”De todo laberinto se sale por arriba”. Hay escritores que dejan todo sobre el papel. Cada trazo, cada palabra, cada frase, está perfectamente equilibrada. Uno de ellos fue Leopoldo Marechal. Su calidad literaria es tan inmensa que hasta nos ofrece la salida salvadora para escapar de los laberintos.
Solo una mirada creativa y libertaria como la suya, podría encontrar la salida mirando hacia arriba. A veces los laberintos de la vida cotidiana nos obligan a mirar hacia abajo. Agachamos la cabeza resignados como el buey y nos olvidamos de buscar la totalidad del cielo. Caemos vencidos por el agobio de la rutina y la repetición.
Yo desconfío de que el tiempo se condense solo en los relojes, alguna fuerza debe ser capaz de desdoblar el exacto engranaje de las horas. Me rehúso a aceptar que los días sean una sucesión de hechos aprendidos de memoria. Propongo abrir una grieta en la gruesa pared de la realidad, para que al observar por la desnudez de ese hueco secreto, veamos la postal de un mundo simultáneo. Pero en algún momento algo se sale de su lugar, algo se desencaja de su moldura, y es así como deviene la amnesia de la perfección. Y en esa sublevación del azar empezaremos a “ver” de verdad, como si en un segundo se rebelase inesperadamente, la otra mitad de las auroras.
Ya estamos listos para la batalla terrestre y la batalla celeste. Cada uno elegirá la suya.
Adán Buenosayres fue su primer novela. Allí el autor se encargó de mostrarnos la valentía de un hombre que se enfrenta contra el cielo y el infierno. Un hombre son todos los hombres. Y todos los hombres pasamos por momentos cruciales. El alma de Adán se atormenta al sentirse disputada por un torbellino de ángeles y demonios. “El Cristo de la Mano Rota” observa la escena inundada por el hedor pestilente que proviene de la curtiembre.
Adán Buenosayres, con sus setecientas páginas, es una obra maestra. Allí se mezclan en dosis perfectas, la poesía, que todo lo sobrevuela, la parodia, el contrapunto humorístico, el sainete y la sátira.
El libro se editó en el año 1948 y despertó innumerables críticas. Pocas voces se promulgaron a favor. Una de ellas fue la de Julio Cortázar. Desde París le escribió a Marechal: “Adán Buenosayres representa un acontecimiento extraordinario para las letras argentinas”. El Cronopio luego reconoció que esa novela le sirvió como modelo para escribir “Rayuela”.
“El banquete de Severo Arcángelo” fue la novela que lo devolvió a la arena pública. El premio Forti Glori, accionó la avalancha de reconocimientos. El poeta volvía del olvido con la lucidez intacta y una pipa entre los dedos. De allí sacó Miguel Abuelo su famosa frase: “hijo de los piojos, abuelo de la nada”.
Con “Megafón o la guerra” se cierra esta trilogía perfecta. Esta es su obra más política. El maestro presentía los años por venir. La violencia de los años setenta está esbozada aquí. Megafón lleva adelante un plan imposible: el asedio irreductible hacia todos los poderes. Su único poder es la nobleza. Al igual que su creador, un hombre que sabía mirar el cielo.
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