lunes, 24 de diciembre de 2018

6° CERTAMEN INTERDECIMERO RIOPLATENSE 2019

GRUPO INTERDECIMERO RIOPLATENSE
Dirección en Argentina: Avellaneda 395 . CP. 7100 DOLORES (Prov. Bs. Aires) 
6° CERTAMEN INTERDECIMERO RIOPLATENSE 2019
 Con el propósito de incentivar el cultivo de la poesía en décimas, el “Grupo Interdecimero Rioplatense”, formado por cultores de la poesía en décima de Uruguay y Argentina, que se reúne una vez al año en cada país, ha organizado el 6° Certamen de Poesía en Décimas, de acuerdo con las siguientes
BASES:
El 6º Certamen Rioplatense de Poesía en Décimas 2018, es abierto para poetas de Uruguay y la Argentina, excepto para los integrantes del grupo organizador, y cada autor podrá participar con una poesía que no haya recibido premio, ni mención, en otro certamen. No se abona arancel para participar.
La construcción estrófica será en: décima “Espinela”, con rima consonante, medida octosílaba y con una extensión mínima de tres estrofas y máxima de seis, y el tema será Libre.
Los trabajos deben enviarse al correo electrónico grupodecimeros@yahoo.com.ar en dos archivos Word (No se acepta otro). En uno irá la obra con título y seudónimo y en el otro los datos del autor: Nombres y apellido, dirección postal (calle, número, código, ciudad y país), título y seudónimo, teléfono y correo electrónico.
También pueden enviarse por correo postal a: “6º  Certamen Interdecimero Rioplatense 2019”, Avellaneda 395 C.P. 7100 DOLORES, Argentina. En ese caso, los datos irán en  un sobre interior cerrado, que contenga los mismos que el requerido para envío por mail.
Habrá primero, segundo y tercer  premios y podrán otorgarse más, y las menciones que el jurado determine. Los organizadores se reservan el derecho de la forma de entrega de las premiaciones, que podrán ser diplomas en  forma personal o por internet.
El jurado tendrá en cuenta para dictaminar, ortografía, originalidad del tema, el uso del lenguaje, correcta utilización de la rima consonante, la métrica y los recursos poéticos usados. 
La recepción de los trabajos comenzará el 1º de enero de 2019 y el plazo para la presentación de los trabajos expirará el 30 de abril de 2019.
El jurado estará, este año integrado  por poetas argentinos. El fallo se dará a conocer en un plazo no mayor de 40 días al cierre del concurso. A los ganadores se les avisará vía correo electrónico o por teléfono. La obra ganadora será publicada en medios gráficos de Dolores (Argentina) y Rocha (Uruguay).
El hecho de participar, implica aceptar las condiciones de estas bases, y todo asunto  imprevisto, será resuelto por los organizadores de acuerdo con el jurado.
RASGOS CARACTERÍSTICOS DE LA DÉCIMA ESPINELA
Para los autores que tengan dudas sobre la forma de la décima espinela, decimos que deben rimar los versos (1,4 y 5); (2 y 3) ; (6, 7 y 10) y  (8 y 9) con una pausa obligatoria en el cuarto verso. Debe evitarse rimar una palabra singular con otra plural (Ej. Calle con valles) y evitar que en una estrofa las rimas consonantes sean asonantes entre sí y también evitar las rimas terminadas en “allo” con “ayo”.

domingo, 23 de diciembre de 2018

LOS ESCONDRIJOS DE JUAN - Recopilado por César Fernández, 1989 Narrado por Felipe Rañinqueo, Aucapán, 1978.

           En el principio fue así. El hombre era pobre y salió a buscar trabajo. Se llamaba Juancito. Salió al mediodía. Caminó a pie en el desierto. De repente sintió aullar a los perros. Venían tres perros. Y venía el zorro. Al frente venía el zorro. Entonces él los espantó.
-¡Salgan de acá!
Y les empezó a tirar piedras. Con la lengua afuera estaba el zorro. Entonces el zorro quiso hablar como persona.
-Bueno, amigo, si usted tiene un problema algún día, yo lo voy a salvar -le dijo. Y ahí se despidieron.
-¡Que te vaya bien! -le contestó Juancito.
Se fue el zorro moviendo la colita.
Siguió el camino y hacia la tardecita se encontró con el ñaco. Una punta de jotes lo estaban atacando, le querían sacar un animalito muerto. Entonces Juan llegó y los espantó. El ñaco en agradecimiento le dijo:
-Si alguna vez se te ofrece algo de mí, yo te voy a salvar
Alojó así apachorradito, con pasto no más.
-Adonde voy a encontrar trabajo, adonde voy a encontrar gente, adonde voy a estar
Él iba perdido. Iba con el pensamiento de que ya no encontraría a nadie. Caminando. Entonces quedó alojado y al otro día siguió viaje. Salió temprano. Como a las nueve..
-Adonde voy a hallar gente. Algún puesto, tal vez -iba pensando.
Entonces llegó a un arroyo. Había una lagunita y ahí llegó Juan. Orillando el agua había un pescadito. Una truchita. Y la echó al agua. Después que nadó un poco se acercó adonde estaba Juan y le dijo:
-Descanse acá. Si por algún caso llega a tener un problema, yo le voy a ayudar.
Así le dijo el pescado. Y esa misma tarde fue a encontrar un trabajo. Llegó a una cueva grande. Había una puerta y ahí salió una señorita. Era la hija del Cherufe.
-¿Qué quiere?
-Ando buscando trabajo.
-Aquí hay trabajo, pero tiene que hacer un contrato.
-Usted puede perder la vida o ganar toda la plata y casarse conmigo.
-Bueno, qué... si total...
Y ahí se quedó el hombre. Desesperado, con hambre. Y la chica fue a avisar al papá.
-Si le gusta que se quede -le contestó el Cherufe.
Entonces la chica le dio la contesta.
Y se quedó esa noche. Al otro día, a la mañana, tenía que recibir la orden.
El contrato era así: Juan tenía que esconderse tres veces. Si la chica no lo encontraba una vez, entonces él se salvaba y ganaba todo.
Pero adonde esconderse. Se fue al lago a pensar. La truchita lo vio y entonces hablaron.
-Véngase al agua. Aquí, atrás de una piedra, va a quedar. Nadie lo va a ver.
Entonces pasó que la hija del Cherufe tenía un largavista y con eso miraba. Ella adivinaba siempre adonde se escondían los pretendientes. Tenía ese don. En cualquier lugar que se metieran, ella los veía. Por eso ninguno había podido ganar.
Tenía que esconderse bien el hombre. Y se fue atrás de una piedra grandota.
-Quédese acá -le dijo el pescado.
Entonces la hija del Cherufe con su largavista se fue al cerrito. Desde allá miraba.
Al otro día, antes de que aclare ya tenía que estar en el cerrito. Y en seguida lo vio.
-En tal parte está.
El pescado se dio cuenta y se lo dijo a Juan.
-Salga para afuera y se va a presentar al patrón.
Y así hizo el hombre.
Después fue a ver al ñaco. Lo encontró y le pidió ayuda. Pero le fue como con el pescado.
Y el último era el zorro. Era viejito. Tenía todos los pelos morados. Había una zorrería grande. Entonces le preguntó al zorro viejo cómo podía ayudarlo para esconderse, para que no lo vieran. Era la última oportunidad. Si no perdía y lo mataban.
-Yo sé cómo vamos a salir bien -dijo el zorro.
-Usted tiene que ponerse donde está esa chica. Debajo de ella. Vamos a escarbar. Hay que hacer un hoyo grande. De noche. Bien despacito y abajo. Ahí no te va a encontrar.
Y así pasó no más. La chica miraba y miraba. Todo un día se lo pasó buscando. Al final tiró el largavista y perdió.
Y Juan quedó con todo. Quedó con cuanta plata había, se quedó con la señorita.
Y ganó todo porque el zorro le ayudó

Apólogo relativo a Alejando Magno extraído del Talmud (Del libro “Historia Universal”, tomo X, de César Cantú)

Alejandro prosiguió su camino en medio de los desiertos estériles y de los terrenos incultos; llegó cerca de un arroyo que se deslizaba dulcemente entre dos frescas riberas. Su superficie, que ninguna brisa iba a rizar, era la imagen del contento; parecía decir en su mudo lenguaje: He aquí el asilo del reposo y de la paz. Todo estaba en calma y no se sentía nada más que el murmullo de las aguas, que parecían decir al oído del fatigado viajero: “Ven a tomar tu parte de las bondades de la naturaleza”, y que parecía quejarse de que su invitación fuese vana. Esta escena hubiera sugerido mil reflexiones a un alma contemplativa, pero ¿Cómo había de ser grata a la de Alejandro, llena toda de ambiciosos proyectos de conquistas y cuyos oídos estaban familiarizados al ruido de las armas y a los gemidos de los moribundos?
Alejandro continuó su camino; sin embargo, extenuado por el hambre y la fatiga, fue pronto obligado a detenerse. Estando sentado en el borde del arroyuelo, bebió algunas gotas de su agua, que le pareció muy fresca, y exquisita. Entonces se hizo servir peces salados, de los que llevaba provisión, y los sumergió en el agua para quitarles la excesiva salobridad de su gusto.
Pero, ¡cuál sería su sorpresa, cuando vio que exhalaban un suave olor! “Ciertamente  dijo- ,este arroyo, dotado de tan rara virtud, debe tomar sus aguas en algún rico y afortunado país: busquémosle”. Remontando su curso, Alejandro llegó hasta las puertas del Paraíso, que estaban cerradas; pidió entrar con su acostumbrada fogosidad. “Tú no puedes ser admitido -le dijo una voz del interior-: ésta es la. puerta del Señor”.
“Yo soy el señor, el señor de la tierra -respondió el impaciente monarca-. Soy Alejandro el conquistador; ¿ por qué tardáis en abrirme ?
“No -le respondieron-, aquí no se conoce otro conquistador que aquel que sabe domar sus pasiones; solamente los justos entran aquí”.
Alejandro buscó en vano el medio de forzar la entrada de los bienaventurados; ni ruegos ni amenazas surtieron efecto. Viendo todos sus esfuerzos inútiles, se volvió hacia el guardián del Paraíso y le dijo:
“Tú sabes que soy un gran rey, que recibo el homenaje de las naciones; si no quieres dejarme entrar, dadme al menos alguna cosa que pruebe al mundo que he venido hasta aquí, donde ningún mortal me ha precedido”.
“He aquí, insensato -le respondió el guardián del Paraíso-, he aquí una cosa que podría curar los males de tu alma. Una mirada que eches sobre ello te enseñará más sabiduría que la que has aprendido hasta aquí de tus antiguos maestros; prosigue entretanto tu camino”.
Alejandro tomó con avidez lo que se le daba y volvió atrás; pero extático quedó entonces, examinando el don. cuando reconoció que no era otra cosa que un hueso de la cabeza de un muerto.
“¡He aquí exclamó- el bello presente que se hace a los reyes y a los héroes!  ¡He aquí el fruto de tantos trabajos, peligros e inquietudes!”
Furioso y engañado en sus esperanzas, tiró lejos aquel miserable despojo mortal.
“Gran rey -dijo un sabio que estaba presente- , no desdeñes ese don, por despreciable que parezca, a tus ojos; posee virtudes extraordinarias, como puedes verlo si le pesas con el oro”.
Alejandro ordenó hacer la prueba y llevaron una balanza: el resto humano fue puesto en una parte y el oro en la otra, y con asombro de todos, el hueso hizo bajar su platillo. Añadióse más metal, y siempre el oro fue más ligero; cuanto más oro se ponía, más bajaba el platillo del hueso.
“Es muy extraño -dijo Alejandro- que tan pequeña cantidad de materia pese más que tanto oro. ¿Así es que no hay ningún contrapeso que baste para restablecer el equilibrio?”
“Sí hay -respondió el sabio-; poca cosa basta; tomando un poco de tierra y cubriendo el hueso se levanta en seguida”.
“He aquí cosa más extraordinaria -exclamó Alejandro-; ¿podrías explicarme semejante fenómeno?”
“Gran rey -le respondió el sabio-; este pedazo de hueso es el que encierra el ojo humano, que limitado en su volumen, es ilimitado en sus deseos. Cuanto más tiene, más querría tener. Ni oro, ni plata, ni otra riqueza terrestre, bastarían a satisfacerle; pero cuando, una vez descendido en la tumba, está cubierto de tierra, tiene allí un límite a su vida ambiciosa.”

domingo, 16 de diciembre de 2018

Leopoldo Marechal: “Un hombre que sabía mirar el cielo” - Por Héctor Fuentes

        ”De todo laberinto se sale por arriba”. Hay escritores que dejan todo sobre el papel. Cada trazo, cada palabra, cada frase, está perfectamente equilibrada. Uno de ellos fue Leopoldo Marechal. Su calidad literaria es tan inmensa que hasta nos ofrece la salida salvadora para escapar de los laberintos.
Solo una mirada creativa y libertaria como la suya, podría encontrar la salida mirando hacia arriba. A veces los laberintos de la vida cotidiana nos obligan a mirar hacia abajo. Agachamos la cabeza resignados como el buey y nos olvidamos de buscar la totalidad del cielo. Caemos vencidos por el agobio de la rutina y la repetición.
Yo desconfío de que el tiempo se condense solo en los relojes, alguna fuerza debe ser capaz de desdoblar el exacto engranaje de las horas. Me rehúso a aceptar que los días sean una sucesión de hechos aprendidos de memoria. Propongo abrir una grieta en la gruesa pared de la realidad, para que al observar por la desnudez de ese hueco secreto, veamos la postal de un mundo simultáneo.  Pero en algún momento algo se sale de su lugar, algo se desencaja de su moldura, y es así como deviene la amnesia de la perfección. Y en esa sublevación del azar empezaremos a “ver” de verdad, como si en un segundo se rebelase inesperadamente, la otra mitad de las auroras.
Ya estamos listos para la batalla terrestre y la batalla celeste. Cada uno elegirá la suya.
Adán Buenosayres fue su primer novela. Allí el autor se encargó de mostrarnos la valentía de un hombre que se enfrenta contra el cielo y el infierno. Un hombre son todos los hombres. Y todos los hombres pasamos por momentos cruciales. El alma de Adán se atormenta al sentirse disputada por un torbellino de ángeles y demonios. “El Cristo de la Mano Rota” observa la escena inundada por el hedor pestilente que proviene de la curtiembre.
Adán Buenosayres, con sus setecientas páginas, es una obra maestra. Allí se mezclan en dosis perfectas, la poesía, que todo lo sobrevuela, la parodia, el contrapunto humorístico, el sainete y la sátira.
El libro se editó en el año 1948 y despertó innumerables críticas. Pocas voces se promulgaron a favor. Una de ellas fue la de Julio Cortázar. Desde París le escribió a Marechal: “Adán Buenosayres representa un acontecimiento extraordinario para las letras argentinas”. El Cronopio luego reconoció que  esa novela le sirvió como modelo para escribir “Rayuela”.
“El banquete de Severo Arcángelo” fue la novela que lo devolvió a la arena pública. El premio Forti Glori, accionó la avalancha de reconocimientos. El poeta volvía del olvido con la lucidez intacta y una pipa entre los dedos. De allí sacó Miguel Abuelo su famosa frase: “hijo de los piojos, abuelo de la nada”.
Con “Megafón o la guerra” se cierra esta trilogía perfecta. Esta es su obra más política. El maestro presentía los años por venir. La violencia de los años setenta está esbozada aquí. Megafón lleva adelante un plan imposible: el asedio irreductible hacia todos los poderes. Su único poder es la nobleza. Al igual que su creador, un hombre que sabía mirar el cielo.

“Contate un Cuento XI” - Ganadora de la Categoría C: “Noventa días y una rosa de cristal” por Clara Netcoff , alumna de 5to. Año del Colegio Santa Rosa de Lima

            Eran tiempos de guerra. Tiempos de cólera. Fuera de los humildes hogares, se respiraba un aire frío e inundado de tensión, pero dentro de ellos, aun se conservaba un poco de aquel cálido clima anhelante que suele transmitir toda familia.
En una de aquellas viviendas habitaba una pequeña familia y en ella había tanto amor como podía caber. Su matrimonio tenía tan solo unos cuantos meses, pero se querían como si juntos hubieran transitado más de mil inviernos, y apostaban la vida a que serían mil y uno. Y al referirse a la vida, se habla realmente de ella. Marian llevaba en su vientre el primer hijo que habían concebido.  Se dice que eran la luz que encendía la esperanza entre quienes los conocían. A pesar de las dificultades que tenían, vivían su propia vida de ensueño.
Peter trabajaba día y noche para que nunca pasaran hambre. Y aun así, a veces no era suficiente. Sin embargo, sin importar cuan cansado estuviera, cada día llegaba a su hogar y, con la mejor sonrisa que podía poner, besaba a su bella esposa y agradecía por un día más a su lado. Claro que cuando su embarazo llegó, se sintió el hombre más afortunado del mundo puesto a que un bebe era todo lo que podían desear y finalmente serían la familia que tanto habían querido.
Su felicidad no podía ser mayor; pero lo cierto era que eran muy humildes y pronto necesitarían más de lo que ahora podían juntar. Así que Peter, que jamás hubiera dejado que nada les faltara, decidió enlistarse en las tropas, dado a que en esos tiempos, el servicio a la nación era bien recompensado, y con tan sólo unos dos meses, les sería suficiente hasta encontrar una oportunidad mejor.
  Y aunque Marian se negó, estaba muy débil como para trabajar por un poco más, y ambos sabían que era necesario. De manera que unas semanas al servicio y todo acabaría.
Pero lo cierto es que alejado de allí, en un continente lejano, se libraba la batalla más larga que hubieran presenciado. Una batalla que no parecía terminar pronto. Cada día eran mayores los refuerzos que se solicitaban, pues la guerra no iba muy bien. Así que el reclutamiento de nuevos soldados comenzó.
Tal vez, en un principio, aquella idea por más loca que sonara, parecía una salvación. Pero la oportunidad terminó por ser una prolongada tortura de abstinencia. Peter fue reclutado, lo necesitaban en el campo de batalla. Y como su familia también lo necesitaba, él hubiera hecho lo que fuera, incluso aceptar.
Fue un día muy triste, en el que aquella luz que solían irradiar, pareció convertirse en un melancólico atardecer. Él se puso el uniforme y Marian, pese a cualquier contradicción, decidió acompañarlo. En su vientre crecía su mayor tesoro y por su rostro resbalaban lágrimas. Él se despidió y juró que volvería. Ella lo besó y juró que esperaría. El barco partió y se alzaron los pañuelos de aquellas mujeres que, al igual que Marian, veían al amor de su vida perderse en aquel colosal océano de un azul que transmitía pena.
“Sólo tres meses” pensaron. Sólo tres meses y se reunirían. No había tempestad que no pudiesen superar. Y mientras a cada minuto los separaban más kilómetros, al mismo tiempo cada minuto era uno menos para que todo volviera a ser como antes.
Seis meses de embarazo y tres semanas de espera.  Cualquiera se habría perdido en aquellos días grises, pero Marian era fuerte y creía firmemente que su esposo regresaría. Cargaba con ella el mayor recordatorio de que no debía perder la fe, un hijo, y había jurado que no dejaría pasar un día sin demostrárselo. Cada día se levantaba, ponía su mejor sonrisa, y hacia su mejor esfuerzo pues sabía que Peter no querría que perdiera aquel brillo que la hacía tan especial. Rezaba más que dormir y al cerrar los ojos era inevitable que algunas lágrimas recorrieran sus mejillas. Pero resistía. Resistía porque ahora sólo quedaban 8 semanas para que él volviera.
Ya un mes en el ejército y dos quedaban para regresar a casa. La guerra continuaba y el peligro también.  Cada minuto podía ser el último pero no lo era y Peter lo agradecía. La vida que ahora llevaba implicaba más adrenalina que la que cualquiera pudiese procesar en la suya entera. Días de contienda, noches de temor, y era difícil conservar la cordura. Pero a diferencia de algunos, Peter tenía un propósito. Había hecho una promesa y haría lo imposible para cumplirla. Sabía que pasara lo que pasara, su familia estaría bien, y no había mayor motivación que ello. En la oscura y helada nocturnidad, cuando después de un de un largo día en el que siquiera había comido, sintiendo su cuerpo frío cual hielo, miraba a las estrellas y rezaba para que Marian estuviera bien.  Pero resistía. Resistía porque ahora sólo quedaban 5 semanas para volverla a ver.
De alguna manera, el recordarse mutuamente los mantenía con vida, puesto que cada semana era más difícil soportar tal añoranza. En la ciudad reinaba un clima de inestabilidad, y la guerra daba cada vez más bruscos movimientos. La gente perdía la calma con facilidad y esperaban que cualquier periódico les trajera buenas noticias.
Marian escribía todas las mañanas y recorría el frío camino hacia el correo porque sabía que valdría la pena. No tenía idea si sus cartas llegarían a destino, pero dejaba en ellas un poco del gran amor que en ella crecía, y nunca faltaba alguna frase manchada de tinta corrida a causa de angustia. Leía los periódicos siempre que podía comprarlos y salía en busca de cualquier noticia que pudiese tener de las tropas. El bebé tenía ahora 8 meses y eso la convertía en una mujer capaz de ser madre cualquiera de los días que pasaban. Y ahora solo quedaban 3 semanas.
Cuando ya faltaba muy poco, parecía cada vez más difícil tolerar la distancia, tan lejos pero tan cerca. Y era mayor la satisfacción de Peter al saber que un día menos quedaba, que el simple hecho de estar vivo. A su alrededor, todo era destrucción, pero ni el hambre ni el frío le quitaban la esperanza. Otros soldados recibían cartas desde otro continente y aunque él no recibía ninguna, recordar lo que en casa le esperaba le era tan suficiente como cien de ellas. Y ahora sólo quedaban 2 semanas.
En las calles los rumores se hacían oír, parecía que la guerra terminaría pronto, pues no quedaban muchos recursos. Marian era la luz y con la llegada de la niña trajo aún más vida a todo el pequeño pueblo. Su saludable nacimiento había sido la prueba de que ambos podían superar cualquier adversidad y en sus ojos veía los de Peter. No había dejado de rezar y por las noches, cuando la pequeña despertaba llorando, era casi inevitable no quebrarse junto a ella. Pero era fuerte. Porque su esposo volvería en cualquier momento. Y ese momento llegó.
Era un día como cualquier otro de los noventa y dos que ya habían pasado. Pero esa mañana no fue sólo la nieve quien llamó en la aldaba. Juraría que ese día al abrir la puerta, el helado viento se convirtió en una cálida brisa. Ella puso la sonrisa más bella que alguna vez se hubiera dibujado en su rostro. Sus húmedos ojos no podían creer lo que veían: un alto y apuesto hombre, de postura recta e impecable uniforme y, en su mano, una hermosa rosa blanca que combinaba a la perfección con el invierno. Él tampoco creía lo que veía: en los brazos de su amada, reía una pequeña niña cuyos ojos celestes reflejaban el alma más pura.
Un abrazo los había separado y uno más los volvió a unir. Ella tomó la rosa y él, a su preciada hija. Y fue entonces cuando Peter supo que cada día lejos había valido la pena.
Cuentan en el pueblo que con la llegada de la pequeña Rosie la guerra terminó. Que cada día que pasó fueron una familia más unida. Que llevaban mil inviernos y le siguieron miles más, y que nunca, nunca, faltó una rosa.
Sé que los vecinos cuentan muchas cosas acerca de mi familia, pero yo puedo contarles que cada día que pasa adoro más esta historia, pues si algo me enseñó, es que el amor es más fuerte que la fuerza de miles de armamentos. ¿Me creerían si les dijera que mi nombre es Rosie?

domingo, 9 de diciembre de 2018

Contate un Cuento XI” - Ganadora de la Categoría B (jóvenes de 13 y 14 años): Gritando en silencio - Por Pilar Orsatti, alumna de 3er. Año de la E.E.S. Nº 3 “Carmelo Sánchez”

          Toca el timbre, todos comienzan a guardar sus cosas en las mochilas, todos se quieren ir a casa. Todos menos yo. Como siempre, intento quedarme lo máximo posible en el aula, hasta que la portera me pide por favor que me vaya porque tiene que limpiar.
Son las  seis y media de la tarde y camino lento hacia casa, ya oscureció y sé todas las cosas que podrían pasarme estando sola por la calle, pero  no me asusta. Lo que me aterra es llegar.
 Veinte minutos después, al fin arribo a mi destino. Abro la puerta y lo primero que noto es ese clima tenso. Camino hacia la cocina y encuentro a mi mamá planchado la ropa.
- Hola, mi amor -me mira con una sonrisa triste ¿Cómo te fue en el cole?
Ni bien la veo, me doy cuenta de que tiene un nuevo moretón alrededor del ojo izquierdo, se nota que intentó maquillárselo pero de todos modos no funcionó.
- ¿Qué te pasó en la cara? pregunto seriamente.
- Nada, hija  dice ella  ¿Querés que te haga una chocolatada?
- Ma, te pegó otra vez papá, ¿no? -  no me responde, de todas formas no necesito que lo haga. Mamá, no es normal que cada vez que se enoja se ponga tan loco y te levante la mano. ¡Es violencia, mamá!
- Lu, por favor no grites mira preocupada hacia la puerta de la cocina está durmiendo y no quiero que nos escuche. Asiento y me voy a mi cuarto a hacer deberes.
Esa es la razón por la cual no me gusta estar en casa, me da terror llegar un día y encontrar a mi mamá sin vida luego de discutir con mi padre. Él me asusta mucho,  ya lo veo como a un extraño. Solo compartimos algunas comidas, generalmente la cena. Hay veces que no lo vemos por días, se va sin decir nada y vuelve borracho. Cuando está en casa siempre tiene mal humor y se desquita con mamá o conmigo. A mí me ha llegado a pegar en algunas ocasiones, pero prefiere maltratarla a ella.
Una vez, cansada de esta situación, decidí pedir ayuda y recurrí a la comisaria del pueblo. Mala idea.
- Hola, buen día dije al entrar. Necesito su ayuda.
Nadie me contestó.
- ¿Qué pasó, nena? ¿Te robaron la bici?   me dijo un policía que estaba sentado detrás de un escritorio.
- Quiero denunciar una situación de violencia  dije con cara de pocos amigos.
- A ver, decime... -claramente no me estaba tomando en serio.
- Lo que pasa es que... mi papá a veces se enoja mucho y termina pegándole a mi mamá.
- Uh, lo siento mucho. Pero sin evidencia no podemos hacer nada.
-  ¡¿Cómo que sin evidencia?!  -Ese señor me estaba sacando de quicio. ¿Por qué no van a mi casa y ven como está mi mamá?
- ¿Y por qué no viene tu mami, entonces?
- Ella está muy asustada y yo no sé qué más hacer.
El policía no contestó, se limitó a bajar la vista y seguir ordenando sus papeles.
- ¡Estoy harta!  Exploté  ¡Estoy harta de que esta sociedad nos pase por arriba! ¡No puede ser que mi mamá se esté desangrando en mi casa y que ni la policía nos preste atención!
Me miró fijo por casi un minuto y luego dijo riendo:
 - ¿Y qué puede saber una piba de quince años como vos sobre la sociedad? Me das risa. Anda a jugar a las muñecas y decile a tu mami que vaya a laburar.
Lo fulminé con la mirada y comprendí que no valía la pena seguir gastando energía en ese machito. Salí de la comisaría y me fui hacia mi casa. Cuando llegué, me encerré en mi cuarto y lloré hasta quedarme dormida. Lloré porque me sentía sola, lloré por mi madre y por todas las otras mujeres que podrían estar pasando por lo mismo, lloré porque estaba cansada de tener que adaptarme al humor de mi padre y que él nos tratara como trapos, lloré porque nadie escuchaba nuestra voz. Ese día pensé en que solo debía limitarme a sobrevivir hasta ser mayor de edad y poder irme bien lejos. Pero hoy es un día diferente, por fin me di cuenta de lo que tengo que hacer. Necesito contar mi historia, ser la voz de mi madre y así encontrar una solución. Para esto voy a escribir un blog.
Prendo la computadora y comienzo a escribir, vuelco absolutamente todo lo que pasa por mi cabeza. No es difícil hablar de lo único que conozco. Descubro que es como un círculo : él se enoja, se pone muy violento y nos echa la culpa de todo, pasa un tiempo sin hablarnos, luego vuelve llorando a pedir perdón, jura no volver a reaccionar más así y comienza todo de nuevo. Al final pongo mi número de teléfono por si aparece un ser milagroso que pueda ayudarnos, y bajo a cenar.
Cuando llego al comedor, veo a mi padre sentado en la cabecera de la mesa. Es la primera vez que lo veo en todo el día. Lo saludo por lo bajo.
- ¿Qué vamos a comer?  le dice a mi madre.
- Tarta de verdura responde ella.
- ¿Esta porquería cocinaste? Yo no estuve trabajando todo el día mientras vos te rascabas para llegar y tener que comer esto.
- Amor, es lo único que pude hacer. -Intenta calmarlo. No había otra cosa con la que cocinar y sabes que tampoco nos sobra la plata.
- ¡¿Ves que no servís para nada?!  Ya está gritando, comenzó la pesadilla ¡Nada bien podes hacer, no entiendo porqué me casé con vos!. Yo trabajo, mantengo todo esto y ¿así es como me pagas?
-Amor, tranquilo. Comamos en paz  dice mi madre intentando ocultar las lágrimas que corren por sus mejillas Te pido perdón, esto no va a volver a pasar.
- ¡Yo no como esto ni loco! - Se para, agarra la tarta y la tira contra la pared. Vas a aprender a tratar a un hombre se dirige hasta la entrada, agarra un abrigo del perchero y sale por la puerta.
- ¡Espera, Juan!
Mi madre corre detrás de él
- Por favor decime a dónde vas 
Él ni siquiera se da vuelta y sigue caminando hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
Me despierto, es sábado. Son las ocho de la mañana y todavía todos duermen, cuando digo todos me refiero a mi mamá porque no creo que mi papá haya regresado. Me duele la cabeza y tengo los ojos hinchados del llanto de anoche. Me hago un  café con leche y prendo la computadora. Reviso mi blog, al cual le puse de título “gritando en silencio” haciendo referencia a mi postura en esta situación.  Descubro que la publicación de ayer tuvo 30 vistas, eso me da esperanza. Prendo mi celular y veo que tengo una llamada perdida y un mensaje de voz de un número desconocido. Escucho el mensaje:
- Hola Luisana, estuve leyendo tu blog la voz es de mujer, debe tener la edad de mi madre. La verdad, es muy triste la realidad que viven vos y tu mamá. Te quería decir que yo también pasé por una situación así hace unos años y no fue nada fácil salir de eso. Mi nombre es Alegra, vivo en el pueblo vecino al tuyo… bueno este es mi número, no dudes en llamar para lo que necesites. Te mando muchas fuerzas y un a brazo enorme.
Escuchar esto me dio una alegría inmensa, al fin había alguien que nos apoyaba. Quería ir corriendo y decírselo a mi madre, pero no podía. No le he dicho nada del blog porque sé que me diría que lo borre, porque si mi papá se enteraba iba a ser para problema. Yo era consciente del conflicto que esto desataría pero no me importa, lo único que quiero es que todo termine.
Escucho que alguien golpea fuertemente la puerta hasta tirarla abajo. Es mi padre, y está muy alterado.
- Así te quería encontrar a vos me dice con cara de loco ¿Pensabas que no me iba a enterar si subías cosas sobre mí a internet?!
- Yo...Yo no-no sé de qué estás ha-hablando me tiembla la voz
- Dejá de hacerte la tonta, los dos sabemos lo que hiciste. Se acerca hasta donde estoy. Y ahora vas a ver, pendeja mal educada.
Ni bien termina de decir eso, levanta la mano y me pega una cachetada.
El dolor se expande por toda mi cara y comienzan a caer lágrimas por mis mejillas. Intento decirle que pare pero sigue pegándome cada vez más fuerte. Enseguida mi madre aparece en la escena:
- ¡Juan basta! -Grita. Él no le hace caso. ¡Por favor, te pido que pares!  Rompe en llanto mientras suplica. Se me empieza a nublar la vista.
- ¡Fui yo!  Escucho que grita de repente Juan, en serio deja a la nena. Yo tuve la idea de todo eso, fue todo culpa mía mi padre me deja tirada en el piso y se dirige hacia mi madre
- Así que fuiste vos, puta. Sos una puta y ahora me las vas a pagar por haberme escrachado en ese blog de mierda.
La agarra de la remera y la empuja contra la pared
- Sos mía ¿Cuándo lo vas a entender? 
Ríe mientras ve como sangra la nariz de mi mamá luego de sus trompadas.
Mientras estoy tirada en el piso algo vibra en el bolsillo de mi pantalón y se me ocurre la mejor idea que podría haber tenido en ese momento. Saco mi celular sin que mi padre lo vea. Tengo la vista borrosa y me cuesta muchísimo encontrar la llamada perdida de Alegra. Luego de lo que parece una eternidad logro marcar el número.
Despierto en lo que parece ser la habitación de un hospital. Noto que en la cama de al lado hay un persona durmiendo, es mi mamá. Todo ha terminado.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Los dueños de la Ley Antiterrorista – Por Fernando Adrián Zapata

Los que ayer te reprimieron,
los que ayer te persiguieron...,
...son los mismos que hoy te acusan
y reclaman dictadura.

Los que ayer beneficiaron
a oligarcas y tiranos...,
son los mismos que hoy te agreden
por ser pobre y ser rebelde.

Los que ayer colaboraron
con los que te torturaron...,
son los mismos que hoy te culpan
y te tratan de "basura".

Los que ayer se enriquecieron
explotando a los obreros...,
...son los mismos que hoy te atacan
con sus leyes y sus mafias.

Los que ayer beneficiaron
a oligarcas y tiranos...,
...son los mismos que hoy te agreden
por ser pobre y ser rebelde.

Los que siguen gobernando
por los dueños del mercado...,
...¡son los mismos que hoy te aplican
leyes antiterroristas!

Los que aún te oprimen tanto
y enriquecen dominando...,
...¡son los mismos que hoy te aplican
leyes antiterroristas!!!

Los crímenes políticos - Por Fernando Adrián Zapata


El puño y el garrote se entrecruzan
en calles de memoria ensangrentada,
los pobres que reclaman en las urnas
también van por las rutas y puebladas.
Mercado, Estado, bancas, dinerales,
trazaron una línea divisoria
a quienes ya no pueden aportarles
solvencia en la ecuación trabajadora.
Algunos han pagado con sus vidas
la reivindicación de otros hermanos.
Y hay otros, que engordaron cada día
con lujo, a costa de los castigados...

Las leyes, con sus lados y reversas,
son, varias,...frías y sin corazón.
Persiste, aún así, la fuerza obrera;
no todo está perdido si hay unión...

Las crisis nos templaron, desde antaño,
a fuerza de brutal necesidad.
Los cambios que, de algunos, esperamos,
¡nosotros los debemos cultivar!!!

La casa – Por Emilia Torini


Había una vez una casa muy blanca, muy redondeada, muy grande...tenía dos dormitorios, una cocina particularmente pequeña...un parque muy grande con un nogal, sí, ese árbol hermoso que da nueces, que muchas veces supo sostener una hamaca, que muchas veces supo ser el sostén de una casita en las alturas. Esa casa también tenía un laurel, enorme árbol.. que supo ser uno de los lugares preferidos a la hora de esconderse hasta escuchar contar hasta diez...esa casa tenía muchas escaleras, que subían y bajaban...que te trasportaban a un castillito... los dos dormitorios eran muy grandes, uno en especial…un lugar lleno de los juguetes más hermosos…ese cuarto que escuchó risas, llantos…vio niños jugando, vio adolescentes llorar o reírse hasta no parar…
Esa casa vio a un joven irse para emprender su aventura.. y después vio una joven irse a emprender también su aventura…pero la casa seguía  ahí…siempre se podía volver.. volver a recorrer ese parque, esas escaleritas que te trasportaban…
Esa casa vio alegrías enormes, tristezas …pero estaba ahí…
Vio padres, abuelas,  hijos, nietos, novios, novias, amigos, esposos, esposas, cuñadas, sobrinos…
Esa casa sintió aromas de comidas exquisitas…escuchó hermosas canciones, durmió siestas, festejó cumpleaños,  vivió  veranos, otoños, inviernos y  primaveras…llenas de flores, flores muy bien cuidadas…
Se puede decir que esa casa no son más que paredes de ladrillos con cemento…pero es mi casa, la casa que me vio nacer, crecer e  irme…
Hoy mis papás dejan esa casa para emprender ellos su nueva aventura…pero en ella quedarán todos esos recuerdos bien impregnados en sus paredes…para siempre… y aunque le esté hablando a un par de ladrillos con cemento, te digo, casita: aunque se vienen hermosos proyectos, te voy a extrañar…porque vas a ser mi casa hermosa para siempre…la casa blanca, redondeada, muy grande y con una cocina particularmente pequeña. Ya no voy a poder entrar… pero cuando pase por ahí, siempre, siempre voy a decir, esa es  MI CASA!

sábado, 1 de diciembre de 2018

PARA ROMANCEAR Y ROGAR - POESÍA MAPUCHE (Del libro “Cuentan los Mapuches” de Cèsar A. Fernández. Ed. EDICOL.

ROMANCEADA PARA LEVANTARSE
Narrado por José Cayunao, Aucapán, 1985.

Levántese,
levántese,  hermano.
Que no lo venga a pisar
el poncho amarillo.
Viene alumbrando el lucero.
Ya cantan los pajaritos.
Ya viene la madrugada
y lo va a encontrar durmiendo.
Que está curao,
pero que se levante,
hermano.

El romanceador interpretaba -según versión dada al recopilador- que traía mala suerte que el sol ("el poncho amarillo") lo alumbrara directamente al despertarse, luego de haber dormido borracho ("curao") a la intemperie.


ÜLKANTUM DE LA SEÑORITA
Recopilado por Miguel A. Bartolomé, 1969.

Señorita
de muy lejos supe que era muy bonita
y todo el camino vine pensando en usted.
Pensaba si realmente sería tan hermosa
y cuanto más lo pensaba
más verde me parecía
el bosque de la cordillera.
Así fue que llegué hasta aquí
y ahora quiero hablar con usted
para decirle que la quiero.
Mi caballo está atado al palenque
para llevarla cuando usted me lo pida.
Piense bien  señorita
y ojalá me diga que sí.

“Contate un Cuento XI” - Ganadora de la Categoría A (jóvenes de 12 y 13 años): LA CURIOSIDAD MATA por Lourdes Quiñones, alumna del Instituto Bg. Martín Rodríguez de Tandil

Todo pasó un 10 de Septiembre de 2017.
       Una persona se había suicidado en una peluquería, la cual le pertenecía a los padres de mi mejor amiga. Nunca le pregunté si sabía quién era la persona que se suicidó o si tenía alguna idea  del motivo por el cual lo había hecho, no porque no se me pasara por la cabeza, sino porque me resultaba difícil hablar sobre ello. Hoy tres semanas después del incidente, mi amiga me invitó a su casa, queda al lado de donde ocurrió la desgracia. Se rumorea que siempre a la noche, a la hora que se suicidó, se escuchan ruidos muy extraños.
       Mi intención es saber quién fue y por qué; es la oportunidad perfecta para saberlo, solo tengo que convencerla para que me deje dormir en su casa, aunque eso no debería ser un obstáculo, ya que siempre me invita, igual me aseguré de ello, la llamé y efectivamente me dijo que sí.
       Es hora de ir para allá, decidí agarrar una grabadora y una linterna, por  las duda; como dice el dicho: “Más vale prevenir que lamentar”. Al llegar percibí un ambiente tenso en el barrio; lo que me llamó la atención  es que el local estaba cerrado, porque los viernes siempre estaba abierto; pero como no había ido en tres semanas no le di mucha importancia. Antes de entrar encendí la grabadora y la metí en el bolsillo de mi pantalón. Cuando entré el ambiente estaba todavía más tenso. Me daba miedo sacar el tema, por como irían a reaccionar, esperé la cena y lo mencioné. Cuando empecé a hablar sobre ello, todos dejaron de comer y se me quedaron viendo en silencio durante algunos segundos, hasta que el padre dijo: “No es de tu incumbencia y no preguntes ni hables sobre eso, sólo lo que vas a saber es que era una persona muy importante para mí.”
        Me quedé muda por el tono en que me lo dijo. Al terminar las últimas palabras, vi como la madre lo miraba con cara de odio e ira. Después de eso, la cena prosiguió como si nada hubiera pasado, obviamente con un ambiente aún más tenso y en un  silencio sepulcral.
         Una vez en el cuarto alistándonos para dormir, luego de esa cena eterna, intenté una conversación para aliviar el ambiente, lo cual funcionó. Después de un par de minutos, le pregunté por qué sus padres habían reaccionado así y me dijo: “Raramente hablamos de eso, antes de que ocurriera esto estábamos todo bien, era la misma rutina de siempre, mi madre trabajando en el local, yo con el celu después de la escuela y mi padre volviendo super tarde del trabajo o al menos eso nos decía, cuando esto pasó, mis padres se distanciaron.” Tenía una idea de lo que podía haber pasar, igual no quería seguir indagando ya que mi amiga parecía algo conmocionada. Nos acostamos a dormir, después de dos horas, me acordé que tenía que ir a escuchar los ruidos extraños; me fijé la hora, al parecer la suerte estaba de mi lado, faltaba una hora, así que me dirigí a las escaleras pero algo me detuvo, era una luz que provenía del cuarto de los padres. Me acerqué para escuchar, al parecer el padre le estaba intentando explicar algo; decidí dejar la grabadora al lado del marco de la puerta, así luego lo escucharía y seguí mi camino. Bajé rápidamente las escaleras porque me di cuenta que perdí treinta minutos escuchando la conversación; al buscar las llaves no fue difícil encontrarlas porque siempre las ponían debajo de la alfombra de la entrada y me fui directo al local. Al intentar abrir, las llaves no funcionaban, lo cual complicó las cosas porque solo faltaban catorce minutos para las once; tenía que buscar una ruta alterna. Pero antes de hacerlo fui a la caja de fusibles para desactivar la energía por si había alguna alarma que yo no supiera. Una vez hecho esto busqué una ventana o puerta trasera por la cual entrar.  Y sí, había una puerta trasera que yo no conocía y lo más extraño era que estaba abierta, tal vez alguien había salido o entrado y no la cerró. Entré con muchísimo cuidado, no parecía que hubiera alguien, prendí la linterna, solo faltaba un minuto para las once, ya eran las once. No parecía escucharse ningún ruido, lo cual debo confesar que me decepcionó, investigué la zona por si había algo interesante aunque lo dudaba porque los policías habían registrado el lugar. Al dirigirme a la salida me choqué con un mueble que parecía estar escondido intencionalmente, estaba un poco gastado pero no demasiado, tenía cuatro patas y un cajón que abrí. Quería ver si había algo interesante pero solo contenía polvo. De repente un reflejo que al parecer venía de una ventana iluminó la parte de abajo del mueble, me fijé y había una carta pegada con cinta para que no se cayera. No la tuve que abrir porque ya lo estaba, empecé a leerla y decía:
   “Lo que hice tal vez los sorprendió pero no puedo seguir así con esta mentira, esta farza, te amo pero no puedo sabiendo que no le has dicho a tu esposa sobre nuestra relación.  Nunca pensé y quise que se enteraran así, pero tarde o temprano iban a saber que sos gay. Mi deseo era vivir los dos solos sin preocupaciones y sin mentiras pero nunca iba a pasar menos cuando me andaba buscando la policía por haber comprado y vendido droga, seguramente no lo sepas porque fue antes de conocerte. Lo que quiero que sepas es que eres el amor de mi vida y que esto no es tu culpa, es una decisión que yo tomé, le quiero pedir perdón a tu esposa, sé que está enojada pero no tiene derecho a estarlo porque también te fue infiel y yo no dije nada.”
          Me quedé en shock  y  ahora que me pongo a pensar  nunca supe el sexo de la persona que se había suicidado hasta ahora. De repente, sentí unas manos que me agarran por la espalda y me dan un golpe dejándome inconsciente. Luego de un rato, no sé si mucho tiempo, me desperté. Un poco aturdida por la forma en que me golpeó. No podía distinguir a la persona por la pésima iluminación pero cuando empezó a hablar la reconocí. Era ella, por el tono en que hablaba parecía estar enojada y sorprendida, tal vez porque no me esperaba encontrar aquí leyendo esa carta. Le pregunté por qué había hecho eso y sí era verdad lo que decía la carta, me contestó diciendo: “No en su mayoría.  Cuando me enteré de esa relación me quería vengar a pesar que estuviéramos por divorciarnos. Te preguntarás si lo de mi infidelidad es cierto y sí,  lo hice. No me importó que mi esposo lo leyera porque nos vamos a divorciar de todos modos. Ahora que lo sabes todo no te puedo dejar vivir.”
           Agarró un envase pequeño. Al principio no reconocí el contenido hasta que ví la etiqueta. Eran unas píldoras letales, mejor conocidas como las pastillas para suicidarse. Agarró una y la colocó en mi boca. Obviamente le costó porque yo no quería, pero al final lo consiguió.
           Nunca pensé que iba a morir así, por culpa de mi curiosidad. Lo que más me impresionó es quien lo hizo. No teníamos mucha confianza, pero igual la conocía desde los ocho años por ser la madre de mi mejor amiga. Ahora me pongo a pensar y digo: “¿Qué también conocemos a las personas que tenemos a nuestro alrededor? ¿Realmente son cómo pensamos?”