sábado, 30 de abril de 2016

HEROICIDAD Por Ricardo Palma

¡No bebo más! ¡No bebo! — repetía
Uno a quien siempre conocí borracho.-
No quiero ser más débil que un muchacho.
Alguna vez tengamos energía.
¡Nada! Aunque Cristo Padre me lo mande,
Juro no beber más, chica ni grande.

Esto diciendo lo encontró su amigo
Perucho Papahígo,
Que es otro borrachín de tomo y lomo,
Y díjole - ¡Alto ahí!, ¿qué es eso? ¡cómo!
¡Qué! ¿no remojaremos la palabra?
Abra usted, patrón, abra
El ventanillo y sirva prontamente
Dos copas de aguardiente.
Cortaremos la bilis, que ella estraga
El hígado y el bazo... ¡soy quien paga!

El otro vaciló; porque terrible
Era para él la tentación aquella;
Pero a la postre consiguió vencerla
Y contestó con voz desapacible:
- ¡Dispénseme!.,, no bebo... lo he jurado...
- ¡Pues vete a cazar moscas, renegado!

Y nuestro hombre siguió la calle arriba
Exclamando: - ¡Que viva! ¡
Vaya si soy valiente!
Tengo el alma templada como acero.
No hizo lo que he hecho Napoleón primero.
¿Cómo a la tentación resistir pude?
No seré yo quien de prodigios dude
Que obra la voluntad omnipotente.
¡Heroico es lo que hago!
¡Entremos donde Broggi!... Francamente,
Tamaña heroicidad merece un trago.

EL ÚLTIMO ESCLAVO Por Manuel Serafín Pichardo

Recia espalda y anchurosa,
Corta frente, cuerpo bajo,
Y la pasa entrecanosa
Como gris espumarajo.

Tez abrupta, sin perfil,
Cual escamoso terrón
Donde blanquea el marfil
en la grieta del carbón.

Vino en un barco negrero,
Del África occidental,
Y le atezó más el fiero
Toque del sol tropical.

Cual profundos arponazos,
De la esclavitud testigos,
Muestra en tobillos y brazos
Las huellas de sus castigos.

Sin encono y sin piedad,
Cuando el cubano guerreaba,
Peleó por la libertad,
Sin saber por qué peleaba.

Y concluida la guerra,
Premiado con el desvío,
Y echado sobre la tierra
A la puerta del bohío,

Mientras tuerce a su manera
La vitela de un habano,
Y del café en la caldera
Tuesta el oloroso grano,

Desfilan ante sus ojos,
Por la vejez azulados,
Cual nostálgicos despojos
De tiempos nunca olvidados,

El verde cañaveral,
El trapiche y el batey,
Su verdugo: el mayoral,
Y su compañero: el buey,

Su tambor y sus verduras,
Su conuco y su machete,
Del cepo las herraduras
Y el herraje del grillete;

Sin que, en su antiguo gozar,
Nuevamente su alma vibre,
Y sin saberse explicar
¡La ventura de ser libre!

Greguerías Por RAMÓN GONZÁLEZ DE LA SERNA

- El péndulo del reloj acuna las horas.

- En los hilos del telégrafo quedan, cuando llueve, unas lágrimas que ponen tristes los telegramas.

- Al sentarnos al borde de la cama, somos presidiarios reflexionando en su condena.

TRADICIONES Y OBSERVACIONES DEL TALMUD

El Talmud es una gran colección de leyes judaicas, exégesis, parábolas, comentarios bíblicos, etc., no comprendidas en el Antiguo Testamento. Se divide en dos partes: la Mishna y la Gemara. La primera es una compilación hecha por el Rabino Judá hacia el año 200, sobre tradiciones y decisiones rabínicas; la segunda es una colección de comentarios á la primera, de algunos siglos más tarde. Hay dos Talmudes, el de Jerusalén y el de Babilonia: el primero contiene las decisiones y comentarios de los rabinos de Palestina desde el siglo segundo hasta mediados del quinto ; en el otro están las de los rabinos de Babilonia desde el año 190, al siglo séptimo.



LOCURA  DE  LA  IDOLATRÍA

         Terah, padre de Abraham, según la tradición, fue no sólo idólatra, sino constructor de ídolos, los que acostumbraba a exhibir en público, para venderlos. Viéndose un día obligado a salir para sus asuntos particulares, dijo á Abraham que le substituyera. Éste obedeció de mala gana.
—¿ Cuál es el precio de ese dios ?—preguntó un viejo que acababa de entrar en la tienda, señalando un ídolo que había llamado su atención.
—Anciano—dijo Abraham,—¿ me será permitido preguntarte qué edad tienes?
—Tres veintenas de años—repuso el viejo idólatra.
—¡ Tres veintenas de años!—exclamó Abraham,—¿ y quieres adorar un objeto que ha sido construido por las manos de los esclavos de mi padre no hace aún veinticuatro horas?
No comprendo, en verdad, cómo un hombre de sesenta años quiere humillar sus canas ante un ser nacido hoy.
El viejo se retiró corrido y avergonzado.
Después de esto llegó una apacible y grave matrona, llevando en la mano un gran plato lleno de harina.
—Aquí te traigo—dijo—un presente para los dioses. Colócalo ante ellos, Abraham, y ruégales que sean propicios.
—Colócalo tú misma, necia mujer—contestó Abraham;— pronto vas a ver con cuánta voracidad lo devoran.
Ella lo hizo así. Entretanto, Abraham tomó un martillo y rompió todos los ídolos en pedazos, excepto el mayor de todos, en cuyas manos colocó el instrumento de destrucción.
Terah regresó, y con la mayor sorpresa e indignación contempló el destrozo que habían hecho entre sus dioses favoritos.
—¿ Qué es esto, Abraham ? ¿ Qué miserable profano se ha atrevido a tratar a nuestros dioses de esta manera ?—exclamó el infatuado e indignado Terah.
—¿ Cómo podría ocultar nada a mi padre ?—repuso el piadoso hijo.—Durante tu ausencia llegó una mujer con presentes para los dioses, y los colocó ante ellos. Los dioses más jóvenes, que como es de suponer, hacía largo tiempo no habían probado bocado, alargaron vorazmente las manos y empezaron a comer antes que el viejo dios les diera permiso para ello. Furioso por su atrevimiento, levantóse, cogió el martillo, y les castigó en esta forma por su falta de respeto.
—¿ Quieres burlarte de mí ? ¿ Quieres engañar a tu anciano padre ? — exclamó Terah furioso. — ¿ Acaso no sé yo muy bien que ni comen, ni se enfadan, ni se mueven ?
—Siendo así—repuso Abraham—¿ por qué les concedes honores divinos, les adoras y quieres que yo los adore también ?
Fue en vano que Abraham quisiera convencer a su idólatra padre. La superstición es a la vez sorda y ciega. El desnaturalizado Terah le entregó al cruel tribunal de Nimrod, quien también era idólatra. Pero un padre más misericordioso, el bendito Padre de todos, le protegió contra el peligro que le amenazaba; y Abraham llegó a ser el padre de los fieles.



BENDICIONES   DISFRAZADAS

        Obligado por violenta persecución a abandonar su país natal, el Rabino Akiba cruzaba estériles, desolados y tristes desiertos. Todo su equipaje consistía en una lámpara, que acostumbraba a encender de noche para estudiar la Ley; un gallo, que le servía de reloj, para anunciarle la naciente aurora; y un asno, en el que cabalgaba.
El sol se iba ocultando gradualmente bajo el horizonte, la noche se iba acercando, y el pobre vagabundo no sabía donde reclinar su cabeza, ni donde reposar sus cansados miembros. Fatigado y casi sin fuerzas, llegó por fin cerca de un pueblo, alegrándose de encontrarlo habitado; pensaba él que allí donde se cobijan seres humanos se cobija también la humanidad y la compasión; pero se equivocaba. Pidió alojamiento para una noche, y le fue rehusado. Ni uno de aquellos inhospitalarios habitantes quiso recibirle, viéndose obligado a buscar refugio en el bosque vecino.
—Es duro, muy duro—se decía—no encontrar un techo hospitalario donde guarecerme contra las inclemencias del tiempo, pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Sentóse al pie de un árbol, encendió su lámpara, y se puso a leer la Ley. Apenas había leído un capítulo, cuando una violenta tempestad apagó la luz.
- ¡Cómo! — exclamó. — ¿Ni siquiera me será permitido proseguir mi estudio favorito ? Pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Se recostó en el duro suelo en busca de algunas horas de descanso. No bien había cerrado los ojos, cuando un lobo feroz se acercó y mató al gallo.
—¿ Qué nueva desgracia es esta ?—dijo el admirado Akiba.-¡ Mi vigilante compañero no existe ya! ¿ Quién me despertará en adelante para estudiar la Ley ? Pero Dios es justo; El sabe mejor lo que nos conviene a nosotros, pobres mortales.
Apenas había terminado la frase cuando vino un terrible león y devoró al asno.
—¿ Qué voy a hacer ahora ?—exclamó el triste peregrino.—No tengo ni lámpara, ni gallo, mi pobre asno ha desaparecido también. . todo se ha perdido. Pero Dios sea loado, pues todo lo que hace está bien hecho.
Pasó la noche en vela, y temprano por la mañana se dirigió al pueblo para ver si podía procurarse un caballo u otra bestia de carga que le permitiera proseguir su viaje. ¡ Pero cuál no sería su sorpresa al no encontrar un solo ser vivo!
Al parecer, una partida de ladrones había entrado en el pueblo durante la noche, matado sus habitantes y saqueado sus casas. Tan pronto como Akiba se hubo repuesto del espanto en que le había sumido aquel caso extraordinario, levantó la voz, exclamando:
- ¡ Oh, Dios grande, Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, ahora sé por experiencia, que los pobres mortales somos cortos de vista y ciegos; a menudo consideramos como un daño lo que es causa de nuestra salvación. Pero sólo Tú eres justo, y bueno, y misericordioso. Si estas gentes de corazón endurecido no me hubiesen arrojado del pueblo con su falta de hospitalidad, seguramente que hubiera corrido la misma suerte que ellos. Si el viento no hubiese apagado mi lámpara, los ladrones hubieran sido atraídos por la luz y me habrían asesinado. Comprendo también que fue un favor librarme de mis dos compañeros, pues ellos con su ruido hubieran podido descubrir mi presencia a los bandidos.
¡Alabado sea tu nombre por los siglos de los siglos!

domingo, 24 de abril de 2016

REMEDIO SENCILLO (Anécdota extraída del “Tesoro de la Juventud”)

Érase un joven rey arrogante y guerrero que parecía poseer todo lo que el corazón del hombre podía desear. Era muy rico y poderoso, teniendo a sus órdenes un ejército al cual llevó de victoria en victoria. Pero, no obstante su poder y riqueza, era el hombre más desgraciado del reino, pues su infatigable cerebro estaba lleno de planes ambiciosos que no le dejaban dormir.
Los más célebres doctores del mundo fueron llamados a su presencia; pero ninguno de ellos sintióse capaz de curar la dolencia del rey, quien hizo publicar una proclama prometiendo la mitad de su reino a quien consiguiera hacerle dormir de una manera natural y tranquila; mas advirtiendo que todo aquel que, intentando la curación fracasara, sería encerrado en la cárcel.
Una noche llegó al palacio una hermosa pastora, pretendiendo curar al monarca, quien a pesar de la angustia que le dominaba, miróla compasivamente.
-Vuélvete a tu casa, hermosa niña - le dijo. -No es posible que tú logres lo que los médicos más sabios del mundo lograr no pudieron.
-No, no puedo marcharme - respondió la pastora, - hasta que haya cumplido con mi deber, hasta que haya intentado salvaros.
 -Bien, replicó el rey; -pero, antes que comiences, dime en qué consiste tu remedio. No dudo de que será alguna cosa sencilla que tu madre te enseñó seguramente.
-Sí, -contestó ella. -"Es algo que mi madre me enseñó y que aquí lo tengo.
Y llevando al rey junto a una ventana abierta señaló al cielo.
-¿Qué? ¿Has venido para burlarte de mí? -exclamó el rey.
-No,- repuso la pastora -he venido a enseñarte a rezar.
Pero el rey siguió creyendo que la pastora se burlaba de él, y llevado de su enojo, llamó a sus soldados para ordenarles que encerraran a la muchacha en un calabozo oscuro.
Sentado en un escabel, presenció irritadísimo, cómo los guardianes ataban a la pastora. Pero cuando vio que la pura e inocente niña marchaba hacia el calabozo con dulce sonrisa en los labios, su corazón sintió lástima, y siguiendo a la pastora pudo ver cómo ésta se arrodillaba rezando, después de entrar en el calabozo.
-¡Bondadoso y amable Padre! -murmuró la niña -enséñale a rezar. Vuelve su corazón sumiso, para que pida el perdón de sus pecados y pueda ir al lecho en paz, con el alma tranquila.
Y permaneció inmóvil, con la cabeza inclinada, rezando silenciosamente. El rey, de un salto, colocóse en la puerta del calabozo, gritando a los guardianes:
-¡Desatadla!   ¡Ponedla  en   libertad inmediatamente y dejadla salir!
Después el rey, volvióse a sus habitaciones, arrodillóse al lado de su cama y juntó las manos, como había visto hacerlo a la pastora. Sin embargo, de sus labios no brotaban palabras, porque había olvidado los rezos que su madre, cuando niño, le enseñara. Pero, sin
duda, debió rezar desde el fondo de su corazón, porque, cuando se acostó, durmióse al punto para despertar a la mañana siguiente, sintiéndose cambiado.
Ya no pensó en guerras, ni en riquezas, ni en poderío; sino únicamente en hacer la felicidad de su pueblo.
-¡Oh! –exclamó -¡si yo contara con la ayuda de esa pequeña pastora, cuánto bien podría hacer!
A continuación despachó emisarios para que buscaran a la muchacha; pero ninguno logró descubrir su paradero. El rey mostróse muy preocupado por esto, mas habiendo aprendido a rezar, pudo ya dormir y pronto recuperó el vigor y la gallardía de su juventud.
 Mientras gobernó con gran benignidad a su pueblo llegó a ser el más feliz del mundo.
Un día penetró en el palacio una joven muy bella, la que dirigiéndose al rey le dijo con amable y encantadora sonrisa:
-¿Me habéis olvidado? Soy la pastora.
-Os conocí al instante, querida mía -respondió el rey dando muestras de gran júbilo. - Ansiaba veros para que vinieseis a reclamar la parte de mi reino que os corresponde. ¡Oh! ¡Si vos fueseis reina y me ayudaseis a hacer feliz a mi pueblo!
-Precisamente eso es lo que quiero  -replicó ella; -pero ¿permitiréis que mi madre viva conmigo en el palacio?
Ella me enseñó lo que ha servido para curaros, pues cada noche me decía: -No te olvides de rezar tus oraciones, hija mía, si quieres dormir en paz y tener sueños felices.

OLVIDO Por Pablo Fort

Esta muchacha ha muerto, ha muerto enamorada.
A enterrar la llevaron hoy en la madrugada,
Y la han dejado sola, sola y abandonada.
En el féretro, sola la dejaron cerrada.
Gozosos regresaron a la nueva alborada
Y uno a uno cantaron alegres melodías:
«Esta muchacha ha muerto, ha muerto enamorada.»
Y se fueron al campo, como todos los días.

EL ENANO DE LA VENTA Por Juan Eugenio Hartzenbusch

Parece que antes había
En la venta del Candil
Un enano que tenía
Voz equivalente a mil.

Habitaba en el pajar;
Y si una riña se armaba,
Decía: «¡Voy a bajar!
Y nadie le rechistaba.

Al oír la voz aquella
Tan pujante sobre todas,
Esperábase tras ella
Ver un coloso de Rodas.

Negro, bisojo, feotón,
Barba azul, nariz adunca,
Sonaba, pues, el bajón;
Mas él no bajaba nunca.

-¡Qué es lo que sucede abajo!
-Bramó el enano una vez.
-Salga a verlo el espantajo
-Dice un chaval de Jerez.

-¡Allá voy! -se oyó en un grito,
Que nunca se dio tan fuerte.
-Ven -le contesta el mocito;
-Danos el gusto de verte.

En el portal un montón
De gente en expectativa
Temblaba del vozarrón:
El enano quieto arriba.

-¡Que  voy! -Ven. -¡Que  bajo! -Baja.
-¡No! -¡Sí! -Era un barullo inmenso.
El enano allá en la paja;
No bajaba ni por pienso.

Impaciente el jerezano,
De charla inútil se deja:
Sube al pajar, y al enano
Me le saca de una oreja.

Burlona estalló conforme
Risa general sin fin,
Viendo, tras la voz enorme,
Un enanillo codín.

Le iba a mantear la gente,
Si no se escabulle listo:
No viéndole, ¡qué imponente!
¡Qué triste figura, visto!

Al lorito perulero
Muy bien le salió la cuenta;
Pero al enano el ventero
Tuvo que echar de la venta.

Para muchos, es el coco 
De mayor autoridad 
Quien habla mal, recio y poco, 
Entre densa oscuridad.

ROSAS BLANCAS Por ALFREDO IRAZÁBAL

No cortes, niña, aquellas blancas rosas,
Que si del tronco sin piedad las quitas,
Tanto como hoy hermosas
Mañana, niña, las verás marchitas.

Cuídalas con empeño,
Como cuida tu madre tu existencia,
Como cuidan los ángeles tu sueño,
Tu sueño de inocencia...

Son ellas una imagen de la vida:
Cada nueva ilusión desvanecida,
Es una rosa blanca
Que de nuestra alma el infortunio arranca.

DOMINGO DE PRIMAVERA Por Juan Ramón Jiménez

Un pájaro, en la lírica calma del mediodía
Canta bajo los mármoles del palacio sonoro;
Sueña el sol vivos fuegos en la cristalería,
En la fuente abre el agua su cantinela de oro.
Es una fiesta clara con eco cristalino:
En el mármol el pájaro; las rosas en la fuente;
¡Garganta   fresca   y   dura!   ¡azul,   dulce, argentino
Llorar, sobre la flor satinada y reciente!
Es un ensueño real, voy, colmado de gracia,
Soñando,   sonriendo,   por   las   radiantes losas,
Henchida el alma de la pura aristocracia
De la fuente, del pájaro, del olor de las rosas.

ANIMA RERUM Por Francisco Villaespesa

Al mirar del paisaje la borrosa tristeza
Y sentir de mi alma la sorda pena oscura,
Pienso, a veces, si esta dolorosa amargura
Surge de mí o del seno de la Naturaleza.
Contemplando el paisaje lluvioso en esta hora
Y sintiendo en los ojos la humedad de un llanto,
Yo   no   sé,   confundido   de   terror   y  de espanto,
Si lloro su agonía o si él mis penas llora.

A medida que sobre los valles anochece
Todo se va borrando, todo desaparece...
El labio que recuerda, un dulce, nombre nombra,
Y en medio de este oscuro silencio, de esta calma,
Yo no sé si es la sombra la que invade mi alma
O si es que de mi alma va surgiendo la sombra.

martes, 19 de abril de 2016

Hace un tiempo...Por Ezequiel Feito

Hace mucho tiempo que mi brazo fuerte
fue activa parte de la historia humana.
Allí estaba mi razón. Mi mente sana,
compartió toda fatiga y toda suerte.

Por entonces, señor era de mi cuerpo;
ordenado, limpio y ágil lo tenía
y donde mi libre corazón quería
tras él marchaba con ademán resuelto.

El dinero, tiempo y voz tenían sentido
y no cansaba el color a mi pupila.
Aún la sombra de mi cuerpo, tan tranquila,
en las noches olvidaba lo vivido.

Pero hoy todo mi universo son mis pasos,
el pensar en lo que fui, y resignado,
conducido por extraños soy llevado
donde quieren ir sus piernas y sus brazos.

Y en la breve lucidez de mi memoria
que soporta la nostalgia como un peso
aún me quedan la alegría y algún beso,
redentores de mi tumba y de mi historia.


lunes, 18 de abril de 2016

PREMIO NACIONAL "MARÍA ISABEL PLORUTTI"- Cuentos y relatos para niños





En el marco del Mes de las Letras 2016, la Editorial "L.V." llama a participar del Premio Nacional de Cuentos y Relatos para Niños que lleva el nombre de la profesora  "María Isabel Plorutti", personalidad destacada de la cultura chascomunense según las siguientes bases.

1- Podrán participar en forma libre y gratuita autores de todo el país. (Argentina)
2- Los trabajos deberán ser inéditos y la extensión no más de tres página A4.
3- Serán seleccionados los diez mejores trabajos que serán publicados en un libro conjunto.
4- Cada autor seleccionado recibirá Diploma y un ejemplar del libro, lo mismo la Biblioteca Popular que cada uno designe.
5- Se consignará la edad del destinatario y la autorización para publicar en libro y en blog.
6- Los datos personales completos, incluyendo el número de CUIL o CUIT deberán adjuntarse al
 cuento o relato y enviarse al mail: lucero.ortega@gmail.com
7- La fecha de cierre de recepción será el 30 de octubre de 2016.
8- El anuncio de los resultados será el 8 de diciembre de 2016 en la clausura del Mes de las Letras
9- El acto de premiación y entrega del libro editado será en la primera semana de abril de 2017 en la ciudad de Chascomús, provincia de Bs. As, salvo impedimentos de fuerza mayor.
 Eva Lucero de Ortega
Coordinadora Mes de las letras 2003-2016

sábado, 16 de abril de 2016

SONETO Por José Cadalso

Todo lo muda el tiempo, Filis mía;
Todo cede al rigor de sus guadañas:
Ya transforma los valles en montañas,
Ya pone campo donde mar había.

El muda en noche opaca al claro día,
En fábulas pueriles las hazañas,
Alcázares soberbios en cabañas,
Y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,
Detiene el mar y viento enfurecido,
Postra al león y rinde al bravo toro.

Sola una cosa al tiempo denodado
Ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
Y es el constante amor con que te adoro.

SONETO Por José Cadalso

Ya veis cuál viene, amantes, mi pastora,
De bulliciosos céfiros cercada,
La rubia trenza suelta, y adornada
Por sacras manos de la misma Plora.

Ya veis su blanco rostro, que enamora;
Su vista alegre y sonreír que agrada;
Su hermoso pecho, celestial morada
Del corazón á quien el mío adora.

Oís su voz y el halagüeño acento,
Y al ver y oír que sólo á mí me quiere
Con envidia miráis la suerte mía.

Mas si vierais el mísero tormento
Con que mil veces su rigor me hiere,
La envidia en compasión se trocaría.

GEÓRGICA Por Ramón del Valle Inclán

Húmeda de la aurora, despierta la campana
En el azul cristal de la paz aldeana,
Y por las viejas sendas van a las sementeras
Los viejos labradores, camino de las eras,
En tanto que su vuelo alza la cotovía
A la luna, espectral en el alba del día.

Molinos picarescos, telares campesinos,
Cantan el viejo salmo del pan y de los linos,
Y el agua que en la presa platea sus cristales
Murmura una oración entre los maizales,
Y  las  ruedas  temblonas, como  abuelas cansadas,
Loan del tiempo antiguo virtudes olvidadas:
Dice la lanzadera el olor del ropero,
Donde  se  guarda  el  lino,   el  buen  lino casero;
Y el molino, que esconde bajo la vid su entrada,
Dice el áureo   recuerdo   de   una   historia sagrada:
Bajo la parra canta el esponsal divino
De la sangre y la carne, de la hostia y el vino.
El aire se embalsama con aromas de heno,
Y los surcos abiertos esperan el centeno,
Y en el húmedo fondo de los verdes herbales
Pacen vacas bermejas entre niños zagales,
Cuando en la santidad azul de la mañana,
Canta húmeda de aurora la campana aldeana.

SALOMÓN Y EL LABRADOR Por FEDERICO RUCKERT

En mitad de la llanura,
Del rey Salomón se advierte
En un trono que luz vierte,
La grave y digna figura.

Echar con afán prolijo
Notó el monarca sapiente
Por doquier su simiente
A un labrador, y le dijo:

-¿Qué haces tú?  Siembras en vano.
Tu trabajo ¿a qué conduce?
Renuncia a él: no produce
Esa tierra un solo grano.

Paróse el buen labrador,
Su frente a la vez bajando;
Reflexionó, y retornando
A su siembra con ardor,

-Sólo este campo poseo,
Responde al rey: lo cultivo
Cuanto afanoso y activo
Veis le es dado a mi deseo.

A trabajar me limito
Mis tierras como un deber.
¿Y qué más puedo yo hacer?
Las siembro, y Dios sea bendito.

EL DESPECHO DE ELISA Por Pablo de Jérica

Orillas del Abendaño
Quejábase el otro día
De su zagal inconstante
La bella zagala Elisa.
Suelto el hermoso cabello,
De triste luto vestida,
Entre suspiros ardientes,
Así llorosa decía:
“Después de tantas promesas,
Tan repetidas caricias,
¿Romper, ingrato, pudiste
El lazo que nos unía?
¿Adonde está la firmeza
Jurada, fiero homicida?
¿El amor, la fe, el cariño?
¡Pérfido! ¿cómo mentías?
Libre ya de aquella llama
En que por mi amor ardías,
¿Pudiste, cruel, dejarme
Burlada y escarnecida?
La que en los hombres se fía!
Mas de tan funesto engaño
Sabré vengarme en mí misma.
Y pues la muerte es tan dulce
Para quien odia la vida,
Las aguas del Abendaño
Ahogarán las penas mías.”
En esto a precipitarse
Presurosa se encamina;
Mas la idea de la muerte
La contiene, la horroriza.
“Por cierto que soy muy loca,
-Dijo dejando la orilla-.
¡Hay tantos zagales! ¡tantos!
Y sólo tengo una vida.”

UNA MIRADA QUE CONFORTÓ A UN AMIGO EN DESGRACIA


He aquí el relato de una obra sencillísima de amor, que consoló a un mísero prisionero, dándole fuerzas para resistir a la desesperación durante los largos y penosos años que debía pasar en la soledad de la prisión.
Hace algún tiempo, un joven de esmerada educación vio caer el oprobio sobre su limpio nombre, a causa de cuantiosas deudas que había contraído.
Condenado a un largo encarcelamiento, pasó aún por la amargura de saber que todos sus antiguos compañeros habían formado el propósito de no volver a hablarle, cuando cumplida la condena fuese puesto en libertad.
Al cabo de unos meses, se le llamó ante el Tribunal, para responder a las preguntas del juez referentes a sus deudas. Un antiguo amigo se enteró por los periódicos de la mañana, que al día siguiente había de verse aquella causa ante la Audiencia de lo criminal.
La historia entera de su antigua amistad se le representó ahora conmoviéndole profundamente; la imagen de su amigo en desgracia le hizo olvidar los prejuicios que hasta entonces le habían retenido. Así, pues, acudió al Palacio de Justicia y se detuvo en el corredor que conducía a la Sala en que había de celebrarse la vista.
Escoltado por dos alguaciles, el infeliz prisionero avanzó por el pasillo, bajo los ojos por la vergüenza de ser visto, y al pasar junto al amigo de sus días dichosos, éste se descubrió con respeto. El desventurado prisionero vio aquel noble gesto y jamás lo echó en olvido Aquel porvenir suyo, que tan desesperado le pareciera, desde entonces se aclaró para él con un rayo de luz. Aun le quedaba un amigo, que en la desgracia no se avergonzaba de él.

ASTUCIA DE UN VIAJERO


Un viajero llegó a una posada en una noche de las más frías de diciembre, y al pasar por la cocina vio que todos los asientos estaban ocupados por la mucha gente que había alrededor del fuego, causándole la mayor pena el no poder acercarse a calentar las uñas.
« Mozo », dijo en voz alta al criado; «darás al momento a mi caballo dos docenas de ostras
El mozo obedeció; y todas las personas que estaban en posesión de la lumbre, no pudieron resistir al deseo de ver un animal tan extraordinario: se levantaron y marcharon en tropel a la caballeriza.
Entretanto el viajero tomó el mejor asiento al fuego, y un instante después llegó el mozo a decirle, seguido de los curiosos, que el caballo no quería comer las ostras.
« ¡Cómo! ¿no las quiere? » pregunta muy serio el viajero;« Pues, ponme aquí la mesa, y me las comeré yo a su salud ».

La carta perdida - Por Héctor Fuentes

        Todos los fuegos, el fuego", de Julio Cortázar, dijo con voz impaciente Alberto Lagos. La bibliotecaria buscó el libro en la computadora y le pidió a Alberto el número de socio. Luego se retiró
hacia los estantes para volver con el libro solicitado. Concluido el procedimiento el muchacho se marchó a su casa.
El día elegido para la lectura había sido un Viernes, "nada mejor que desplomarse en el sillón del living y disfrutar de un buen libro", se dijo en voz alta Alberto. Y parecía que en verdad todo estaba en orden: el trabajo esperaría hasta el Lunes; las compras ya estaban hechas y la mujer que se encargaba de la limpieza había dejado todo en su perfecto lugar. Luego de cenar, decidió abrir el libro. Y allí algo estaba fuera de lugar. Lo notó porque el espesor de las páginas desentonaba con una especie de apéndice misterioso que nada tenía que ver con la constitución del libro. Lo batió con curiosidad hasta que algo saltó al suelo. Primero lo miró con asombro, pero después pensó que el lector anterior había olvidado seguramente un señalador. Aunque eso era otra cosa, se trataba de una carta. No tuvo más remedio que abrirla y empezar a leerla: "No estoy dispuesta a soportar mas tus maltratos, prefiero morir en un instante antes que sufrir al lado tuyo toda la vida". Los trazos eran los de alguien que está
desesperado y arroja palabras en un papel, como otro arroja una botella al mar. Luego leyó: "el día del casamiento de tu hermana, dentro de exactamente una semana, voy a tirarme al vacío desde la terraza del edificio de la fiesta. Ese día luciré mi vestido de noche preferido, aquel dorado con breteles negros que me compré con mi primer sueldo de cajera. Será un estreno inusual, pues ese día conoceremos juntas la muerte". Luego de leer ese párrafo Alberto se estremeció. El día elegido para el suicidio coincidía con el que Alberto había elegido para olvidarse del mundo y de sus problemas "¿Es que ni siquiera en los libros encuentro un poco de paz?", pensó. La carta terminaba con las siguientes palabras: "cuando te conocí Rubén, creí haber encontrado el amor. Cuando nos casamos y finalmente descubrí que tu verdadero placer era pegarme, sentí que había encontrado a la muerte". Firma: Karina Herrera. En un rincón del sobre se encontraba la tarjeta de invitación con el lugar y la hora de la fiesta. Sin querer y sin buscarlo Alberto Lagos estaba metido en medio de una historia que no le pertenecía, pero de la cual no podía ya quedar indiferente. Pensó en su ex mujer y en porqué estaba solo. Pensó en sus treinta y cinco años y en lo mucho que le costaba poder comunicarse con las personas luego de que la separación lo dejase al borde de una depresión enfermiza. Pero había algo allí en esa carta que lograba conmoverlo. Se imaginó por un instante como sería Karina, la pensó hermosa y la dibujó con trazos invisibles en la quietud de su departamento.
Buscó otra vez la tarjeta y miró el reloj. Eran las nueve de la noche y la fiesta empezaba a las nueve y media y a sólo quince cuadras de su departamento, en un edificio que él ya conocía por haber ido a la despedida de soltero de un amigo de la secundaria.
En aquella celebración se había encontrado con sus viejos compinches de aventuras. Una y mil veces se había preguntado ¿por qué uno se va quedando cada vez más solo a medida que va creciendo? Existe en el adulto un mecanismo extraño. La falta de tiempo nos vuelve mezquinos, como si no perdiésemos definitivamente el tiempo al perdernos a nosotros mismos...
La hora se venía encima y la decisión de ir a buscarla e impedir el suicidio empezó a rondar su cabeza. Hasta que inmerso ya en una loca marcha se encaminó hacia la fiesta con el mejor traje que tenía.
La noche estaba calma, pero el viento traía el olor de la tierra mojada. La lluvia se agazapaba amenazante. Decidió tomar un taxi. Al entrar al vehículo escuchó en la radio el tango “Por una cabeza” y en un lapsus de recuerdos y añoranzas, se acordó de su infancia. El taxista rompió el idilio al decir:
- ¡Mejor que llueva! (y golpeó enérgico el volante) ¿Usted vio como está cambiando el clima? Yo trabajo doce horas por día metido adentro de esta caja, y le puedo afirmar que cuando me empiezan a doler los huesos, es seguro que se viene el aguacero.
- El dolor de huesos y el bicherío traen agua, decía mi tía.
- Y no se equivocaba, para colmo esta ciudad de La Plata está cada vez más calurosa. Los diarios dicen que dentro de unos años el clima de la Argentina va a cambiar por completo. Los expertos aseguran que nos encaminamos hacia un clima tropical.
- Cambia, todo cambia... ¿Cuánto le debo jefe?
Cuando llegó a la fiesta tropezó con la gente que controlaba la entrada, pero logró sortear el obstáculo al mentir, argumentando que trabajaba en el armado de las luces. Acto seguido sacó del bolsillo una extraña tarjeta membretada. El grandote de la puerta la miró de reojo y ante la duda y la confusión, prefirió dejarlo pasar. Tomó el ascensor con prisa y llegó rápido a la terraza. Miró desesperado hacia todos los rincones, hasta que encontró el vestido dorado de breteles negros vistiendo a una muchacha sola que miraba las estrellas con una copa en la mano.  Se acercó hasta ella y la miró por un momento de espaldas. El hechizo se rompió cuando Karina en un movimiento brusco giró y volcó el champagne sobre el traje de Alberto. Se rieron. Se miraron con curiosidad. Hasta que él preguntó:
- ¿En qué pensabas?
- En las estrellas, sólo miraba su luz.
-Leí tu carta, la encontré en un libro de Cortázar.
Karina sintió algo muy fuerte y se largó a llorar. Él la abrazó hasta sentirla muy profundamente, hasta verle los ojos grandes y negros mirándolo fijo y balbuceando algo en voz baja. Ella le dijo "gracias". Él la abrazó de nuevo y juntos se escaparon de la fiesta. Cuando llegaron a la calle se largó a llover. Decidieron entrar en un bar para tomar un café. El primer cigarrillo lo prendió ella, él la siguió y con el de ella prendió el suyo.  Eran dos almas que ardían con un fuego de tabaco y papel, a las que la muerte, tan acostumbrada a llevarse lo que quiere y cuando quiere, tuvo que conformarse con mirarlos desde una impotencia que la ridiculiza cuando se enfrenta al amor.

sábado, 9 de abril de 2016

Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere Por León Tolstoi

En la ciudad de Vladimir vivía un joven comerciante, llamado Aksenov. Tenía tres tiendas y una casa. Era un hombre apuesto, de cabellos rizados. Tenía un carácter muy alegre y se le consideraba como el primer cantor de la ciudad. En sus años mozos había bebido mucho, y cuando se emborrachaba, solía alborotar. Pero desde que se había casado, no bebía casi nunca y era muy raro verlo borracho.
Un día, Aksenov iba a ir a una fiesta de Nijni. Al despedirse de su mujer, ésta le dijo:
–Ivan Dimitrievich: no vayas. He tenido un mal sueño relacionado contigo.
–¿Es que temes que me vaya de juerga? –replicó Aksenov, echándose a reír.
–No sé lo que temo. Pero he tenido un mal sueño. Soñé que venías de la ciudad; y, en cuanto te quitaste el gorro, vi que tenías el pelo blanco.
–Eso significa abundancia. Si logro hacer un buen negocio, te traeré buenos regalos.
Tras de esto, Aksenov se despidió de su familia y se fue. Cuando hubo recorrido la mitad del camino, se encontró con un comerciante conocido, y ambos se detuvieron para pernoctar. Después de tomar el té, fueron a acostarse, en dos habitaciones contiguas. Aksenov no solía dormir mucho; se despertó cuando aún era de noche y, para hacer el viaje
con la fresca, llamó al cochero y le ordenó enganchar los caballos. Después, arregló las cuentas con el posadero y se fue. Ya había dejado atrás cuarenta verstas, cuando se detuvo para dar pienso a los caballos; descansó un rato en el zaguán de la posada y, a la hora de comer, pidió un samovar. Luego sacó la guitarra y empezó a tocar. Pero de pronto llegó un troika con cascabeles. Se apearon de ella dos soldados y un oficial, que se acercó a Aksenov y le preguntó quién era y de dónde venía. Este respondió la verdad a todas las preguntas, y hasta invitó a su interlocutor a tomar una taza de té. Pero él continuó haciendo preguntas. ¿Dónde había pasado aquella noche? ¿Había dormido sólo o con algún compañero? ¿Había visto a éste de madrugada? ¿Por qué se había marchado tan temprano de la posada? Aksenov se sorprendió de que le preguntan todo aquello.
–¿Por qué me interroga? –inquirió a su vez–. No soy ningún ladrón, ni tampoco un bandido. Mi viaje se debe a unos asuntos particulares.
–Soy jefe de policía y te pregunto todo esto porque encontraron degollado al comerciante con el que pasaste la noche – replicó el oficial–: quiero ver tus cosas –añadió después de llamar a los soldados y de ordenarles que lo registraran de arriba abajo.
Entraron en la posada y revolvieron las cosas de la maleta y del saco de viaje de Aksenov.
De pronto, el jefe de policía encontró un cuchillo en el saco.
–¿De quién es esto? –exclamó.
Aksenov se horrorizó al ver que habían sacado un cuchillo ensangrentado de sus cosas.
–¿Por qué está manchado de sangre? –preguntó el jefe de policía.
Aksenov apenas pudo balbucir lo siguiente:
–Yo… yo no sé… yo… este cu… no es mío…
–De madrugada han encontrado al comerciante, degollado en su cama. La pieza donde habéis pernoctado estaba cerrada por dentro y nadie ha entrado en ella, salvo vosotros dos.
Este cuchillo ensangrentado estaba entre tus cosas y, además, por tu cara, se ve que eres culpable. Dime cómo le has matado y qué cantidad de dinero le quitaste.
Aksenov juró que no había cometido ese crimen; que no había vuelto a ver al comerciante,
después de haber tomado el té con él: que los ocho mil rublos que llevaba eran de su propiedad y que el cuchillo no lo pertenecía. Pero, al decir esto, se le quebraba la voz, estaba pálido y temblaba, de pies a cabeza, como un culpable.
El jefe de policía ordenó a los soldados que ataran a Aksenov y lo llevaran a la troika.
Cuando lo arrojaron en el vehículo con los pies atados, se persignó y se echó a llorar. Le quitaron todas las cosas y el dinero, y le encerraron en la cárcel de la ciudad más cercana.
Pidieron informes de Aksenov en la ciudad de Vladimir. Tanto los comerciantes, como la demás gente de la ciudad, dijeron que, aunque de mozo se había dado a la bebida, era un hombre bueno.
Juzgaron a Aksenov por haber matado a un comerciante de Riazan y por haberle robado veinte mil rublos. Su mujer estaba pre ocupadísima y no sabía ni qué pensar. Sus hijos eran de corta edad, y el más pequeño, de pecho. Se dirigió con todos ellos a la ciudad en que Aksenov se hallaba detenido. Al principio, no le permitieron verlo; pero, tras muchas súplicas, los jefes de la prisión lo llevaron a su presencia. Al verlo vestido de presidiario y encadenado, la pobre mujer se desplomó y tardó mucho en recobrarse. Después, con los niños en torno suyo, se sentó junto a él, lo puso al tanto de los pormenores de la casa y le hizo algunas preguntas.
Aksenov relató a su vez, con todo detalle, lo que le había ocurrido.
–¿Qué pasará ahora? –preguntó la mujer.
–Hay que pedir clemencia al zar. No es posible que perezca un hombre inocente.
La mujer le explicó que había hecho una instancia; pero que no había llegado a manos del zar.
–No en vano soñé que se te había vuelto el pelo blanco, ¿te acuerdas? Has encanecido de verdad. No debiste hacer ese viaje exclamó ella; y, luego, acariciando la cabeza de su marido, añadió–: Mi querido Vania, dime la verdad, ¿fuiste tú?
–¿Eres capaz de pensar que he sido yo? –exclamó Aksenov; y, cubriéndose la cara con las manos, rompió a llorar.
Al cabo de un rato, un soldado ordenó a la mujer y a los hijos de Aksenov que se fueran.
Esta fue la última vez que Aksenov vio a su familia.
Posteriormente, recordó la conversación que había sostenido con su mujer y que también ella había sospechado de él, y se dijo: «Por lo visto, nadie, excepto Dios, puede saber la verdad. Sólo a El hay que rogarle y sólo de El esperar misericordia». Desde entonces, dejó de presentar solicitudes y de tener esperanzas. Se limitó a rogar a Dios.
Le condenaron a ser azotado y a trabajos forzados. Cuando le cicatrizaron las heridas de la paliza, fue deportado a Siberia en compañía de otros presos.
Vivió veintiséis años en Siberia; los cabellos se le tornaron blancos como la nieve y le creció una larga barba, rala y canosa. Su alegría se disipó por completo. Andaba lentamente y muy encorvado; y hablaba poco. Nunca reía, y, a menudo, rogaba a Dios.
En el cautiverio aprendió a hacer botas: y, con el dinero que ganó en su nuevo oficio, compró el libro de los Mártires, que solía leer cuando había luz en su celda. Los días festivos iba a la iglesia de la prisión, leía el Libro de los Apóstoles y cantaba en el coro. Su voz se había conservado bastante bien. Los jefes de la prisión querían a Aksenov por su carácter tranquilo. Sus compañeros le llamaban «abuelito» y «hombre de Dios». Cuando querían pedir algo a los jefes, lo mandaban como representante y, si surgía alguna pelea entre ellos, acudían a él para que pusiera paz.
Aksenov no recibía cartas de su casa e ignoraba si su mujer y sus hijos vivían.
Un día trajeron a unos prisioneros nuevos a Siberia. Por la noche, todos se reunieron en torno a ellos y los preguntaron de dónde venían y cuál era el motivo de su condena. Aksenov acudió también junto a los nuevos prisioneros y, con la cabeza inclinada, escuchó lo que decían. Uno de los recién llegados era un viejo, bien plantado, de unos sesenta años, que llevaba una barba corta entrecana. Contó porqué le habían detenido.
–Amigos míos, me encuentro aquí sin haber cometido ningún delito. Un día desaté el caballo de un trineo y me acusaron de haberlo robado. Expliqué que había hecho aquello porque tenía prisa en llegar a determinado lugar. Además, el cochero era amigo mío. No creía haber hecho nada malo sin embargo, me acusaron de robo. En cambio, las autoridades no saben dónde ni cuándo robé de verdad.
Hace tiempo cometí un delito, por el que hubiera debido haber estado aquí. Pero ahora me han condenado injustamente.
–¿De dónde eres? –preguntó uno de los prisioneros.
–De la ciudad de Vladimir. Me dedicaba al comercio. Me llamo Makar Semionovich.
Aksenov preguntó levantando la cabeza:
–¿Has oído hablar allí de los Aksenov?
–¡Claro que sí! Es una familia acomodada, a pesar de que el padre está en Siberia. Debe ser un pecador como nosotros. Y tú, abuelo. ¿Por qué estás aquí?
A Aksenov no le gustaba hablar de su desgracia.
–Hace veinte años que estoy en Siberia a causa de mis pecados –dijo suspirando.
–¿Qué delito has cometido? –preguntó Makar Semionovich.
–Si estoy aquí, será que lo merezco –exclamó Aksenov, poniendo fin a la conversación.
Pero los prisioneros explicaron a Makar Semionovich por qué se encontraba Aksenov en Siberia; una vez que iba de viaje, alguien mató a un comerciante y escondió el cuchillo ensangrentado entre las cosas de Aksenov. Por ese motivo, le habían condenado injustamente.
–¡Qué extraño! ¡Qué extraño! ¡Cómo has envejecido, abuelito! –exclamó Makar Semionovich, después de examinar a Aksenov; y le dio una palmada en las rodillas.
Todos le preguntaron de qué se asombraba y dónde había visto a Aksenov; pero Makar
Semionovich se limitó a decir:
–Es extraño, amigos míos, que nos hayamos tenido que encontrar aquí.
Al oír las palabras de Makar Semionovich, Aksenov pensó que tal vez supiera quién había
matado al comerciante.
–Makar Semionovich: ¿has oído hablar de esto antes de venir aquí? ¿Me has visto en alguna parte? –preguntó.
–El mundo es un pañuelo y todo se sabe. Pero hace mucho tiempo que oí hablar de ello, y ya casi no me acuerdo.
–Tal vez sepas quién mató al comerciante.
–Sin duda ha sido aquel entre cuyas cosas encontraron el cuchillo –replicó Makar Semionovich, echándose a reír–. Incluso si alguien lo metió allí. Cómo no lo han cogido, no le consideran culpable. ¿Cómo iban a esconder el cuchillo en tu saco si lo tenías debajo de la cabeza? Lo habrías notado. Cuando Aksenov oyó esto, pensó que aquel hombre era el criminal. Se puso en pie y se alejó.
Aquella noche no pudo dormir. Le invadió una gran tristeza. Se representó a su mujer, tal como era cuando le acompañó, por última vez, a una feria. La veía como si estuviese ante él; veía su cara y sus ojos y oía sus palabras y su risa. Después se imaginó a sus hijos como eran entonces, pequeños aún, uno vestido con una chaqueta y el otro junto al pecho de su madre. Recordó los tiempos en que fuera joven y alegre; y el día en que hablaba sentado en el porche de la posada, tocando la guitarra, y vinieron a detenerle. Recordó cómo le azotaron y le pareció volver a ver al verdugo, a la gente que estaba alrededor, a los presos… Se le representó toda su vida durante aquellos veintiséis años hasta llegar a viejo. Fue tal su desesperación, al pensar en todo esto, que estuvo a punto de poner fin a su
vida. «Todo lo que me ha ocurrido ha sido por este malhechor», pensó.
Sintió una ira invencible contra Makar Semionovich y quiso vengarse de él, aunque esta
venganza le costase la vida. Pasó toda la noche rezando, pero no logró tranquilizarse. Al día siguiente, no se acercó para nada a Makar Semionovich, y procuró no mirarlo siquiera.
Así transcurrieron dos semanas. Aksenov no podía dormir y era tan grande su  desesperación, que no sabía qué hacer.
Una noche empezó a pasear por la sala. De pronto vio que caía tierra debajo de un catre.
Se detuvo para ver qué era aquello. Súbitamente, Makar Semionovich salió de debajo del catre y miró a Aksenov con expresión de susto. Este quiso alejarse; pero Makar Semionovich, cogiéndole de la mano, le contó que había socavado un paso debajo de los muros y que todos los días, cuando lo llevaban a trabajar, sacaba la tierra metida en las botas.
–Si me guardas el secreto, abuelo, te ayudaré a huir. Si me denuncias, me azotarán; pero tampoco te vas a librar tú, porque te mataré.
Viendo ante sí al hombre que le había hecho tanto daño; Aksenov tembló de pies a cabeza.
Invadido por la ira, se soltó de un tirón y exclamó.
–No tengo por qué huir, ni tampoco tienes por qué matarme; hace mucho que lo hiciste. Y en cuanto a lo que preparas, lo diré o no lo diré, según Dios me de a entender.
Al día siguiente, cuando sacaron a los presos a trabajar, los soldados se dieron cuenta de que Makar Semionovich llevaba tierra en las cañas de las botas. Después de una serie de búsquedas, encontraron el subterráneo que había hecho. Llegó el jefe de la prisión para interrogar a los presos. Todos se negaron a hablar. Los que sabían que era Makar Semionovich, no le delataron, porque le constaba que le azotarían hasta dejarlo medio muerto. Entonces, el jefe de la prisión se dirigió a Aksenov. Sabía que era veraz.
–Abuelo, tú eres un hombre justo. Dime quién ha cavado el subterráneo, como si estuvieras ante Dios.
Makar Semionovich miraba el jefe de la prisión como si tal cosa; no se volvió siquiera hacia Aksenov. A éste le temblaron las manos y los labios. Durante largo rato no pudo pronunciar ni una sola palabra, «¿Por qué no delatarle cuando él me ha perdido? Que pague por todo lo que me ha hecho sufrir. Pero si lo delato, le azotarán. ¿Y si le acuso injustamente? Además, ¿acaso eso aliviaría mi situación?», pensó.
–Anda viejo, dime la verdad: ¿quién ha hecho el subterráneo? –preguntó, de nuevo, el jefe.
–No puedo, excelencia –replicó Aksenov, después de mirar a Makar Semionovich–. Dios no quiere que lo diga; y no lo haré. Puede hacer conmigo lo que quiera. Usted es quien manda.
A pesar de las reiteradas insistencias del jefe, Aksenov no dijo nada más. Y no se enteraron de quién había cavado el subterráneo.
A la noche siguiente, cuando Aksenov se acostó, apenas se hubo dormido, oyó que alguien se había acercado, sentándose a sus pies. Miró y reconoció a Makar Semionovich.
–¿Qué más quieres? ¿Para qué has venido? –exclamó.
Makar Semionovich guardaba silencio.
–¿Qué quieres? ¡Lárgate! Si no te vas, llamaré al soldado –insistió Aksenov, incorporándose.
Makar Semionovich se acerco a Aksenov; y le dijo, en un susurro:
–¡Iván Dimitrievich, perdóname!
–¿Qué tengo que perdonarte?
–Fui yo quien mató al comerciante y quien metió el cuchillo entre tus cosas. Iba a matarte a ti también; pero oí ruido fuera. Entonces oculté el cuchillo en tu saco; y salí por la ventana.
Aksenov no supo qué decir. Makar Semionovich se puso en pie e, inclinándose hasta tocar el suelo, exclamó:
–Iván Dimitrievich, perdóname, ¡perdóname por Dios! Confesaré que maté al comerciante y te pondrán en libertad. Podrás volver a tu casa.
–¡Qué fácil es hablar! ¿Dónde quieres que vaya ahora?… Mi mujer ha muerto, probablemente; y mis hijos me habrán olvidado… No tengo adónde ir…
Sin cambiar de postura, Makar Semionovich golpeaba el suelo con la cabeza repitiendo:
–Iván Dimitrievich, perdóname. Me fue más fácil soportar los azotes, cuando me pegaron, que mirarte en este momento. Por si es poco, te apiadaste de mí y no me has delatado.
¡Perdóname en nombre de Cristo! Perdóname a mí, que soy un malhechor.
Makar Semionovich se echó a llorar. Al oír sus sollozos también Aksenov se deshizo en lágrimas.
–Dios te perdonará; tal vez yo sea cien veces peor que tú –dijo.
Repentinamente un gran bienestar invadió su alma. Dejó de añorar su casa. Ya no sentía deseos de salir de la prisión; sólo esperaba que llegase su último momento.

Makar Semionovich no hizo caso a Aksenov y confesó su crimen. Pero cuando llegó la orden de libertad, Aksenov había muerto ya.

sábado, 2 de abril de 2016

EL HUÉSPED DEL REY

Hubo una vez un rico personaje que era en extremo cruel con los pobres que vivían en sus dominios. Eran éstos sumamente miserables, y el hacendado, que era dueño de todos los terrenos, y utilizaba los servicios de todos los habitantes de la comarca, abonábales salarios muy escasos, y los oprimía por todos los medios a su alcance. Vióse el país asolado por un hambre espantosa, y los pobres acudieron al castillo del señor en demanda de pan; pero aquél no quiso darles ni un mendrugo.
Llegó el caso a conocimiento del rey, e invitó a comer al hacendado rico. No es preciso ponderar el orgullo y alegría de éste al recibir la regia invitación. Mandó enganchar sus mejores caballos al más lujoso de sus carruajes, hizo que se vistiesen sus sirvientes sus trajes más vistosos, y partió para el palacio del rey.
Condújole el monarca al comedor, donde había una mesa preparada para dos, llena de flores y frutas y manjares exquisitos, viéndose numerosos criados dispuestos a servirles.
Presentaron éstos al rey un plato de sopa, y cuando estaba ya a punto de concluirla, sirvieron otro plato igual al hombre rico, pero cuando éste se disponía a llevarse a la boca la primera cucharada, concluyó la suya el rey, y los criados retiraron los platos, de tal suerte que el rico no pudo ni probarla. Trajeron después al rey un nuevo plato, y cuando estaba ya próximo a terminarlo, presentaron otro igual al hacendado; pero antes de que tuviese tiempo de tomar en sus manos el tenedor y el cuchillo, el rey terminó el suyo, y los sirvientes retiraron ambos platos.
De la misma manera le fueron presentando plato -tras plato al monarca, y éste, cada vez que despachaba uno, ponderaba a su huésped cuan sabroso estaba y cuánto le complacía que fuese también de su agrado, lo cual no era obstáculo para que, cada vez que el rico trataba de probar el plato que le había servido un criado, otro se lo quitase de delante. Terminó la comida sin que el rico hubiese logrado probar un solo bocado, ni aun siquiera un mendrugo de pan, pues los sirvientes olvidaron, de propósito, el ponérselo; y sabido es que cuando se come con los reyes no se puede pedir nada.
Lo peor era que el rico estaba muerto de hambre, pues, en extremo atareado en preparar el viaje, nada puso de comer dentro del coche, hallándose en ayunas por completo, y por añadidura, la comida se había prolongado bastante.
Cuando terminó el banquete, condujo el rey a su huésped hasta el vestíbulo de palacio, dióle las buenas noches, e indicóle el larguísimo camino que conducía a su castillo.
El monarca no dijo una palabra del extraño banquete que ofreciera al opulento hacendado, pero éste regresó a su castillo casi extenuado de hambre, y jamás olvidó la lección que, sin pronunciar una sola palabra, hubo de darle el rey. A partir de aquel día mostróse compasivo con los pobres, y fue siempre el fiel amigo de los menesterosos.

TODO SERVICIO PIDE SU PAGA

    Ocupaba el rey Felipe II a Jácome de Trezo en la delicada fabricación de instrumentos científicos, sin que nunca se acordara de pagarle cuarenta ducados que le debía. En estas circunstancias, quiso un día el monarca que le arreglase unos relojes, y le envió a decir que le viese a las tres de la tarde. No fue Jácome aquel día, ni al siguiente, por lo cual, furioso el monarca, ordenó a un criado que fuese por él y se lo trajese de grado o por fuerza. Cumplió puntualmente el encargo el servidor, y cuando el rey vio al artífice, le dijo:
      -¿Qué merecí; el criado que no acude cuando le llama su señor?
      -Pues que se le pague -respondió Jácome, -y se le despida.

POBREZA DE FRANKLIN

      Hallábase un día Benjamín Franklin sin empleo en Boston, y como necesitaba ganarse la vida, echóse a buscar colocación por las imprentas. Viendo que sus tentativas resultaban inútiles, decidió ir a Nueva York; marchó a esta ciudad, pero como tampoco fue más afortunado, se encaminó a Filadelfia. Escaso de recursos hubo de pagar el pasaje remando como marinero, y llegó a Filadelfia sucio, muy cansado y con bastante hambre.
     Compró algunas hogazas de pan; metióse el resto de su equipaje en los bolsillos y con un pan debajo de cada brazo y comiendo otro, hizo su entrada por las calles de Filadelfia, el hombre que más tarde había de ser orgullo de aquella ciudad y célebre en todo el mundo.
     Al pasar por cierta calle, la señorita Read, viendo la triste figura del mozo, se rió mucho de él. Años después, la misma señorita que así se había burlado del desarrapado mancebo, vino a casarse con él, cuando, habiendo triunfado de la adversidad, su nombre se pronunciaba en todas partes con respeto y admiración. Estando un día los dos esposos platicando en la intimidad, salió a relucir el incidente; y aunque uno y otro lo celebraban con risas y humoradas, el hecho no dejó de impresionar hondamente a la señora, que lo refirió con frecuencia como ejemplo que enseña a no maltratar con burlas, risas o desprecios a las personas de aspecto pobre y humilde, las cuales, aun cuando no posean secretas virtudes, deben merecernos siempre consideración y respeto.

DOS POESÍAS HUMORÍSTICAS

UN VIEJO Y UN LABRADOR

Un viejo a un labrador
Díjole con cara adusta:
 -¡Pasto al mulo, y del mejor!
Y él contestó:—Sí, señor;
Tengo del que a usted le gusta.



PROPOSICIÓN DE UN GASTRÓNOMO

Para poderse comer
Un pichón a cualquier hora
-Decía Bruno a Isidora
- Dos al menos deben ser.
-¿Para tan parca ración
No es muy bastante con uno?
-Dos deben ser—dijo Bruno:
- El que come y el pichón.

UNA NOCHE Por Juan Ramón Jiménez

Las antiguas arañas melodiosas, temblaban
Maravillosamente sobre las mustias flores...
Sus cristales, heridos por la luna, soñaban
Guirnaldas temblorosas de pálidos colores...
Estaban los balcones abiertos al Sur...
Era
Una noche inmortal, serena y transparente. ..
De los campos lejanos,, la nueva primavera
Mandaba, con la brisa, su aliento dulcemente...
¡Qué silencio!   Las penas ahogaban su ruido
De espectros en las  rosas vagas de las alfombras...
El amor no existía... tornaba del olvido
Una ronda infinita de trastornadas sombras...
Todo  lo   era  el  jardín... Morían  las ciudades...
Las estrellas azules, con la vana indolencia
De haber visto los duelos de todas las edades,
Coronaban de plata mi nostalgia y mi ausencia...

PEREGRINO DE LA VIDA Por Rafael Serrano Ruiz

¿Que puede esperar,
peregrino de la vida,
cuando todo ha pasado?

Sólo queda esperar...
sin esperanza
La juventud se fue,
lo que le queda....
un cuerpo ajado

Siente por lo que es; pesar
y en su engaño...
como si fuera el pasado
de nuevo volver a amar;
sentirse amado.

Que todo vuelva a empezar,
pero su tiempo ha pasado.
Quiere de nuevo gozar;
joven, fuerte, enamorado;
de la vida disfrutar

Soñando entre el gozar y el gozado,
el amar y el amado;
su cuerpo se siente
en la realidad del presente
preso del tiempo; encadenado,

ELEVACIÓN Por Carlos Baudelaire

Sobre valles, vergeles y praderas,
Sobre las escarpadas cordilleras,
Sobre los lagos, sobre el mar sonoro,
Sobre las nubes y los astros de oro,
Más allá de los límites del cielo,
Más allá de las últimas esferas,
Extiende audaz mi espíritu su vuelo.
Y cual buen nadador, que sin recelo
Se abandona al vaivén que lo acaricia,
Surca tranquilamente
La inmensidad con varonil delicia.

Alma mía doliente,
Deja detrás el corrompido ambiente;
Sube a purificarte a las alturas;
Bebe la luz, en ellas extendida,
Cual divino licor de linfas puras.
¡Feliz aquel que, de la triste vida,
De brumas siempre llena,
Con las alas del águila atrevida,
Logra volar a la región serena!
¡Feliz quien su exaltado pensamiento
Todos los días, al brillar la aurora,
Eleva al firmamento,
Cual matinal alondra voladora,
Y al cernerse entre claros resplandores,
Comprende sin esfuerzos y sin dudas
El misterioso idioma de las flores
Y de las cosas mudas!

AL BORDE DE LA TUMBA Por Manuel del Palacio.

Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido
Os tengo a perdonar más empeñado.

Si verme pecador os ha indignado,
Cederéis al mirarme arrepentido;
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene a la indulgencia preparado.

Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores.

Yo soy, Señor, oveja descarriada,
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.

PERÚ Y MARICHU Por Miguel de Unamuno

Recuerdo un cuento que de niño  
Oí contar;
Cómo Perú y Marichu levantaron
Una casa de sal.
Cayó del cielo en lluvia el agua,
Se fue el hogar;
Lo arrastró derretido por la tierra
Y lo más se fue al mar.
Los cuentos de la infancia dejan
Siempre su sal;
El agua de los años no los lleva
Del olvido a la mar.
Pero queda del alma el fondo,
Queda el solar
Salado para siempre con el jugo
De aquella dulce edad.
Sí la sal de su infancia pierde el alma 
¿Quién nos la salará ?

LA ZORRA Por Gottlhold Efraím Léssing

Corriendo por un breñal
Una zorra, perseguida,
Tuvo que salvar su vida
Arrojándose a un zarzal.
-¡Qué auxiliares hay hogaño!
- Exclamó llena de juicio-
-No hacen nunca el beneficio
Si no le acompaña el daño.

ÁRBOL SOLITARIO Por MIGUEL DE UNAMUNO.

Árbol solitario    
Se alza en campo yermo,
Desafía las iras
Del rayo del cielo.
La tormenta cuajó y suelto el rayo
Tronchó del árbol el robusto tronco.
¡Ay del árbol solo
Que en un campo yermo
Desafía las iras
Del rayo que es ciego!

EL INFINITO Por Eduardo Grenier

Mudo, insondable, de misterios lleno,
El Infinito azul rueda triunfante;
La Tierra lleva cobijada al seno,
Como la madre al pequeñuelo infante.
La Tierra, con graciosa gallardía,
Lleva, al surcar la esfera luminosa,
Sin derramarla en su incesante vía,
La copa verde en que la mar rebosa.
La mar lleva a la nave, que audaz vuela
Y abre camino a su arriesgado empeño;
La nave, bajo de la hinchada vela,
Me lleva a mí sobre su frágil leño.
Ave errante, volando a la ventura,
Yo, que lejos de ti lloro proscrito,
Llevo en el corazón tu imagen pura,
Y hallo en ella otra vez el Infinito.