El cuarto verde
- No lo
sé… Necesito irme, necesito cambiar. Pero tengo miedo, no entiendo por qué me
siento así…
-Es el
recuerdo Martín, no te preocupes.- dijo Raúl.
-¡Otra vez
no!- agregó Pablo.
-¿Qué
pasa?- expresó Catalina.
-Es otro
de sus ataques.-respondió Estrella
-Es que la
extraño. Aunque sea, solo quiero verla un minuto. Por momentos deseo estar con
ella, y es lógico, pero de repente la
odio con todo mi ser. Es su presencia lo que necesito. ¡Qué digo! Es la de todos.
- Martín
¿Qué es lo que te sucede? Acá es donde perteneces. ¿O te olvidas que todo esto
es tuyo?- le preguntó Raúl.
- No me
olvido de eso, pero tampoco de mi familia. Mira si tratan de buscarme, no van a poder encontrarme. No es un capricho,
necesito sentirlos, necesito estar con ellos.
-Dejalo
tranquilo, ya se le va a pasar.- susurró Estrella.
-Es
imposible que te olvides de ella. Tampoco nosotros nos hemos olvidado de ellos,
sino que al contrario, ellos se olvidaron de nosotros.- contestó enojado Raúl.
- No sé.
Puede ser, tal vez ocurrió eso. Pero si yo no estoy más que en un
portarretrato, en un cuadro, en un dibujo de heladera ¡Cómo no me van a olvidar
si no estuve en sus momentos más importantes! Gabriel ya debe estar recibido,
todo un doctor…Y Juanpa debe estar metido en esos líos de abogados- rió con
cierta nostalgia mientras rascaba su barbilla-. Bruno debe ser un gran
profesor, siempre fue tan aplicado y prolijo hasta para tirar bombuchas.
-Martín…-
suspiró Raúl.
-Dejalo
viejo, es Martín. Siempre fue así. ¿O no te acordas que para comprar caramelos
tardaba tres horas porque no sabía si elegir entre palitos de la selva o
billiken? Además, no es la primera vez que sucede esto- acotó Estrella.
-¡Tenés
razón!-rió estrepitosamente Raúl-. Es Martín, ya se le va a pasar.
Sin
escuchar a nadie, totalmente confundido y perdido, me alejé de ellos y de aquel
árbol. Todavía, a pesar de mis años no logro entenderme. Estoy en donde siempre
quise estar, logré mi objetivo, mi sueño, tengo lo que nadie tiene, sin embargo
no me siento bien. Dudo por momentos de ser feliz.
Necesito
despejarme tan solo unos segundos, pensar en algo más. Hace tiempo que no veo
por la ventana, tal vez suceda algo nuevo o las cosas hayan mejorado. Las
imágenes cada vez son más borrosas, no alcanzo a distinguir, pero siempre lo
mismo, guerras, asesinatos, inflación, pobreza, y un perro que salva a alguien.
¡Cómo estarán que el héroe es un perro! Ahora entiendo por qué decidí estar
acá. Pero quién me asegura si la hubiese pasado mal allá, tal vez sería todo lo
contrario. Mi infancia fue hermosa, no me arrepiento de todo lo vivido en aquel
lugar. Ahora que me pongo a pensar en
aquel tiempo, fueron años mágicos, llenos de sueños, de ilusiones, de guerras
de agua, de carreras, de juegos, de aventuras. ¡Qué hubiese sido de mí sin mis
abuelos! Ellos se desvivieron por la familia, amaban verla unida y feliz.
Ayudaron mucho a la vieja en esos años difíciles cuando mi papá la abandonó con
cuatro hijos. Ella trabajaba día y noche, pero nunca nos negó un abrazo, un
beso, una conversación aún estando cansada. Tal vez será por eso que la extraño, a pesar de que la
mayoría de las veces la odio porque nunca pudo entenderme.
Mis
abuelos eran “famosos” en donde vivían. Estrella es el nombre de mi abuela, sí,
Estrella, y no sé si es casualidad o no pero ella tiene un brillo especial, es única, es incomparable, en resumidas
palabras es mi abuela. Ella era una gran artista plástica de la ciudad, a decir
verdad -no es porque sea mi abuela- pero pintaba muy bien. Tenía el poder de convertir al mismo Diablo en
Dios con tan solo unas pinceladas. En
cambio, mi abuelo Raúl era periodista y trabajaba en una radio de la ciudad.
Recuerdo
especialmente las vacaciones de verano del año ’96, con mis hermanos y mis primos
de Bahía Blanca -que siempre venían para ésta época-emprendimos una aventura inolvidable para mí, pero
pasajera para ellos. Como todas las tardes de verano nos metímos en la
pelopincho hasta que nuestra piel quedara como una pasa de uva -bien arrugada-
y luego nos bombardeábamos con bombuchas, corrímos carreras, y realizamos
juegos en donde- como era el más chiquito- siempre perdía. El abuelo rara vez
se metía en la pelopincho, ya que pasaba todas las tardes encerrado en su
“cuarto verde” como él mismo lo definía, y todos, “incluso mi abuela”, teníamos
prohibida la entrada. Cuando le preguntábamos a ella qué hacía él allí adentro,
nos respondía que como había mucho barullo en la casa para escribir sus
informes, prefería aislarse del ruido y así lograr concentrarse ¡Cómo mentía la
gringa! Con mis hermanos y mis primos continuamente intentábamos espiar por la
cerradura de la puerta, pero la abuela siempre nos pescaba y nos sacaba a
plumerazos de allí. Es cierto que lo prohibido llama la atención, y mucho más
cuando uno es niño.
Cierta
tarde, esperamos que la abuela se fuera a la peluquería para saber qué nos
estaban ocultando en ese cuarto. Mi abuelo no estaba, asique no había problema,
lo único que nos preocupaba era que la puerta estuviese cerrada con llave. Al
llegar arriba, la puerta del “cuarto verde” brillaba más que otros días, se
veía tan tentadora. Juanpa fue el primero que tanteó el picaporte. Estaba
abierta y solo teníamos que dar tres pasos para enfrentarnos a la verdad. Ahora
que me acuerdo, “los gigantones”-como yo les decía- tenían miedo y me enviaron
a mí para mirar por el ojo de la cerradura. No podía creer lo que estaba viendo
¡Era una especie de dragón! Al principio me asusté, no sabía qué pasaba. Debí
quedar tan asombrado y pasmado, que no esperaron a que les dijera lo que había
visto, sino que me empujaron a un lado y abrieron la puerta. Una luz se emitió
desde allí, y a medida que entrábamos
se iba haciendo cada vez más fuerte, más fuerte, hasta el punto de
dejarnos ciegos por unos segundos. Cuando recobramos la visión, nos encontramos
con un mundo totalmente diferente al que vivíamos. Nos parecía estar en un
cuento de hadas cuando vimos esos paisajes tan fantasiosos, tan únicos y a la
vez tan mágicos. Montañas tan altas como el mismo cielo, árboles de todos los
colores, grandes cataratas, ríos, lagos. Yo refregué mis ojos varias veces y me
pellizqué para comprobar que todo lo que veía no era un sueño. Mis primos y mis
hermanos, mientras que yo me encontraba tieso como una momia, comenzaron a
recorrer el lugar. Mi primo Ramiro capturó a una especie de conejo con alas,
algo rarísimo. Cuando empecé a caminar vi pájaros cantando tangos y fumando un
pucho, sapos de color rosa y con piernas humanas, veredas de espuma, pozos de
horas, montículos de recuerdos, faroles de esperanzas, elefantes sin trompas,
serpientes con piernas, gatos sin uñas pero con escamas, y hasta había un ratón
que en vez de cola tenía un martillo. ¡Era todo tan raro! Estábamos
maravillados por lo que veíamos, pero a la vez teníamos miedo de no regresar
con nuestra familia. Nos preguntábamos si viviría alguien allí, porque solo
cruzábamos “animales”. En un momento, una mano se posó sobre el hombre de
Fabián, mi primo mayor. Fue tan grande el grito que emitió, que tuve un pequeño
accidente, no vale la pena decir cual fue pero a decir verdad me sentí muy
húmedo. Cuando nos dimos vuelta, vimos que era una especie de casi humano,
aunque su cuerpo era de hombre, todas sus partes se encontraban fuera de lugar
y su rostro tenía forma de signo de interrogación. Sus ojos estaban en el
cuello, su boca sobre su mano, las orejas en los pies, la mano izquierda en la
rodilla derecha, la cabeza en el brazo y el cuello en el dedo gordo de la mano.
A primera vista daba miedo, pero tenía una voz tan dulce que lo hacía parecer
amigable. Le preguntamos dónde estaba la salida y muy amablemente nos la
indicó. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en el “cuarto verde”.
Permanecimos en silencio por unos segundos, pero no había nadie. Esa fue nuestra
última tarde de vacaciones juntos, pero prometimos regresar allí, era nuestro
pacto, nuestro juramento. Aunque prácticamente vivía con mis abuelos, respeté
la promesa hasta que La Barra se volvió a juntar nuevamente después de tres
años de estar separados. Yo tenía entonces diez años, mientras que mis primos y
hermanos rondaban los dieciocho…Creo ir entendiendo más la situación ahora.
Cuando nos
volvimos a reunir, me dejaron de lado, era el “nene” de la familia. Sus
conversaciones giraban en “temas de grandes”, como las definían. Cuando les
pregunté si íbamos a volver al cuarto verde, se rieron, se burlaron de mí.
Incluso me dijeron que ellos ya habían ido, pero habían entrado de otra manera
a ese mundo. Cuando les pregunté “¿Cómo?”, sacaron una bolsita de polvo blanco y me dijeron que era “polvo de
hadas”. Ante tal tomada de pelo-que mis hermanos consintieron con sus
risotadas- me alejé de ellos para siempre. Totalmente desilusionado y
consternado fui a mi pieza y lloré hasta quedarme dormido. Quería regresar a
aquel lugar con mis hermanos y primos,
quería sentirlos nuevamente cerca, quería volver a llamarlos amigos, pero
comprendí en ese momento que nunca más podía confiar en ellos y muchos menos
contar con ellos. Me juré a mi mismo que nunca más iba a entrar al cuarto verde, me convencí de que todo lo
que había visto era un sueño, una irrealidad y de que lo único real en mi vida
era el suelo que yo estaba pisando. Aquella experiencia vivida quedó totalmente
eliminada de mis recuerdos, pero solo fue por un tiempo.
Pasaron
algunos años y llegué a la adolescencia. Muchos cambios hubo en mi vida, nuevas
situaciones y más problemas. Justo antes de cumplir dieciocho años, perdí lo
que tanto quería y amaba: a mis abuelos. Cuando me dijeron la noticia, pensé
que era una de esas horribles pesadillas, pero no era así. Me sentí totalmente
despavorido, solo, sin nadie en quien confiar.
El
velatorio fue una cosa rápida, personas llorando, mis primos y hermanos
conversando de sus temas políticos, financieros, de mujeres, de autos,
discutiendo por la herencia ¡Qué más da! Mi vieja fue la que más sufrió, no se
lo veía venir, lloró como una desgraciada, me partió el alma, me sentí impotente. Luego de que pasó todo ese
“trámite” me fui a casa, pero antes quise dar un último recorrido a la casa de
mis abuelos. El olor de ellos aún permanecía en el aire, el televisor apagado,
las agujas tiradas, el sillón del abuelo vacío, revelaban la ausencia de sus
dueños. Pasé unos segundos recorriendo la casa, dándole de comer al gato, regando
el jardín, hasta que subí las escaleras y me detuve ante el famoso cuarto
verde. Miré la puerta durante varios minutos, hasta que decidí abrirla. No
podía ser, otra vez se emitió de allí una luz que me dejó ciego por unos
segundos. Pero cuando recobré la visión, todo estaba tal cual a cuando entré
por primera vez. Mientras que observaba fascinado todo lo que me rodeaba, algo
pasó tan rápido que voló mi gorra. Cuando miré hacia arriba vi un avión
plateado con letras bien grandes que decía: AEROLÍNEAS
TIYÚ. “¿Qué cuerno es Tiyú?”, dije bien fuerte. Una voz indicando total
autoridad dijo:
-Más
respeto por este mundo.
Me quedé
pensando, mi mente tenía registrado ese timbre de voz. ¡Cómo dudarlo! Era él,
nada menos que mi abuelo Raúl. Me di
vuelta y ahí estaba, con sus manos en la cintura preguntándome sobre cómo había
llegado a Tiyú. Le expliqué sobre esa aventura de verano y de lo que había
pasado. Me acuerdo que me dijo: “Yo sabía que esos andaban en cosas raras,
nunca les gustó el trabajo, parece mentira
que lleven mi sangre.” Mientras que
escuchaba todo su repertorio, comencé a sentir un olor muy familiar, similar al
de las magnolias, era el “olor a abuela”. Unos gritos comenzaron a oírse a lo
lejos mezclado con voces extrañas que decían: “¿Qué Martín?”, “Ah, es él.”,
“Heredó mis genes”, “¡Se nos están cayendo las hojas!”. De repente unas manos
suaves y arrugadas taparon mis ojos, y unos labios ya marchitos se apoderaron
de mis cachetes. ¡Era mi abuela! ¡Cuánta alegría tuve ese día! Los tres conversamos
un buen rato, pero mucho de lo que
ellos me decían no presté atención, porque el sonido del avión plateado me
desconcentraba. El abuelo compartía conmigo el gusto por los aviones, asique me
invitó a dar una vuelta. Cuando subimos, él me dijo que lo podía pilotear, solo
necesitaba mucha imaginación y concentración- requisitos que los tenía en
demasía-, por lo que piloteé aquel avión como todo un profesional. Cuando
aterrizamos, quedé tan impresionado y maravillado, que quería saber cómo habían
hecho todo eso, porque no eran proyecciones ni nada virtual, era un mundo de
verdad, totalmente tangible. Él abuelo sin decir nada me mostró un lápiz, y me
explicó que era el lápiz creador. También me dijo que ellos-mis abuelos-
confiaban en mi imaginación, por lo que el lápiz ahora estaba en mi poder. Con
semejante regalo, poco a poco comencé a hacer todo esto, aunque no fue nada
fácil. En primer lugar, comenzar a crear mi mundo teniendo como base al
anterior era “pan comido”, pero mis abuelos para complicármela un poco más,
tras un chasquido de dedos, dejaron la escena en blanco, borraron al viejo Tiyú
dejando solamente un gran árbol.
-¡Nosotros!-
dijeron todos a la misma vez
-Silencio
que estoy pensando… A ver… Al principio solo me salían garabatos, no entendía
cómo funcionaba el lápiz. Recuerdo que un viento escalofriante erizó mi
imaginación y exaltó mi concentración. Mi mente quedó en blanco y sin pensar,
empecé a dar trazos al azar siguiendo el ritmo de una melodía. Cuando abrí los
ojos, tenía ante mí un gran lago,
montañas, una cabaña, y un hombrecito con cabeza de signo de
interrogación que fue mi ayudante en los inicios del nuevo Tiyú.
Desde
aquel momento decidí vivir allí, no crecer más, inmortalizarme con mis abuelos
y con la vieja, que si ella me hubiese entendido, hoy estaría acá conmigo.
-¿Era
bonita? Porque si querés la convenzo.- Dijo Pablo, el abuelo del abuelo de la
tía de Raúl.
- ¡No me
interrumpas Pablo!
- ¡Mocoso
insolente!
- Callate
Pablo, Martín tiene razón- dijo Juan José.
Tiyú para
mi fue como una droga del mundo real. Al igual que mis abuelos, lo utilizaba
para despejarme de los agotadores días que me tocaban vivir en el trabajo.
Allí, junto con ellos iba remodelando mi mundo. Por ejemplo, mi abuela pintó
hermosos atardeceres similares al viejo Tiyú, y mi abuelo se encargó de los
aviones y de los “wifu”- delfines con cuerpo de dragón. La fauna que yo hice es bastante rara. Los
sapos tiene cola de conejos, los perros dientes de murciélagos, los gatos alas
de pájaro, las ballenas cola de ratón, las tortugas patas de conejo, las
mariposas alas de águila, los caballos patas de ñandú, los canguros melena y
patas de león. Decidí crear personas para habitar un poco más al nuevo Tiyú.
Dibujé a mis hermanos, a mis primos y a mí mismo cuando éramos solo niños, para
que le dieran un toque de alegría a ese lugar. Después la fui llenando de
personas adultas pero con corazón de niños. Además, también me dediqué a
construir otras cosas, pero la más importante fue el Puente del Olvido, que
conectaba al mundo en donde yo vivía con Tiyú.
Estaba tan
absorto en mis creaciones, que no me di cuenta que poco a poco comenzaba a
envejecer. En realidad, no era tan así, yo sabía que era un “hombre de edad”,
pero lo que pasaba era que en Tiyú el tiempo no corría, yo siempre ahí tenia
diecisiete años. Cuando iba del cuarto verde hacia Tiyú, el Puente del Olvido
hacia que mis brazos se acortaran, que mi voz se enflautara, que mi panza se
achicara, desaparecía mi barba y el pelo volvía a crecer en mi cabeza, pero
cuando lo cruzaba para ir al otro lado, sucedía todo lo contrario y… ¡Claro!
Ahora entiendo porque borré el puente.
-¡Abuela,
abuela! ¿Dónde estás?
-Martín
acá estoy. ¿Qué pasa?
-La odio
con todo mi ser, yo quise lo mejor para ella, quise tenerla para siempre a mi
lado. Cuando su pelo se hizo blanco, y su voz se debilitó, le conté de Tiyú
pero ella no me creyó, pensó que estaba loco, que había perdido el juicio. La
llevé del brazo hacia la puerta del cuarto para mostrarle Tiyú. Pero me olvidé
de que solo podían ver ese mundo aquellas personas que tuviesen mucha
imaginación. Yo le señalé el jardín, le dije de ir a buscarlos a ustedes,
comencé a gritar sus nombres, pero ella no veía nada, solo la habitación en la
cual no había ni una ventana. Ella murió a los pocos días creyendo que estaba
loco y que debían internarme. En su funeral, les hablé a mis hermanos de que
los había vuelto a ver a ustedes, y que mamá se murió porque ella quiso, porque
había rechazado vivir en Tiyú. Ellos me explicaron que mamá estaba enferma hacía
ya varios años, pero que no me lo habían querido decir por miedo a mi reacción.
¡Yo le podría haber advertido a mamá!... pero no pude abuela.
-Martín,
tranquilo, no llores, respira profundo. Mi hija no nació con el don que tenemos
nosotros. Ella nació solo para una vida.
-Ya lo sé.
Pero con solo acordarme que al otro día tiraron la puerta abajo de tu casa, y
entraron mis tres hermanos con la policía como si fuese un criminal, se me
congela la sangre. Su plan era llevarme al psiquiátrico. Pero menos mal que me
encerré en el cuarto verde y fui a Tiyú. Ahí fue cuando borré el puente, y en su lugar dibujé una
ventana bien grande para ver cada tanto hacia al otro lado. ¿Te acordás abuela
cuando entraron todos a la habitación y no encontraron más que una silla y un
escritorio? Además al no haber ni una ventana, no pudieron decir que me había
escapado.
-Me
acuerdo todavía de sus caras. Ellos sabían que te podían encontrar ahí. Se
volvieron locos al entender que Tiyú existe.
-Me dio
lástima Bruno, que no le podían poner el chaleco de fuerza por la panza…
Abuela, a veces no sé qué me pasa, fue una basura vivir allá, jamás estuve tan
feliz en mi vida como ahora. ¡Te amo abuela!
- ¿Y yo
que soy?-dijo Raúl.
- Tombié
amió bibi. (También te amo abuelito) Bueno
basta de recuerdos inútiles, tenemos que mejorar todavía la lengua tishulsence.
-¿Viste que era otro de sus ataques?- susurró
Estrella.
-Como
siempre…- le respondió Raúl.
-¡Él es
así porque ustedes lo miman demasiado!- dijo Noelia.
-Calláte
abuela, no pedí tu opinión.-dijo Estrella.
- Más
respeto por tu abuela- dijo Adolfo, el papá de Estrella.
-¡TIÚ
JALLÓN STIYÓS! (¡SE CALLAN ESPÍRITUS!)-dijo
Martín.
Y el árbol dejó de mover sus hojas.
alumna de la Escuela Secundaria Nº
2 de Loberia.