sábado, 27 de enero de 2018

Hacia allá, hacia acá Por Héctor Fuentes

         Me dispongo a salir a la calle con el único fin de comprar el diario. Hoy es domingo y tengo todo el tiempo del mundo. No saco el auto del garage. Decido ir caminando y recorrer lentamente las cuatro cuadras que me separan del quiosco.
Apoyo mi mano en el picaporte, y del otro lado el mundo se me viene encima.
La dicha del domingo envuelve lentamente mis pasos. Camino respirando el aire de una mañana espléndida de otoño. Las hojas amarillas y los árboles esqueléticos, son testigos de una pausa en la marcha del hombre. Porque en verdad, la caminata hacia el diario, es uno de los pocos momentos donde todo se observa desde la lejanía y la pereza. 
Cuando llego a la esquina, una mujer me franquea el paso. Sus ojos de preocupación bajan por sus manos, y con bruscos movimientos, me señalan un coche detenido en plena calle. Un anciano y su perro piden ayuda. Los brazos petrificados contra el volante, nos explican la situación. El desperfecto mecánico obró en favor del caos, y ahora un enorme automóvil se encuentra suspendido sobre el asfalto. Apuro el paso y entre los dos empujamos. Desde adentro el hombre y el perro parecen viajeros de otro tiempo; seguros en su nave hacia ninguna parte. La inercia cede y de a poco logramos encauzarlo. El hombre mueve apenas el volante hasta colocarlo sobre el borde de la acera. Está fuera de peligro y la calle vuelve a su ritmo habitual. Circula el tránsito normalmente.
Antes de llegar al boulevard, los ojos de una niña  se precipitan hacia afuera con la expresión de un pájaro enjaulado. Una alta ventana le permite aguijonear la vereda con la mirada magnífica de las hadas y los astros. Esos ojos guardan una historia que todavía se está tejiendo. Esos ojos son la niñez petrificada por los árboles añejos.
Tropiezo con esa mueca y la marcha se modifica. Los ojos del viejo, luego los de la niña. Las dos caras del tiempo urdidas por unos pasos. Los pasos que doy hacia el diario. Lo diario que sucede a cada paso.
Llego al boulevard con un pálpito distinto. Estoy abierto por ríos insondables, cruzado por mares infinitos. Sobre la calle entreabierta pateo un tornillo oxidado. Rueda en los adoquines una danza de tango y lunfardo. 
En la esquina la gente se arremolina. El delantal del Vasco reluce tras la vidriera. Pesa los tallarines en la balanza mientras calcula el precio en voz baja. Entran y salen los clientes atraídos por un conjuro, sublevados como por arte de magia. Entonces pienso en el rito de las pastas, y vuelvo hacia atrás la mirada. Mi casa invadida por el vapor de las ollas; la cocina picando lágrimas de cebolla; el círculo mágico de la cuchara alrededor de las cacerolas.

Sigo avanzando y me detengo en los pórticos. Un perro se ovilla en el umbral de una casa abandonada. A través de los vidrios asoman los yuyales; el verde imparable renace de la humedad y el olvido. Una cadena se cierra en torno a las hojas, y desde arriba dos caras de piedra observan con mirada severa al viajero. Me pregunto por el destino de los propietarios mientras el perro se despereza rascándose las costillas. Luego bosteza y vuelve a su posición de Cancerbero. 
Unos pasos más y ya estoy en la otra esquina. Un pedazo de papel remonta vuelo. Arena y piedra aguardan sobre una obra en construcción. Desde la puerta abierta de un zaguán, se escucha música. Más allá un hombre manguerea el techo de un auto y repasa la superficie escurriendo un trapo mugriento.
En una pocas cuadras la vida se abre como un abanico infinito. Miro al cielo y descubro las estrellas dormidas, apenas iluminadas sobre el inmenso lienzo. La luna se deshace como borroneada con tiza sobre un pizarrón celeste. Entonces pienso que venimos del universo y ahora estamos caminando en distintas ciudades del planeta con idéntico trazado. Millones de personas haciendo el mismo tranco. Ensayando al unísono una figura similar que se repite como un paso de baile. Una cinta del mismo asfalto recorre millones de kilómetros entretejiendo la caminata incesante del hombre moderno. Estas calles resuenan en otra ciudad. Otra ciudad resuena en estas calles. Voy hacia allá, vengo hacia acá.

Llego al kiosco y compro el diario. Lo doblo y me lo pongo bajo el brazo. Llevo un manojo de hojas impresas con la esperanza de leer alguna revelación, una línea fuera de lugar que se abra hacia lo imposible. Que me hable secretamente de una disparatada aventura. Llevo esa esperanza bien apretada contra el costado, y así avanzo   decididamente sobre los adoquines apiñados. Emprendo la vuelta y todo se resignifica.
Ulises vuelve a Ítaca.
El tiempo cruza las orillas y el pasado se entrampa contra el futuro. Soy el recuerdo y la añoranza, la música y el silencio, el movimiento y la nada. Un enjambre de pensamientos enraizados en un fondo de magma líquido. 
Al recorrer el camino inverso, decido cruzar la calle. Regreso extrañado por este breve lapsus. Unas pocas cuadras abrieron una brecha que se extiende más allá del espacio, entrechocando coordenadas y meridianos, desplazando el inalterable trazado.
Es otro el que vuelve. Es otro el que persigue la punta del ovillo. La calle transforma al viajero con su oleaje incesante.
Unas ruedas pequeñas silban la canción eterna: el andador y la mujer se deslizan aferradas a los años, desafiando a los tropezones un mar de baldosas rotas. 
Sobre los cables de alta tensión los gorriones se sacuden el plumaje. Avanzo y me detengo sobre una hilera de hongos amarillentos. Se abren hacia la calle como soldados alistados con sus cascos de combate.
En un frente derruido se lee: Vende-Vendido. El dibujo multicolor de un graffitti corta el gris de la pared superponiendo letras y mensajes cifrados.
En los muros de las ciudades se escribe la poesía de los insomnes.
Agudizo la vista y veo lo que siempre pasa inadvertido. Una banderita argentina sostenida con  alambres, la mano de bronce tallada sobre una puerta; el rollo del diario atrapado entre los barrotes; la tapa abierta de un medidor de gas; una mancha de aceite sobre el asfalto.
La curiosidad me gana la pulseada, y leo cosas al azar. Cuando fijo la vista en un titular, tropiezo y pierdo el equilibrio. Me desmorono hacia la boca de un pozo. Caigo; caaigoo; caaaigooo. Un agujero negro comienza a triturarme y el espacio-tiempo se altera. La cola del gusano me devuelve nueve mil años atrás y la Comunidad de las Cuevas anuncia mi llegada. Ese día cada hombre y cada mujer dejará estampada su mano sobre la piedra. Alguien me ensucia las palmas con un líquido rojo y me anima a seguir el ritual. Entonces fijo mis dedos chorreantes y veo como nace la huella estrellada; el precioso árbol donde las ramas se entrelazan en un sinfín de colores. 

Un señor detiene su caminata dominical y se agacha para recoger un diario caído en la boca de un pozo. Cuando llega a su casa y lo abre al azar; se deja ganar por el suplemento de Viajes y Turismo. El titular es el siguiente: La Cueva de las Manos fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. 

“Llegó la hora de escribir un cuento” Mención: La búsqueda de las palabras - Por Amparo Latorre

Yuliana era una chica muy curiosa, con ojos marrones, pelo largo y negro, le gustaba cantar, leer (aunque solo un poco), vivía con su mamá, pero a veces se iba con su papá a quedarse a dormir, su papá era pizzero, se llamaba Pedro y tenía los ojos marrones, el pelo corto, marrón, vivía en la ciudad, cerca de la plaza de Zoxayelas, en una casa muy grande. Detrás de esa vivienda, en el patio trasero había un árbol de olivo, de más de cien años de antigüedad, al que Yuliana se subía constantemente.
Un día, Yuliana, encontró un libro en la copa del árbol enredado en un nido abandonado de pajaritos, no decía de quién era, ni tenía título, cuando, al día siguiente llegó a su casa se encerró en su habitación con una de sus tres gatas, Mini, le había puesto ese nombre porque era muy pequeña de tamaño, ni bien abrió el libro, notó algo muy extraño: al libro le faltaban palabras, Yuliana empezó a escribir las palabras que le faltaban, ni bien había hecho dos o tres páginas, Mini, que miraba entretenida a su dueña, miró el libro y le dijo a Yuliana: - creo que Roy no debería decir “hola”, sino ir directo al punto.
Y así fue la gata ayudando a Yuliana a escribir el libro, cuando terminaron la niña lo leyó en voz alta para que Mini también lo escuchara.
Al día siguiente Yuliana fue nuevamente a la casa de su padre y subió al viejo árbol, donde encontró un libro más gordo en cuanto a páginas, al otro día volvió a su casa e hijo lo mismo que dos días antes, con la ayuda de Mini terminó también ese libro.
Esta secuencia se repetía una y otra vez hasta que un día un libro llegó completamente en blanco, Yuliana y Mini lograron escribir el libro entero, unos años después habían escrito muchos libros y, cuando Yuliana creció, se hizo escritora y desarrolló mucho gusto por la lectura…Leer es una pasión.
Un día, cuando Yuliana tenía veinticinco años, estaba buscando ideas para libros, cuando encontró una nota escrita en un papelito amarillento y arrugado que tenía una hoja de olivo pegada y que decía:
“Querida Yuliana, yo siempre te vi potencial para la escritura y la lectura, por eso fui la que dejé los libros en la copa de ese árbol, te quiero mucho…”

Tu gata Mini

sábado, 20 de enero de 2018

TRES CASOS DE RAPTOS DE MENORES EN BALCARCE Por Juan Carlos Pirali. - Dolores

RAPTO EN 1878

El 29 de junio de 1878 ante el Comisario de  San José  de Balcarce, Paulino Amaranto, declaró Juan José Coronel (a) “Gaucho Pobre”, cuyo verdadero nombre es Juan Ortiz, había sido reclamado por ratero y ladrón y acusado de raptar a la esposa de Victorino Gerez y sus dos hijas Robustiana de 8 años y Juana de 6 años. Coronel era Vecino del Tuyú y accidentalmente en Balcarce.
Estaba preso en ese cuartel por vago y ratero  y por haber robado armas y una tropilla de caballos de propiedad de Rosario Orellana.
Victoriano Gerez declaró que el 27 de julio de 1876  le llevaron de su casa su mujer Zenona Meneses  con sus dos hijas Robustiana y Juana, que por los informes que tuco supo que el raptor era un individuo que paraba en la misma casa de nombre Juan cuyo apellido ignoraba, que le había llevado la ropa blanca de su uso, un chaquetón de paño y 2 caballos de su propiedad.
El Juez de Paz consideró que esa causa correspondía a la competencia del Departamento Judicial de Dolores, y ordenó remitir al preso al Juez del Crimen de dicho Departamento.
Coronel fue condenado a 2 años al servicio de las armas por el rapto, pero logró fugar cuando era remitido a su destino. Fue capturado en el partido de Tuyú
El agente fiscal informaba al Juez que no encontraba mérito para que el procesado continuara en prisión, por lo que el Juez decretó su libertad.
Tuvo en cuenta la declaración de Coronel, al decir que hacía muchos años que tenía trato con Zenona, y que una vez le dijo que la acompañase  hasta la Villa de Luján, porque no quería vivir más con su marido, y él había accedido.


RAPTO EN 1883

Un caso de rapto de una menor se produjo en Balcarce en enero de 1883 en el que imputado como culpable Marcos Belén, natural de San Vicente de 33 años de edad, jornalero, y Pedro Montemerlo,  italiano, vecino del partido de Balcarce, soltero, jornalero de 22 años de edad.
En su declaración ante el Juez de Paz Montemerlo dijo que fue detenido por el sargento Juan Cruz Picabea, y que la causa debe ser por llevarse una muchacha llamada Casilda Pérez, el miércoles por la noche de la cocina de Juan Cruz, que combino con la nombrada y la llevó a su casa para casarse con ella en el puesto del campo del finado Pérez.
El testigo Pedro Ortega dijo que la llevó de la casa Marcos Belén engañada, diciéndole diciendo que iba a vivir con él y que estaría bien y agregó que  Casilda fue contra su voluntad.
El 23 de enero de 1883 el caso pasó al Juez del Crimen de Dolores Dr. Juan Amaral.
El parte de remisión decía: Al Juez del Crimen Dr. Juan Amaral “Remito a Ud. 8 fojas sobre rapto  de la menor Casilda Pérez, del que resultaron reos Marcos Belén y Pedro Montemerlo, a quienes en esta fecha remito a la cárcel pública.
Firma Emiliano Valdez,  Juez de Paz de San José de Balcarce
El 22 de febrero de 1883 el Juez del Crimen Ruiz de los Llanos, consideró que no habiendo deducido acción alguna por las que tienen derecho de hacerlo, y no pudiendo seguirse de oficio este juicio, corresponde el sobreseimiento de los imputados.



RAPTO EN 1887

El 12 de febrero de 1887 el comisario de San José de Balcarce, Manuel Amaya, se dirigía al Juez de Paz del partido, Julio Dors, informándole que "se encuentra preso en esta comisaría el individuo Timoteo Arenas, acusado de haber cometido en fecha 17 de enero, el delito de rapto y violación conla menor Fortunata Cisneros. Después del hecho, Arenas se fue del partido dejando abandonada a Fortunata en la casa de Marcos Berales".
Ante lo expuesto, el Juez de Paz hizo comparecer al acusado ante su despacho, quien dijo llamarse Timoteo Arenas, oriental de 36 años de edad, de profesión resero, domiciliado en el partido de Magdalena. Preguntado si era cierto que la llevó dijo que sí y que la había dejado en la casa de Marcos Berales, y que después se había ido a Magdalena, de donde lo habían trasladado a Balcarce. Preguntado si la muchacha habría tenido otras relaciones anteriores, dijo que sí y que andaba  sola por todas partes.
Arenas fue remitido a la cárcel de Dolores el 4 de marzo de 1887, por haber cometido el supuesto delito de rapto por seducción, según expresaba el sumario, en la menor Fortunata Cisneros,  y el 14 del mismo mes  Arenas se dirigía al Juez del Crimen de Dolores, comunicándole que se le había designado al defensor de pobres Dr. David Fernández para su defensa.
El 23 de marzo de 1887 el Juez de Dolores, considerando que de las actuaciones e informaciones recibidas del Juez de Paz de Balcarce, la denuncia de la madre de la víctima Jacinta Casco, que había presentado la denuncia el 23 de febrero y el hecho había ocurrido el 2 de febrero, irregularidades del comisario por proceder por sí sin mediar la acusación de la madre, y negligencias del Juez de Paz en el proceso, resolvió poner en libertad al procesado Timoteo Arenas.

                                               
                 Fuente: Archivo Histórico Judicial del Departamento Judicial de Dolores


sábado, 13 de enero de 2018

“Contate un cuento X” Mención de Honor Categoría A “Del odio a la pasión hay un solo paso… enfrentarlo” Por Sofía Altamirano, alumna de 1° año de la E.S.Nº 1 de Napaleofú

         Mi mamá era profesora de patín. Un día fue a competir, hizo un truco y se fracturó. Esto produjo que mamá no vuelva a patinar. Recordarlo para mí es lo peor. Desde ese momento a ella le dio terror que yo me suba a los patines y por eso no volví a usarlos.
Nuestra relación es muy cariñosa desde que papá se murió en el accidente. Después de tantas tristezas, mi mamá y yo nos mudamos a un pueblo con pocos habitantes. Y justo allí la moda es andar en patines, lo que a mi mamá le produjo terror. Mis nuevas amigas todos los días me decían si quería ir a patinar con ellas, yo les decía que no y solamente iba a verlas.
Cuando llegó la primavera, los chicos del pueblo comenzaron a preparase para la competencia de patinaje artístico para clasificar a la siguiente  ronda en Buenos Aires. Solo llegarían a la próxima instancia los cinco mejores clasificados del pueblo.
El patín era un deporte que se práctica además en la escuela. Se aprovechaba la pista que se encontraba en el campo de deportes municipal. En la primera clase de Educación Física  yo  no quería subirme a los patines. Pero la profe me cambió la vida, porque  por fin alguien me hizo pensar que hay que enfrentar tus miedos porque si los escondés, te harán ruido toda la vida. Por fin, pude sentir lo lindo que era patinar.
No falté nunca a la pista. La profe me enseñaba día a día la postura: cabeza siempre arriba, pies flexionados y así podía trasladarme más rápido. También me  enseñó lo básico: la paloma, el carrito y zig zag hacia atrás.
Así fueron pasando el resto de los meses. Yo me propuse presentarme en la competencia. Para participar tenía que hacer una presentación  única con un truco que sobresaliera. Y yo me dije que para demostrarle a mamá que se pueden enfrentar los miedos, intentaría ese truco que a ella la alejó de los patines.
Practiqué día y noche.  Trabajé en el equilibrio, en la concentración, en todo lo que le provocó la fractura a mamá. El día antes, ella me preparó el vestido que había usado aquella vez. Era hermoso, color azul eléctrico con piedras que brillaban. Cuando mamá lo arreglaba, se le notaba la sonrisa que aquella vez le había provocado ponérselo.
El día de la competencia, mamá estaba en la primera fila alentándome. Yo tenía miedo de que el salto triple giro no me saliera. Mis compañeras me contaban que a nadie le salía hacer ese truco por la dificultad que tenía. A mí no me importaba quedar entre los cinco mejores, solo quería probar mi valentía.
Escuché mi nombre por el micrófono, ya era mi turno. Empecé en el suelo, luego arriba hice un giro y salí haciendo el zig zag hacia atrás. De allí hice una paloma, luego el carrito y  ahora sí era el turno del salto triple  giro. Tome  envión con la postura correcta y el equilibrio perfecto. Salté y giré tres veces en el mismo salto. Caí realizando una paloma. El aplauso del público  era potente. Todos me felicitaban por el salto increíble.
Ahora había que esperar los resultados. Pasaron varios participantes después de mí.  Yo esperé los resultados de los  jurados y en un sobre estaba mi nombre. No podía creer que había pasado a la siguiente etapa!!!
A quienes estén leyendo mi historia les digo que no se queden con miedo. Enfréntenlos porque si no se van a quedar con temor toda la vida y también les quiero decir que del odio a la pasión hay un solo paso: enfrentarlo!!

“Llegó la hora de escribir un cuento” Mención: Cinco Soles Hotel - Por Francisco Florez

             En el año 1960 se inauguró en la localidad balnearia de Mar del Sur, en la Provincia de Buenos Aires, el Gran Hotel Mar del Sur, perteneciente a una familia adinerada de Capital Federal, la familia Paz Uriburu, un apellido aristocrático.
    Desde Diciembre a mediados del mes de marzo el clan familiar compuesto por el matrimonio y sus cincos hijos varones se instalaban allí a disfrutar de este balneario teñido por atardeceres de ensueño y tranquilidad sepulcral.
Otros huéspedes de este gran complejo llegaban durante la temporada desde distintas partes del país, generalmente los unía un lazo de amistad con los propietarios.
Es muy lindo observar a la madre reírse y disfrutar con sus hijos en las orillas del mar mientras el padre fumaba tabaco junto a otros señores de la época en los jardines del hotel.
Un atardecer del 8 de febrero una tormenta eléctrica llego con gran ímpetu y agresividad a esas costas y un rayo impacto a la mujer que justo retiraba del agua a sus hijos junto a una criada, nada se pudo hacer, muro al instante, un médico que se hospedaba en el hotel hizo todos los intentos posibles pero fue en vano.
Corría el año 1964, la dama fue enterrada en los jardines del hotel.
El desconsuelo y la tristeza se apoderaron del señor Paz Uriburu y de sus cinco hijos, decidiendo cerrar el hotel que tan poco tiempo atrás había inaugurado. Paso un largo tiempo y los cinco herederos decidieron reabrir el hotel, ye eran jóvenes de entre 16 y 23 años con una impronta especial y con el gran objetivo de rendirle homenaje a su amada madre que los había abandonado de esa forma tan cruel.
Se instalaron en el lujoso hotel, totalmente renovado y hasta con nuevo nombre “Cinco Soles Hotel”, el padre también los acompaño en este proyecto como asesor y ya no como administrador.
Cuentan los lugareños y turistas de la época que durante todo el lapso que el hotel permaneció cerrado, en las tardecitas de verano un llanto desgarrador se sentía desde los fondos del lugar, era semejante al de una madre que se encontraba lejos de sus hijos. El funcionamiento del hotel era un éxito, estaba repleto de gente.
La gran sorpresa llego el 8 de febrero  que fue un día de mucho calor y al atardecer se desato una tormenta feroz sobre la costa, una tromba marina se vivió en el lugar sin causar daños materiales  ni humanos y al mismo tiempo desde los jardines del hotel se comenzó a sentir un dulce canto de sirena que todos los atardeceres se repetiría mientras los cinco hijos permanecían en el lugar.

“Contate un cuento X” Mención de Honor Categoría A Lodovico Martínez: el niño pasado, presente, futuro. Por Maia Pontaroli, alumna de 2º año del Instituto Gral M. Rodriguez de Tandil

        ¡Hola! Me presento, soy Lodovico, un niño con capacidades especiales. Nací el 17 de febrero en 1010. Era un campesino de diez años, ayudaba a mis papás y hermanos. Un día, me quedé dormido a la luz de las estrellas. Cosa que no me arrepiento de haberla hecho. Esa noche, cayó un rayo en mi frente, y no, no  morí. Al otro día amanecí, pero en un lugar desconocido. Había luz, una cosa rara llamada celular, que ahora es fundamental en mi vida. Había un lugar en donde enseñaban las cosas del pasado y presente, llamada escuela. También había autos, televisión, camas, baños, comida extraña. Aprendí muchas cosas. Mi familia seguía siendo la misma.
En el futuro, viví quince años. Me gradué en la secundaria de Beverly Hills. Después estudié historia y ahora tengo treinta años. Ustedes se preguntarán cómo tengo treinta, los números no les dan. Esto tiene una explicación.
Un día, hablando con mi novia Mara se oyó un ruido en mi cocina. Se había roto un caño de agua y se inundó toda la casa. Yo me desmayé en el agua. Cuando desperté nuevamente, mis padres y hermanos vestían atuendos cavernícolas. Me llamó la atención que ya no tuviera ni mi casa, ni mi auto y mi novia tampoco estaba. Me dí cuenta que estaba en el pasado. Gracias a mí, mi familia  aprendió a cocinar, comunicarse, prender fuego, pudimos armar un celular y un televisor.
Vivíamos en una piedra, pero hice una casa de ladrillos y cemento. Diseñé ropa más adecuada, camperas y zapatillas. Ahora el pasado ya no era pasado sino que era “pasaturo” (Pasado y futuro).
Un día soleado, me asfixié del calor y me electrocuté con un rayo ultravioleta. No sé cómo porque estaba la capa de ozono pero aún así pasó. Cuando desperté, tenía diez años de nuevo. Estaba en mi presente, estaba mi madre y hermanos trabajando en el campo. Amanecí en el mismo lugar donde me cayó el rayo, cosa muy curiosa. A mi familia le enseñé cosas del pasado y del futuro y alteré el presente con ambos tiempos. Yo lo llamo “presenturo” (pasado, presente y futuro).Les enseñé a manejar la tecnología, a hacer libros, ropa moderna, obtener luz a base de electricidad y abrí una escuela en donde enseño cosas del pasado, del presente y del futuro.
Somos multimillonarios, tengo muchos autos y celulares. Sigo viajando en el tiempo, visito a mi familia del pasado, a la del presente y a la del futuro. Me considero un viajero del tiempo, además un gran historiador y director de cine. Vos te preguntarás en dónde estoy ahora. Pues yo soy esa voz que está leyendo este cuento.

sábado, 6 de enero de 2018

“Llegó la hora de escribir un cuento” Menciones especiales del jurado para cuentos de la Escuela Especial Nº 502- El susto del rey - Por Florencia Ojeda

Cierto día en un bosque lleno de árboles con hojas verdes y un sol brillante, apareció un rey, montando su caballo marrón al cual llamaba Cloto.
Al rey Martiniano le gustaba mucho cabalgar con su amigo en el bosque pero de pronto una víbora se les cruzó en el camino. los dos se asustaron, la víbora era muyyyyy larga, pudiéndose enredar entre los troncos.
Cloto no podía moverse, entonces martiniano se puso a pensar cómo iba a hacer para correrla de su paso. fue ahí cuando recordó que en su traje tenía una espada, pero estaba desafilada y dijo:
- Uhh ¡qué mal! ¡no podré cazarla!
Dejó escondido a Cloto detrás de unos árboles y comenzó a buscar algún elemento para poder afilarla. caminó mucho sin encontrar nada, hasta que de pronto vio un castillo, era un castillo de color violeta, con muchas ventanas, banderines en las cúpulas y una enorme puerta de troncos. martiniano golpeó y una hermosa princesa le abrió la puerta.

CONTATE UN CUENTO X - Mención de Honor Categoria A: La chica de los Ojos Blancos - Por Clara Raimondi, alumna de 2º año de la E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

         En un salón de clase de segundo año de secundaria, en el fondo del aula, había una chica. Lo único que sus revoltosos compañeros sabían de ella era que se llamaba Sarah Lerman. No conocían ni su color de pelo, ni el de sus ojos, ya que siempre tenía puesta su capucha. Llegaba a clase antes que sus compañeros, se sentaba en el fondo del salón y se ponía a dibujar alas de todos los tamaños, colores y tipos.                                                       
Cierto día, llegó tarde al salón… algo raro en ella. La profesora la hizo sentarse y continuó con la clase. Para cuando el día terminó, salió apurada de la escuela para dirigirse al parque de enfrente a dibujar todo lo que su mente imaginara, al cruzar la calle no vio un auto que se dirigía a toda velocidad hacia ella, pero antes de que impactara contra su cuerpo, el tiempo se detuvo. Nada se movía, nada hacía ruido. La muchacha llegó al otro lado de la calle y observó todo. Rápidamente se quitó la capucha. Sus ojos totalmente blancos reflejaron la imagen de una ciudad enteramente quieta y callada.
-Pensé que cuando viniera a buscarte tu misión ya estaría hecha  dijo su hermano mientras Sarah se dio la vuelta al oír su voz -.Te dimos demasiado tiempo para hacerla.
Ambos chicos se quedaron mirándose por un momento, sin hacer nada.
-No te quedes ahí parada y dime algo- dijo el muchacho dándole una media sonrisa.
-No creí que tú vendrías- respondió saliendo de su trance y mirando sus relucientes ojos verdes.
-Es muy difícil hacer que las personas de esta escuela dejen de tratarse como si los demás no importaran - dijo señalando varios grupos de chicos, todos separados.
-No hiciste nada por controlarlos, Sari. Todos los Ángeles y yo lo sabemos- expresó tocándole el hombro de manera amistosa.
-Eso no es cierto- contestó dándose la vuelta-. Intenté hacerme amiga suya pero nada. No dejan que nadie se una a su grupo de amigos. Nadie.
-Pero eso solo lo intentaste una vez. Y solo tenías que hacer que dejaran de tratarse así. No hacerte su amiga -le remarcó señalando los grupos de chicos separados-. Así no te ganarás tus alas- agregó desplegando las suyas, grandes y de color blanco.
-Sabes que deseo más que nadie poder ganar mis alas y poder vestir de Ángel, pero es difícil - respondió con tono afligido.
En ese mismo momento, su hermano la miró de arriba abajo.
-Esa no es la ropa que te asignó el Ángel mayor- aseguró observando detenidamente la vestimenta de su hermana.
-Esa ropa no me gustaba y preferí ponerme esta- respondió mirando despreocupadamente su ropa.
-Pero la ropa que llevas puesta estaba en nuestra casa y tenías más que prohibido acercarte.
-Aun así no puedo vestir ropa que me dio alguien que en mi vida (y tampoco en mi muerte) he visto, teniendo la opción de vestir mi ropa- le contestó.
-Sabes que es obligatorio que la uses, Sarah- Contraatacó plegando sus alas.
Ambos hermanos se quedaron en silencio, mirándose a los ojos.
-Sé que es difícil pero debes contar, de alguna manera, el modo en que, bueno, moriste.
-Nunca me dijeron que contar como morí era parte de la misión -afirmó confundida Sarah
-Te lo estoy diciendo yo ahora. Intenta decirlo en clase, con algún trabajo o como se te ocurra, así será más fácil.- aseguró el muchacho con un deje de sarcasmo.
-Supongo. Aunque hubiera preferido que me lo dijeran antes- repitió la chica de ojos blanco a su hermano.
-Ya deja el tema que me tengo que ir. Espero verte por allá arriba pronto- Se despidió desplegando sus hermosas alas y volando hacia el cielo.
En cuanto perdió de vista a su hermano, todo el movimiento volvió a la ciudad. Ella rápidamente se puso su capucha y se dirigió a la casa de sus “padres”. Se pasó toda la tarde pensando cómo podría hacer para contar la causa de su muerte.
Varios días después,  presentó su historia a la clase, y todo el tiempo las imágenes del momento pasaban por su mente: ella junto a su hermano y sus padres se dirigían hacia Londres con una lluvia torrencial, un auto de enfrente resbalaba y chocaba contra el de ellos. El auto daba vueltas y vueltas y cuando por fin paró, ella ya no estaba viva.
Y como cuando su hermano había ido varios días antes, todo estaba quieto y callado.
-Veo que lo conseguiste, pequeña ojos blancos- Un hombre adulto, de pelos blancos, ojos marrones y grandes alas blancas fue quien le había hablado.
-¿Quién eres?-preguntó curiosamente la chica.
-Muchas personas, vivas en su totalidad, me conocen como el Ángel guardián, pero todos los muertos que cumplen con su misión y se convierten en Ángeles, me conocen como el Ángel Máximo- se presentó.
-¿Yo cumplí con mi misión?- volvió a preguntar la chica.
-Claro que lo hiciste, no me conocerías si no fuera así. Aunque creo que tú conoces mi verdadero nombre - respondió.
-Perdón, pero no lo sé
-Claro que lo sabes ¿Cómo le hubieras puesto ese nombre al personaje con el que contaste tu “causa”?- preguntó acercándose a ella.
-Patrick Lerman - susurró ella.
-Exacto, tu antepasado más lejano, por si no lo notaste.
-Lo sé, pero es extraño-concordó la chica.
-¿Qué es extraño? - averiguó curioso el Ángel.
-Que te veas tan viejo. Siempre pensé que los Ángeles se verían jóvenes- aseguró con simpleza.
-Cómo te equivocas, querida ojos blancos. Los Ángeles nos mostramos según la etapa de nuestra vida que prefiramos, por eso me veo tan viejo.
-Aunque con unas alas tan joviales como si recién te las hubieras ganado- agregó con tristeza.
-Y las tuyas lo son aún más, querida ojos blancos- dijo señalando las hermosas alas con plumas blancas y marrones.
La chica se quedó observando sus recientemente ganadas alas con asombro y felicidad.
-Ya soy un Ángel- exclamó emocionada Sarah -. Pero no terminé mi misión, ¿Cómo voy a haber ganado mis alas y el color de mis ojos?
-Claro que terminaste tu misión- aseguró Patrick.
-No lo hice, no hice que los chicos, mis compañeros, dejaran de tratarse fríos- contraatacó segura de sí misma.
-Si lo hiciste, cuando estabas leyendo tu historia todos se callaron y dejaron de pelear con los demás. Además contaste tu “causa”.
La chica se quedó pensando sobre lo que había dicho aquel viejo hombre hasta que el susodicho la sacó de sus pensamientos.
-Ya debemos irnos, hay muchas personas que desean verte. Despliega tus alas y vuela, pequeña ojos blancos.
Y así, partió de este mundo el Ángel que, por fin, pudo cumplir su misión.
Se dice que desde ese día, nadie nunca más volvió a ver a esa chica de ojos blancos, aunque nadie pudo explicar cómo de un día para otro, todos los estudiantes de aquella escuela empezaron a tratarse bien.