domingo, 5 de julio de 2020

Las Lágrimas -.Por Rafael Serrano Ruiz

       
El hombre se encuentra en su madurez. Camina con pasos ligeros y cansinos, escudriñando con la mirada todo lo que va apareciendo en su entorno. Busca en el ruido del sotobosque rumores lejanos, fragancias exóticas de cuando aún sentía. Sus ojos inquietos, no cesan de mirar entre los guijarros los trozos de ramas al borde del camino, las flores ajadas, los capullos brotando a la nueva vida. Todo llama su atención, y en su examen, toma un tiempo que parece eterno. Sus ojos, sus sentidos, miran más allá de lo que tiene al alcance de la mano o encuentra en su camino. En su deambular, llega junto a la orilla de un arroyo, se sienta, pasa un tiempo viendo alejarse las cristalinas aguas y finalmente introduce sus manos abiertas en ellas sintiendo su frialdad, y al sacarlas, salen húmedas pero vacías, entonces su sonrisa insinúa el conocimiento de un porqué, del tiempo, de los sueños, de la vida…. Después de un tiempo que le parece eterno, se incorpora nuevamente, siente penetrar en su interior los cantos de los pájaros y su vista se pierde siguiendo el caminar de las nubes en la dirección del viento, como si éste pudiera llevar su espíritu más allá de las montañas. Así pasan los días. Sale temprano por la mañana y vuelve cuando se encuentra cansado y hambriento, recorriendo los mismos caminos, realizando los mismos ritos, los mismos gestos, sin advertirlo, uno y otro día.
Hace ya muchos años que una parte de él se encuentra lejos. No sabe dónde. Simplemente se fue. Se siente incompleto. Intenta localizar esa parte de su ser que al fin y al cabo es suya y la necesita. Así, en ese estado, le es muy difícil seguir viviendo, puesto que la percepción de las cosas le resulta incompleta, lo que le hace sentirse inmensamente triste. Piensa que si llegara a comprender de nuevo la belleza de una melena ondulada por el viento, o sentirse en armonía con el murmullo de las aguas del arroyo o sonreír contemplando el vuelo de los pájaros, entonces podrá recuperar lo que ha perdido, y por eso, se esfuerza buscando en todo lo que la naturaleza le brinda como portador de armonía. Busca en los bosques, los caminos, los libros, los pueblos, las ciudades, todo en vano.
Un día, en una maravillosa mañana, llena de luz, donde el espacio parece cristalino, donde la naturaleza brilla en todo su esplendor, donde la vegetación y los juegos de las aves, gritan a los vientos la fuerza de la vida. El hombre, agotado y vencido por la naturaleza, toma asiento en una piedra al borde del camino, desesperado por su impotente búsqueda, exhala un profundo suspiro y rompe a llorar. Sus lágrimas, no llegan al suelo. La brisa y el calor las transforman en ligera humedad ambiental que asciende rápidamente al cielo hasta llegar a una distancia muy alta, más altas que los árboles, más altas que el vuelo de las águilas, más alta que el vuelo de las máquinas de los hombres, donde se reúnen con otras partículas acuosas, y sin un respiro, son de nuevo arrastradas por un fuerte y frío viento horizontal, dando miles de tumbos, turbulencias, ascensiones y depresiones, hasta llegar junto a una inmensa nube blanca que las acoge en su seno. Poco a poco la velocidad del viento va aumentando y el frio también, tanto, que cuando el sol decide acostarse, la nube toma colores más oscuros, pasando del rojizo al gris oscuro y así, muy lejos del lugar de origen les sorprende el amanecer. Cuando las lágrimas despiertan, se ven inmersas en otras nubes más oscuras, más densas. Hay fuertes tensiones en el interior de la gran nube, y las lágrimas se sienten de nuevo más pesadas, todo empieza a agitarse de nuevo. Se ha producido un gran remolino forzado por inmensos poderes desencadenados que las lanzan de un lado para otro, desplazándolas con inmensa fuerza, intentando separarlas dentro del caos en el que han sucumbido, cuando se produce un inmenso resplandor, seguido de un ruido atronador e inmediatamente después sienten como se precipitan en el vacío. La mujer camina deprisa por las calles, esquivando coches y rostros desconocidos lo más rápida que puede. Mira al cielo y ve como éste, cada vez se pone más oscuro, anunciando una tormenta que descargará de un momento a otro. Esa mañana, al salir de casa no puede sospechar cómo va a cambiar el tiempo, y por tanto no lleva nada para protegerse de la lluvia pero piensa que esos cambios climáticos son cosa muy frecuente en la época del año en la que se encuentra y si no llega pronto a casa, tendrá que cobijarse en cualquier lugar, con lo que llegará más tarde de lo habitual, claro que en realidad tampoco tiene demasiada importancia, puesto que nadie está esperándola, lo cual no deja de ser un inconveniente que rompe su rutina habitual.
Hace ya algún tiempo que ella no espera demasiadas cosas de la vida. Se encuentra en plena madurez y el destino le ha deparado no tener más compañía que sus hijos, ya mayores, algunos familiares y varias amistades que intenta cultivar con gran delicadeza y esmero por su parte, no por miedo a una posible soledad en la cual se encuentra bien, sino por mantener ese cauce que nos hace compartir las caricias de la charla, y llenar los recuerdos de bellos momentos, que son parte del alimento del alma. En algunos momentos, no solamente cuando refugiada en su intimidad, cree ser dueña de sus pensamientos, pero algunas veces, sin quererlo, aparece ese recuerdo…, unas veces, frágil y ligero, otras, intenso y duradero, pero con cierta continuidad, de aquel tiempo, cuando jugando a ser “María Sara” encontró a su “Raimundo Silva”. Pero los caminos de la vida, marcaron otra cosa, no quedando con el paso los años más que un sentimiento muy dulce oculto entre los pliegues del tiempo.
El cielo se ilumina con la intensa luz de un relámpago y un ruido atronador llena el espacio por unos segundos, al tiempo que unas ráfagas de viento, portan las primeras gotas de lluvia. La mujer acelera el paso, buscando el refugio salvador no pudiendo evitar que el fuerte chaparrón, empape sus cabellos, resbalando por sus sedosas mejillas y llegar hasta la comisura de sus bien formados labios, donde se diluyen en un acto supremo. En ese momento miles de ideas turban su mente durante unos instantes al apreciar una delicada sensación salina en su boca, pero dos dominan sobre las demás, el nombre de Raimundo y una inmensa felicidad interior.
El hombre, en su muy lejana soledad, continúa su velar. De vez en cuando se le cierran los ojos y en esos momentos le abruman miles de imágenes, ora ciertas, ora inventadas. Su cabeza cae doblada por efecto de la somnolencia y sobresaltado por el brusco movimiento, retoma la conciencia. Así duerme, a retazos de la vida, a expensas de la fantasía, a la captura del tiempo, en el que no se sabe si es locura o loca cordura. En estos vaivenes entre la vigilia y el sueño vive junto a la imagen de ella. De pronto sin saber de dónde viene, siente una dulce brisa. No hay viento, no hay puertas o ventanas que dejan paso algún tipo de corriente, pero la sensación le llega plena, profunda, y penetra en él.
Desde hacía mucho tiempo no se siente tan bien y notando cada vez más fuerte el peso de sus párpados, se deja llevar de ese bienestar. Poco a poco pierde la conciencia, siente con una extraña esperanza que ella le recuerda, que es feliz y que mañana será otro día.