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Perdoname, pero en realidad no te sigo. – dijo Pablo
poniendo una sonrisa bobalicona en su
cara de luna llena, mientras se llevaba a la boca un pedacito de mortadela
bocha; de ésas cuadraditas, grasosas, que sirven en los bares. –
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¡Vos sos siempre igual! ¿Qué no entendés? – gritó
Martín golpeado la mesa –
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Lo que pasa es…que… que no sé…. ¿Cómo era el final?
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Terminaba así: “¡Por
eso te voy a matar!” ¿Me entendés ahora?
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No. Bueno, creo que algo sí. Pero entre tanto ruido y
tanta gente algunas cosas se me escapan. Me cuesta mucho concentrarme en un
bar, y menos cuando estoy comiendo una picada con queso y mortadela. No sabés
lo que me gusta picar una detrás de otra mientras tomo el vermuth.
Martín se mesó suavemente la cabeza. Sabía que era una rara
mezcla de pavote y distraído. Así que,
dominándose un poco acercó su silla a la de él, y poniéndole un largo brazo en
la espalda de su amigo le dijo:
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Atendeme bien. ¡Es la tercera vez que te lo cuento!:
Hace un mes me llamaron por teléfono. Trabajaba de sereno en aquel edificio de
San Martín al 800. ¿Te acordás?
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¿Un vecino?
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Si, un vecino. Me dijo que alguien había entrado a
casa. Alguien que no era yo, por supuesto.
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Ladrones entonces…
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¿Ves? No me seguiste. No. No eran ladrones. Te dije que
le abrió mi mujer.
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¡Ahora me acuerdo! Tu mujer…
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Eso. Pero como no le doy mucha bolilla a lo que dice la
gente, no fui. ¿A qué iba a ir, tan lejos que estaba? La llamé por teléfono y
me dijo que estaba durmiendo y que no había nadie. Que estaba loco y me dejara
de jorobar. Me colgó diciendo que mañana iba a agarrar al tarado que me llamó.
Terminé mi turno nomás y volví.
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No encontraste nada raro…
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No. ¿Sabés que no? Pero aunque sea en joda, cuando
alguien te dice una cosa como esa, igual te queda la pica. Así que dejé todo
como estaba, me aguanté una lavada de cabeza de las de aquellas y desde ese día
anduve como desconfiando del asunto.
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¿Revisabas todo?
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Si. Miraba los cajones, el baño, la ropa… Así son las
cosas.
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¡Uf, si lo sabré! ¿Querés otro vermouth?
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No, dejame que termine. A los dos días me llama el
mismo tipo al trabajo…¡Toda la semana me tuvo así, diciéndome que a tal y tal
hora caía el fulano ese a mi casa!
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¿Y vos?
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Bueno…Tanto me hinchó que una noche hice como que iba
para el laburo. Salí como si nada y me escondí por ahí para ver que pasaba.
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Mirá vos. ¿Y que pasó?
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¡Pasó que tenía razón el vecino, y encima pude
reconocer al tipo!
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¡Que macana! ¿Quién era?
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¡Eso es lo que te quería decir atontado! ¡Eras vos!
¡Por eso te voy a matar!
Martín le descargó a su amigo los seis tiros del revólver.
Casi, casi con alegría al ver que Pablo por fin comprendió lo que le estaba
contando.