LOCURA DE LA IDOLATRÍA
—¿ Cuál es el precio de ese dios ?—preguntó un viejo que acababa de entrar en la tienda, señalando un ídolo que había llamado su atención.
—Anciano—dijo Abraham,—¿ me será permitido preguntarte qué edad tienes?
—Tres veintenas de años—repuso el viejo idólatra.
—¡ Tres veintenas de años!—exclamó Abraham,—¿ y quieres adorar un objeto que ha sido construido por las manos de los esclavos de mi padre no hace aún veinticuatro horas?
No comprendo, en verdad, cómo un hombre de sesenta años quiere humillar sus canas ante un ser nacido hoy.
El viejo se retiró corrido y avergonzado.
Después de esto llegó una apacible y grave matrona, llevando en la mano un gran plato lleno de harina.
—Aquí te traigo—dijo—un presente para los dioses. Colócalo ante ellos, Abraham, y ruégales que sean propicios.
—Colócalo tú misma, necia mujer—contestó Abraham;— pronto vas a ver con cuánta voracidad lo devoran.
Ella lo hizo así. Entretanto, Abraham tomó un martillo y rompió todos los ídolos en pedazos, excepto el mayor de todos, en cuyas manos colocó el instrumento de destrucción.
Terah regresó, y con la mayor sorpresa e indignación contempló el destrozo que habían hecho entre sus dioses favoritos.
—¿ Qué es esto, Abraham ? ¿ Qué miserable profano se ha atrevido a tratar a nuestros dioses de esta manera ?—exclamó el infatuado e indignado Terah.
—¿ Cómo podría ocultar nada a mi padre ?—repuso el piadoso hijo.—Durante tu ausencia llegó una mujer con presentes para los dioses, y los colocó ante ellos. Los dioses más jóvenes, que como es de suponer, hacía largo tiempo no habían probado bocado, alargaron vorazmente las manos y empezaron a comer antes que el viejo dios les diera permiso para ello. Furioso por su atrevimiento, levantóse, cogió el martillo, y les castigó en esta forma por su falta de respeto.
—¿ Quieres burlarte de mí ? ¿ Quieres engañar a tu anciano padre ? — exclamó Terah furioso. — ¿ Acaso no sé yo muy bien que ni comen, ni se enfadan, ni se mueven ?
—Siendo así—repuso Abraham—¿ por qué les concedes honores divinos, les adoras y quieres que yo los adore también ?
Fue en vano que Abraham quisiera convencer a su idólatra padre. La superstición es a la vez sorda y ciega. El desnaturalizado Terah le entregó al cruel tribunal de Nimrod, quien también era idólatra. Pero un padre más misericordioso, el bendito Padre de todos, le protegió contra el peligro que le amenazaba; y Abraham llegó a ser el padre de los fieles.
BENDICIONES DISFRAZADAS
El sol se iba ocultando gradualmente bajo el horizonte, la noche se iba acercando, y el pobre vagabundo no sabía donde reclinar su cabeza, ni donde reposar sus cansados miembros. Fatigado y casi sin fuerzas, llegó por fin cerca de un pueblo, alegrándose de encontrarlo habitado; pensaba él que allí donde se cobijan seres humanos se cobija también la humanidad y la compasión; pero se equivocaba. Pidió alojamiento para una noche, y le fue rehusado. Ni uno de aquellos inhospitalarios habitantes quiso recibirle, viéndose obligado a buscar refugio en el bosque vecino.
—Es duro, muy duro—se decía—no encontrar un techo hospitalario donde guarecerme contra las inclemencias del tiempo, pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Sentóse al pie de un árbol, encendió su lámpara, y se puso a leer la Ley. Apenas había leído un capítulo, cuando una violenta tempestad apagó la luz.
- ¡Cómo! — exclamó. — ¿Ni siquiera me será permitido proseguir mi estudio favorito ? Pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Se recostó en el duro suelo en busca de algunas horas de descanso. No bien había cerrado los ojos, cuando un lobo feroz se acercó y mató al gallo.
—¿ Qué nueva desgracia es esta ?—dijo el admirado Akiba.-¡ Mi vigilante compañero no existe ya! ¿ Quién me despertará en adelante para estudiar la Ley ? Pero Dios es justo; El sabe mejor lo que nos conviene a nosotros, pobres mortales.
Apenas había terminado la frase cuando vino un terrible león y devoró al asno.
—¿ Qué voy a hacer ahora ?—exclamó el triste peregrino.—No tengo ni lámpara, ni gallo, mi pobre asno ha desaparecido también. . todo se ha perdido. Pero Dios sea loado, pues todo lo que hace está bien hecho.
Pasó la noche en vela, y temprano por la mañana se dirigió al pueblo para ver si podía procurarse un caballo u otra bestia de carga que le permitiera proseguir su viaje. ¡ Pero cuál no sería su sorpresa al no encontrar un solo ser vivo!
Al parecer, una partida de ladrones había entrado en el pueblo durante la noche, matado sus habitantes y saqueado sus casas. Tan pronto como Akiba se hubo repuesto del espanto en que le había sumido aquel caso extraordinario, levantó la voz, exclamando:
- ¡ Oh, Dios grande, Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, ahora sé por experiencia, que los pobres mortales somos cortos de vista y ciegos; a menudo consideramos como un daño lo que es causa de nuestra salvación. Pero sólo Tú eres justo, y bueno, y misericordioso. Si estas gentes de corazón endurecido no me hubiesen arrojado del pueblo con su falta de hospitalidad, seguramente que hubiera corrido la misma suerte que ellos. Si el viento no hubiese apagado mi lámpara, los ladrones hubieran sido atraídos por la luz y me habrían asesinado. Comprendo también que fue un favor librarme de mis dos compañeros, pues ellos con su ruido hubieran podido descubrir mi presencia a los bandidos.
¡Alabado sea tu nombre por los siglos de los siglos!
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