.

No quedarás sola
cuando yo me vaya.
En las horas largas
llenas de mi ausencia
todos mis recuerdos
te acompañarán.

No existe distancia
cuando el verdadero
cariño que une
hace la igualdad,
y el tiempo es más oro
si es tiempo de amar.

La marcha de las Malvinas - Carlos Obigado

Tras su manto de neblinas
no las hemos de olvidar.
Las Malvinas, ¡argentinas!
clama el viento y ruge el mar.
Ni de aquellos horizontes
nuestra enseña han de arrancar
pues su blanco está en los montes
y en su azul se tiñe el mar.

Por ausente, por vencido,
bajo extraño pabellón,
ningún suelo más querido
de la Patria en la extensión
¿quién nos habla aquí de olvido
de renuncia, de perdón...?
¡Ningún suelo más querido
de la Patria en la extensión!

¡Rompa el manto de neblinas
como un sol nuestro ideal!
¡Las Malvinas argentinas
en dominio ya inmortal!
Y ante el sol de nuestro emblema
pura, nítida  y triunfal
¡brille oh, Patria! en tu diadema
la perdida perla austral.

Patria - Leopoldo Díaz

Patria es la tierra donde se ha sufrido,
patria es la tierra donde se ha soñado,
patria es la tierra donde se ha luchado,
patria es la tierra donde se ha vencido.

Patria es la selva, es el oscuro nido,
la cruz del cementerio abandonado,
la voz de los clarines, que ha rasgado
con su flecha de bronce nuestro oído.

Patria es la errante barca del marino,
que en el enorme piélago sonoro
deja una blanca estela en su camino.

Y patria es el airón de la bandera
que ciñe con relámpago de oro
el sol, como una virgen cabellera.

Insomnio - Baldomero Fernández Moreno

Dormid tranquilos, hermanos míos,
dormid tranquilos, padres algo viejos,
porque el hijo mayor vela en el cuarto,
sobre la casa y el reposo vuestro.

Estoy despierto y escuchando todos
los ruidos de la noche y del silencio:
el suave respirar de los dormidos,
alguno que se da vuelta en el lecho.

Una media palabra de aquel otro
que sueña en alta voz; el pequeñuelo
que se despiertas siempre a media noche
y la tos del hermano que está enfermo.

Hay que educar a los hermanos chicos
y asegurarle días serenos
para la ancianidad. ¡Oh, padre y madre,
dormid tranquilos que yo estoy despierto!

Historia personal de la paz - Armando Tejada Gómez

Siempre hay un rey sobre un caballo
en las viejas ciudades;
lo custodian las fuentes y los niños
y un insólito pájaro.
Cuando los veo, pienso que la muerte
mira de las estatuas
armada hasta los dientes, con sus ojos
de bronce clausurado.
Si pregunto por ellos, me describen
galopes y batallas.
Nunca al caballo libre en las praderas
ni al señor en su casa.

Todos cuentan la historia por las guerras
en las viejas ciudades
y por más que pregunto nadie sabe
describir la morada
donde amasaba pan el panadero
y su mujer hilaba.

La historia que nos cuentan es la historia
de una que otra batalla,
pero jamás nos dicen que, entretanto,
el labrador sembraba
y que, segando el trigo de la vida,
los jóvenes se amaban
mirándose a los ojos, como miro
la paz en tu mirada,
mientras paseamos por la antigua plaza
con un rey a caballo
donde juegan los niños y las fuentes
son catedrales de agua.

La paz, amor,
es ese pájaro insólito que, a veces,
se posa en las estatuas.

Vanderbilt - Antonio Cuyás Armengol

Para ganarse el sustento un joven marino hacía el servicio diario de pasajeros entre Nueva York y la isla Staten, que está en la misma bahía. Al cabo de un año quiso comprar un bote, el mismo bote en el cual trasladaba a fuerza de remos a sus numerosos clientes. Como no le alcanzaba el dinero, fue a pedírselo prestado a un antiguo condiscípulo, su amigo Jacobo Baker, cajero de un gran banco neoyorquino.
Durante la conversación , Baker le preguntó si tomaba alcohol, y nuestro marinero le respondió que gustaba frecuentemente, al terminar el trabajo, tomar un trago.
- Eso es malo  le dijo Baker-; procura no beber, y si en un año no has tomado una sola copa de licor, vuelve y te prestaré el dinero que necesitas.
Volvió al año nuestro hombre, que era muy honrado y sincero, y le dijo al amigo que se había abstenido por completo de beber y por consiguiente le solicitaba el préstamo.
- Está muy bien  dijo Baker-, pero antes quisiera saber una cosa. ¿Juegas?
- Alguna que otra vez para entretenerme. Cuando no tengo nada que hacer, juego con mis compañeros.
 - Pues, disculpa, pero prestar dinero al que juega es peligroso. Deja de jugar y vuelve de aquí un año.
Así lo hizo el pobre barquero, y cuando se presentó nuevamente a su amigo, asegurándole que ni jugaba ni bebía más, Baker preguntó:
- Dime, se me ha olvidado de preguntarte una cosa, ¿fumas?
- Sí  respondió el marino-; cuando acabo de remar y he desembarcado a mis clientes suelo encender mi pipa.
- Éste es un gasto inútil contestó Baker-. Y la nicotina es un veneno. Abstente de fumar y vuelve dentro de un  año.
Pasado el año, el barquero fue a visitar al cajero otra vez.
- Vengo a darte las gracias por tus buenos consejos, y a decirte que ya no necesito el préstamo, pues con los ahorros que he hecho al no beber, fumar ni jugar en tres años, me he comprado el bote y dos chalupas más.
El joven marinero no era otro que el famoso Vanderbilt, célebre multimillonario norteamericano.

La persistencia de la niebla - Ezequiel Feito

Nada viene a la memoria. La mañana
amanece tan pálida como un secreto,
como una frase intangible que se escurre por el bosque,
como una música maldita,
en el cristal de la casa, en sus grietas
se filtra una humedad imperceptible.
Sin gusto, sin olor, casi sin brillo
como un color cualquiera, que como en sueño
es vaciado por un cántaro quebrado, indefinido,
en un corazón remoto. Las estrellas
juegan en la poco agua que aún queda
y en cada gota que en la carne se oxida.
Nada tiene de ello la memoria mas que el bosque,
un bosque humedecido, verde y fresco
por cuyas hojas habla el sonido de aquella rotura
casi como una plegaria, como un ruego,
como una oración a la sal que desesperada
da vigor al susurro del cántaro en el bosque.
La niebla juega con ellas como con estrellas rotas
que danzan sin cesar en el espacio
quebrando sus cuerpos hasta el monótono cansancio de lo previsible.

El sol seca la mañana, aún la claridad comienza a evaporarse
y la tiniebla angosta un paso hacia el vacío,
hacia el retumbante vacío de lo que fue la niebla.

Variaciones sobre la poesía “Inocencia” de Baldomero Fernández Moreno - Ezequiel Feito

“Medio dormido te oigo jugar ruidosamente,
sé que hay en el jardín un sol resplandeciente.
Ahora pienso muy triste, ya del todo despierto:
Lo mismo jugarías si yo estuviera muerto.”

Entre sueños atisbo un camino
al silencio de mi inocencia ya perdida.
He pasado por él. Miro mi vida
entre sábanas amortajada y peregrina.
El bullicio de tu sangre me confunde
y entreviendo un perdido paraíso
me doy cuenta de lo fugaz de mi mirada
y la lenta muerte de los vivos.

El camino donde andamos, hijo mío,
tiene un mismo reír, la misma suerte.
Yo en tus inocentes juegos miro
la forma apresurada de mi muerte.

En un mismo tiempo estamos, y en el sueño
descubrimos juntos la verdad temida:
Mientras juegas tú, del mundo dueño,
dentro de mi corazón se va la vida.

Un mismo abismo ambos tenemos.
Aún no lo sabes. Yo algún día
detendré mi juego en el sepulcro abierto
y tu infancia seguirá jugando todavía.

¡Baila, pues, sobre mi tumba
y que la sombra de la melancolía
se disipe apenas ascienda la mañana
Bajo el hálito generoso de la vida!

La florista - Rafael Alberto Arrieta

En el café lloraban los violines
entre un cascabeleo de cristales.
- ¿Flores señor? Hay rosas y jazmines...
musitaron dos labios musicales.

Hubo en la voz tan íntima dulzura
suavizadora del ofrecimiento,
que alcé mi vista hacia la criatura
desde la ausencia de mi pensamiento.

Era una niña blanca, bella y fina
y anémica, como una colombina
de labios rojos y óvalo amarillo.

Y al ofrecerme el precio de su cena,
se fugaron las rosas del cestillo
hacia sus dos mejillas de azucenas.

El durmiente del valle - Arthur Rimbaud

Un hueco verde, un hilo cantarín de agua clara
que andrajos argentinos entre la hierba prende
loco: en ellos el sol del monte altivo esplende;
y es como un vallecito que en rayos espumara.

Un soldado reposa, boquiabierto, desnuda
la cabeza, entre berros azules extendido;
muy pálido entre la hierba mojada se ha dormido
y la luz llueve sobre su verde lecho, cruda.

Entre las espaldas tiene los pies. Risueño,
como enfermizo infante, duerme plácido sueño.
¡Naturaleza, mécele con calor! Está helado.

Su nariz el perfume de los campos no aspira.
Con la mano en el pecho duerme al sol. No respira
Tiene dos agujeros rojos en un costado.

Autopsicografía - Fernando Pessoa

El poeta es un fingidor.
Finge tan profundamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive,
sino aquel que no han tenido.

Y así va por su camino,
distrayendo la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.

El posadero tacaño y egoísta

Era un día gris, frío, desapacible.
Un pobre viandante se detuvo frente a la posada de un camino. En medio del patio, al calor de un buen fuego se asaban lentamente dos costillares de cordero. El caminante se acercó al amor de la lumbre y, sacando de la alforja un trozo de pan negro, lo aproximó al humo craso que despedía la carne. Ya que no podía saborear el apetitoso manjar, se conformaba con impregnar su pan duro con el vaho bien oliente.
El posadero, que de tanto en tanto se asomaba a cuidar el asado, no vio con buenos ojos la presencia del viajero. Pero, como no podía impedir que éste continuara su magro almuerzo, su egoísmo le sugirió la idea de sacar provecho de la ocurrencia del pobre hombre.
Estaba por reiniciar su jornada el viandante cuando el tacaño lo increpó:
- ¿Piensa marcharse sin pagar?
- ¿Pagar? ¿Qué me ha servido usted?
- Yo, nada, porque se ha servido usted mismo. Pero el humo con que sazonó su pan era de mi pertenencia.
- ¿Piensa cobrarme el humo?
- ¿Y por qué no? ¿No formó parte de su almuerzo? En mi posada se paga todo lo que se consume.
El interpelado iba a replicar con violencia, pero, dulcificando la expresión, exclamó:
-Realmente, si ésa es la regla en su establecimiento no hay otro remedio que cumplirla.
-¿Y me pagará usted?
-¡Cómo no! Y en un todo de acuerdo con sus razonamientos, que me parecen lógicos, muy lógicos. ¿Ve usted esta moneda de plata? Es lo único que tengo.
- Es suficiente para cobrarme lo mío.
- Tóquela, tóquela.
- Parece buena.
- ¿Si? Pues bien; oiga el sonido. ¿Qué le parece?
- Bien, bien.
- Óigalo otra vez  y al decir esto el hombre hacía tintinear la moneda sobre una ancha losa-; ¿qué tal?
-Ya le he dicho que está bien.
- Pues, entonces... hasta la vista, señor posadero; está usted pagado.
Metiendo de nuevo la moneda en su bolsillo, el viajero se dispuso a partir.
- ¡Cómo! ¿Pagado? ¿Con qué?
- Pues, con el sonido, señor mío. Usted me vendió el humo de su carne, regalo del olfato, y yo le he pagado con el tintineo de mi moneda, deleite del oído.
La carcajada unánime de los parroquianos que habían presenciado el diálogo confundió aún más al asombrado posadero. Entretanto, el ingenioso caminante se alejaba a buen paso silbando un aire alegre.

Las cerezas de San Pedro - Wolfgang Goethe

Cuando, aún desconocido,
por la tierra de Judea
caminaba Jesús a la ventura,
de la ignorante multitud seguido,
para quien era oscura
la palabra divina,
gustaba predicar al aire libre,
porque bajo la bóveda azulada
se transmite mejor el pensamiento:
allí brotaba del divino cuento
la elocuencia sagrada,
lecciones de moral que repetían
los ecos de las calles
y que un templo de cada plaza hacían.

Un día, ensimismado
tal vez con una idea,
dirigía su paso reposado
hacia una pobre e inmediata aldea,
en medio de las gentes,
cuando vio que brillaba en el camino,
entre la tierra oscura,
una cosa cualquiera:
la mitad nada más de una herradura,
y a San Pedro ordenó que la trajera.
Pero aquel buen apóstol caminaba
halagando su mente
no sé qué pensamiento tan profundo
sobre el gobierno universal del mundo;
y ante idea tan grande de ventura,
puede tomarse un cetro, una corona,
mas no vale la pena
bajarse para traer una herradura;
prosiguió la jornada distraído,
cual si nada de aquello hubiese oído.

Jesús, dando un  ejemplo de paciencia,
hizo cual si no hubiera reparado
en aquella apostólica imprudencia,
y tomando consejo
de su bondad Él mismo
recogió de la tierra el hierro viejo.
Una vez en la aldea,
vendiólo a un herrador en cuatro piezas
de no sé qué moneda;
y viendo en el mercado una cerezas
de aspecto apetitoso,
cambió con el frutero
por ellas su dinero
y, cual si nada hubiese sucedido,
se las guardó en las mangas del vestido.

Siguiendo su jornada,
Jesús y sus discípulos salieron
del pueblo aquel tomando una explanada,
sin ver, al parecer, que se tendía
hasta tocar el horizonte lejos;
ni un árbol ni una mata defendía
de los ardientes, cálidos reflejos
de un sol que sol de fuego parecía;
ni un arroyo parlero ni una fuente
para templar la horrible sed ardiente.

Por una gota de agua en tal momento
dado hubiera tal vez una riqueza,
Jesús, que iba delante,
dejó caer al suelo una cereza,
que San Pedro tomó, cual más sediento;
el zumo de la fruta regalada
sus fauces dilató; Jesús envía
otra nueva cereza,
aun antes que caída, devorada,
y sucesivamente
las fue dejando a todas por el suelo
prestándole a San Pedro aquel consuelo;
hasta que, al fin, la fruta ya agotada
y la sed ya aplacada,
le dijo sonriente:
- Estudia el caso con afán profundo:
un hierro deleznable,
que despreciaste en medio del camino,
ha matado tu sed; en este mundo
no hay nada, por pequeño y miserable,
que no llegue algún día a su destino.

El cementerio de Momo

Aquí un domador reposa,
que se murió de pesar,
 porque no pudo domar
en diez años a su esposa.

Aquí yace una beata 
que no habló mal de ninguna... 
perdió la lengua en la cuna.

Yace aquí Blas... y se alegra
 por no vivir con su suegra. 

Agua destila la piedra,
agua está brotando el suelo...
¿Yace aquí algún aguador?
 «No señor: un tabernero».

Aquí descansa mi Blasa. 
Yo también descanso en casa

Rima XXVI - Gustavo Adolfo Becquer

Voy contra mi interés al confesarlo;
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica... ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo se que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.


Olimpíadas en el “Alas Balcarceñas” - Enrique Spinelli

Con motivo de celebrar su 25 aniversario, el club “Alas Balacarceñas” realizó un importante programa de festejos cuyo eje fue una formidable olimpíada que incluyó muy diversas disciplinas. A continuación se presenta un breve informe de lo ocurrido en cada una de las pruebas.

1. Captura del chancho enjabonado.
Se eligió un chanchito rápido y ágil que fue prolijamente engrasado con margarina, aceite de girasol y grasa de litio. La suelta se realizó a las 19:00 en la vereda del “Alas Balcarceñas”. El porcino salió disparado como un cuete por las calles del barrio, perseguido por hordas de niños, de jóvenes y de ancianos. En menos de 10 minutos, 5 candidatos se presentaron reclamando el premio; cada uno de ellos con su respectivo chancho. Ante esta situación, la Comisión Directiva tomó una solución salomónica: se cortaron los 5 chanchos por la mitad y se pusieron al asador. Cada uno de los ganadores se hizo acreedor de una tarjeta para asistir a la cena de cierre sin cargo.

Chuleta Martínez fue descalificado por conducta antideportiva al presentarse con dos pollos reclamando el premio. Las aves fueron aceptadas para engrosar la cena.

2. Maratón.
Esta prueba se desarrolló en forma clásica, iniciando en la colombófila, siguiendo hasta el canal, regresando por calle 40 hacia Uriburu, Plaza Libertad y meta en la sede del club. Hubo sospechas de muchos actos no-éticos, pero como los organizadores no pudieron fiscalizar todo el recorrido, otorgaron el premio al atleta que les pareció más cansado. Ganó el Mirlo que ese día se había levantado a las 11:30.

3. Palo enjabonado.
Se instaló un poste de eucalipto y en su extremo superior se colocó un sobre con una tarjeta donde se consignaba un premio sorpresa.

La estrategia de esta disciplina es sumamente compleja y estresante. Por un lado conviene esperar que pasen varios participantes, para que el paso de éstos reduzca el nivel de jabón sobre el palo; pero hay que estar muy atento a que ningún talentoso intente la trepada. Si éste toma el sobre, el juego concluye y perderemos sin haberlo siquiera intentado: nada más frustrante para un deportista.

A los muchachos se les había ido la mano con el jabón y parecía imposible llegar a la cima. Pasaron 315 participantes y nadie logró tomar el sobre. Marmorato, conocedor de la composición de los presentes advirtió el problema: un premio sorpresa en un sobre era una desabrida abstracción. Nada menos atractivo que una abstracción; nada menos motivador que el 3, el 15, la tabla del 14 o una novia por carta.

Marmorato subió al techo de la sede y desde allí instaló en la punta del palo una botella de vino 3/4 con dos salamines atados en el pico. Soguita, que hasta ese momento se había mantenido al margen de la competencia, se abrió paso entre la multitud y poseído por una vitalidad nunca antes vista en él, en 3.12 segundos estaba nuevamente pies en tierra con el premio en sus manos. El Dr. Garsú lo atendió al observar que su estado de excitación que no decaía, pero rápidamente logró aplacarlo entregándole el sacacorchos.

4. Carrera de palomas.
El deporte suele exigir un desgaste físico importante y por eso los muchachos del Alas lo alternaban con carreras de palomas o de sapos donde el desgaste es ajeno. Como cierre de la serie de competencias se realizó una carrera de palomas sobre el itinerario Quequén-Balcarce y se instituyó el premio “Pedro Palomo Flash”, en honor a un celebre atleta del palomar de Chuleta Martínez, hoy retirado de las competencias y dedicado a sus tareas de semental.

La suelta se realizó en la estación de Quequén a las 16 hs. Una hora después se divisa en el cielo la imponente silueta de Elba, la más pulposa paloma de Nigro, pero no ingresa al palomar. Su dueño, desesperado, sube al techo e intenta capturarla para extraerle el anillo pero no lo consigue. La competencia fue ganada por Pipo, un joven palomo de Martinez.

5. Cena de cierre.
Los actos culminaron con una cena. La entrada fue un salpicón de ave conformado por los pollos de Chuleta y las pechugas de Elba. Continuaron con vino, lechón, vino, ciruelas, vino, pastelitos, vino y aplausos. Aplausos porque el Turco Alcoyana sube al escenario:

-Estimados amigos. Es una gran alegría para mí que ustedes estén alegres. Y aun más alegría me da ver que ustedes están alegres por mi alegría. Nuestras alegrías se sostienen una con la otra y ahí esta la fuerza. Es mi deber y mi compromiso; es vuestro deber y vuestro compromiso mantenerse alegres. …. Gracias….y Alegría!
 
                                                                           

TEXTOS DE JUAN PARROTTI

Muy poco citado (hasta diríamos casi olvidado), Juan Bautista Mateo Parrotti, maestro del periodismo de Córdoba, falleció en el año 2005 a la edad de 72 años. Se inició en su profesión en el año 1958 en el periódico Meridiano. Dos años después comenzó a trabajar en La Voz del Interior como corrector de pruebas. Luego, se encargó de la críticas teatrales y cinematográficas, y en los años 70’ trabajó en la revista Hortensia, (creación del gran Cognini, otro gran dibujante olvidado) teniendo a su cargo una columna sobre temas de actualidad, de donde hemos sacado estos textos
Parrotti fue un agudísimo observador del hombre, al mejor estilo de Arlt, Scalabrini y Wimpi. Sus relatos, observaciones y pensamientos, aún vigentes, nos siguen sorprendiendo por su frescura y originalidad. Pero menos título... Vayamos ahora a los textos...


Predicciones del pasado 

Perogrullo se quejaba de lo difícil que le resultaba predecir el futuro, para él era más fácil predecir el pasado.
Siendo menos que Perogrullo, a mí me resulta tan difícil imaginar al hombre del futuro como al del pasado. Voy a tratar de irlo aclarando, pues si bien escribo de noche, no es una excusa para que el texto sea tan oscuro.

Conozco al hombre del pasado, gracias a las largas lecturas que fueron complementadas con actitudes de mis abuelos, de mis padres y de otras personas, recuerdos que atesoro en mi mundo interior. Actitudes que me asombraron de niño y me emocionan ahora.
Esas conversaciones serenas, sostenidas entre mi abuelo y sus amigos; los nombres de las personas de quienes hablaban, la descripción física de ellas, desfilan ahora ante mis ojos, sus imágenes aparecen fugazmente en la vieja máquina de escribir.
Veo entonces a don Hipólito Yrigoyen en sus momentos de mayor gloria y también en momentos de infortunio y entonces tengo que volver líneas arriba, donde digo que me cuesta imaginar al hombre del pasado. Después de haber sido dos veces presidente de la nación, su patrimonio consistía en una cama de bronce y una salivadera. La holgazanería me aconseja escribir: era otra época, y terminar con mis cavilaciones.
Pero, al menos esta vez, logro vencerla. Es como si estuviera pisando un terreno misterioso y la situación empieza a gustarme. Me dejo ganar por la vanidad y pienso que lograré penetrar ese mundo interior.
Conocer a ese hombre áspero que huye de las multitudes, porque con ellas vienen los elogios, los aplausos, enfervorecidos siempre, sinceros casi siempre.
Huye, no de lo suntuoso, sino de un mínimo bienestar, huye de los aplausos tan deseados por los hombres comunes. ¿qué desea entonces? Gobernar para distribuir justicia que no es otra cosa que darle a cada uno lo que le pertenece, según la magistral definición de justicia que hiciera el finado Sócrates. Gobernar para que su país fuera grande y respetado.
Y reaparece su vieja cama de bronce; construida teóricamente, para dejar en ella sus fatigas. Se me ocurre que acaso dejara en ella su descanso físico, nada más, puesto que su cerebro de estadista no descansaba.
¿No habrá nacido en la soledad de ese cuarto- la decisión de saludar a la bandera dominicana y no a las banderas de los barcos invasores norteamericanos? La soledad es necesaria, indispensable, para la germinación de las ideas grandes. Cualquiera elabora pavadas en el barullo de un boliche.
¿Es improbable que, testigo las paredes, haya decidido enfrentar y golpear donde más le dolía al país más poderoso del mundo, desbastándoles el negocio del petróleo en la Argentina? Cuesta creer que, desde ese cuarto miserable haya hacho temblar a los poderosos magnates, dueños de todo el dinero del mundo, que, con todo, no les alcanzaba para comprar a este hombre y, como no podían comprarlo, lo derrumbaron.

Si, cuesta mucho comprender a los hombres del pasado, tanto que, al cerrar esta nota no estoy seguro de haber escrito, a propósito de don Hipólito Irigoyen o del doctor Humberto Illia, otro hombre enigmático del que suelo hablarle a mis hijos. Hombres extraños. Todo material se funde, decía el gran físico, la cuestión es saber el grado de calor que necesita. Todo hombre se vende, parafraseaba Napoleón. Uno llevó a la equivocación al otro, al menos con estos hombres. Y la multitud desenganchó los caballos y al hombro llevaron su carruaje, dice mi abuelo y se pierde en la bruma, el hombre se ha sentido convocado y no podía fallarse, era un hombre del pasado.


Un negocio absurdo de trueques  Canje de luz por sombra

Esas personas que caminan cabizbajas, ¿están apesadumbradas, preocupadas, tristes? O son gente precavida que no quieren caer en una de las tantas trampas que la vereda le prepara a cada paso? Creo que las hay de las dos vertientes y también que una de esas personas puede estar apesadumbrada y no quiere estarlo más todavía si llegara a fracturarse los huesos de una pierna o de un brazo, que todavía sirven.

Se me hace cuesta arriba entonces distinguir un triste de un prevenido. Los dos me interesan. Soy humano y nada me es ajeno, decía Terencio o Plauto, el recuerdo es muy borroso, pero creo que fue uno de ellos el que dijo eso.
Ahora bien, si el individuo es un triste, acaso por una infancia desdichada, quizá por una infancia linda a la que añora como loco, ahora que la coteja con su situación actual, creo que debería serenarse y realizar un promedio. En una de ésas son más los años felices que los otros.
Si es un hombre es precavido y no quiere verse fracturado, colgando una pierna revocada en el espaldar de una cama de hospital, lo suyo es muy loable. No sé si efectivo, porque por mirar hacia abajo quizás no vea a los dos muchachos que vienen en divertida carrera derrumbando ancianos o, lo que es peor, no note el avance de una anciana que, armada de un paraguas, viene derechito hacia él o, para ser más precisos, derechito hacia sus ojos.
Quedaría entonces el triste y precavido a la vez. Pasear su tristeza con tanta precaución me parece un exceso. ¿Quién le va a robar la tristeza o la pesadumbre? Nadie, ya que esas cosas no se aceptan en  las mesas de dinero. Si es un hombre triste puede ser también un hombre confiado.
Y llegado a estas líneas, imágenes que estaban quietas formando parte de mi paisaje espiritual, desfilan ante mis retinas y hasta se posan en mi vieja máquina de escribir.
Son los ladrones de tristezas que existieron en mi ya lejana y gloriosa infancia. Llegaban en un carromato, armaban una carpa y anunciaban la función debut y, al menos por un rato, se apoderaban de toda nuestra tristeza, nos la cambiaban por alegría.¡Qué absurdo negocio el de esos payasos! ¡Mire que quedarse con nuestra tristeza y darnos su alegría!
Muchas veces me he preguntado: ¿Qué hacían con tanta tristeza acumulada? Debían tener montañas en alguna parte, tal vez en algún pasaje subterráneo sólo conocido por ellos. Desde esta columna Hortensia les rinde un modesto homenaje, creyendo que si de los vivos parte alguna luz, ellos nunca estarán en las sombras.


El Dorado

Cuando los seres humanos sienten que están llevando una vida gris, sin relieves de ninguna clase, imaginan otra vida más grata, plena de colores y de contrastes. Éste sería el comienzo de una leyenda o, mejor aún, la razón de ser de las leyendas. Esto lo sostienen hombres estudiosos y astutos a más no poder.

La leyenda del Dorado parece reconocer esos orígenes. Se empieza a hablar del Dorado allá por el año 1529. Cuando un grupo de hombres de Sebastián Caboto regresó diciendo que habían visto piedras preciosas, perlas y pedazos de oro, así de grandes.
Hablaron de un sacerdote o rey que, en algunas ceremonias, se embadurnaba el cuerpo con resina que luego era cubierta por oro en polvo. Sí, el rey los había escuchado; quería saber cómo pensaban los pobres y también conocer algunos. Le habían contado que, en alguna parte existía gente carenciada, pero él había creído que se trataba de una leyenda, por eso les concedió una audiencia.
Conmovido, les había permitido cargar todo el oro, las perlas y piedras preciosas que quisieran, pero los atrapó una tempestad que hundió la embarcación con todo lo que traían.
Todos los marineros que escuchaban empezaron a organizar una expedición. El dueño de la taberna también fue invitado. No aceptó. Puede conjeturarse que el tipo pensó: Si es cierto, si encuentran esas riquezas, vendrán a gastarla acá. Si es mentira, no los tendré que aguantar por un tiempo.
Pero el hombre contó a todo el mundo lo que estaba pasando y así fueron organizándose nuevas expediciones. Buscaron el Dorado en el Amazonas, en Tierra del Fuego, en el Perú, en la meseta Colombiana, en los bosques vírgenes de la Canela. En fin, se recorrieron el continente de este a oeste y no encontraron el Dorado.
Con tantos fracasos la leyenda fue perdiendo fuerza, dicen los historiadores, olvidando al imperio de los Incas y también a los Aztecas, donde, sin duda, no les fue tan mal que digamos. A ellos, porque a los indiecitos les fue realmente feo.
Sostienen también que la tentación de hacerse ricos de un día para otro, cedió bastante. Mentiras, perras mentiras. Nunca la leyenda del Dorado esplendió como ahora. ¿O es que la gente ya no juega a la lotería, o al Prode y ha hecho abandono de los casinos? La lozanía de la leyenda perdurará, mientras haya hombres como aquellos que quiso conocer el rey o sacerdote.

Página en homenaje al Bicentenario de nuestra Nación

Este Bicentenario nos encuentra con emociones encontradas. De todas formas lo evocaremos recordando las poesías que circulaban en los libros de texto hasta 1960
Es interesante contrastar el patriotismo que en aquel tiempo se quería inculcar a la juventud con el que hoy tenemos (y ¿padecemos?).
Nunca habrá en la historia un bicentenario tan pobre, tan falto de patriotismo y del espíritu de mayo y a su vez, lleno de decorados como el nuestro.
No culpemos el motivo que se va a celebrar, sino por lo que se viene celebrando desde hace tiempo y cuyo resultado es lo que vemos hoy: nuestras insignias patrias poco menos que se usan para eventos deportivos; nuestras canciones se rezan más que se cantan (¡No vayan a confundir al que canta con un argentino!) y la visión de nuestra tierra pasa por el tamiz de la enorme colonización cultural y espiritual a la que se ve expuesta gratuitamente la sociedad de hoy en día, gracias en grandísima parte a la clases  políticas que desfilaron hasta hoy.
A diferencia (¡y enorme!) de los ideales de los hombres de mayo: generosos, valientes, desprendidos; con sus errores y defectos, pero convencidos de un destino común; se contraponen los políticos, cuya ración de patriotismo está reducida a sus intereses y proyectos personales: conservar sus bancas, su posición, su sueldo y sus privilegios.
Nunca hubo tanto contraste entre el ayer y el hoy; contraste percibido y aprendido por toda la sociedad  que en general, lejos de repudiar tal posición, la ha tomado como suya y trasmitida a las demás generaciones.
Gracias a esta históricamente mediocre clase política, el ideal patriótico de mayo que pasó del pueblo a las manos de los próceres y hombres de estado que amaban a la patria, hoy pasa nuevamente al pueblo. Ya la patria no está en las instituciones, sean éstas políticas, religiosas, militares, educativas, etc. La patria, aunque no lo sepamos, ahora está en nuestras manos. Hoy el pueblo tiene en sus manos, sin saberlo, todo ese patriotismo y argentinidad al que han renunciado los que nos gobiernan.
Otra generación le mostrará a nuestro pueblo el inmenso tesoro que tiene. Y habrá nuevamente otro 25 de mayo, otra revolución y quizás, otra Argentina. Por supuesto no ésta, que es la que nos ha legado la corrupción oficial.

Por último, disculpen si los textos parecen demasiado “nacionalistas” o “fuera de época” pero, ¿cuándo el amor a la Patria y el sano nacionalismo pasó de época?


A mi Bandera
Juan Chassaing

Página eterna de argentina gloria,

melancólica imagen de la patria,
núcleo de inmenso amor desconocido
que en pos de ti me arrastras:
Bajo que cielo flameará tu paño
que no te siga sin cesar mi planta!

Cuando el rugido del cañón anuncia
el día de la gloria en la batalla,
tú, como el ángel de la inmensa muerte,
te agitas y nos llamas!
Allá voy, allá voy sobre las olas;
allá voy, allá voy sobre las pampas,
bajo el cañón del enemigo injusto
a levantarte un trono en su muralla!
Ah, que la sombra de la noche eterna
me nuble para siempre la mirada,
si un día triste te verán mis ojos
huyendo en la batalla!...

Página eterna de argentina gloria,
melancólica imagen de la patria!.

Ofrenda a la patria   
Carlos Octavio Bunge

Por Dios y por mi sangre
te hago ofrenda de mi vida:
Lo que soy y lo que tengo
te lo debo, Patria mía.
Lo que canto y lo que sueño
todo es cáliz de mi vida
ante el ara de tus héroes
te lo brindo, Patria mía.
No me arredan los embates
de la lucha por la vida,
porque sé que la victoria
siempre es tuya , Patria mía.
Y si pierdo en la batalla
los alientos de mi vida,
clamará mi último grito:
Vive y triunfa, Patria mía.
Lo que soy y lo que tengo
te lo debo, Patria mía:
De mi vida te hice ofrenda
¡Usa Patria, de mi vida!
 


Patria
Leopoldo Diaz

Patria es la tierra donde se ha sufrido,
Patria es la tierra donde se ha soñado,
Patria es la tierra donde se ha luchado,
Patria es la tierra donde se ha vencido.

Patria es la selva, es el oscuro nido,
La cruz del cementerio abandonado,
La voz de los clarines, que ha rasgado
Con su flecha de bronce nuestro oído.

Patria es la errante barca del marino,
Que en el enorme piélago sonoro
Deja una blanca estela en el camino.

Y Patria es el airón de la bandera
Que ciñe con relámpagos de oro
El sol, como una virgen cabellera.


La bandera
De “Poemas de carne y hueso”, Francisco Luis Bernárdez

“Éste es el sol y éste es el cielo que en la bandera victoriosa nos hermana
Éste es el sol que une los cuerpos y éste es el cielo cuyo amor une las almas.
Ambos están sobre nosotros para mostrarnos el camino que no engaña.
Y levantarnos de la tierra con la energía de las cosas sobre humanas.
Su luz nos junta en el recuerdo y al mismo tiempo nos congrega en la esperanza.
Mientras su fuego nos domine seremos libres como el vuelo de sus llamas.
Si alguna vez nos dividimos, quiera el Señor que levantemos la mirada.
Y contemplemos en el cielo celeste y blanco la bandera de la patria.
En su virtud encontraremos aquella fuerza que una vez nos hizo falta.
Y volveremos a estar juntos como los hijos bajo el techo de la casa.
...
Esta bandera es la bandera que nos congrega en un solar y en una historia.
Esta es el alma de la patria: su voluntad, su entendimiento y su memoria.
Si algo valemos es por ella, que nos agranda con su fuerza generosa.
Y que, después de agigantarnos, nos da el ejemplo soberano de sus obras.
El elemento en que palpita ya no es el aire, sino el viento de la gloria.
Y el resplandor que la ilumina ya no es el aire, sino el viento de la gloria.
Y el resplandor que la ilumina ya no es el sol, sino del Ser que hizo las cosas.
Su luz del cielo nos alumbra, su sombra de árbol nos ampara y nos convoca.
Mientras vivamos en la tierra, seamos dignos de su luz y de su sombra.
Quisiera el Señor que la sigamos cuando nos llame como ayer a la victoria.
Y, si la muerte no nos deja, que por nosotros nuestros hijos le respondan.”



¡Gloria a la Patria!
Luis J. Giménez

¡Gloria a la Patria! dice en el cielo
la blanca nube;
¡gloria! repiten los roncos mares,
¡Gloria a la Patria!
  
Allá en el campo la blanda espiga,
sobre esmeraldas,
dice a las flores del firmamento:
¡Gloria a la Patria!

Industria y Arte, Progreso y Ciencia
doquiera cantan
Himno estruendoso que dice al mundo
¡Gloria a la Patria!

Que en las escuelas y en los talleres,
en los palacios y en las cabañas,
la voz del pueblo proclame siempre:
¡Gloria a la Patria!


Mi bandera     
Jorge A. Boero

¡Qué hermosa es mi bandera
bandera idolatrada
que ostenta los colores
del cielo: azul y blanca.

De libertad y gloria
inmarcesible página;
¡Oh, lábaro bendito
emblema de la Patria!

Los pueblos oprimidos
del Ecuador al Plata,
tu paso saludaron
con vítores y palmas.

Doquier los argentinos
su enseña desplegaban,
¡huían los tiranos!
¡la libertad triunfaba!

Si un día combatiendo
sucumbo en la batalla,
¡Dios quiera que tu paño
me sirva de mortaja!
¡Qué muerte tan gloriosa,
luchando por la patria!
¡Caer en tu defensa,
bandera idolatrada!


Mariano Moreno 
Concepción de Prat Gay de Constenla

¡Espíritu de Mayo!... ¡Joven! ¡Bravo!
Arraigó su ideal como los robles
y, más que viento arrollador, Moreno
fue el agua inquieta fecundando el suelo.

Lo creyeron rebelde y era justo;
ansiaba libertas y tuvo, fuerte
su gesto fiero, su actitud valiente,
su voz, un rayo que rasgó la noche.

Verbo y acción en él se confundían,
y fue en el templo de su afán sagrado,
lámpara votiva de la patria
cuya luz extinguióse sobre el mar.


¡25 de mayo!  
Martín Coronado

Hijos de Mayo somos.
Saludemos con él nuestro evangelio;
Mayo es una grandeza inmaculada,
Gloria sin ambición, gloria del pueblo.
La libertad fue siempre,
en todas partes, explosión de incendio,
algo como el volcán cuando se desgarra
de la montaña el inflamado seno,
y su paso a través de las edades
con roja luz ha iluminado el cielo.
Sólo en el Plata tuvo
del sol que nace el esplendor sereno,
sólo en el Plata derribó el pasado
con la tranquila majestad el tiempo,
Mayo surgió en la historia
y abrió a la luz los horizontes nuevos,
como el caudal de fecundos ríos
cuando desbordan sobre el cauce estrecho.
Saludemos a Mayo
que es de la libertad gloria y ejemplo,
sin olvidar jamás que a nuestros padres
para ser libres, les bastó quererlo.


A la Patria
 Estanislao del Campo

¡República Argentina! ¡Patria amada!
Tu espléndida corona, matizada
de gayas flores, las naciones ven:
la cariñosa mano de tus bardos
puso rosas, jazmines, violas y nardos,
entre los verdes lauros de tu sien.

Yo no vengo a mezclar con esas flores
de olímpicos perfumes y colores
las silvestres y humildes que aquí ves.
Vengo, Patria gloriosa, solamente
a doblar la rodilla, reverente,
y a deshojar las mías a tus pies.

CERTAMEN LITERARIO 2009 “RAÍCES ITALIANAS”, auspiciado por la ASOCIACIÓN ITALIANA FILANTRÓPICA UNIDA DE BALCARCE

2º Premio: Memorias de un inmigrante.Autor María Elena Alí

Italia, año 1903.
En un pueblito de la provincia de Trápani, Buseto Palizzolo, nació Andrés. Él y sus cinco hermanos eran hijos de humildes campesinos, como otros tantos que poblaban esa región.
No era fácil vivir en esos tiempos, dadas las razones de índole económica, quiebra de industrias y la caída de precios que acentuaron la penosa situación que soportaba la mayoría de los habitantes dedicados a la agricultura.
La familia de Andrés desarrollaba su actividad en un pequeño predio de viñedos, trabajando con desmesurado esfuerzo para poder comercializar sus productos y, por ende, vivir dignamente.
Los años pasaron con apremio y en ese ínfimo pedazo de tierra transcurrió la infancia de Andrés. Tenía sólo doce años de edad, precisamente en el año 1915, cuando en Italia estalló la guerra y dos de sus hermanos mayores formaron parte de ella. El enfrentamiento fue tan grande que llegó a un nivel de violencia y horror desgarrante. Fueron meses y años de muchas penurias para la población civil y especialmente para Andrés que, por su corta edad, no entendía de la injusticia de la guerra y pronto el miedo se apoderó de él vertiginosamente.
Cuando, afortunadamente, todo concluyó, las cuantiosas pérdidas económicas fueron el desencadenante de la pobreza y el hambre para los italianos. Los hermanos de Andrés habían regresado de ese infierno y juntos trabajaron durante años con vehemencia para paliar las dificultades contraídas a causa de la guerra.  Las traumáticas situaciones vividas y los rumores de los posibles enfrentamientos que podrían acontecer nuevamente, obligaron a Andrés a la decisión de irse para América. Pero los sentimientos se debatían en su modesto corazón ya que tendría que dejar a su familia y, posiblemente, no volvería a verlos por el resto de su vida. La duda cundía en él constantemente y sabía que les causaría un gran sufrimiento, pero su partida era inminente. Así, en octubre del año 1927, ante una desgarrante despedida, se dirigió hacia el puerto donde partiría rumbo a Buenos Aires el transatlántico “Principessa Mafalda”.
Fueron horas interminables, cientos de personas esperaban zarpar esa noche. Allí, Andrés conoció a Salvador, un joven italiano que se dirigía a Buenos Aires con quien pronto entablaron un diálogo y decidieron ser compañeros de viaje.
Finalmente, cuando la hora de la partida llegó, los pasajeros comenzaron a subir al transatlántico pero Andrés, al igual que otras tantas personas, no pudo abordar debido a que el pasaje estaba completo, situación que provocó la ira entre la muchedumbre y el desconcierto de Andrés.
Días después zarpó en otra embarcación que también se dirigía a Buenos Aires. El viaje transcurría con cierta calma, hasta que pronto un fatídico rumor generó estupor entre los pasajeros a bordo. El transatlántico “Principessa Mafalda” habría sufrido un desperfecto a pocas millas de llegar al puerto de Buenos Aires y era irremediable su naufragio. Andrés no salía de su asombro. Pensó que Dios o el destino lo acompañaban. Pudo imaginar el horror vivido de aquellos inmigrantes y especialmente en Salvador, sintiéndose impotente por no saber cuál habría sido su suerte.
Pasaron veinte días de la partida y al fin arribó al puerto de Buenos Aires. Atrás habían quedado su viejo terruño, sus leyendas, sus costumbres. Argentina sería el refugio que lo cobijaría hasta el final de sus días.
Pedro era un primo de Andrés que estaba radicado en este país desde hacía algunos años. Ni bien supo de su llegada le brindó su ayuda incondicional, lo cual facilitó a Andrés sobreponerse al dolor que el desarraigo le había causado.
Luego, como buen italiano, se lanzó al trabajo con una pasión fervorosa, se estableció en Balcarce y comenzó a trabajar como empleado rural.
En una de sus salidas al pueblo grande fue su sorpresa cuando vio a Salvador, aquel joven italiano que había conocido en el puerto y que, afortunadamente, había sobrevivido al naufragio del transatlántico “Principessa Mafalda”, destacándose luego como el primer fotógrafo de la plaza Libertad de la ciudad de Balcarce.
Un tiempo después Andrés conoció a Venera con quien, luego de un breve período de noviazgo, se casaron y tuvieron cinco hijos.
El transcurso de su vida fue con tranquilidad y en pocos años pudo adquirir algunas fracciones de campo dedicándose exclusivamente a la agricultura.
Al cabo de los años, como todo inmigrante, sentía nostalgias por regresar a su amada Italia, poder abrazar a algunos de sus hermanos que aún vivían y recorrer junto a ellos las viejas calles que guardaban las anécdotas de su infancia.
Comenzaba el año1971 cuando Andrés proyectaba viajar con su primo a su país natal pero una penosa enfermedad lo abatió, dejando trunca todas sus esperanzas.
En consecuencia, como un juego irónico del destino, su desaparición física ocurrió el 12 de octubre de 1972, juntamente con la conmemoración del Día de la Raza. Coincidentemente, la partida desde su país de origen hacia la provincia de Buenos Aires fue también en el mes de octubre.
De esta manera cierra una de las historias de vida que dejaron nuestros inmigrantes.

CERTAMEN LITERARIO 2009 “RAÍCES ITALIANAS”, auspiciado por la ASOCIACIÓN ITALIANA FILANTRÓPICA UNIDA DE BALCARCE

1º Premio : La vieja. Autor: Juan Carlos Leonetti

Afuera, la nieve caía hacía tres días.
En el hogar, las llamas amarillas consumían los leños, al calor de los cuales la vieja tejía la larga prenda que ya nunca ninguno vestiría. Más, como si fuera una Penélope itálica, tejía con los hilos de sus recuerdos y los hilos de blanca lana una prenda sin formas, como su vida misma.
Dejó las agujas sobre la mesa, acercó sus delgadas manos al fuego y, casi sin querer, miró el sobre con los bordes celeste y blanco que el cartero le había entregado esa mañana: desde una estampilla roja la observaba un general de mirada grave. Dentro, una carta escrita en un idioma mal aprendido y ya casi olvidado y un pasaje para embarcar en Nápoles, en un barco cuyo nombre no entendía.
Posó con dulzura y lentamente sus ojos cansados sobre los cinco cuadros que colgaban en las paredes de la sala: Giuseppe, Luigi, Vincenzo, Francesco, Genaro…
Se volvió despacio hasta la ventana. Los vidrios le devolvían su rostro pálido. ¡El pañuelo negro sobre sus blancos cabellos guardaba tantos lutos y dolores!
Miró la nieve que caía sin pausa, la misma nieve que miraba desde hacía setenta años: entre los árboles vestidos de frío se dibujaban las montañas de la Sila Piccola. Podía oír el ruido de las cascadas del arroyo buscando el lago… Pensó que en el cementerio del pueblo faltaba todavía una cruz.
La oscuridad de la noche la sorprendió así y lentamente, como dueña de todo el tiempo, dirigió sus pasos a la habitación, abrió la vieja cómoda y ató el sobre con la cinta blanca junto a otros sobres color sepia.
Sus finos dedos descorrieron las sábanas blancas de un ajuar bordado para perdurar.
Sintió bajo su cuerpo la blandura del colchón, era el mismo colchón sobre el que había parido cinco dolores, sobre el que había llorado, en su silencio, cinco despedidas… Al costado, su mano acarició una ausencia.
En la oscuridad de la habitación la vela puesta a la Virgen lanzaba sobre las paredes de la estancia curiosas sombras de los objetos adormecidos..., quizá un oscuro barco empujado en lejanos mares por un suspiro de madre.


La Vecchia (versión en Italiano)

Fuori la neve fioccava da tre giorni.
Nel focolare le gialle fiamme rodevano le scheggie al cui calore la vecchia tesseva la lunga maglia che gia mai nessuno vestirebbe, ma qual si fosse una Penélope italica, tesseva con le fila dei suoi ricordi ed i fili della bianca lana, una stoffa senza forma, come la sua stessa vita.
Lascio i ferri sulla tavola, avvicinò le sue dimagrite mani al fuoco e quasi sensa volere, guardò la busta con orli bianchi e cellesti che il postino aveva consegnato stamattina; da un francobollo rosso, la guardava,  un generale dallo sguardo grave. Dentro una lettera scritta in una lingua male imparata e già quasi dimenticata ed un biglietto per imbarcare in Napoli in una nave il cui nome non capiva.
Posò con dolcezza e lentamente i suoi occhi stanchi sui cinque quadri che pendevano sulle pareti della stanza ; Giuseppe, Luigi, Vincenzo, Francesco, Genaro ….
Si rivolsi pian piano fino alla finestra, i vitri gli restituivano il suo pallido viso, il fazzoletto nero sopra i suoi bianchi capelli custudiva tanti luti e dolori!!....
Guardò la neve che cadeva senza pausa, la stessa neve che guardava da settanta anni, tra gli alberi vestiti di fredo si disegnavano le montagne della Sila Piccola, poteva udire il rumore delle cascate del ruscello cercando il lago..., pensò che nel cimitero del paese mancava ancora una croce.
La oscurità della notte la sorpresero così, e lentamente, come padrona di tutto il tempo, dirissi i suoi passi verso la camera, aprì il vecchio cassettone e annodò la busta con il nastro bianco insieme ad altre buste colore seppia.
Le sue fine dita spostavano i lenzuoli bianchi di un corredo ricamato per perdurare.
Sentì sotto il suo corpo la morbidezza del materasso, era lo stesso materasso sul quale aveva partorito i suoi cinque dolori, sul quale aveva pianto, nel suo silenzio, cinque congedi...,  accanto la sua mano accarezzò un'assenza.
Nel buio della abitazione, la candela, presso la Madona, lanciava sulle pareti della stanza curiose ombre dei oggetti addormentati ..., forse una nave oscura spinta su lontani mari da un sospiro di madre.

Un cuento inglés Por Ezequiel Feito

En aquella destemplada tarde de otoño londinense, me encontraba en mi habitación preparándome para escribir un cuento sobre espectros y aparecidos. Estaba sentado frente a mi escritorio recordando aquel viejo cuento de A. Ireland, cuyo título, si mal no recuerdo era “Final para un cuento”, donde había una dama y un fantasma o algo por el estilo.
La cuestión es que, inspirado por aquel escrito, tomé mi pluma mientras afuera, un día brumoso y poco apacible amenazaba con hacer quedar a toda mi familia dentro de casa, en total oposición a la saludable costumbre que venían teniendo desde hace varios años, de pasear juntos por Brook Street y dar una vuelta por los alrededores del Hyde Park, aunque justamente esta tarde esperábamos a nuestro buen tío Kilmore que recién había llegado de la India luego de 20 años de fiel servicio a Su Majestad.
Quizás inspirado por todo eso, de repente comencé a escribir el siguiente relato:
“Estaba mister Sherrinford caminando por los bajo fondos de Temple Pier llevando consigo algún dinero para comprar aquel inapreciable diamante recién sacado de las minas del sur de África.
Llevaba unas excelentes botas de cuero marrón, pantalón de franela gris y un Bunberry color habano, e iba tocándose de trecho en trecho  su sombrero de fieltro cuya banda ostentaba una pluma de perdiz.
Mientras caminaba hacia la salida de un callejón infecto y peligroso, algo pareció perturbarle, aunque no demasiado porque prosiguió su marcha lentamente hasta el fin del tramo; entonces, dobló a la izquierda y, con monótono paso...”
En ese momento sonó mi campanilla. Eran las 5 de la tarde y tenía la impostergable obligación de bajar a tomar el té con el resto de la familia. Dejé, pues, sin concluir la línea, mientras que en el papel, Sherrinford seguía doblando perpetuamente a la izquierda con su paso monótono y yo bajaba pensando en los siguientes movimientos de mi personaje.
Al llegar a la mesa, ocupé mi lugar junto a mi madre y a la tía Wellis, la cual tuvo la impertinencia de preguntarme qué estaba haciendo.
Mi madre, contestando por mí con su gracioso acento galés, le dijo que estaba escribiendo.
- ¿Escribiendo? ¿Qué estás escribiendo, Willis?  dijo mi tía con verdadero interés, llamándome por mi sobrenombre.
- Un cuento-le contesté solemnemente.
- Espero que no lo hayas ambientado en esos bajo fondos del Embarkment. A mí me resultaría muy escandaloso que lo hagas, a pesar de que hoy, en Londres, casi todos los cuentos y novelas empiezan por allí.
- ¡Por supuesto que él no hace esas cosas! terció mi madre antes que pudiese decir algo. El siempre escribe sus cuentos teniendo los hermosos los bosques de Salisbury como fondo y paisaje.
- ¡Faltaría más dijo mi padre- que alguien de nuestra familia escribiera sobre esos escandalosos lugares del puerto, llenos de crímenes y de infamia!
- Yo, en realidad... aún no empecé mentí- Ni siquiera elegí un lugar para mi cuento.
- Y espero que el tema sea el apropiado; ya hay mucha literatura mala en este mundo para que un miembro de nuestra familia, de la honesta familia Kesington, escribiera aún más de ello.
- Todo lo que se escribe debe ser altamente moral sugirió mi tía, a quien la sola mención de Poe la escandalizaba.  Dejemos todo lo demás para nuestros primos del Atlántico.
Terminé mi té y, subiendo a mi cuarto, comencé a reconstruir mi relato:
“Estaba mister Sherrinford caminando por los verdes campos de Salisbury, cerca de unos brezales y algo alejado del camino que llevaba a Reading, llevando consigo algún dinero para comprar aquella casa de la colina. Vestía unas excelentes botas de cuero de búfalo, breeches y gorro de fieltro, cuya banda ostentaba una pluma de perdiz. Cuando iba llegando a un claro del bosque, algo pareció alegrarlo. Con sencilla discreción ocultó varonilmente ese sentimiento y prosiguió su lenta marcha hasta el fin del sendero, el cual daba a un bello camino rural.
Mister Sherrinford dobló hacia la derecha, y con monótono paso...”
De nuevo sonó mi campanilla. Miré el reloj: eran las siete. Exactamente a esa hora y como lo había prometido, llegaba el tío Kilmore y la familia se aprestaba a darle los honores que de rigor le correspondían.
Mi tío se sentó junto a mi padre y comenzó a hablar de la India, llegando a contar, casi ininterrumpidamente y con todo detalle posible, sus diez primeros años de vida en ella.
Nosotros lo escuchábamos apasionadamente, o eso al menos parecía, hasta que no sé por qué circunstancia, mi madre tomó la palabra mientras mi tío bebía su tercer whisky con soda.
- ¿Sabes que Willis está escribiendo un cuento?  dijo orgullosamente-
- Y ambientado en las hermosas tierras de Salisbury  -continuó mi tía.
- Y moral, muy moral, como corresponde a nuestra familia  enfatizó mi padre.
- ¡Muy bien Willis! dijo mi tío saludándome efusivamente. ¡Pero que muy bien! Sólo te pediría un pequeño favor como tío tuyo que soy, y se que no podrás negármelo...
Y sin esperar respuesta continuó:
- ¡Quiero que lo ambientes en la milenaria India; en Madrás; una de las joyas más importantes de la corona y orgullo de nuestras colonias!
- ¡Muy buen punto, Kilmore! dijo mi padre- Pero hijo, acuérdate que sea moral, muy moral.
-Ese cuento, en realidad, sería un acto de patriotismo al reconocer la abnegación de nuestros soldados en colonizar esa tierra y mantenerla bajo el dominio de Su Majestad.
-De seguro encontrarás algún hermoso paisaje en la India donde ambientar tu cuento. Hazlo Willis dijo mi madre.
-¡En Madrás! Recordó mi tío
-Vamos, ve hacia arriba volvió a decir mi madre- y espero que esta conversación haya sido de inspiración para ti.
Me levanté, saludé a los cuatro y subí por segunda vez las escaleras que daban a mi cuarto, sintiendo que los ojos de todos estaban pegados a mi espalda.
Me senté, saqué nuevamente lo que había escrito y suspirando comencé a escribir:
“Estaba mister Sherrinford caminando por las anchas y floridas calles de Madrás, cerca de los coloridos muelles de la costa de Coromandel, llevando algún dinero para comprar aquel oculto libro de sabiduría. Vestía un traje de mezclilla blanco y ...”
Estaba más o menos al fin de mi relato, en la parte aquella de: “entonces siguió derecho, y con monótono paso...” cuando unos violentos campanillazos volvieron a interrumpirme. Me pareció que no había nadie en casa. Seguramente habían salido a dar alguna vuelta con el tío Kilmore, por lo que, bajé las escaleras y abrí la puerta. Ante mí apareció un hombre vestido con unas excelentes botas de cuero marrón, pantalón de franela gris y un Bunberry color habano. Me saludó cortésmente tocándose el ala de su sombrero de fieltro cuya banda ostentaba una pluma de perdiz.
No se por que me pareció conocido. Lo saludé y al preguntarle el motivo de su visita dijo:
- Buenas tardes Willis. Soy mister Sherrinford, creo que usted me conoce. Sí. Ya veo. Por la cara que pone me parece que voy siéndole más conocido. Bueno, no quiero entretenerlo mucho señor mío, pero ¿le parece correcto que un personaje maduro como yo deba pasar por tantos cambios de opinión? ¡Y encima con una salud precaria como la mía, ir de un húmedo muelle en Temple Pier a la fría campiña de Salisbury para luego freírse bajo el sol de Madrás!
Mi estimado cuentista, ¿cree usted que el capricho de la gente - y aún el suyo- debe ser tenido en cuenta a la hora de escribir, maltratando así y sin razón a cualquier personaje con esas idas y vueltas?
No es serio, no señor, lo que usted hace. Para empezar: ¿Por qué lo ambientás en Inglaterra si vivís en la Argentina? ¿Te parece mejor Temple Pier, Salisbury o Madrás que Buenos Aires, Balcarce, La Plata, Necochea o el pueblo donde vivís?
Vos no te das cuenta qué ridículo y torpe es que un inglés o un africano escriba un cuento o una novela ambientado en algún pueblo de la Argentina, posiblemente sacado de alguna enciclopedia, cuya cultura y costumbres desconoce por completo. O que algún funcionario de segunda, o un periodista, un político, un gerente de banco o lo que sea, censurara algo por el simple hecho de que “No le gusta porque para él es algo inmoral o le faltaría una moraleja”
¿Desde cuándo la gente, que cambia según su antojo y conveniencia el concepto y las reglas de la moral, es juez justo de ellas? Además, mírame bien: Mi descripción es pobre; ni siquiera has hecho el esfuerzo de buscarme una vestimenta más o menos adecuada al lugar donde querés que comience a trabajar. Este maldito sombrero me lo hacés llevar a todas partes si ninguna razón... ¡Y vos le llamás a esto escribir! ¿También te creés que los demás piensan que sos una persona culta porque ponés palabras difíciles a tus relatos?
¿Dónde aprendiste a escribir? ¿En una secretaría de cultura o en un taller literario? Hasta mi nombre es ridículo: Sherrinford. ¿También tenés miedo de que tus personajes sean parecidos a aquellas personas que “No se deben mezclar en cosas raras” o tienen el carácter de “intocables”?
Todo esto es ridículo. Me siento maltratado por vos, y por lo tanto, declino el sospechoso honor de pertenecer a tu cuento.
Y tomando su sombrero de fieltro cuya banda ostentaba una pluma de perdiz, se retiró de mi pieza diciéndome:
- “¡Hasta nunca y olvídate de mí!”
Me sentí profundamente desconcertado. Mi personaje principal acababa de abandonar mi obra. ¿qué iba a hacer ahora? ¿Qué escribiría?
Todo lo que tenía en mi mente dependía de él, y al retirarse, toda la obra se venía abajo.
Me senté al borde de la cama completamente desalentado. Una cumbia que a todo volumen salía de un auto no me dejaba pensar. De repente mi vieja abrió la puerta y trayéndome un mate me dijo:
- Nene, vení a tomar unos mates a la cocina, que vinieron los tíos de Berisso. Tu viejo fue a comprar más facturas y ya estará por llegar.
- Sí, desde que lo rajaron de la fábrica está casi al pedo le contesté devolviéndole el mate. Me peino un poco y voy.
Salí de mi pieza. Al pasar delante de la ventana del comedor, vi que por la calle circulaba perezosamente uno que otro auto en esa maldita mañana de domingo. Saludé a mis tíos, quienes trajeron un paquete de masas y recién lo estaban desenvolviendo. En  eso llegó mi viejo con las facturas calentitas, mientras que mi vieja renovaba la cebadura.
-Ah, sí  le contaba mi viejo a tío Pepe- el Fede está escribiendo un, un... cuento. Desde los doce años se le da por eso de escribir poesías y no se que más, ¿no es cierto, Fede?
- Si, pero cositas sencillas, nada más. Me la rebusco nomás.
-Bueno, a ver si nos mostrás algo algún día.
- ¡Pero Luis! ¡Dejalo tranquilo al chico, no lo jodas! ¡Que haga como quiera!
“Como quiera”  repetí yo para adentro mientras iba tomando un mate y comiendo una medialuna. Por la ventana pude ver pasar a un viejo vestido con unas excelentes botas de cuero marrón, pantalón de franela gris y un Bunberry color habano, tocándose de trecho en trecho su sombrero de fieltro cuya banda ostentaba una pluma de perdiz mientras se reía como si hubiera hecho una travesura.

MATSUO BASHO - HAIKU DE LAS 4 ESTACIONES (SELECCIÓN)

El haiku, como la vida Zen, se centra en lo cotidiano y no excluye nada de su campo. Sucede aquí y ahora, sin considerar el antes o el después, y sus temas son la mayoría de las veces indefinibles.
Matsuo Basho (1644-1694) es considerado como el mayor poeta de haiku jamás nacido. Nació y se educó como samurai. 
La poesía de Basho surge de su amor del contacto con la naturaleza. El mismo decía que sin experimentar el frío y el hambre la verdadera poesía era imposible. Su vida estuvo marcada por la pobreza buscada intencionalmente y por las continuas peregrinaciones a lo largo de todo el Japón.
El haiku de Basho es simple y natural. "Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento", decía él mismo.
El haiku original escapa de las trampas del lenguaje discursivo y de las categorías. Se instala en la eternidad absoluta del momento presente. Y este absoluto lo incluye todo, incluso el mundo simbólico del lenguaje limitado
El haiku es intuición pura del aquí y ahora. En esto vemos aún la influencia del Zen. El poeta debe abandonar sus actitudes personales. Debe evitar que su "yo" se interponga entre los objetos y la intuición de los mismos. Así, la vanidad del poeta no debe manifestarse, no debe querer componer un poema impulsado por su ambición. En palabras de Basho: 
“Los versos de algunos poetas están excesivamente elaborados y pierden la naturalidad que procede del corazón. Lo que viene del corazón es bueno, la retórica es innecesaria.” "El valor del haiku es corregir la utilización de las palabras ordinarias. No debemos tratar las cosas descuidadamente. “


Tomando prestada mi casa
de los insectos, me dormí.

Mi sombrero, cubierto
con ipomeas.

No lo olvides:
caminamos por el infierno,
contemplando flores.

Bajo los cerezos
no hay extraños.

Cuando me vaya,
guarda bien mi tumba,
Saltamontes.

Fin de año
y todavía con sombrero
de paja y sandalias.

Un viejo estanque,
se zambulle una rana.
Ruido del agua.

Luna de agosto.
Vagué junto al estanque
toda la noche.

Yo soy un hombre
que se toma su arroz
ante el roble

No lo dudes
también la marea tiene flores
bahía primaveral.

Sólo soy un hombre
comiendo su sopa
ante la flor de asagao.

Noche de primavera
en la sombra del templo
un misterioso devoto.

¿Es primavera?
La colina sin nombre
se ha perdido en la bruma.

Más alto que las alondras
descanso en pleno cielo
en la garganta de la montaña.

Silencio
la voz de la cigarra
penetra las rocas.

Del Este o del Oeste
sobre los campos de arroz
el sonido del viento.

Este u Oeste
la misma tristeza
viento de otoño.

Luna llena de otoño
he vagado toda la noche
alrededor del lago.

Choza pobre
los llantos de un perro
bajo la lluvia nocturna.

Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca

Las ráfagas de invierno
se abisman en los bambúes
y se calman.

La lluvia de invierno cae
sobre el establo
un gallo canta.

Desolación invernal
en un mundo uniforme
el ruido del viento.

Sobre los arrozales
alboroto de ocas salvajes
lluvias frías de invierno.

Brasas bajo la ceniza
sobre el muro
La sombra del invitado.

Casi invierno
a través del chaparrón
la forma de la luna.

Si hablo tengo frío en los labios
viento de otoño.

¿La nieve que cae
es otra este año?

Enfermo durante el viaje
mis sueños
por los páramos yermos.

El árbol quiere la paz
pero el viento
no se la concede.

En la noche sin estrellas
me guía el corazón.

Sentado en el valle
inmensidad más breve
que la tormenta.

La nieve de la cima
piensa que es eterna,
mas sólo es

el sueño del volcán.