sábado, 14 de mayo de 2016

TARDE DEL TRÓPICO Por RUBÉN DARÍO

Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
Y el cielo profundo viste
De duelo.
Del abismo se levanta
La queja amarga y sonora.
La onda, cuando el viento canta,
Llora.
Los violines de la bruma
Saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
Miserere.
La armonía el cielo inunda,
Y la brisa va a llevar
La canción triste y profunda
Del mar.
Del clarín del horizonte
Brota sinfonía rara,        
Como si la voz del monte
Vibrara.
Cual si fuese lo invisible...
Cual si fuese el rudo son
Que diese al viento un terrible

EL AMBICIOSO Por Francisco Gregorio de Salas

En sus vastas ideas desvelado,
El ambicioso deja el blando lecho,
Y jamás con su suerte satisfecho,
Pasa de un cuidado a otro cuidado.

Necia y ocultamente dominado
De artificiosas máquinas su pecho,
Acreedor se juzga de derecho
Al empleo más digno y elevado.

De sus vanos deseos combatido,
No disfruta jamás el bien presente,
Haciéndole infeliz su propio anhelo;

Y al fin, de toda paz desposeído,
Sólo reina en su espíritu impaciente
El ansia, la codicia y el recelo.

LA TEMPESTAD Y LA CALMA POR JUAN DE ARGUIJO

Yo vi del rojo sol la luz serena
Turbarse, y que en un punto desparece
Su alegre faz, y en torno se oscurece
El cielo con tinieblas de horror llena.
El austro proceloso airado suena,
Crece su furia, y la tormenta crece,
Y en los hombros de Atlante se estremece
El alto Olimpo y con espanto truena;
Mas luego vi romperse el negro velo
Deshecho en agua, y su luz primera
Restituirse alegre al claro día;
Y de nuevo esplendor ornado el cielo
Miré y dije: ¿Quién sabe si le espera
Igual mudanza a la fortuna mía?

EPITAFIO DE ANTIMACO ASTRÓLOGO POR LOPE DE VEGA

Yace un astrólogo aquí,
Que a todos pronosticaba,
Y que jamás acertaba
A pronosticarse á sí.
De una coz y mil molestias
Le mató una muía un día;
Que entiende la astrología

LA QUENA Por José Santos Chocano

No la flauta del dios, alegre avena
Del bosque griego, en que trinar solía:
Es flauta cual paloma en agonía
La que en las noches de los Andes suena.

¡Cuan profundo lamento el de la quena!
La quena, en medio de la puna fría,
Desenvuelve su larga melodía
Más penetrante cuanto más serena.

Desgranando las perlas de su lloro,
A veces hunde el musical lamento
En el hueco de un cántaro sonoro;

Y entonces finge en la nocturna calma,
Soplo del alma convertido en viento,
Soplo del viento convertido en alma. . .

A UN JUEZ MERCADER Por Francisco de Quevedo Villegas

Las leyes con que juzgas ¡ oh Batino!
menos bien las estudias que las vendes;
Lo que te compran solamente entiendes;
Mas que Jasón te agrada el vellocino.
El humano derecho y el divino,
Cuando los interpretas, los ofendes,
Y al compás que la encoges ó la extiendes,
Tu mano para el fallo se previno.
No sabes escuchar ruegos baratos,
Y sólo quien te da te quita dudas ;
No te gobiernan textos,  sino tratos.
Pues que de intento y de interés no mudas,
O lávate las manos con Pilatos,
O con la bolsa ahórcate con Judas.

MAXIMAS DE ROCHEFOUCAULD

Francisco, Duque de La Rochefoucauld, Príncipe de Marcillac, ilustre cortesano y literato francés, nació en París el 15 de Septiembre de 1613. A los diez y seis años entró en el ejército, y durante algún tiempo permaneció en la Corte. Murió en París el 17 de Marzo de 1680. Su celebridad literaria se funda en sus «Reflexiones, ó sentencias y máximas morales» y en las «Memorias de la Regencia de Ana de Austria» (publicadas subrepticiamente en 1662), en las cuales da cuenta, de un modo sencillo pero magistral, de los acontecimientos políticos de su tiempo.

-El deseo de aparentar que somos personas de mérito nos priva a veces de serlo.

-Hay personas débiles que conocen su propia flaqueza hasta el punto de saber aprovecharse de ella.

-A pocos hombres es dado conocer todo el mal que hacen.

-A veces tendríamos que avergonzarnos de nuestras mejores acciones, si conociese el mundo la causa que las ha motivado.

-Se necesita la misma habilidad para poner en practica un buen consejo, que para obrar por propia iniciativa.

-Podemos dar consejo, pero no conducta.

-Nunca nos ponen tan en ridículo las cualidades que tenemos, como las que afectamos tener.

-Hay en la aflicción varias clases de hipocresía: lloramos para adquirir fama de sensibles, para que nos compadezcan, para que lloren por nosotros y para evitar el escándalo de no llorar.

-Llegamos novicios a las diferentes edades de la vida, y faltos de experiencia, aun cuando hayamos estado muchos años para lograrla.

-Juzgamos las cosas de una manera tan superficial, que las palabras y acciones mas comunes, dichas y hechas de una manera agradable, con algún conocimiento de lo que ocurre en el mundo, alcanzan, a veces, un éxito superior al de las inteligencias privilegiadas.

-Cuando los grandes hombres se dejan dominar por la magnitud de sus padecimientos, descubren que lo que los sostenía era el poder de su ambición, y no el de su entendimiento.

-Descubren también que, si los héroes se desprenden de una parte de su vanidad, son exactamente iguales a los demás hombres.

-Los que se dedican demasiado a las cosas pequeñas, se hacen, por lo general, incapaces de las grandes.

-Pocas cosas hay que sean impracticables por sí mismas; las mas de las veces los hombres no logran un éxito franco, antes por falta de aplicación que por carencia de medios.

-Nos es más grato el trato de aquellos que nos deben beneficios, que el de aquellos de quienes los hemos recibido.

-A todo el mundo le gusta corresponder a los favores sin importancia; algunos llegan a reconocer los que la tienen relativa; pero difícil será hallar uno siquiera que no pague con la ingratitud los mayores beneficios.

-En la adversidad confundimos, a veces, la debilidad con la firmeza; la sufrimos, sin atrevernos siquiera a mirarla, como los cobardes se dejan matar sin resistencia.

-Los seres despreciables son los únicos que temen el desprecio.

-Los crímenes que sólo conocemos  nosotros,  fácilmente los olvidamos.

-La perfidia y la traición son hijas de la falta de capacidad.

-Es tan fácil engañarnos a nosotros mismos, sin que nos demos cuenta de ello, como difícil engañar a los demás sin que se enteren.

-Somos menos desgraciados a veces cuando nos engañan los que amamos, que cuando nos dicen la verdad.

-Antes de desear una cosa con vehemencia deberíamos averiguar si el que la posee es feliz con ella.

-Si conociéremos a fondo algún objeto nunca lo desearíamos con pasión.


-El hombre que no siente satisfacción en sí mismo, excusado será que la busque en otra parte.

INSULTANDO DEFECTOS NATURALES De TRADICIONES Y OBSERVACIONES DEL TALMUD

        No desprecies al pobre: tú no sabes cuan pronto puedes correr su misma suerte.
No desprecies al contrahecho: sus defectos no han sido buscados por él, y no debes añadir tu insulto á su desgracia.
No desprecies á ninguna criatura: la más insignificante es obra de tu Creador.


El Rabino Eliezer, al volver de la residencia de su amo á su lugar natal, estaba altamente engreído con los grandes conocimientos que había alcanzado. En su camino encontró una persona singularmente desproporcionada y contrahecha que viajaba hacia la misma población. El extranjero le saludó diciéndole:
—La paz sea contigo, Rabino.
Eliezer, orgulloso de su sabiduría, en lugar de devolverle el saludo, reparó solamente en la deformidad del viajero, y en tono de burla le dijo:
—¿ Raca, son todos los habitantes de tu pueblo tan contrahechos como tú?
El extranjero, admirado por la falta de modales de Eliezer, y provocado por el insulto, replicó:
—No lo sé; pero sería mejor que hicieras esta pregunta al gran Artista que me ha hecho.
El Rabino comprendió su error,  y apeándose de su cabalgadura,  se arrojó á los pies del desconocido,  rogándole que le perdonase la falta cometida por su corazón vanidoso, la que sentía sinceramente. —No—dijo el desconocido;—ve primero al Artista que me ha hecho y dile: ¡ Oh gran Artista, qué horrible ser has producido !
Eliezer continuó en sus ruegos, y el extranjero persistía en su negativa. Entre tanto llegaron á la ciudad natal del Rabino. Los habitantes, enterados de su llegada, acudían en grupos á recibirle exclamando:
—¡ La paz sea contigo, Rabino! ¡ Bien venido seas, maestro!
—¿A quién llamáis, Rabino?—preguntó el extranjero.
El pueblo señaló á Eliezer.
—¡Ya éste honráis con el nombre de Rabino!—continuó el pobre hombre.—¡ Oh Israel, no produzcas muchos que se le asemejen!
Y contó lo que le había sucedido.
—Ha hecho mal; él lo conoce—dijo el pueblo.—Perdónale, pues es un grande hombre, muy versado en la Ley.
El extranjero le perdonó, haciendo notar que su larga negativa no había tenido otro objeto que hacer comprender bien su falta al Rabino. El sabio Eliezer le dio las gracias; y mientras exponía al pueblo su propia conducta como un ejemplo, justificaba el proceder del extranjero, diciendo, que si bien una persona debe ser siempre flexible como una caña y no tenaz como un cedro, el insultar la pobreza ó los defectos naturales no es ofensa venial; sino que, por el contrario, es una de las qué no cabe esperar sea perdonada fácilmente.