sábado, 25 de noviembre de 2017

“Contate un Cuento X” Ganadora de la Categoría C: Agonía - Por Ana Josefina Blanco Alumna de 5º año de E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

    Mis piernas temblaban, mi corazón iba a mil por hora, mi cabeza era un caos total y mi cuerpo ya no respondía a mis órdenes. Eso es todo lo que recuerdo después de ese evento desastroso que me desarmó completamente.
   Todavía recuerdo sus manos sobre mí, su voz gruesa y asquerosa, sus toscos movimientos y la forma en que me decía que me callara, que era una llorona y que no me estaba haciendo nada. Sus dedos puntiagudos como navajas me desnudaban y mi ropa caía rápidamente sobre la alfombra de aquel motel. Cegando todos mis sentidos entró en mí dejando paralizada mi alma y lastimado mi cuerpo. Tirones, empujones, movimientos torpes, destrozándome por fuera y por dentro, sin una pizca de misericordia o amor.
    Todo sucedió tan rápido y a la vez tan lento. Sentía los latidos de mi corazón agitados, pero mi cuerpo no tenía más fuerza de la que ya me proporcionaba y caí.
No sé cómo quedé inconsciente. Cuando desperté él ya no estaba. Me tambaleaba de un lado a otro sin entender qué había pasado, qué me había pasado. Había sangre por todos lados y un olor pestilente y amargo que no salía de la habitación y ni siquiera de 
     Salí de la habitación tropezándome con el mini bar al lado de la puerta. Corrí hasta respirar un aire no tan puro en el exterior. Desorientada, caminaba por la calle medio desnuda, helada, descalza y sintiendo que me iba a caer a pedazos. Nadie me miraba, pasaban sobre mí como zombis, sin registrarme, como si no les importara que yo estuviera semidesnuda, pensando que era una prostituta solamente… Sin rumbo caminé y caminé contemplando el mundo oscuro y frio en el que me encontraba, preguntándome por qué había pasado eso y por qué a nadie parecía importarle.
    No sé cuánto tiempo había pasado, perdí el sentido de la orientación ni bien llegué a ese hotel. Me preguntaba qué diría mi familia, cómo lo tomarían y qué harían conmigo.
Mientras pensaba y pensaba entré a un café y me senté, aunque nadie pareció notarme otra vez. Me quedé dormida unos minutos, exhausta de todo lo que había pasado pero volví a mi camino de nuevo, un poco más lucida y con la necesidad de llegar a casa.
   Vi como el sol aparecía en la gran ciudad y con esa luz esperanzadora todo se vio más claro. Llegué hasta la comisaria Nº 23 que estaba muy cerca de mi barrio, pero no me atreví a entrar por miedo a que me culparan por algo que no había ocasionado.
Llegué a casa, seguro eran las 6am debido al suave sol de mañana por lo que decidí dormir y cuando mis papás se despertaran les explicaría todo, por más vergüenza que tuviera. Al despertarme ya era mediodía y mis padres estaban en casa. Cuando subí a su habitación estaba mi mamá acostada llorando desconsoladamente. Supuse que era porque no me había visto así que me dirigí hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas, pero ella seguía llorando. Intenté calmarla hablándole, pero no me respondía. La miré con atención durante un momento, la examiné, encorvada con su melena negra desordenada y sus ojos rojos  cansados de llorar. La cama desordenada y el televisor prendido. pero a muy bajo volumen.
   De repente se me vino a la mente Andrea, mi hermana, y desee por todo lo que hay en el mundo que no le hubiera pasado nada allá en Cuba.
   Buscando respuestas bajé al estudio y vi a papá. Le pregunté qué pasaba, pero no dio indicios de escucharme; me acerqué más y lo vi que hablaba por el celular. Esperé y esperé… no terminaba nunca. Su voz era ronca, cansada, como si se hubiera desvelado toda esa madrugada de domingo.
   Sonó el timbre. Abrí y vi a Andrea frente a frente con la misma tristeza hundida en el alma, al igual que mamá. La abracé y sentí como se deslizaba mi cuerpo sobre el de ella, sin tocarlo y sin causar una mínima arruga en su ropa.
   Y ahí fue cuando empecé a sospechar. Corrí por toda la casa desesperada, buscando alguna señal, algo con que pudiera entender la situación. Pero nada. Salí al patio a ver a Doggie.Ni bien lo llamé me miró y huyó, con miedo, como si no me reconociera, como si no fuera yo.Entré por la puerta trasera de casa y me topé de repente con el espejo gigante que se encontraba en el pasillo de la sala. Mis pelos despeinados y llenos de barro, mis labios tapados con cinta, uno de mis ojos morados y una mejilla cortada. Mi remera sucia con barro también, mis manos y piernas atadas con precintos. Sin pantalones, sin dignidad, sin vida. Intenté entender. Fui con mamá otra vez, la abracé, le grité cuánto la amaba y nada. Entró Andrea y al verla lo supe. El noticiero de la una me lo confirmó. Estaba muerta.
    Caí sobre mis rodillas preguntándome ¿Por qué a mí?, ¿Por qué esto? ¿Qué hice? Todas estas preguntas se me cruzaron por la cabeza, pero ya era tarde, ya estaba sin vida, sin sangre que corriera por mis venas, sin oxígeno que llenaran mis pulmones y sin sueños que habitaran mi cabeza. Ya no había futuro para mí, solo oscuridad, una oscuridad desconocida de la cual no podía ser protegida ni salvada. Navegando en este mundo de los vivos sin ser uno de ellos, pero tampoco sin ser uno de los muertos, confundida en un limbo de tiempo y espacio.
 Y así terminé.
Es el día de hoy que veo a mis papás en mi tumba, hablándome aunque no estoy ahí. Mi lápida lleva un montón de placas de todos los que me amaban. Lo que más me duele es que no voy a poder vivir lo que era para mí, nunca voy a poder estudiar abogacía, nunca voy a poder juntarme con mis amigas de nuevo o  ir  a un asado familiar y nunca voy a poder volver a rozar los labios de Martín otra vez. Me destrozó la vida esto, y destrozó la de las personas de mi entorno. Además veo a mi asesino en las calles, impune a lo que hizo, a lo que me hizo. Y eso me da rabia. Una más sin contar, una más enterrada y una más asesinada. Sin voz y sin justicia.

Concurso Literario Narrativo “Contate un Cuento X” - Ganadora de la Categoría A: Perfume a lavanda - por Aixa Vilicich Alumna de 1º año del Colegio Santa Rosa de Lima

             Noah observó como las gotas de lluvia mañanera se deslizaban por la ventana del salón hasta llegar al marco. Dirigió su mirada deseando que hubiera algo más que podría usar de excusa para no prestar atención a lo  que estuviera diciendo el profesor de historia. Miró el piso, la pared, sus manos y el árbol que se podía ver por la ventana.
Finalmente, cansado, observó el reloj que estaba colgado arriba de la puerta. Todavía faltaban dos horas de historia. Dos horas de escuchar como el profesor hablaba sobre la revolución rusa. Dos horas de entretenerse con sus pensamientos. Dos horas sin saber qué hacer hasta que vio a la linda y rara chica de ojos color esmeralda que lo tenía curioso desde el principio del año, Sabrina.
   Se vestía con sweaters con patrones que hacían que su piel pálida se destacara como si fuera la luna en una noche despejada. Usaba jeans con detalles pequeños como una flor en el bolsillo o unas manchas de tempera seca.  Le gustaba verla en las mañanas con su trenza desprolija y sus zapatos rojos. No importaba que se pusiera, ella siempre usaba zapatos rojos,  pero no duraban mucho en sus pies, ya que cuando perdía el interés en la clase tomaba un libro y se sacaba los zapatos, quedando descalza con los pies apoyados en el banco de adelante que siempre estaba.
   Se dedicó a mirarla por el resto de la hora. Veía como movía su cabeza de un lado al otro mientras, con los pies descalzos en el banco vacío que estaba enfrente de ella, se sumergía cada minuto más en un libro de hojas amarillentas.
   Había algo en aquella jovencita que ni él sabía, algo que no lo dejaba sacar la mirada de ella, algo que le daba demasiada curiosidad. Sabrina se iba a la biblioteca de enfrente de la escuela todos los días, pero lo que más lo confundía a Noah era que los viernes se iba desesperada, como si estuviera obligada a llegar a la biblioteca y no había señal de ella hasta el lunes. El resto de la semana se iba calmada pero el viernes era como si fuera un fantasma. No la notabas en clase y se quedaba toda la hora viendo el reloj. No entendía qué hacía cuatro horas en la biblioteca. “Está leyendo. Es obvio”, pensaba Noah, pero la había tratado de seguir varias veces y lo único que hacía era esfumarse antes de que él le pudiera dirigir la palabra.
La seguía y a la vuelta del estante lleno de libros antiguos, ella desaparecía como si nunca hubiera existido. Y luego salía con un fuerte perfume a lavanda y una expresión de melancolía que se podía notar a kilómetros de distancia.
   Esa mañana era viernes, sin embargo Sabrina no parecía apurada y menos preocupada. Noah pudo ver como una pequeña lágrima rebelde se le escapaba  y antes de que pudiera seguir trazando su camino por la cara de esta, subió su mano y la seco con su sweater de rayas azules.
   Noah se preguntó el porqué de esa tristeza poco vista en Sabrina, no obstante antes de que pudiera seguir creando teorías poco probables, el timbre de salida sonó retumbando en todo el salón. Guardó todas sus cosas y decidió ver si Sabrina ya se había ido y en efecto, lo había hecho. Salió inmediatamente por el pasillo. Vio cómo su compañera se acomodaba un gorro de lana azul marino en el umbral de la puerta. Noah trató de apresurarse, pero la chica ya estaba cruzando la calle para ingresar a la vieja biblioteca.  Entró él también y tal como pensó, ella ya no estaba. Solo había un rastro de perfume a lavanda que ella usaba todos los días.
   Entre otro y muchos suspiros desesperanzados, dio unas cuantas vueltas por la cálida biblioteca. Era el comienzo del invierno y hacia demasiado frio. La biblioteca tenía un calor natural como si te estuviera esperando todo el día para que te des un descanso del cruel frío que te estaba esperando afuera. Fue hacia la sección de libros antiguos y ahí estaba, buscando frenéticamente algún libro en particular. Noah miró como las manos de la chica pasaban desesperadamente por las tapas de estas, esperando encontrar algo en especial. Sin aviso, Sabrina se dio vuelta para mirar a Noah. Tenía los ojos como cataratas. Las lágrimas no dejaban de inundar sus ojos verdes..
   Noah dudó en irse o quedarse,  pero no le dio tiempo a decidir ya que  estaba llorando en su hombro mientras sus brazos se colgaron de Noah como si fuera lo último del mundo. Sabrina lo estaba abrazando con una cantidad inimaginable de, tal vez, melancolía mezclada con amor o, tal vez, desesperanza combinada con soledad. Noah no podía distinguirlo. Luego de unos cómodos minutos, Sabrina se separó de Noah pero los dos sabían que si fuera por los dos podrían estar así toda la tarde. Noah se tomó unos segundo para apreciar el perfume de lavanda que había quedado impregnado en su campera.
- Lo siento mucho Noah - dijo en un susurro que apenas llegó a oír Noah.
- No tienes de que disculparte. Todos tenemos días malos.” - respondió también en un susurro. Sabrina solo le devolvió una sonrisa apagada. Y así se quedaron, los dos en el piso del estrecho pasillo de esa sección.
- ¿Por qué llorabas? -  preguntó sincero.
- Porque el invierno está comenzando… Porque hasta la flor más bonita se congela” -dijo suspirando.
- Pero ¿eso no es lo que todas las flores hacen?
- Hay algunas que le gustaría saber cómo es vivir debajo de una nevada liviana.
Con eso Sabrina se levantó pesada, como si le costara levantarse. Noah la siguió, sin saber a dónde iban. Pararon por la sección de libros viejos con páginas amarillas que tanto le gustaban a Sabrina. Tomó un libro de tapa blanca y sonrió con tristeza. Noah no habló,  solo dejó que ella hiciera lo suyo.
- Me tengo que ir Noah… Voy a  extrañar sentir tu mirada, la lluvia en la ventana, mis pies descalzos, la gente abrazándose, la biblioteca tan cálida como siempre, los libros viejos, como el profesor sonríe cuando respondemos una pregunta exactamente como él quiere, como las nubes ocultan el sol pero aun así hay gente que les gusta un día gris. Los pequeños detalles -  aseguró mientras hojeaba el libro y se detuvo en la página veintiocho.
- ¿A dónde te vas a ir?-  preguntó con tristeza en su tono.
- A casa - y con eso, Noah escuchó un ruido detrás de él. Giró su cabeza, pero no había nada asique dirigió sus ojos azules a Sabrina y  ella no estaba. Solo había un libro en el suelo de color lavanda. Observó a ambos  lados para ver si había alguna señal de ella,  sin embargo, no vio absolutamente nada. Recogió el libro del piso y lo abrió en la página que estaba ligeramente doblada. Era un libro de poemas. El autor era anónimo y estaba dividido en cuatro partes. Verano, otoño, invierno y primavera. La página veintiocho estaba en el final de invierno con un fuerte perfume a lavanda y Noah se sorprendió al ver un dibujo exacto de Sabrina. Y debajo decía:
  “Por qué hasta la flor más bonita se congela… Por qué hasta una lavanda de verano quiere vivir debajo de una nevada”

sábado, 18 de noviembre de 2017

“Contate un Cuento X” Ganadora de la Categoría B (jóvenes de 14 y 15 años): Desde la ventana - Por Anna Oguetta Alumna de 2º año de la E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

             Yo vivía en la planta baja del edificio frente al suyo. Todas las tardes veía, desde mi pequeño departamento, cómo ella saludaba a sus padres amablemente con la mano. Mientras la observaba, intentaba adivinar qué les estaría diciendo. Cuando su madre y su padre salían, ella arrastraba una silla hasta la ventana. A veces ni se molestaba por la silla, solo se sentaba en el piso. Mientras tanto, yo me dedicaba a mirar desde mi ventana; ese era mi único entretenimiento. Y, al parecer, el de ella también.
    No me había resultado raro que no hiciera nada salvo sentarse frente a la ventana a mirar hacia afuera. Su comportamiento me parecía normal, hasta que noté que frecuentemente tomaba cierto medicamento que me resultaba curiosamente familiar. Recordé que en el botiquín del baño de mi departamento había un frasco muy parecido al que ella tenía. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que, tal vez, algo andaba mal. Empecé a prestarle más atención a sus acciones y pronto descubrí cosas que antes no había notado. Advertí que miraba por encima de su hombro aunque no hubiese nada y se movía inquieta en su silla cada vez más seguido.
    Decidí investigar su caso, por lo que fui a la biblioteca. Procuré hacerlo mientras mi madre trabajaba, pues no quería que se enterara, se preocuparía demasiado. Me perdí en el camino, pero llegué sano y salvo. Le pedí ayuda a la bibliotecaria ya que no creía poder hacerlo solo. Al principio no me pareció una mujer agradable, pero terminó siendo simpática. Me explicó que los síntomas que notaba en mi vecina de enfrente eran de una enfermedad llamada esquizofrenia. Dijo que debía contarle a alguien, a algún familiar. Negué y me fui enojado. Me pareció absurdo que pudiera llegar a estar enferma si se veía tan normal. Pero después, ya en mi casa, me puse a pensar. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Tal vez para eso eran aquellas medicinas…
    A partir de ese día no la vi más. Su canasto de juguetes seguía allí, junto a la ventana, pero ella no. Un día, cuando mi madre llegó de trabajar, me animé a hablarle acerca del asunto. Me fue raro contarle toda la historia, pues solo la sabía aquella bibliotecaria a la que había acudido por ayuda. A medida que avanzaba la historia, mi madre comenzaba a preocuparse. Al finalizar el relato, su expresión cambió. Con aire calmo y comprensivo me explicó que la pareja que vivía en el departamento que yo siempre observaba nunca había tenido hijos. Luego, acariciándome la mano, me preguntó si ya había tomado mi medicina del botiquín del baño.

Concurso Literario Narrativo “Contate un Cuento X” - Ganador de la Categoría D (adultos): El Instrumento Por Manuel Cedeño - Venezuela

            En las primeras líneas del reportaje que estoy leyendo dice: “El psiquiatra José Andrade Muñoz apareció muerto en su Mercedes Benz dorado E-240. No llegó antenoche a su casa y ayer a las 06:03am el vigilante del estacionamiento de la clínica donde trabajaba reportó a las autoridades el hallazgo del cuerpo. Un disparo a quemarropa en el pómulo derecho con trayectoria transversal ascendente le segó la vida”.
   Era mi psiquiatra. Llevo conmigo cinco periódicos donde aparece la noticia en primera plana. No puedo esperar a llegar a casa para leer y prosigo con la lectura mientras me dirijo caminando a mi edificio dos cuadras abajo.
“No es sicariato, en cuyo caso el disparo hubiese sido en la frente o el corazón, se denota más bien falta de pericia aunque premeditación. Tampoco se llevaron ninguno de sus efectos personales: reloj, efectivo de bolsillo, tarjetas de crédito… todo estaba con él. No parece un crimen pasional pues se trata de un solo disparo y en los crímenes pasionales hay saña. Sin embargo hasta ahora no se descarta ninguna hipótesis. El arma que se usó fue una pequeña y liviana Glock 9 milímetros”, cierra el reportaje.
   Llego a casa, leo con atención la misma noticia en los otros periódicos buscando indicios. Enciendo mi laptop, las redes sociales, con el devenir de las horas, han convertido el suceso en un escándalo y la prensa amarillista teje sin parar una y mil historias que publican en su versión digital, previa a la de papel y que difunden en enlaces por Twitter y artículos de Facebook: enredos de faldas, cobradores insatisfechos, homosexualidad y hasta un extraño y complicado suicidio. Estoy segura de que inventan esas historias con la finalidad de vender más periódicos y  ganar seguidores en twitter porque se nota que nadie tiene idea de quién ni por qué razón podría haber matado a este renombrado profesional de la salud mental.
   Me mantengo actualizada por twitter y WhatsAp. Mi primo, el que me dio mi primer beso y quien ahora es casado y trabaja en homicidios del CICPC, me dijo que la policía hasta ahora no había detectado enemigos, amantes celosas, cobradores insatisfechos, ni seguros por pagar a viuda,  ni herederos.
  El Dr. Andrade desde hace veintiún años llegaba a su consultorio religiosamente a las 7 de la mañana y se retiraba a las 6 de la tarde. Sus pacientes lo respetábamos y se llevaba bien con sus empleadas; no tenía problemas conyugales y según los testimonios recabados era hasta buen vecino. Su esposa lo califica como excelente esposo y mejor padre; sus hijos como buen papá y mejor esposo; y sus padres y hermanos como un hombre trabajador, honrado y muy inteligente.
  Voy al funeral. Se hace en una de las capillas del Cementerio del Este, huele a incienso y a flores. Todos vinieron. Faltan pocas horas para el entierro. Esperamos al cura. Hay una cola para ver al galeno por última vez. Es mi turno. Igual que otras mujeres no puedo resistirme cuando lo veo en su ataúd, me estremezco toda y mis ojos se hacen agua.
   La prensa escrita y la televisión nacional e internacional están haciéndonos algunas entrevistas a los asistentes. Aquí estamos decenas de pacientes, casi todas mujeres; sus huérfanos: dos preadolescentes rubios y larguiruchos, lucen desconsolados; la viuda, con sus gafas oscuras y una sombrilla negra cerrada pidiendo justicia y quejándose de la inseguridad del país; sus últimos compañeros de trabajo y otros que alguna vez trabajaron con él; ex compañeros de clase tal vez buscando un poco de fama; quizás alguna que otra ex amante o novia y evidentemente muchos curiosos, todos estamos aquí.
   La cadena colombiana Caracol me aborda en vivo, como lo acaba de hacer con algunas otras pacientes. Me pongo nerviosa, tengo el maquillaje corrido por las lágrimas, pero salir en tv me emociona y me armo de valor. Les digo la verdad usando más o menos las mismas palabras que acaban de usar las otras mujeres entrevistadas: el Dr. Andrade era un hombre abnegado, respetuoso, metódico y honesto, nunca se propasó conmigo ni, hasta donde yo sé, con ninguna otra paciente, y no conozco que tuviese enemigos.
    Llego a casa con los pies cansados de los tacones, con el corazón arrugado por el dolor de los deudos y con la garganta quemada por la sal de las lágrimas. Sigo llorando por los huérfanos, y aunque no lo crean, también por la “socialité” de la esposa que tal vez ahora tendrá que trabajar, porque a pesar de ser una mujer frívola y vacía, no merece que a su esposo lo hayan asesinado. No me gustan las injusticias.
   Mientras me ducho veo el agua escabullirse por el albañal y medito en los rostros que vi en el velorio: los hijos, la viuda, los galenos, y muchas mujeres. Entonces caigo en cuenta de que no estoy sola. Varias de ellas, sus pacientes seguramente, a pesar de las lágrimas, dejaron traslucir un casi imperceptible destello de alivio, pero no del alivio egoísta que se siente cuando se deja de percibir un daño o incomodidad y una se siente aliviada, sino la expresión de alivio humano que sientes cuando sabes que otros no sufrirán lo que tú sufriste. No he hablado con ninguna de esas pacientes, pero ese destello que vi me dice que no soy la única en quien el Dr. Andrade abrió procesos dolorosos que luego no cerró y que en mi caso personal me dejaron en un estado crítico del cual salí con mucha dificultad meses después.
    No digo que el Dr. Andrade haya planificado empujarme al divorcio, al abandono de mi empleo y al intento de suicidio, no. Tenía buenas intenciones conmigo, como estoy segura las tenía también con todas esas pacientes en quienes vi ese destello de alivio humano. Por eso fue injusto su asesinato. Pero más allá de sus buenas intenciones, él me hizo ver toda la maldad que hay dentro de mi alma, lo mala mujer que soy, la bitch que vive en mí. El Dr. Andrade me puso un espejo enfrente, me hizo enfrentar con mi perra interna y dejó a mi niña interior desolada. Me hizo entender que la culpa no es de los demás como yo pensaba, ¡es mía! Y fue esa culpa la que me llevó al oscuro hueco de la depresión severa y al borde del suicidio de donde me salvé milagrosamente.
   Sigo llorando. A veces es necesaria una injusticia para evitar otra mayor, fue lo que pasó con Jesús quien dio su vida para que nosotros salváramos la nuestra. Por eso ya no lloro por la viuda ni por los huérfanos, ni por los matrimonios rotos, ni por las que nos quedamos sin trabajo porque él nos sumió en la depresión; ni por los intentos de suicidio de todas las mujeres a quienes nos intentó ayudar. No. Ahora lloro de agradecimiento con el universo por haberme escogido a mí y dado la valentía y el coraje de librar al mundo de los errores que ese señor iba a cometer en todos los años que tenía por delante.
   Me termino de duchar. Mientras me seco, me veo al espejo y detecto en mi rostro el mismo destello de alivio humano que vi en el funeral en todas esas mujeres guerreras que sobrevivieron a sus buenas intenciones. No estoy sola. Todas matamos al Dr. Andrade. Yo solo fui el instrumento

sábado, 11 de noviembre de 2017

DESTINO Por César Bruto

Bervo de 3 sílaba, indicativo de la suerte que tiene cada cual en su vida, o sea su destinO, y nadie ni nadies puede vibir sin tener un destinO que lo empuge, a meno que sea un tarado o que no tenga respeto por la jente ni un poco de bergüenza. Un perrO, por egenplo, con ser perrO y todo tiene su destinO, pudiendo ser mimado y bien comido con buenos patrones, o ser un perrO flaco de hambre, pulguientoso y acabar su carrera en la salA de los condenadoS de muertE de la perrera, adonde me contó mi tío aquileZ que lleban a esos pobres angelito y los hasen oler un humo venenoso que les perfora los 2 pulmón, dejándoselos como esas camisetas viejas llenas de augero que mi vieja guarda para coserlas una arriba de otra, hasiendo de 2 camiseta rota una sana. Yo mismo, aunque no paresca, tengo el destinO de haberme venido periodista, contra la boluntá de mi viejo, que ya desde chico quería más bien mandarme a que le ayude a mi padrino en la feria, lo cual, a la final me parese quera mejor, porque adentro de la feria, entre rifle y rafla uno se puede haser una buena diaria, endemientras quen el diariO siempre lo andan mandando de una parte a otra, escribir aserca de todos los trópicos, barrer la escalerA, salir de viagE o sea de que a la larga uno se cansa para que un buen senior leptor se dea el gusto de ler todo el esfuerzo ese gastando meno de 20 sentavo y todavía le queda despué el diario para enbolver algún paquete o benderlo a tanto el quilo, como hase mi vieja con los papel viejo, las botellas vacías, los trapos rotos y las latas de aseite, porque haora todo se conpra ques lo mismo y no como antes de la guerrA del 14 que cuenta mi viejo que la vida estaba barata y cualquier padre se podía dar el gusto de tener veinte o 30 hijos todos bien comidos y con un ofisio para trabajar de grandes y traer la plata en casa pero haora la jente no seanima a cargar con más de dos o 3 o sea que si tiene la mala suerte de que le salgan fiacunes o de mala cabesa la casa se viene al suelo y ya nadies la puede lebantar lo cual no pasaba teniendo muchos hijos, primero porque en la cantidá se gana siempre y segundo porque teniendo 30 hijos, por egenplo, no inportaba que cuatro o 5 salieran ladrones, dos o 3 criminales y seis o 7 favoritos de la milongA; con el resto siempre había para parar la olla y a la larga todo se arregla cuando hay buena voluntá y algún abogado amigo que des una mano cuando llega la ocasión.

¿Te acordás el día que dejaste de ser chiquito? Por Héctor Fuentes

Estábamos tomando sol en la pileta, y mi hijo Joaquín, de tan sólo cuatro años, me sorprendió con esta pregunta:
Papá: ¿vos te acordás el día que dejaste de ser chiquito? Me lo quedé mirando. Al instante sonreí. Me repuse en silencio mientras un sinnúmero de imágenes pasaban por mi mente. No recordaba cuál era el día que había dejado de ser chiquito, pero en cambio sí podía contarle lo que significó para mí alguna vez haber sido un niño.
Entonces le dije: Recuerdo que yo era chiquito cuando llegaba fin de año y mi viejo me regalaba el  “Patoruzú de oro”. Era pequeño cuando miraba por televisión "Los Tres Chiflados" y a "Hijitus", acompañado por una taza de mate cocido. Era un niño cuando mi tía me sorprendió una mañana regalándome una gomera. Cuando mi casa de Ensenada se atestaba de mosquitos y debíamos prender un espiral. Ese olor es mi infancia. Y esa casa creo que la encontré el otro día en un sueño. Era un simple pibe cuando daba la vida por un partido de fútbol. Cuando jugaba a la bolita a tres quemas. Cuando juntaba figuritas y cambiaba el álbum lleno por una pelota de cuero número cinco.
Cuando una vez me subí solo al tren que pasaba a tres cuadras de mi casa. Cuando fui por primera vez al cine a ver una película de Bruce Lee. Cuando sentía galopar la alegría en un caballito de madera.
Pero vos me habías preguntado qué día había dejado de ser chiquito. Entonces te miro y pienso: ¿Cuándo se deja de ser chiquito? ¿cuándo empezamos a mirar el noticiero? ¿Cuándo preguntamos qué cosa es la economía? ¿Cuándo renovamos el documento? ¿Cuándo nos quedamos solos y elegimos por primera vez una canción? ¿Cuándo por fin nos sale el nudo de la corbata?
Claro, vos te reís de todas estas cosas que te digo. Entonces te miro y pienso: ¿no será un sueño este juego que me propusiste, en el que yo te explico que día dejé de ser chico, y vos me regalas este inmenso privilegio de ser tu papá?

Tres relatos de Enrique Spinelli

Bingo

Nunca había entrado a un bingo. Me impresionó, me impresioné. Primera impresión: sentí que estaba en una película de ciencia ficción. En segundos pasé de un paisaje gris de zona estación de trenes a uno que estalla en colores y sonidos. Estalla y estalla continuamente. Es todo muy raro, toda la gente está conectada a una máquina de colores, tranquila, ida de si pero hacia dentro de la máquina. La sala está llena de tipos de seguridad que cuidan de ó a esta gente ¿?
Cada máquina tiene un cuerpo conectado, sospecho que esto debe ser una especie de terapia intensiva. Estas máquinas dan soporte de vida. Espero que no se corte la luz. Acá, como en los criaderos de gallinas, no es de día ni de noche. Siempre es buen momento para apostar aquí y para comer en el criadero aviar.
Recorro las salas, todas están llenas de gente conectadas a máquinas. Su actividad es apretar unos botones, para indicar que están vivos. Cada tanto alguno se distrae o se muere y suena una alarma. Estos eventos se festejan. Sigo recorriendo y veo más y más gente conectada a máquinas. La situación me angustia. Yo me siento cada vez peor, pero la gente conectada parece estar al menos estable. Estable puede ser mucho.
¿Quién  tiene razón? Yo me la doy de pensador, pero la angustia me achata el pecho. Esta gente tiki tiki el botoncito, pueden pasar días así… ¡Ma sí! me siento frente a una máquina. Saco toda la plata que tengo en el bolsillo y llamo a la piba que ayuda a los viejos conectados (debe ser enfermera): -Señorita, no sé como es, pero por favor cárgeme todo esto en esa máquina. Me apoltrono y empiezo a apretar botonitos, decidido a darme máquina hasta que viva, hasta que ame o hasta que muera.



Dietética

A unas cuadras de mi casa hay una dietética donde atiende una pelirroja que me ha enamorado. Para llegar a su negocio debo cruzar una avenida. La senda peatonal es muy cruel, mi pie no entra en el ancho de la línea y la distancia que las separa corresponde a un paso largo, que dificulta cualquier maniobra. Si piso cada línea, mi pie sobresale de lo blanco, toca algo de asfalto y llego al otro lado sin ninguna posibilidad.
La colorada me trata displicentemente. Compro arroz Yamani. Voy en puntitas de pie, la gente lo advierte, y la colorada no me da ni bola. Compro arvejas partidas. Si camino de costado, poniendo totalmente mi pisada sobre la senda, me miran aún más y claro… la piba me trata como a un extraño. Compro harina de mandioca. Con zapatos de taco alto, la pisada entra perfectamente, pero no son mis zapatos. Me trata peor que nunca. Preparo unos zapatos de salón a los cuales les saco los tacos. Entrené caminando ligeramente inclinado hacia adelante, pisando casi plano pero sin apoyar el talón y llego al otro lado sin pisar asfalto y sin ser observado. Al arribar al terreno divino todo cambia.
De pronto todos los locales, todas las casas, son dietéticas con la colorada esperándome sonriente en la puerta. No hay más personas que yo y muchas pelirrojas, cada una en su dietética. Así no. Regreso aturdido, caminando calles de dietéticas, cruzando en esquinas de dietéticas, mirándome en vidrieras de dietéticas. Llego a mi casa que ahora linda con una dietética atendida por la pelirroja que me sonríe y sonríe como una cajera china. Busco mis llaves; doy una última mirada a mi barrio de dietéticas y advierto que del otro lado, pegada a mi casa, entre todas las dietéticas, hay una verdulería que atiende una bella morocha. Entro a mi casa y cierro puertas y ventanas.


Sueños con Katheryn 

El viejo Solís sostiene que somos el sueño de otro. Algunos son soñados por un dios, otros por una gorda tetona, o una viejita mala onda. Todo va en suerte. En Balcarce todos son soñados ahí mismo. Soñadores y soñados van cambiando para evitar el aburrimiento, que es la única muerte posible. Todos desean ser soñados por Alcoyana, quien inclusive despierto tiene sueños preciosos. El infierno es ser soñado por el usurero Juan T Garchau. Alcoyana dice que puede ser que seamos solo sueños, pero además soñamos (ver su Poema a Olga: "Soñé que estaba dormido, soñando contigo en un sueño…”)

En el barrio del Alas Balcarceñas, todos tenemos siempre el mismo sueño. Vamos caminando por la 20, todo está en gris menos Katheryn que tiene su vestido rojo.
Llegamos a su portal, nos saluda, nos da un beso, nos toma de la mano y nos lleva dentro de su casa, alcanzamos a ver la galería y puf, ahí todos nos despertamos. Todos tenemos el mismo sueño, pero todos soñamos cosas distintas. Cuando me despierto estoy convencido de que Katheryn me lleva para la quinta y me da unos besos entre los tomates. Elena afirma que es su hija, que se fue con un circo, que la lleva a la cocina a tomar unos mates. Pipo está seguro que es su mamá, que no conoció, que lo lleva al patio para ponerlo en una hamaca de mimbre. Soguita despierta siempre con una sonrisa; Katheryn lo lleva al fondo y le dice al oído el número que saldrá en la nocturna de Provincia. El número nunca sale, y Soguita sonríe porque tendrá que volver por otro…

viernes, 10 de noviembre de 2017

La maldición de Horacio Galindes - Por Santino Cacace Segurola

Era 1794 en Buenos Aires; un carruaje iba a toda velocidad y dentro del carruaje iba Iván Galindes , un agricultor millonario y a su lado su desesperada esposa, Rosa Banderas, que estaba a punto de tener a su bebe. El carruaje se dirigía a la enfermería. De repente el carruaje paró; una rueda se había roto. La pareja se había angustiado y salieron del carruaje. De pronto una sombra salió de la oscuridad de la noche y preguntó:
- ¿Que pasa?-
Iván respondió, casi sin aire de la preocupación:
-  Mi esposa está a punto de tener a nuestro bebe.
El hombre reaccionó.
-  Soy doctor, subamos al carruaje.
Subieron al mismo y el doctor los ayudó con lo prometido. Salieron del carruaje, Iván le dio la mano al doctor y dijo:
- ¿Cómo podré agradecerle?
El doctor respondió:
 -Si... ¿como se llamara el niño?
Iván le contesto:
-Horacio-.
De repente un trueno sonó, voces se escucharon y una niebla rodeo al carruaje. El doctor se había convertido en una criatura con túnica, capucha sin mangas y solo se veían sus colmillos y tenía brazos largos y su piel era pálida, como la luna. Dijo:
 - Su hijo tendrá una buena vida pero a los 18 se verá igual que su alma. Pasaron meses y años y Horacio fue feliz con su familia y creció.
Era un 12de enero del año 1.812 y Horacio se debía ir a la facultad. Sus padres lo despidieron pero antes su padre le dijo medio preocupado:- No cometas ningún pecado-. Después de eso, Horacio zarpó a la universidad de Madrid, en España. Cuando bajó del barco, se dirigió a la casa que su padre le había comprado. La casa no era muy grande y tenía una cocina, una habitación, un comedor y un pequeño estudio pero tenía muebles y materiales de primera clase. A la noche Horacio se fue a dormir.
Al otro día fue a la facultad y en la mitad del camino conoció a Roger Stone quien le dijo:
-Hola, soy Roger, ¿y quien eres tú?-
Horacio respondió:
-Soy Horacio Galindes, ¿adónde te diriges?
Roger respondió:
-Al salón 2G...
- Ah, yo también- Respondió Horacio y lo invitó a tomar algo.
|            - Está bien-dijo Roger .
Pasaron las horas y se fueron a tomar algo. Salieron del bar y ahí había una chica hermosa que usaba un pequeño sombrero y un vestido turquesa y su pelo pelirrojo era, Horacio y Roger hicieron una carrera para ver quien la alcanzaba para hablarle primero, pero la chica se había ido. Cada uno se fue a su casa; Horacio se había quedado despierto en su estudio. Se oyó tocar la puerta, la abrió y un hombre viejo e indigente dijo temblando:
- ¿Me podría dar una moneda señor?
 Horacio, algo cansado dijo bruscamente:
 - ¡No!- y cerró la puerta.
En menos de un minuto empezó a sentir un dolor de tortura, se retorció, sus ojos se volvieron pequeños y su boca se transformó en una mueca cruel, toda su cara se había arrugado y sus manos obligatoriamente se metieron en sus bolsillos. Se vio en el espejo y salió corriendo desesperado, pensando que sólo era un sueño. Vio al hombre y dijo:
- Perdóneme señor, perdóneme le daré algo... emmmm.....tome esto-.
Le dio una bolsa de dinero y el hombre dijo:
 -¿Seguro? ¡Gracias!- y se fue feliz.
Horacio se miró en una vidriera y se vio como siempre, sintió que volvía a respirar. Al día siguiente Horacio seguía pensando que todo eso había sido un sueño, pero dejó de pensarlo en cuanto vio a la chica de la otra vez. Corrió hacia ella y le dijo, algo nervioso:
-Hola.
Ella respondió:
-Hola, soy Anabel, ¿y tú quién eres?-Dijo algo asustada.
El respondió:
- Perdón si te asusté, es que eres tan hermosa-
- Entonces salimos?- dijo ella.
Y Horacio le dijo felizmente:
-Si, claro, si... ¡iuju!. Nos encontraremos aquí mismo a las ocho- dijo Anabel. Eran las ocho y Horacio la estaba esperando desde las siete y media. De pronto Anabel llegó y el la llevo a cenar. La pasaron tan bien que su relación siguió por meses.
Horacio se había olvidado de lo que había pasado aquella noche, hasta que una vez el decidió proponerle matrimonio. En el restaurante Horacio se tropezó con un mozo, perdió la sortija y se enfureció, casi lo golpea pero sus ojos ardían, sentía todo el cuerpo quebrado y recordó lo de aquella noche, se disculpó y corrió alejándose del restaurante volviendo a la normalidad. Un poco más tarde, le pidió ayuda a Roger quien lo mandó al negocio de su abuelo " aparatejos mágicos". El abuelo de Roger era flaco y bajo, tenía el pelo parado y pequeños bigotes canos. Le dio una lista y dijo:
-Sigúelas si o si.
Horacio las siguió pero no por mucho tiempo. Paso un mes y Horacio estaba paseando por la plaza porque no tenía clases; seguía caminando y se tropezó con una chica. Se reincorporó y la ayudó a levantarse. Ella le dijo
- Horacio, ¿eres tú?
- ¡Marina!-dijo Horacio.
Marina era una amiga de Horacio cuando eran niños
-Jajaja...!!  Mira qué sorpresa, hace mucho que no te veía- dijo Horacio
- Tienes razón- dijo Marina.
- Y... ¿Tienes novio?- Pregunto Horacio
 - Si, -dijo ella.
- ¡Hey!, ¿quieres venir a cenar a mi casa? Estará mi novia. Ah! y trae a tu novio
-Está bien -dijo ella.
Pasaron las horas Horacio esperaba a Marina y su novio y también esperaba a Anabel; llegó Marina pero sin su novio y Horacio le dijo:
-¡Hola! ¿Dónde está tu novio?
Ella respondió:
- Está trabajando pero pronto volverá , y... ¿Dónde está tu novia?
- Está con unas amigas pero pronto volverá.
Marina sonrió y le dio un beso en la boca y Horacio se había quedado duro. De repente se escucha un pequeño suspiro con llanto. Horacio dio vuelta la cabeza para la derecha y era Anabel. Horacio iba hacia ella pero se detuvo; le había agarrado como un ataque al corazón, sentía que su cara se derretía y no se podía mover. Se estaba transformando pero esta vez era más horrible. Anabel corrió hacia la cocina Horacio la siguió con su horrible apariencia pero Anabel agarró un cuchillo y le dijo atemorizada teniendo el cuchillo con su temblorosa mano:
-No te acerques a mí
Horacio golpeó su mano para defenderse sin lastimar a Anabel pero no lo pudo hacer. La mano con la que Anabel tenía su cuchillo fue a su pecho. Horacio, mientras lloraba se transformaba aún peor que antes. Era casi un monstruo y sólo una persona presenció esa escena y fue Marina, la cual se lo dijo a la policía. La policía arrestó a Horacio y a la mañana lo ahorcarían.
Llegó la mañana y llevaban a Horacio aún con su horrible apariencia. A Horacio sólo se le oía murmurar. Estaba parado a punto de ser ahorcado y se le oyó decir:
- Lo siento por todos mis errores -y volvió a la normalidad.
Los policías quedaron tiesos de lo que habían visto, lo que a Horacio le dio la oportunidad de escapar. Afuera estaba Roger esperándolo en un carruaje y le dijo
- Sé cómo curar tu maldición...

sábado, 4 de noviembre de 2017

Algunas frases de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952)

 - Cuando tiene que decidir el corazón es mejor que decida la cabeza.

- Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre.

- Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa.

- El que no se atreve a ser inteligente, se hace político.

- Realmente, sólo los padres dominan el arte de educar mal a los hijos.

- El hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia. -

- La mujer que se ríe de todo es que sabe que tiene una dentadura bonita.

- Historia es, desde luego exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió.

- En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan.

- Hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra serlo.

- La sinceridad es el pasaporte de la mala educación.

- Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos.

- Dictadura: Sistema de gobierno en el que lo que no está prohibido es obligatorio.

- Viajar es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia.

- La experiencia es una enfermedad que no se contagia.

- La medicina es el arte de acompañar al sepulcro con palabras griegas.

- La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo.

- La verdad se parece mucho a la falta de imaginación.

- El pudor es un sólido que sólo se disuelve en alcohol o en dinero.

- Cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para divertirse.