Mi hermosa princesita
- Es que ellos no me entienden, no quiero casarme con alguien que no me comprende- su voz finalmente se quebró. Habían mantenido una larga conversación sin pelear, pero tras darse cuenta de que su madre nunca la entendería, rompió en llanto.
-¡¿Cómo podrías saber si te entienden o no si solo hablas con ellos menos de cinco minutos?! ¡Eres una desagradecida! Tienes cientos de pretendientes que morirían por casarse contigo y tú solo los echas porque “no te comprenden”. Pones en juego el honor de la familia, imagina lo que dirían las condesas de la orden si se enteraran de que tú, la única princesa que aún no ha elegido pretendiente, se niega a hacerlo porque “no es comprendida”. Te recuerdo que esta orden lleva ochocientos años de perfecto registro y tú no serás la que lo descontrole todo. Nuestro código establece que…
Charlene no podía escucharla más, sus oídos se habían cerrado al discurso de su madre. Sus ojos cegados en lágrimas tampoco le permitían verla. Se sentía perdida en un mundo al que no pertenecía.
La Orden de Lituania estaba formada por los siete reinos que se encontraban en el país de Lituania, Europa. Había sido creada ochocientos años atrás por siete familias extranjeras que con suerte habían escapado de sus países y habían descubierto esa inexplorada tierra. Allí fueron creados los siete reinos y tras ser coronados los reyes crearon un código que establecía, entre otras cosas, que todos deberían tener un único heredero y este no podría casarse con otro heredero al trono, ya que la idea era no involucrar otros reinos y siempre ser los únicos siete propietarios de esa tierra. Así se hizo durante ochocientos años; cerca de los veinte años los príncipes y princesas de Lituania se casaban con hijos de duques, barones y condes, nunca con otros herederos al trono o campesinos y con la llegada de la primavera, se organizaba una gran boda donde se casaban y coronaban los siete nuevos monarcas.
La puerta se cerró con un golpe seco y fuerte, y Charlene corrió hacia su habitación dejando un rastro de lágrimas provocadas por su madre. Se recostó en su cama y lloró durante más de media hora, preguntándose por qué tenía que casarse con alguien que ella no amara, por qué no se casaban los otros seis herederos y ella lo haría luego, cuando por fin encontrara a esa persona que la amara y comprendiera.
Se sentó en la cama y se secó los ojos con su pañuelo bordado y entonces lo vio. Vio ese sobre tan simple que varias veces había visto ya, con esa letra alargada que garabateaba su nombre. Fue hasta su escritorio donde reposaba el sobre, lo tomó y se sentó nuevamente en su cama para poder abrirlo. Adentro contenía una carta perfectamente doblada con las palabras: Para mi hermosa princesita grabadas con tinta. La carta no era larga, pero Charlene acostumbraba leer esas cartas despacio para disfrutar cada palabra.
“Mi Hermosa Princesita:
Nunca dejo de pensar en ti, ¿Cómo puede tu madre no entender que tú no eres como las demás? Eres distinta, sencilla y hermosa, solo quieres amor y quien no te lo pueda dar, no te merece. Daría lo que no tengo por poder darte todo ese amor que anhelas.
Siempre tuyo,
Tu simple campesino.”
Las lágrimas inundaron los ojos de Charlene, pero esta vez no eran lágrimas de enojo o tristeza, eran lágrimas de felicidad, de ternura, provocadas no por su madre sino por esa persona que en realidad la entendía, que la amaba, esa persona a la cual nunca conocería. Las peleas con su madre venían desde hacía algún tiempo ya, y ella le había contado todo a su Príncipe Oculto Releyó la carta más de diez veces y entonces se le ocurrió la idea que calmaría a su madre y que la ayudaría a solucionar el problema del matrimonio. Sin pensarlo dos veces salió de su habitación y fue al encuentro de su madre. La reina Myriam estaba hablando con su marido, el rey Jhon, cuando su hija entró en la habitación. Antes de que sus padres pudieran decir algo, Charlene comenzó a hablar.
- Quién de verdad me ame, me dará una estrella.- dijo la princesa dejando muy sorprendidos a sus padres. Haré una proclama real diciendo que aquel que en verdad me ame, me dará una estrella. Todo el mundo lo interpretará de una forma distinta, pero solo aquel que me entienda me dará la estrella a la que yo me refiero y se convertirá en mi esposo. No revelaré a nadie qué es lo que quiero, ni siquiera a ustedes, para poder hacerlo justo y prometo que sin importar quién sea, aquel que me dé una estrella, será mi esposo.
Los padres de la joven quedaron anonadados pero tras discutir un poco el tema accedieron, ya que parecía la única opción que quedaba para poder conseguir que su hija se casara. Y así se hizo. Se redactó una carta que decía justo lo que Charlene quería: una estrella. Vinieron los mismos pretendientes que antes y muchos más pero ninguno supo darle lo que ella deseaba. Le habían regalado telescopios para que pudiera ver las estrellas cuando quisiera, maquetas que representaban constelaciones hechas por los mejores arquitectos de toda Europa, joyas con diamantes tan brillantes como las estrellas verdaderas y muchos otros obsequios enormes y costosos dignos de una princesa.
Los reyes estaban preocupados, nadie lograba complacer a su hija. ¿Podría ser que ella los hubiese engañado y no fuera a aceptar ningún regalo?
Las puertas del vestíbulo se abrieron y dejaron pasar a un chico alto y rubio, un campesino con piel gastada por haber trabajado todo el día en la mina y de aspecto muy humilde y sencillo. La cara de la princesa se iluminó con la llegada de esta nueva persona. ¿Sería él? ¿Sería su Príncipe Oculto?
El joven se presentó; su nombre era Joseph. Pidió a la princesa si podía salir al balcón con él para poder mostrarle algo. Charlene accedió; ya allí Joseph señaló al cielo y explicó: - En el cielo hay muchos tipos de estrellas: estrellas muy brillantes que solo duran pocos años, estrellas que cruzan el cielo en un viaje interminable y estrellas que siempre están ahí, en el mismo lugar, que nunca nos abandonan porque aunque no sean las que más brillen, podemos confiar en que siempre estarán ahí para nosotros. Así eres tú princesita, una estrella constante, en la que se puede confiar y que nunca nos abandonará cuando la necesitemos, no eres el centro de atención como las otras estrellas más brillantes, pero eres la más simple y bonita a la vista de los más sabios.
Lo había encontrado. Estaba segura de que era él. Las caras de sus padres asombrados al ver como su hija miraba al campesino, estaban petrificadas esperando la reacción de la princesa.
En ese momento los labios de Charlene se movieron
- ¿Eres mi Príncipe Oculto?-.
- No.- Dijo Joseph. Soy solo tu simple campesino-.
Los dos jóvenes se unieron en un abrazo que demostró todo el amor que la princesa nunca había tenido.
La reina no iba a permitir que su hija se casara con un campesino, eso era aún peor que quedar soltera; dejar el reino en manos de ese muchacho era una ofensa a sus antepasados. Cuando estaba por reaccionar, su marido le impidió continuar, la miró con la misma cara que cuando se conocieron y ella lo entendió: lo que su hija sentía era amor verdadero y nadie se lo debía quitar, mucho menos su madre. Charlene por fin había conseguido lo que siempre había soñado.