sábado, 31 de mayo de 2014

ARCHIVO GENERAL - HÉCTOR FUENTES

“Archivo General” es una obra que indaga el misterio inaudito de nacer. ¿Y por qué nace lo que nace? Porque tiene que nacer. Eso lo descubrí al escribir este libro. La obra está estructurada en dos planos: el subsuelo y el suelo. A medida que avanza la acción, ambos escenarios se entrecruzan. Esto produce cambios fundamentales, donde lo establecido comienza a ceder ante lo “nuevo”. Las condiciones asfixiantes en las que trabajan los personajes del Archivo General, empieza a resquebrajarse, y el viejo orden que parecía eterno, culmina en siete actos su reinado.
El tercer plano es el cielo. Es decir, lo que los hombres no pueden manejar. La inminencia de lo que está por venir es el hilo invisible que va tejiendo su trampa. El impulso que disparó esta obra fue la imagen de una muchacha que abría puertas. Una tras otra iba abriendo lo que se cerraba a su paso. Hasta llegar a la “Puerta Prohibida”. Lo que sigue es la vida de una Postulante en busca de conseguir su primer trabajo. Todo lo demás se lo debo a los niños y niñas de este mundo, que no paran de nacer”.

El libro será presentado en la Feria del Libro de Balcarce.

LA LIBERTAD DEL NEGRO - Por Juan Draghi Lucero

Era un negro esclavo ¡tan habilidoso en sus trabajos! ... Ya lo ponía el amo a hacer un telar, que lo armaba con la misma buena mano que podaba los frutales de la huerta. Ya herraba los vacunos que pasaban a Chile, como modelaba botijas a pulso y las cocía, con el justo punto, en el horno botijero. Para hacer el aguardiente no había mano como la suya. Y era carretero y arriero, y muchas veces llegó con vinos al apartado Buenos Aires'. Allí vendía los productos de su dueño y retornaba con bayetas, cuchillos, y polvillo de olor y tantas otras minucias para la tienda de su amo.
Este negro sabía pulsar la guitarra. Cuando sus dedos arrancaban las dormidas armonías del cordaje, tristes suspiros levantaban su pecho porque cantaba a su bien perdido: la libertad. Viéndolo su amo anegado en el bajo de la tristeza, le preguntó como al descuido, que por qué se abatía de ese modo. "Por mi libertad, amito", le respondió el servicial, y se animó a preguntar a su dueño: "¿Puedo soñar con mi redención?". "Sí, negro: para cuando baje una gran víbora del cielo", le contestó su amo, sonriendo. "¡Ay, amito!", se lamentó el negro con el todo de su arrastrada pena.
Bien conforme estaba su señor con el servicio del negro. Cuatrocientos pesos había pagado por él cuando lo remataron bajo el árbol de la justicia. Buenas cuentas tiraba porque ya había rescatado ese caudal y crecían mucho sus utilidades.
Pero el esclavo, cuanto más lo servía, más se quejaba y desvariaba por su carta de libertad. Tanto porfió en su reclamo que su dueño se avino a decirle: "Mira, negro: si aguantas, completamente desnudo, una noche entera en la punta de aquel cerro nevado, te alcanzaré tu redención". Y señalaba al cerro más alto de la comarca, el que de día acariciaban las nubes y en las noches claras recortaba su blancor brillante en lo negro-del cielo.
-Ni vestido y emponchado, mi amito, hay hombre que resista el frío de esa cumbre.
-Y ni pizca de fuego harás cuando pases la noche en esas alturas. Ya sabes lo que te costará ser libre, negro.
-¡Ay, ayayita, mi amito! Mi libertad es la muerte. ..
Y mientras sudaba el esclavo, forjando herraduras para los vacunos que su amo enviaba a Chile, se repetía al son del martillo, en su porfiado golpear: "Mi libertad es la muerte. ..".
Tantos eran los trabajos que soportaba el negro, haciendo los mil quehaceres del amo, que tiró al fin la terrible cuenta: a riesgo de su vida iría en busca de la libertad.
Pidió licencia para hablar con su amo, y cuando se la acordaron, dando vueltas su roto sombrero entre las manos, levantó la voz y dijo:
-Mi amito, pasaré la noche, desnudo, en la punta del cerro más alto; si quedo con vida, gozaré mi libertad.
-Ése es el trato, negro es que le contestó su dueño.
-Me iré, pues, mi amito, a conquistar., lo que más quiero, con sus duras condiciones. Mañana partiré, mi amito.
-Así se hará, pues, negro.
Al otro día, de mañanita, se volvió a presentar el esclavo a su .amo y dueño, y el rico lo registró de pies a cabeza por ver si llevaba yesca y pedernal para hacer fuego. Nada llevaba el negro y lo dejó partir.
Se puso en camino el esclavo, tranqueó todo el día, pero apenas pudo llegar al pie del cerro. Durmió un medio sueñito y antes de la medianoche comenzó a trepar por sus faldas. Repechó todo el segundo día y parte de la noche, pero recién a la tercera jornada mereció, por fin, poner su planta en la temida altura.
Las nieves eternas y el viento sur castigaban la cima con un frío cortador de carnes. Buscó un medio reparo el negro entre, unos peñascos. Allí se achicó cuanto pudo.
No bien se oscureció, el negro, fiel a su trato, se quitó el ponchito roto, la camisita molida, los calzones remendados y las ojotas.
En cueritos quedó, como cuando vino al mundo. Así se dispuso a enfrentar la terrible noche del Ande.
Metió las manos bajo los sobacos y se hizo un ovillo en una caleta de piedra. Aguantó un rato, hasta que a punto de agarrotarse, salió, de su escondite y se defendió a los saltos hasta cansarse. Así aguantó un tiempo, pero el viento helado lo empujó a la caleta reparadora.
Rodaba la inmensa noche entre los silencios desavenidos de las alturas. El frío de la nieve y el viento castigaron con toda furia esas cumbres. El negro se achicó hasta hacerse una bola... "Si tuviera un fueguito...", lagrimeaba el esclavo a punto de helarse.
Ya atontado por el frío enemigo saltó afuera, pero lo azotó sin misericordia el huracán bramador de las cumbres; el negro miró a los llanos como pidiendo misericordia y alcanzó a ver, muy a lo lejos, ¡a leguas y leguas!, un fueguito que habían encendido los gauchos.
El esclavo se prendió con sus llorosos ojos a la cumbre lejana. Estiró sus brazos hacia esa lucecita perdida .en el confín de las pampas y dijo, desvariando: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih... Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih...", repitió, dando diente con diente. Más estiraba sus brazos y más miraba el fuego de los llanos, y porfiaba: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, .chih...", en un incesante chocar de dientes. Con este engaño fueron pasando las tardas horas de la desganada-noche.
Así rodó el tiempo, hasta que se allegó la madrugada. "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih...", seguía el esclavo, en su porfía en conseguir calor; y en esta ilusión lo halló la claridad: estirando sus largos brazos en demandas de un imposible.
Las pintoras algaradas de oriente anunciaron al sol inmenso, pero mucho tuvo que levantarse la bola de fuego para desentumecer al negro.
Achuchado, temblando por el castigo del frío, vistió sus ropitas y bajó, paso a paso, a las trasbilladas, el alto cerro. Ganó el río seco, después la senda, y al último la huella. Entró al poblado... llegó a la casa del amo, cayendo y levantando.
-¿Cómo pasaste la noche, negro?
-Ay, mi amito... Me desnudé en la punta del cerro y pasaron las horas de la noche con los rigores del frío... Ya no sabía qué hacer para no morirme helado, cuando divisé, como a diez leguas, en el confín de los llanos, a un fueguito de los gauchos. Estiré mis brazos. "Dame tu calor, fueguito... Ah, chi, chih, chih...", decía, al dar diente con diente. Así pude aguantar los castigos de la noche helada. Bien caro me cuesta la libertad, mi amito.
-No te puedo dar la libertad, negro, porque té has calentado en un fuego.
-¡Estaba a muchas leguas de distancia, mi amito!...
-No le hace. Si no hubieras visto ese fueguito, te habrías acobardado y no hubieras seguido la lucha. Cuando te repongas, acometerás de nuevo la empresa.
-¡Ay, mi amito!...
A los cuarenta días se repuso el esclavo. Porfiando por su libertad, volvió a desafiar la cumbre. Tardó tres días en 'llegar hasta la punta del cerro, pero en llegando, como ya cerrara el anochecer, se desnudó emérito... Se dispuso a hacer frente a ¡os concentrados fríos con lo liso de sus carnes.
Del Aconcagua bajaron los alientos de los penitentes de nieves milenarias. Eran quemantes lenguas del frío eterno.. El negro se defendió achicándose contra un peñasco. Esquivó sus ojos al llano para no ver ningún fuego gaucho; sólo permitió a sus ojos mirar al alto cielo.
La luna llena blanqueaba las nieves de la serranía. Más fría, con esa luz blanquecina, se le figuraba la tremenda noche cordillerana.
Detenían las horas su marcha, demorándose para mayor atraso del encadenado. Duros vientos desollantes de las alturas lo hicieron arquearse con lo fuerte de sus azotes. Otros y otros vientos que andan por la noche llegaron a la cumbre y pasaron, dejándole cristales y agujas de nieve en sus carnes; y el negro, a punto de helarse, se enderezó a gritos y saltos para darse un engaño de valor.
El negro sintió las lenguas punzantes de los enemigos y clamó por un engañito de calor. Levantó la vista al cielo... Sus ojos dieron con la ¡una llena. "¡Es la boca de un horno encendido!", gritó el esclavo, y tendió sus mano» a. la altura, en demanda de calor y consuelo. "¡Dame tu calorcito, horno encendido! .. .Ah, chih, chih, chih...", decía, machacando muelas y dientes. Y de este modo y con estas palabras, se fue engañando en los rigores de la noche enemiga. Más rachas bajaron de las cimas... Más latigazos repartieron a dos manos. Más estiraba sus brazos a la luna el esclavo. "¡Dame tu calorcito, horno encendido! .. .Ah, chih, chih, chih...", demandaba, castañeteando sus dientes. Otro poquito ganó a la noche. De esa manera y con estos ardides fue doblegando al fiero tiempo. Cuando /salió el sol, mucho tuvo que levantarse por el cielo para desentumir al negro. A media tarde pudo tener movimiento y voluntad. Se estiró, se revolcó por el suelo y entró en un poco de calor. A los tiritones medio mereció vestirse y luego ir ganando el bajo, ¡tan aporreado y temblón! Cayendo y levantando, y castigado por la tos, logró al fin asentar pie en ¡a casa del amo, a las dos jornadas. La tos le desarmaba el pecho. Al otro día se le presentó, todo achuchado, al amo.
-Amito le dijo; ya gané mi pobrecita libertad. Desnudo en la punta del cerro supe resistir la noche entera,..
-Y decime, negro, ¿no viste en ¡as pampas el fueguito de los gauchos?
-¡Ninguno, mi amito! Tan cierto es esto que, mirando a la luna llena, se me dio por engañarme que era la boca de un horno encendido, y yo estiraba a ella mis brazos y me fortificaba, diciendo: "¡Dame tu calorcito, horno encendido!.,. Ah, chih, chih, chih."
 -¡Uh, uh! saltó el amo. Si no hubiera sido por ese engaño, ¡no habrías podido resistir al terrible frío!... No te doy la libertad, negro, no te la has ganado.
-¡Ay, mi amito!...
A los sesenta días Se repuso el negro y se decidió a encarar la prueba por última vez. Ahora que no había luna...
Viéndolo partir, su amo le dijo:
-No te calentarás ni en un fueguito gaucho, a leguas de distancia, ni en el horno de la luna.
-¿Y en las estrellas? preguntó el esclavo.
-Solamente si se alinean una detrás de la otra y forman una víbora en el cielo.
-¡Ay, mi amito!...
Tres días tardó el encadenado en trepar por ese cerro altísimo. Cayendo y levantando llegó a la punta del mogote; como ya oscureciera, se desnudó.
Comenzaban los deshielos del Ande... Durante los momentos de sol, el viento norte derretía pocas nieves; pero a la noche retornaba el encrespado viento sur, en toda la malignidad del frío tardío, azotando sin misericordia con lo helado de su aliento. Antes de la medianoche, cayó el aire encajonado del Tupungato. Ululando venía a concentrar sus odios en las costillas del negro desnudo. Se acurrucó el esclavo entre los peñascos filosos. Se achicó, fundiéndose en la idea confusa.
Pasaron unos ratos, pero la piedra lo mordió con sus húmedos filos helados. Saltó el negro, se refregó el cuerpo con piedritas para darse calor y porfía en su lucha empecinada. Se sacó sangre de tanto refregarse. Descontó unos momentos. Una calma inmensa, la calma de las alturas, le dio más treguas para su fiera pelea.
Del cruce de medianoche llegaron los remolinos de los cañadones del Mercedario. Silbaron caletas y mogotes la delgada canción del frío solitario. Clamó el negro por un reparo y se adelgazó de nuevo en el hueco de la. piedra cortante. Piedra y viento lo enfrentaron a rebencazos. Salió el negro a insultar a la noche enemiga. Gruesas palabras vomitó su boca desgobernada en su tercera y última noche de prueba. Ya sintió acobardadas para siempre sus carnes. Los remolinos lo cercaron, devolviéndole insulto por insulto, punteándole las carnes con puñales de nieve.
Se arrepintió el esclavo, arrodillado pidió perdón al implacable azotador. De nada valieron vanas palabras. Las deshoras descargaron la furia del poniente, guardián de las cumbres nevadas. Se halló vencido el negro, miró sus ropas y se le fueron las manos a ellas... Alto alzó los ojos y no halló la luna; miró hacia el llano y no vio la lumbre de los gauchos...
En su espiar a las negruras se le hicieron presentes ¡tantas estrellas! ¡El cielo estaba sembrado de luminarias! Parecían brasas encendidas. El cielo estaba lleno de brasas.. . El negro las juntó con su vista, sin armar palabra, y apretando los dientes se solazó mirándolas, a despecho del viento helado que le escupía cristales de nieve. Aumentó el azote enemigo; se le destrabó la boca al negro, y, machacando sus dientes, pudo decir: "Denme un calorcito, brasas del cielo... Ah, chih, chih, chih...", y extendía sus brazos agarrotados. Se rehizo del fondo de la fría nada y murmuró: "¡Ya no me quedan más fuerzas para resistir! ¡Ya tengo frío en el alma, amito! ¡Adiós a mi libertad! ¡Pobrecitas mis cadenas y mis yugos, amito! ¡Pobrecitos...! Sus lágrimas se volvieron velitas de hielo al salir de sus ojos.
Esa noche sin luna salió el amo del negro al patio de su casa y tendió su mirar a las alturas. Solazó viendo brillar al encendido lucero, como rey de la negra noche... Vio tantas otras estrellas y también le gustaron...
De repente se espantó al ver que se corría la más reluciente estrella, y que las demás se alineaban detrás. Vio formarse una víbora de luminarias en el alto firmamento... Esa víbora se descolgó en dereceras de la baja tierra. Al llegar a este suelo tomó rumbo a la estancia de un rico tirano. Se alumbró la noche con luz azul y enojada, y los servidores del amo vieron cómo una víbora de estrellas corría al tirano por el patio de su casa, lo alcanzaba, se le subía por el cuerpo y se le entraba por la boca, ¡tan abierta por el grito de espanto!
El amo tirano quedó hecho una brasa colorada. Tres días tardó en apagarse y reducirse a ceniza...
Los gauchos justicieros, que encendían su fuego en las pampas, vieron llegar una noche a un negro libre, y lo oyeron hablar con esas llamas; "¡Dame tu calor, fueguito!... Ah, chih, chih, chih...".

sábado, 24 de mayo de 2014

CUENTOSBALCARCE de Enrique Spinelli


     Enrique Spinelli es más balcarceño que La Barrosa o el postre homónimo. Aunque desde hace unos cuantos años ande de paseo por La Plata. Su certificado de residencia espiritual son estos Cuentosbalcarce, de los cuales nos ofrece la segunda edición, ampliada.
Hechos y personajes del club Alas, donde “se vive en un presente continuo o, según los otros, en un pasado continuo. Como ya se ha dicho: en el Alas, el futuro ya pasó”.
Relatos creíbles de un ambiente inverosímil, como si los hubiera extraído de una experiencia cuántica, que mucho tiene de niñez feliz y adultez resignada.
 ¿Cómo no vivir eternamente en un lugar en el que los muchachos del Alas rara vez devuelven algo que les prestaron, pero al mismo tiempo prestan todo lo que poseen? ¿Cómo no hacerlo en una cancha en la que el pasto del potrero crece en el área y en el círculo central, y el agua se acumula en los laterales?
 Fútbol y palomas: pateo y vuelo, en una edición “de imprenta”, que ahora se integra al fondo editorial de Tinta China.
Los potenciales lectores pueden acercarse al correo del autor: enrike1964@gmail.com, o a su blog: www.cuentosbalcarce.blogsopot.com

EL TRUCO DEL ERUDITO - Por ALVARO DE LAIGLESIA

Nuestra literatura tiene que ingresar hoy mismo en una casa de socorro, para que la operen con urgencia de eruditis. La eruditis es a la literatura lo que la meningitis al niño: en ambas enfermedades, el paciente se entontece. Son muchos los lectores dotados de buen olfato que captan a distancia los efluvios del erudito y huyen de sus obras. Don José Gómez López, de cuarenta y dos años de edad, batió anoche el récord mundial de bostezos tratando de leer la última obrita de un erudito insigne. Pero no basta con la reacción de unos cuantos. Hay que llamar a siete cirujanos forzudos, meterlos en las imprentas, y azuzarlos para que acaben con la erudición a bisturitazos. Hasta esas minorías selectísimas, que soportan sin un quejido las largas pamemas de Cocteau, empiezan a dar esquinazo a la prosa retorcida de los supercultos.
¡Ya era hora de que algún escritor sin pelos en la pluma descubriese el inocente truco empleado por los eruditos para cosechar laureles en banasta!
El erudito es el hombre que mejor aprovecha el reverso de las hojas de almanaque. La erudición es una madeja de fechas, anécdotas y datos, que se perdería si no fuese por estos inteligentes. Todos saldríamos ganando con esta pérdida. Menos los eruditos.
El erudito se expresa siempre en lenguaje purísimo, y ésta es la causa de que no le entienda nadie. Porque la conversación, como el agua, necesita impurezas para ser potable.
Si el perro es el amigo del hombre, el Espasa es el hermano del erudito. Entre «patata» y «tubérculo farináceo», él se queda con «tubérculo farináceo». Usted y yo, lector, nos quedamos con «patata». Por eso nos llevamos tan bien y nos reímos tanto.
El erudito he aquí su truco rara vez inventa pensamientos propios. Cita los de los demás. Sus libros están llenos de citas. Lo mismo que en las operetas se intercalan números musicales con un leve pretexto, el erudito intercala citas apoyándose en cualquier palabra. Sus artículos se diferencian de los nuestros en que están salpicados de números romanos y de notas al pie, que sirven para embrollar el texto más todavía.
Pero estas «citas» tienen su técnica. Un erudito, al hablar de santidad, no menciona a las grandes figuras del santoral que todos conocemos. Eso nunca: busca y rebusca en sus archivos hasta encontrar un beato oscuro que vivió en el siglo xvn en un aldehuela croata. Al referirse a pintores, desdeña a Velásquez y a otros peces gordos, y elogia a un acuarelista húngaro que ilustraba pergaminos en el año de la nana. Ésas son las citas hermosas que le encumbran. «El arte escribe el erudito, como decía Polondrino Metacarpo, exquisito orfebre sueco (1431-1497), es...» (Y aquí una perogrullada de Polondrino.)
El erudito no hace demasiado caso de los buenos libros que alcanzan cuarenta ediciones en seis meses. Se recrea, en cambio, alabando las deliciosas calidades de un difuso ensayista austríaco que publicó hace tres siglos un folleto titulado: «De cómo fumar en pipa hallando en tal ejercicio sumo deleite». O glosa un poemita de cierto vate lapón, muy conocido en Djerbentfrrr, que dice, poco más o menos: «¡Oh, tú, hielo blanco y duro cual diente de lapona bella!» Una leve sonrisa irónica asoma a sus labios ante los dos kilos de «Lo que el viento se llevó». Como el en tomólogo en el campo, el erudito busca en las bibliotecas desconocidos y minúsculos insectos literarios. Busca en los museos cuadritos de un palmo, que a lo mejor se colgaron allí para tapar una mancha de humedad. Busca sutilezas impalpables, que hincha como globos en el aire de sus palabras. Glorias efímeras y pequeñitas, no más brillantes que un fuego fatuo, se inflan de nuevo en la prosa del erudito. ¿Quién le iba a decir al berzotas de Polondrino Metacarpo que, cinco siglos después, alguien repetiría sus pensamientos ramplones? ¿Sospechaba el autor del opúsculo «De cómo fumar en pipa» que sus cuatro garabatos pasarían a la historia?
Descubierto el truco del erudito, pidamos a la literatura contemporánea más fantasía y menos erudición; más artistas y menos eruditos. Más verdad y menos camelancia.

Extraído del libro: “EL BAÚL DE LOS CADÁVERES”

La moneda Por Ezequiel Feito

Tienes en tus manos la moneda roja
para cambiar en el paraíso
tus quebrados huesos por un cuerpo sano;
tu cara, deformada a golpes
y las rosas secas de las sienes
por belleza.

Tu leprosa pierna o tu amputada mano
por otra nueva,
y el vómito ácido de tus labios
por la santidad del viento fresco.

Todo con la más roja moneda
con la moneda cuya sangre nunca se coagula.

Cambia la piel de plomo, los párpados de azufre
y tus venas por donde corren los metales
por carne y sangre nueva.

¿Por qué sigues bebiendo el hierro de tu casa de cemento,
hombre que ríes y cavas la tierra
en busca de agua?

Cámbialo todo con esa moneda,
con la perfecta y roja
moneda de sangre.

Hablados Por Gerardo Barbieri (del libro “Furores”)

Mi voz
resiste los embates de la angustia
cuando creo ser el centro
de una oscuridad hecha de certezas.
Mi voz
-prisionera de pactos y convenciones resiste
el acoso del lenguaje
cuando el pavor crece
a la hora de comprender intimidades
a la hora de decodificar imágenes
que llegan del otro lado de las pantallas
-en un cataclismo de ruidos cuando
martillea la memoria
harta de registros -tallados con prejuicios y
trato de escapar
quitando de un grito la mordaza
de la prudencia.
Mi voz
que enmudece
a cuesta de las ambiguas sombras del significado
busca la palabra
que vive en sollozos
-abrazada a inconfesables aspiraciones,
dulces como flores desnudasen
bocas que se abren por azar
en bocas que se abren para hablar lo preciso
para preguntar
para intentar reparar lo deshecho
-que pueden herir en un canto
con vocales raptadas
con certezas que el tiempo modeló
que parecen hundirse ahí,
donde la calle llega a los cielos-.
Mi voz
para no repetir discursos ajenos
huye rumbo al silencio
y busca la poesía.

La luna Por Rafael Serrano Ruiz

Hilos de seda enmarcando
una pálida luz
reflejada en su bello rostro
por una alcahueta luna…

Entre sombras, tan solo insinuadas,
dos cuerpos en amorosa batalla
se esfuerzan en expresar
cuál de los dos es quien mas ama.

Manos que buscan, escudriñan…
ansiando ofrecer la dulce caricia
que expresar su amor complete…

El deseo es grande
y la entrega deseada.
Nada hay que los calme…
y en la lucha, se escorzan
en inverosímiles posturas
buscando la expresión
que satisfaga su locura.

El hombre en silencio
mira la luna…
no hay bello rostro…
ni reflejo de hermosura.
Sólo el silencio….
y… el recuerdo
de aquella ternura
que a pesar de los tiempos,
en su alma, siempre dulce…
y nunca olvidada
para siempre perdura….

Ayer, hoy y mañana Por Antonio Monzonís Guillén

Ayer...
reminiscencias de un pasado
en el tiempo andado,
volví a Moscú.
... y la nieve dio un respiro.
Hoy...
jóvenes sin frío
paseaban y hablaban.
...y la nieve reía.
Ahora...
juventud con alegría
gritaba y amaba.
... y la nieve se descompuso.
Sonaba...
un "Flash Mob" ruso,
bailaban y miraban la vida
de otra forma.
...y la nieve lloraba.
Pero...
ellos reían,
sensibilidad de su textura
y riqueza de sus pensamientos.

El ídolo Por Ezequiel Feito

Estoy ante una imagen muda
de yeso y de madera;
aquella que ni el sol puede
besar siquiera.
Aquella que los hierros y el cristal encierran,
que no ríe ni llora
por la miseria,
que no da la salud ni salva
de la guerra.

Estoy mirando sólo un reseco pedazo de materia.
una lujosa vanidad de fe vacía
que vive en su podredumbre, muerta.

Tumba que es una tumba.
Piedra que es una piedra.

Mientras allá lejos, sin cesar corre
un manantial de agua fresca.

Mujer mimo Por José Rodolfo Espasa Muñoz

Acurrucada sobre un frágil tajuelo de madera,
mientras posa la mano en su cajita de plata,
cuelga, sobre sus delgadas piernas, su inmóvil brazo.
Yo me paro frente a ella a la hora del crepúsculo,
cuando se desmayan los últimos colores de la tarde.
Y siento el rumoreo de su respiración lanzado al aire.
Si alguien le deja dos o tres monedas;
yo no la miro y me pregunto ensimismado:
¿Acaso se endurece y se oculta
por el hambre?
¿O es la intolerable cadencia de aquel nombre,
la que retumba en sus oídos y anega su alma,
bajo un desdichado vestido de alambre?
Yo también quisiera darle una moneda,
y sentir a mi corazón temblar alborozado.
Pero me resisto a que me mire de ese modo.
Cuando llueve, desde sus cabellos de acerados hilos,
dos rizos se descuelgan sobre sus rígidos senos.
Mientras tanto…
Yo sigo allí.
Mojado!
Mojados!
Hambriento!
Callado!
Rozando sus trenzas con mi mano.
Sé que tarde o temprano, me abrirá sus ojos.

Pesares Por Gerardo Barbieri (del libro “Furores”)

Con vos, sí
aún en medio de tus silencios
de tus retiradas
aún para cubrir, errante,
laberintos de apatía con palabras temblorosas
con evocaciones
y conjuros a pasadas noches
con fuego
que -alguna vez- fue mutuo.

sábado, 17 de mayo de 2014

ALGUNAS ANÉCDOTAS ATRIBUIDAS (CON RAZÓN O NO) A DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. Un anecdotario casi tan extenso y colorido como el del Gral. San Martín.

NI AL PAPA

Sarmiento, que acababa de descender de la presidencia, se encuentra en la calle con monseñor Aneiros, arzobispo de Buenos Aires. -Pase usted, le dice Sarmiento a monseñor, con toda cortesía, cediéndole la vereda.
-De ningún modo, señor presidente, responde monseñor, que le da el título por la fuerza del hábito.
 -¡Presidente, no!, exclama Sarmiento. Si fuera presidente, ni al Papa le haría semejante concesión.

Recopilación de Anécdotas de Argentinos Célebres. Seg. Serie.pág.35.


SARMIENTO Y LA ARISTOCRACIA PORTEÑA

El señor Emilio Castro era uno de los convencidos de que hay o había en Buenos Aires una aristocracia . Así lo sostenía a su amigo Sarmiento, recién llegado al país, presidente electo, y lleno de un enorme entusiasmo por la democracia norteamericana. Hubo un baile en el Club del Progreso, antiguo club porteño y porteñista, donde debía ser presentado el nuevo presidente a la sociedad porteña Sarmiento observo en la fiesta a las nuevas relaciones que se le ofrecían. El lujo y la desenvoltura de aquellas gentes no le engañaron El origen rural de tanta fortuna no se le escapaba. Y claro está, no supo callarlo. A la salida del baile, don Emilio Castro preguntaba a su amigo Sarmiento:
-Y, don Domingo, ¿ hay o no hay una aristocracia en Buenos Aires?
Si la hay, Pero me huele a establo, contesto Sarmiento, rubricando la salida con una carcajada.-


Anécdotas narradas por su nieto, AUGUSTO BELÍN SARMIENTO (1854-1952)


I

Para construir el ferrocarril a San Fernando debía acordar la Legislatura una garantía pero los senadores, que "eran razonadores universitarios, notables por su mala preparación para la nueva vida a que era llamado el país", se espeluznaban ante el capital de 800.000 pesos fuertes y hallaban excesiva carga garantizar el 7% del mismo.
Contestaba Sarmiento que, por el contrario, era tan poca cosa, que en Londres, un banquero a quien se le fuera a pedir esa suma, contestaría: "Vean ustedes al prestamista del barrio". "En cuanto a mí, agregaba, no he de morirme sin ver empleados en ferrocarriles, en este país, ¡No digo 800.000 pesos, sino ochocientos millones de pesos!".
Los senadores y la barra se echaron a reír, tan insensata les parecía la suma, y Sarmiento pide que conste esa hilaridad en el acta.
"Porque necesito que las generaciones venideras sepan que para ayudar al progreso de mi país, he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas, para que se sepa también con qué clase de necios he tenido que lidiar".


II

Como presidente, Sarmiento solía visitar sorpresivamente los hospitales para ver cómo funcionaban y cómo atendían a la gente. Un día, visitando el hospital psiquiátrico notó que un grupo de internados charlaban en el patio. Se acercó a ellos y le dijo: "¡Bienvenido! Yo sabía que el loco Sarmiento iba a terminar entre nosotros!"

RENDICIÓN DE CUENTAS

Había conseguido por primera vez en esta América, construir un edificio propio de escuela (el de la calle Reconquista), con el concurso popular, y un día en el Senado se levantó una voz para pedirle cuenta de la administración de los fondos y acaso queriendo confundirlo de malversación.
"¡Señor Presidente, contestó, declaro ante el Senado y esa barra que me escucha, que la Escuela Modelo se ha hecho a fuerza de ardides, de engaños, de embustes y de maulas! ¡Si saben mi propósito, me fusilan! Gracias a esto Buenos Aires tiene escuelas de qué honrarse. ¡Si descubro a las autoridades mi proyecto, jamás habría visto escuelas dignas de un pueblo culto! (aplausos en la barra). La barra aplaude todo lo que es torcido"
Había con eso eludido el malicioso y encapotado cargo de fraude, acaso de robo; pero el rejón había quedado en la herida y necesitaba arrancarlo. Al día siguiente fueron convocados a la Comisión de Legislación todos cuantos habían intervenido en la construcción y Sarmiento obligó a sus acusadores a asistir hasta el final y desarrollar ante ellos la inversión del último ladrillo y del mínimo clavo de la construcción, demostrándose hasta la evidencia que un ángel del cielo no habría sido administrador más puro, y sin embargo, faltó el caballero para hacer la reparación pública en el lugar en que la ofensa había sido hecha.

Ejemplo de la avutarda y de la golondrina - Del Libro de Buen Amor escrito por Arcipreste de Hita

Érase un cazador, muy sutil pajarero;
fue a sembrar cañamones en un prado lindero
para hacer cuerdas y redes el verano venidero.
La avutarda andaba allí, cerca del sendero.

Dijo la golondrina a tórtolas y pardales
y aún más a la avutarda estas palabras cabales:
«Comed la simiente de estos eriales,
que ha sido sembrada sólo para vuestros males».

Hicieron grandes burlas de lo que ella hablaba;
le dijeron que se fuese, que loca seguro estaba.
Cuando nació la semilla vieron cómo la regaba
el cazador; del cáñamo no las espantaba.

Volvió la golondrina y dijo a la avutarda
que arrancase las matas, que ya estaban altas:
que ése que las riega y que las escarda
por mal de ellos lo hacía, mientras en crecer tardan.

Dijo la avutarda: «¡Loca, tonta, vana,
siempre estás chillando tu locura en la mañana!
No quiero tu consejo. ¡Vete ya, villana!
Déjame en esta vega tan hermosa y tan llana.»

Fuese la golondrina a la casa del cazador,
y allí hizo su nido como supo mejor;
como era un pájaro alegre, muy gorjeador,
le agradó al cazador, que era madrugador.

Recogido ya el cáñamo y hechas ya las trampas,
fuese como solía el cazador de caza;
capturó a la avutarda y la llevó a la plaza.
Dijo la golondrina: «¡Oh, mira lo que te pasa!»

Luego los ballesteros le pelaron las alas,
no le dejaron plumas, salvo chicas y ralas:
Desoyó buen consejo, la muerte la acorrala.
¡Guardaos, doña Endrina, de estas celadas malas!

Que muchos se juntan y forman un consejo
para haceros el mal en trabajo parejo.
Este procedimiento es como el mundo viejo:
igual que la avutarda quedaréis sin pellejo.

Reposo - Por Francisco Isernia (1896-1946)

En el sillón antiguo de la sala
 se ha dormido la niña, placentera.
Por la ondulada y rubia cabellera
la luz del aire, tímida, resbala.

Fuera, una nube pálida recala.
Ya está la tarde tras de la vidriera.
La niña ha sonreído cual si viera
cómo el ángel del sueño pliega el ala.

Entre la blanca blusa desprendida
se siente el puro aliento de la vida
en el ritmo del seno casto y breve.

Y hay en su cara tal recogimiento,
que en el callado umbral del aposento
la tarde quiere entrar y no se atreve.

Maria Curie - Por Eva Curie, hija de los esposos Curie

María, purificando la pechblenda y aislando el radio, ha inventado una técnica y creado un procedimiento de fabricación.
Ahora bien; desde que los efectos terapéuticos del radio han sido conocidos, se buscan por todas partes minerales radiactivos. Están en proyecto múltiples exploraciones en muchos países y especialmente en Bélgica y América. Pero las fábricas no podrán producir el "fabuloso metal" hasta que los ingenieros no conozcan el secreto de la preparación del radio puro.
Un domingo por la mañana, y en la casita del boulevard Kellermann, Pierre habla de todas estas cosas a su mujer. De pronto, el cartero les entregará una carta que llega de los Estados Unidos.
Es necesario que hablemos un poco de nuestro radio dice con tono apacible. Su industria va a tomar un incremento extraordinario. Esto es un hecho cierto. Aquí tienes una carta de Buffalo, en la que unos técnicos, deseosos de crear su explotación en América, nos ruegan que los documentemos...
- ¿Y qué?-contesta María, que no tiene mucho interés en la conversación.
Tenemos ante nosotros dos soluciones. Describir sin ninguna restricción los resultados de nuestras investigaciones, añadiendo los procedimientos de la purificación...
María tiene un gesto mecánico de aprobación y murmura: Sí, claro...
-O bien continúa Pierre, nos consideramos como los propietarios, los inventores del radio, y en ese caso, antes de publicar qué materias has tomado para tratar la pechblenda, sería necesario patentar esta técnica y asegurarnos los derechos sobre la fabricación del radio en el mundo.
Hace un esfuerzo para precisar de una manera objetiva la situación. No es culpa suya si, al pronunciar palabras que le son poco familiares: "patentar", "asegurar nuestros derechos", su voz adquiere una inflexión de menosprecio, apenas perceptible.
María reflexiona unos segundos. Y contesta:
-¡Imposible! ... Eso sería contrario al espíritu científico.
El grave rostro de Pierre se ilumina. Luego, conscientemente, insiste:
-También lo pienso yo..., pero no quiero que tomemos esa decisión a la ligera. Nuestra vida es muy dura, parece que está amenazada de serlo siempre. Tenemos una hija, acaso tendremos otros hijos. Para ellos y para nosotros, esa patente representaría mucho dinero, la riqueza. Sería asegurar la comida y la supresión de las necesidades...
Y cita aun, con una pequeña sonrisa, la única cosa a la cual le es doloroso renunciar:
-Podríamos tener también un buen laboratorio...
Los ojos de María se abren. Enjuicia serenamente la idea del beneficio y de la recompensa material. Repentinamente rechaza la idea y exclama:
-Los físicos publican siempre íntegramente sus investigaciones. Si nuestro descubrimiento tiene un porvenir comercial, es una casualidad de la cual no hemos de aprovecharnos. Además, el radio servirá para curar a los enfermos. Me parece imposible sacar de ello ningún beneficio.
No intenta inútilmente convencer a su marido. María adivina que habló de la patente sólo por un escrúpulo natural. Las palabras que ha pronunciado con entereza y seguridad exponen su sentimiento, el sentimiento de los dos, su infalible concepción del papel del sabio en el mundo.
En medio del silencio, Pierre repite, como un eco, la frase de María:
-No... Sería contrario al espíritu científico.
Pierre se ha tranquilizado, y añade como si arreglara una cuestión de detalle:
-Esta noche escribiré a los ingenieros americanos, dándoles los datos que solicitan.
De acuerdo conmigo escribirá María, veinte años más tarde, Pierre Curie renunció a sacar provecho material del descubrimiento. No patentamos nada a nuestro favor y publicamos sin reserva alguna los resultados de nuestras investigaciones, así como los procedimientos de preparación del radio. Además, hemos dado a los interesados toda clase de noticias solicitadas. Ha sido un bien para la industria del radio, la cual ha podido desarrollarse en completa libertad, primero en Francia, luego, en el mundo, procurando a los sabios y a los médicos los productos que necesitaban. Esta industria utiliza todavía en el día de hoy, casi sin modificarlos, los procedimientos que nosotros indicamos.
...La Buffalo Society of Natural Sciences me ofreció, en recuerdo, una publicación, relativa al desarrollo de la industria del radio en los Estados Unidos, acompañada de las reproducciones fotográficas de las cartas en las cuales Pierre Curie había contestado de la manera más completa a los problemas planteados por los ingenieros americanos (1902 y 1903).
Quince minutos después de esa breve conversación, cruzada un domingo por la mañana, los Curie atravesaban sobre sus queridas bicicletas la puerta de la barrera de Gentilly, y pedaleando a buena marcha, se dirigían hacia el bosque de Clamart.
Han escogido, para toda la vida, entre la pobreza y la fortuna. Por la noche llegaban fatigados, con las manos llenas de hojarasca y ramilletes de flores silvestres.

sábado, 10 de mayo de 2014

SABIDURÍA - Por Ovidio Fernández Ríos

Si ser sabio es saber todo el misterio
que hay en el ser y en la naturaleza;
tener un universo en la cabeza
y hacer del corazón un cementerio;

si ser sabio es vivir sobre el abismo;
alzar el puente que lo liga al mundo,
y envuelto en el desprecio más profundo
encastillarse dentro de sí mismo.

Si saber es odiar al que no sabe;
tener orgullos; pronunciarse grave;
y traficar ideas y palabras

sacrificando el alma y la conciencia:
si ser sabio es así, si así es la ciencia,
prefiero ser pastor cuidando cabras!

ANTÍTESIS - Por Ovidio Fernández Ríos

Perdióse una princesa, cierto día;
y ya sentía un desconsuelo extraño,
cuando acertó a pasar con su rebaño
un pastorcillo, y le ofreció su guía.

La llevó hasta el camino más cercano;
le brindó su ración de pan y queso,
y al despedirse de ella, dióle un beso,
humildemente, en su divina mano.

Y cuando la princesa, blanca y pura,
por la noche, contaba la aventura
entre risas de amables caballeros,

el pastor, mientras de ella se acordaba,
lloraba, sin saber por qué lloraba,
sobre el blanco vellón de sus corderos!

El Lobo - Por Susana Calandrelli

Pupila de los bosques, oído siempre alerta,
destino inexorable del corderito bobo,
el lobo es un bandido sin ley: vive del robo,
y no valen rescates para su presa muerta.

Ocurre sin embargo que en la penumbra incierta,
acaso distraído de su sangriento arrobo,
cuajada de visiones su oscura alma de lobo,
tolera, indiferente, que el gamo se divierta.

Dijérase que entonces queda pensativo.
Le acosa la nostalgia de un pretérito esquivo,
ajeno a los recuerdos, como un sueño olvidado,
y aúlla, cual si viera sobre una blanca duna
la sombra misteriosa de algún antepasado
lamiendo sus cachorros al claro de la luna…

Silencio - Por Federico A. Gutiérrez

El silencio se me hace sombra
en la inmensidad del campo;
ya va llegando la noche,
ya va llegando…

Un búho de mal agüero
con su carita de triángulo
está inmóvil, en una pose
de alambrado.

Y se enciende una estrellita
en la noche del espacio,
para velar el silencio
de los campos…

PALABRA E IMAGEN: ¿ESPEJOS ENFRENTADOS? por Jorge A. Dágata

Hoy los invitamos a compartir un texto lúcido del escritor y cineasta francés Gérard Mordillat, prolífico creador de ficciones y documentales, autor de compromiso social y político, que reflexiona más allá de la técnica en el significado y correspondencias entre los dos términos, palabra/imagen. Son términos de indudable incidencia en la representación del mundo en todas la épocas, pero de especial importancia en el de hoy, globalizado, comunicado, y al mismo tiempo, en tantos aspectos, aislado y disperso en múltiples lenguajes que parecen ignorarse, o se ignoran directamente, por interferencia de intereses más poderosos. En la pantalla grande y más aún en la chica- sus producciones están ausentes para nosotros; de su treintena de libros, que sepamos y reconociendo en esto nuestra ignorancia, no hay traducciones.
Gérard Mordillat (nació en París, en 1949) es novelista y director de cine, con trabajos para la televisión de ficciones y documentales, con adaptación de sus propias obras (“Los vivos y los muertos”) y de otros escritores (Georges Simeon, Jean Giono, Robert Pintet). Con el también director y escritor Jérome Prieur realizó las series documentales “Corpus Christi, el origen del cristianismo”, “El apocalipsis”, y una ficción en torno a la figura de Antonin Artaud.
“La atracción universal” (1990), “Los vivos y los muertos” (2006), “No hay alternativa: treinta años de propaganda económica”, en coautoría con Bertrand Rothe (2011), son cita obligada de sus libros.
“La voz de su amo”, co-dirigido con Nicolás Philibert (documental), “La isla del Atlántico”, “Las cinco partes del mundo”, citas también obligadas de su filmografía.


PALABRA E IMAGEN: ¿ESPEJOS ENFRENTADOS?

Mordillat comienza recordando que en la Edad Media, los peregrinos colgaban minúsculos espejos de sus sombreros, con la convicción de que cuando se prosternaran frente a la santa reliquia, al término de su periplo, la imagen de ella persistiría en el amuleto.
Esa persistencia de la imagen piadosa los protegería de los peligros, de las enfermedades, del mal, del diablo y de los súcubos.
La baratija reflejante estaba realizada en plomo frotado. Esa industria y ese comercio serán la primera actividad de Johannes Gutenberg, quien había concluido su aprendizaje como orfebre y dominaba el trabajo de los metales, así como de las aleaciones. El artesano fabricará y venderá esos espejitos a los peregrinos hasta que esa práctica se olvide o pierda, o hasta que él se canse. Liberado de tan mediocre actividad, se lanzará a la fabricación de caracteres de imprenta móviles, resistentes y reproducibles.
En opinión de Mordillat, afirmar que Gutenberg inventó la imprenta es exagerado. Por otro lado, reconoce como cierto que fue él quien sintetizó ciertos elementos conocidos pero dispersos, que contribuirán a su modernización y desarrollo.
Entonces, fue considerado a justo título “el primero en imprimir un libro digno de ese nombre” (una Biblia), aunque entre sus primerísimos ensayos se cuenten muy simbólicamente algunas cartas de indulgencias. Se trata de unas cartas de treinta líneas, que la Iglesia comerciaba profusamente, en las que garantizaba a sus compradores una estadía en el Paraíso: “Al tintinear las monedas contra la caja, el alma sale volando del Purgatorio”, predicaba el monje Johann Tetzel.
El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavará en las puertas del castillo de Wittenberg sus “noventa y cinco tesis” contra las indulgencias, indignado porque osaran vender el Paraíso para financiar a Alberto de Brandemburgo (1490-1568), que ambicionaba el arzobispado de Maguncia (¡ciudad natal de Gutenberg!). Sus discípulos las copiarán y harán imprimir. Esas palabras en letras de plomo serán las primeras armas de los monjes-soldados que liderarán la Reforma…


SOBRE PLOMO

La relación, para Mordillat, va mucho más lejos: El espejo de plomo que conserva el reflejo del objeto observado (imagen santa o vulgar) y el plomo de la palabra impresa (religiosa o profana) son dos eslabones de una misma cadena que nada sería capaz de separar. Existe un vínculo intangible entre la persistencia de la imagen en el espejo y la de la palabra en la página impresa, entre la literatura y la imagen (sea pictórica, fotográfica o cinematográfica).
Cuando la palabra y la imagen se convierten en sinónimos perfectos, es imposible limitar el término “imagen” a su dimensión pictórica o fotográfica, así como la palabra no puede reducirse a su sentido aparente. Entre la palabra y la imagen hay una atracción irresistible, una extrema condensación de sentido, precipitado de emociones, fisión nuclear de expresiones en un cuerpo infinitamente pequeño cuya explosión producirá la obra. Para transmitir con fuerza esta idea, tal vez sería necesario forjar un ideograma que, en un solo signo, dijera: letra-palabra/imagen-reflejo.
Palabra/imagen: dos espejos enfrentados, hermanos siameses nacidos de un mismo huevo. El huevo de plomo de Gutenberg.
A partir de su invención, dos Biblias se funden en una sola: la Biblia impresa (la Biblia para leer) y la Biblia para ver la vastísima iconografía cristiana, considerada como la “Biblia de los iletrados”.


UNA MIRADA INSISTENTE

Antiguamente, cuando un deceso azotaba a una casa, se bloqueaba el péndulo o las agujas de los relojes. “¡Ah, es eso! El reloj de la vida se ha detenido hace un momento. Ya no estoy en el mundo.” (Arthur Rimbaud, en “Una temporada en el infierno”). Luego, en ese tiempo en suspenso, como lo está en una tela pintada, se cubrían los espejos con un paño opaco, o más comúnmente, con un tul transparente que se guardaba en reserva en los armarios para tal uso. Lo fundamental era que los espejos no reflejaran la imagen del muerto; que esa imagen no sustituyera a la del vivo. “Me miro al espejo por las mañanas y veo a toda la familia mirándome. Veo la cara de mi madre, veo a mi hermana, veo a mi hermano. Veo todo el linaje de mis muertos, todos ellos, en mi fea jeta”, escribe Philip Roth en “La contravida”.
Los antiguos eran prudentes: ese reflejo del espejo es la mirada que no se puede sostener; es la muerte que mira insistentemente al vivo si ningún velo lo impide. Ahí está el peligro, la amenaza. En un estudio de filmación, si en el decorado hay varios espejos, para determinar la posición exacta de la cámara hay una regla que se expresa en una frase infantil: “Si tú me ves, yo te veo.” En otros términos, si el espejo ve la cámara, la cámara se verá en el espejo, y con ella, todos los técnicos que la rodean.
Por ello, es imperativo posicionarse en un ángulo tal que la cámara escape a ese reflejo, mortal para la película.

ESPEJOS VELADOS

La costumbre de cubrir los espejos en la casa de un muerto se extinguió, pero la idea del poder mágico del reflejo persiste, más o menos conscientemente, bajo otras formas. Sea en las imágenes que colgamos de las paredes de nuestras casas, sea en los libros que miramos. Son objetos aparentemente opacos para nosotros, inofensivos como espejos cubiertos. Craso error: para nuestra felicidad o desdicha, las telas, los escritos (esos espejos sin reflejo) no carecen de efectos. Para nuestra felicidad, cuando en el Renacimiento se ordenaba colgar desnudos de las paredes de la habitación nupcial, para que durante el coito, en el preciso instante de la fecundación, la esposa gozara de la visión de unos cuerpos hermosos, promesa de unos hijos hermosos.
Para nuestra desdicha, cuando el libro enmascara en negro sobre blanco la certeza de nuestra desaparición detrás del espejo oscurecido de las palabras.


LA IMAGEN INVERTIDA

El espejo devuelve la imagen invertida de quien en él se mira, como la palabra, hecha de letras de plomo, se escribe al revés en la caja en la que se compone. Quizá sea por eso que el reflejo sea figura o escritura, y en cualquier caso, arte siempre desafía a la muerte; siempre desafía a ese contrario de la vida que, libro tras libro, filme tras filme, tela tras tela, procuramos distinguir en la oscuridad que nos rodea. Sea cual sea el tema, sin que haga falta poner en escena un cráneo o unos huesos, una Biblia, un texto, una tela, una película o una fotografía son una vanidad que supuestamente debe recordar a cada uno de nosotros que somos mortales. Esas imágenes librescas o pictóricas, recordatorio sin indulgencia, no existen sino como reflejo de nosotros mismos.

INTERROGANTES

Pero con gran facilidad somos lectores o espectadores distraídos… No sabemos ver ni leer, a causa del velo que suele posarse sobre nuestros ojos. Como en una definición de palabras cruzadas, las imágenes hacen pantalla: “permite e impide ver”. Leerlas pese a todo, analizarlas, comprenderlas, no es más que intentar leerse a sí mismo, analizarse, comprenderse más allá del velo, frente a la mirada única de la muerte.
¿Cómo no interrogarse una vez más y siempre sobre esta confrontación, no para saber qué significa, sino, mucho más dolorosamente, para qué sirve; ¿para qué nos sirve? ¿Para qué sirve el velo que nos ciega, el reflejo que nos deslumbra? ¿Cómo responder a las preguntas que nos dirigen las imágenes, sean estas pintadas, fotográficas, cinematográficas, sonoras o surgidas del libro interminablemente leído y releído, palabra por palabra, letra por letra? ¿Cómo adentrarse en la tinta de la palabra más simple, la más tenue, para descubrir en ella la noche, tan vasta que una vida entera nunca bastará para explorarla?


VERSE: RECONOCERSE

En “Las meninas” de Diego Velázquez, el reflejo del rey y de la reina en el espejo del fondo no cuenta. Es un señuelo, una coquetería del artista. El único reflejo que vale es la tela en la que el mismo Velázquez enfrenta al espectador. Cuando un pintor, un fotógrafo o un escritor realiza un retrato o un autorretrato, lo que pinta, fotografía o escribe es el retrato del espectador o el lector. El retrato de aquel o aquella que, frente a la obra, trata desesperadamente de reconocerse en los rasgos que le son ajenos; trata de verse en el espejo de otro sin comprender que mira, sin velo, la muerte frente a sí.
El carácter enigmático de las imágenes una vez más, de todas las imágenes, incluidas las palabras consideradas como imágenes es intrínseco; sea Velázquez, la pintura abstracta, un cromo de san Sulpicio, una plaqueta en escritura cuneiforme, en hebreo o en latín, sea el retrato de un pequeño blanco americano por Walker Evans, cada imagen hace una pregunta precisa. Eso hace aún más necesario comprender que, más allá del señuelo de la representación o del relato, eso que vemos, eso que leemos, somos nosotros. Más de una vez, el pintor Francis Bacon expuso sus telas detrás de un vidrio, para tener la seguridad de que los espectadores “se vean en ellas”, ¡y se veían en ellas! E inmediatamente, lo que veían era del orden de lo trágico. De esas “ásperas verdades veladas hasta el día de hoy” hablaba san Justo.
Eran ellos, terriblemente ellos en Bacon. Las imágenes penetran en nosotros por los ojos, por los oídos, por todos los poros de nuestra piel. Tanto los paisajes por los que pasamos como aquellos en los que nos encontramos de día o de noche, pintura, cine, fotografía, televisión, palabras escritas, palabras oídas, nos irrigan con imágenes y hacen palpitar nuestro corazón. Por eso, tanto las letras de plomo como los espejitos de Gutenberg nos espantan y fascinan por igual. Nuestro cuerpo es un cuerpo de imágenes que el dormir exalta en los sueños. Y es la piel de los sueños eso que llamamos “obras de arte”, para tenerles respeto, es decir, para mantenerlas a distancia y admirarlas, al mismo tiempo.

sábado, 3 de mayo de 2014

Una vivandera aristocrática - Por JUAN CARLOS CORDINI

Érale necesario conocer, a los jefes patriotas, el número exacto de las tropas realistas acuarteladas en Jujuy, cosa muy difícil de averiguar, pues los jefes españoles, seguros de que la población les era secretamente hostil, ejercían una vigilancia extremada, desconfiando de todo el mundo y viendo en los actos más sencillos, complots y tretas de los patriotas.
A pesar de los peligros de la empresa, no faltó quien la acometiera; fue esa persona una dama de la primera sociedad salteña, la señora doña María Loreto Sánchez de Peón, de cuyo intenso patriotismo y relevantes servicios a la causa de la libertad da frecuentes noticias la historia.
Vestida humildemente, como las mujeres del pueblo, apareció un día por las calles de la población vendiendo pan, masas y alfajores, por ella misma preparados.
Penetraba en los patios de los cuarteles reales al empezar la lista, esperando aparentemente que terminara el acto para obtener los datos que a Güemes y a sus tenientes importaba conocer.
Como la mayor parte de las mujeres de su tiempo, era doña María Loreto poco fuerte en el arte de contar, pero ella, para no equivocarse, echó mano de un expediente muy ingenioso. Llevaba, en la cesta que usaba para sus ventas, una buena cantidad de granos de maíz y, atadas a ambos lados de la cintura, dos bolsas vacías.
Cuando el soldado llamado contestaba "presente", la fingida vendedora deslizaba un grano en el bolsillo de la derecha; haciendo lo propio con el de la izquierda cuando oía responder "ausente".
Concluida la lista, continuaba acurrucada en su rincón, con la canasta depositada en el suelo, ofreciendo a los soldados, con voz insinuante y humilde, el pan y las masas, contestando con chanzas y donaires las bromas de los mismos.
Al fin, haciendo que le dolía dejar el puesto sin haber vendido todas sus vituallas, abandonaba su "local de ventas".
Volvía a su casa, ya entrada la noche, disimuladamente y esquivando testigos importunos, para vaciar las bolsas atadas a su aristocrático talle, y trasmitir a Güemes, después de bien contados los granos de maíz, el número exacto de los enemigos a quienes debía combatir.

El almirante Brown también sembró... - Por Luis Pozzo Ardizzi

        El glorioso almirante Brown, a quien le debemos la libertad de nuestros mares y ríos en los momentos aciagos en que el país se hallaba en formación, también fue Hombre del Surco...
Una vez que enfundó su espada, sereno y sin agravios, dándole sus anchas espaldas a la maledicencia y a la pequeñez de algunos "grandes hombres" de su época que lo censuraron, se refugió en su quinta de Barracas, en la que le sobraba terreno, y atraído por la noble tarea rural, rindió a ella el tributo de sus últimas energías, buscando en su fecundidad silenciosa, la serenidad espiritual que necesitaba su alma.
Quienes lo vieron trabajar solitario, con el cuerpo aún vigoroso, inclinado sobre la tierra, sudorosa la frente, la nieve de sus canas desafiando al sol, dicen que parecía que en cada golpe de pala sepultaba definitivamente triunfos, glorias, infortunios y sinsabores, amortajándolos con una filosófica sonrisa que de vez en cuando apuntaba en sus labios.. .
Allí, en su campo, cultivado por sus manos, tuvo la inmensa satisfacción de recibir la visita del prestigioso almirante brasileño Grenfell, su bravo enemigo en la guerra contra el Brasil y luego jefe naval aliado de Urquiza, quien antes de abandonar las aguas del Plata quiso saludarlo. El almirante Grenfell llegó con su uniforme de gala y sus condecoraciones. Brown lo recibió con un traje civil de faena, sembrando alfalfa.
Grenfell se confundió en un abrazo con el viejo almirante, y con frases emotivas quiso llamarlo a la realidad acerca del balance de su vida:
-"¡Ah, bravo amigo! ¡Si usted hubiera aceptado las propuestas de Don Pedro I, cuan distinta sería su suerte! ¡Porque, la verdad, las repúblicas son siempre .ingratas con sus buenos servidores!”
Ante aquel reproche, el intrépido marino se irguió. En su cara volvió a reflejarse la energía del momento decisivo del combate, y contestó:
-"Señor Grenfell, no me pesa el haber sido útil a la patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas...cuando bastan seis pies de tierra para descansar de fatigas y dolores”.
Y continuó sembrando.

Pensamientos descabellados (Selección) Por Stanislaw Jerzy Lec

Con una fila de ceros se construye fácilmente una cadena.

-Hasta su silencio tenía errores de lenguaje.

-El que está sentado en la cumbre tiene una disculpa: no se puede ir más allá.

-No hables de tus sueños. Los freudianos podrían llegar al poder.

-Hubo tiempos en que  los esclavos debían comprarse legalmente.

-Hasta el ojo de vidrio ve su propia ceguera.

-La lengua llega más lejos que la mano.

-Las heridas se convierten en cicatrices, pero las cicatrices crecen en nosotros.

-Nuestra ignorancia conquista territorios cada vez más vastos.

-¡Poned en manos de un bárbaro un cuchillo, una pistola o un cañón, pero, por amor de Dios, no le deis jamás una pluma! ¡Os convertiría también a vosotros en bárbaros!

- Me desconcierta el rostro del enemigo porque veo cuánto se me parece.

-Los muertos cambian fácilmente de ideas políticas.

-Preveo la desaparición del canibalismo. El hombre está asqueado del hombre.

-Sé realista: no digas la verdad.

-La suciedad moral es la peor: provoca baños de sangre.

-Cuando un pueblo carece de voz, se nota hasta cuando canta el himno nacional.

-Hasta el gallo celebra la aurora del día en que irá a parar a la olla.

-La primera condición para la inmortalidad es la muerte.

EL MAREO EN LAS ALTURAS

Un candidato a la presidencia surgido de improviso y sin mayores méritos, exclamaba con todo énfasis que a él no le habrían de marear las alturas.
-"No sería extraño, dijo Sarmiento, pues he visto tantas mulas y borricos trepar las cumbres de la cordillera sin marearse”

Recopilación de Anécdotas de Argentinos Célebres. Primera Serie.pág.106.

Ahí me las den todas - Por J. Martínez Villergas

         Cuéntase que hubo un corregidor en una villa. Cuéntase que hubo en el pueblo una riña.
Cuéntase que el alguacil mandado por el corregidor fue a poner paz a los combatientes.
Cuéntase que éstos, en lugar de respetar al alguacil, le arrearon cuatro bofetadas y le echaron de ahí con cajas destempladas.
Y cuéntase que el alguacil volvió al corregidor, mediando entre los dos el siguiente diálogo:
-Señor corregidor, cuando yo voy a una parte en nombre de usía, ¿no represento a usía?
-Sí, hombre, sí.
-Y si mi persona es la persona de usía, ¿mi cara no es también la de usía?
-Sí, hombre, sí.
-Y  cuando represento a usía,  ¿no soy la misma persona de usía?
-Sí, hombre, sí.
-Y cuando pegan una bofetada en esta cara, ¿no es pegarla en la cara de usía?
-Sí, hombre sí; pero ¿dónde vas a parar?    .
-Señor, es que los de la riña me han dado cuatro bofetadas en esta cara, que es la cara de usía, y, por consiguiente, usía ha sufrido también las bofetadas.
-Entonces el corregidor, con toda la formalidad que ustedes pueden figurarse, dijo:
-¡Ahí me las den todas!

LOS DOS PERROS Por Félix María Samaniego

Procure ser en todo lo posible,
El que ha de reprender, irreprensible.

Sultán, perro goloso y atrevido,
En su casa robó, por un descuido,
Una pierna excelente de camero.
Pinto, gran tragador, su compañero,
Le encuentra con la presa encaminado
Ojo al través, colmillo acicalado,
Fruncidas las narices y gruñendo.
“¿Qué cosa estás haciendo,
Desgraciado Sultán?” Pinto le dice;
“¿No sabes, infelice,
Que un Perro infiel, ingrato,
No merece ser Perro, sino gato?
¡Al amo, que nos fía
La custodia de casa noche y día,
Nos halaga, nos cuida y alimenta,
Le das tan buena cuenta,
Que le robas, goloso,
La pierna del camero más jugoso!
Como amigo te ruego
No la maltrates más: déjala luego.”
“Hablas, dijo Sultán, perfectamente.
Una duda me queda solamente
Para seguir al punto tu consejo:
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?”

Monos Por Cristian Roeber

Cuando, según la historia y la voz pública,
sucedió al patriarcado la república,
dieciséis chimpancés de pura raza
por simiesca afición iban de caza
y hallaron en un río una cuerda
que lo cruzaba de derecha a izquierda.
Se acordó, sin protesta de ninguno,
pasar por aquel cable uno por uno,
y fue al principio operación sencilla,
llegar de una orilla hasta la otra orilla.
Mas no se sabe aún con qué pretexto
rompió la cuerda un chimpancé retinto,
que ocupaba el lugar decimoquinto,
y se ahogó el chimpancé decimosexto.
El narrador agrega: Yo atestiguo
que cuando en el tiempo y mundo antiguo
la primera república imperaba,
ya era el último mono el que se ahogaba.

Esplicasiones de una Señora que sescapa con otro - Por césar Bruto

Negro:
te pido por fabor de que no tomés a mal que yo agarre mis prendas de vestir y me vaya del cotorro, ni que pensés de mí con lijeresa, aplicándome tal o cual metáfora dibna de mejor suerte… ¡Te juro que me voy para tu bien, negrO, y que algún día vas a comprender todo el tremendo sacrificio que hago para que triunfés con tu concomitansia de poetA y de conpositor de música, todo lo cual hoy andás bastante flojo y sin poder encontrar un tema para un gran tango que te haga venir popular y honbre de plata!
No te vayás a pensar de que te dejo porque das a tu reina una pobresa insuperable, y que si una sigue vibiendo acá a la larga se acostrumbraría a comer el reboque de la paré… ¡queesperansa! Me voy, negrO, para ver si al encontrarte solo, triste y abandonado, sin nada más que la guitarra y el perrito companiero que por mi ausensia no comería, te sentás a escribir un presioso tango, en el cual me tratés de todo, diciéndome que soy uan ingrata malbada, una percanta trasionera o lo que a vos te guste, que no me voy a ofender por eso.
Todavía, si querés más datos para tu composisión, te comunico que al escaparme del bulíN me voy con un cabaliero que conosí el otro día en el sentrO, el cual se me asercó cuando yo estaba mirando una vidriera, y me dijo: “Usté merecería un tapado de bisontE y un coliar de brillantes, sinpática…”, a lo cual yo le contesté: “¿Le parese?...” y como una palabra saca la otro y las 2 laban la cara, a la final quedamos que yo me iría a vibir con él, que me tratará como una reinA, y hasta prometió de comprarme una licuadora para que yo pueda haser jugo en mis horas de ósio… ¿Te das cuenta qué cambio?
¡Adiós negrO, no mechés la culpa de nada y pensá que todo lo hago para que triunfés con una cansión en contra mía… ¡Ha, y apurate que te van a desalojar antes del 30!
Se despide de vos, tu tierna conpaniera quescapás de haser cualquier cosa parayudarte, Camila (haora gladiS”).

En El Secretario Epistolárico