domingo, 31 de julio de 2016

Tus manos inquietas sacudiendo el mantel Por Héctor Fuentes

En el más profundo de mis recuerdos de niño, atesoro para siempre tu sonrisa. Tus manos inquietas sacudiendo el mantel. Tus labios encendidos repitiendo de memoria aquello de: “Diciembre, tarde, calor, gran tormenta de verano”. Recitabas a Baldomero Fernández Moreno cada vez que una nube negra nos amenazaba con la lluvia. Casi siempre el aguacero pasaba de largo, entonces reflexionabas en voz alta: “cayeron cuatro gotas, lo mismo que cuatro clavos, y el pueblo está donde estaba: quieto, fresco, alegre y claro”.
Ese momento representaba para mí el verdadero comienzo del verano. Luego vendría la pileta de lona en el patio de casa y las películas argentinas a las cinco de la tarde. Puntualmente nos sentábamos a mirarlas juntos. Una taza de mate cocido humeaba ante mí, y el blanco y negro del televisor disparaba tu entusiasmo. “La muerte camina bajo la lluvia”, “Si muero antes de despertar”, “Los isleros”, “La guerra gaucha”, esos eran los clásicos que no había que perderse por nada del mundo. A medida que avanzaban las historias, ibas repitiendo alguna que otra frase de memoria. Yo te miraba y me reía. La vida era tan perfecta que una taza de mate cocido y una película nos bastaban para que fuéramos felices.
Siempre decías aquello de: ¿qué cosa hermosa la música no? Y cantabas el tango “Los mareados”. “Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tres cosas lleva mi alma herida...” Y tu voz sonaba bien fuerte, desparramando un torrente de luz que se abría paso por todos los rincones de la casa.
A veces, cuando algún enojo se posaba en tu frente me repetías: “así como te ven, te tratan”.
Aun recuerdo el blanco inmaculado de tu guardapolvo de maestra. La escuela humilde y hermosa del barrio de Campamento, en las afueras de Ensenada. Tu cara de asombro y de ternura a la vez, aquel día que el más travieso de tus alumnos me regaló un nido de hornero.
Aun resuenan en mis oídos los libros que nos aconsejabas como lectura obligatoria: “Platero y yo” “Recuerdos de provincia”, “La cabaña del tío Tom”, “Don Segundo Sombra”. Por esa época mis piernas corrían detrás de una pelota de fútbol, y no me daban respiro.
Hoy, que leo y que te recuerdo y que te escribo, quiero contarte algunas cosas: tengo dos hijos hermosos igualitos a vos. Creo que aunque no estés, esa sonrisa que yo atesoré sigue viajando a través de la risa de ellos. Creo que la poesía y la música que tanto amabas, transformaron mi vida para siempre. Creo que ahora mismo estarás pensando: “este Héctor, que loco, ahora se le dio por hacer un programa de radio”.


De su libro inédito “Rueda la pelota”

DESOLACIÓN Por Victoria Gonzáles Badani

En  memoria de  las víctimas inocentes 
de confrontaciones bélicas.

Por las gradas baja inerte
con toda su herida a cuestas,
miraba el atardecer
y encontró su carne abierta,
buscaba el calor otoñal
cien truenos lo desorientan
cerros y  tejados se tiñen de polvo y humo,
jirones de enredaderas
sellaron allí su destino.

Se acerca la camanchaca
se abre paso entre el gentío,
dejando rastros de lágrimas
hiriendo en surcos la tierra
horadada de misterios.

A lo lejos una quena
deja escuchar sus lamentos,
en el aire frío, seco
los buitres revolotean.

Donde han quedado las luces
desencontrados luceros,
no habrán más atardeceres
de otoño tibio en las calles.

Agosto 2010.

MÁXIMAS SOBE LA VIDA

 La lección más necesaria para los usos de la vida, es dejar de aprender lo falso. Antístenes.

- El hombre de poco talento que ocupa posiciones elevadas se parece a las estatuas pequeñas colocadas sobre grandes pedestales: su insignificancia resulta más atente.  Plutarco