Perdióse una princesa, cierto día;
y ya sentía un desconsuelo extraño,
cuando acertó a pasar con su rebaño
un pastorcillo, y le ofreció su guía.
La llevó hasta el camino más cercano;
le brindó su ración de pan y queso,
y al despedirse de ella, dióle un beso,
humildemente, en su divina mano.
Y cuando la princesa, blanca y pura,
por la noche, contaba la aventura
entre risas de amables caballeros,
el pastor, mientras de ella se acordaba,
lloraba, sin saber por qué lloraba,
sobre el blanco vellón de sus corderos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario