sábado, 17 de junio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - 2° Entrega

     8.- Dije ya que la conforma cierta inclinación irresistible y delectable hacia lo material o corpóreo, inherente a su misma naturaleza y al carácter de su función. Más allá de la frontera que limita su envoltura corpórea con su alma, el excelente Creso manifiesta una “racionalidad” sui generis. No es la noble Razón humana que bien ejercida y en toda su amplitud es capaz de alcanzar las verdades eternas, aunque indirectamente y en su concepto: la Razón del Hombrecito Económico es un arrabal o suburbio de la misma, una facultad “minimizada” que solo actúa en el orden práctico de la materia o en la región subliminar de la mente con lo corpóreo: la “racionalidad” de Creso no puede ir más allá del bon sens que se universalizó después como atributo de la mentalidad burguesa. Por consiguiente, y ante lo divino y sobrenatural, Creso tiene la sola vía de una Fe a oscuras bien que suficiente: si anda en ella, obra según la doctrina que le enseñaron, Creso es un “justo” y Tiresias lo bendice. Pero Tiresias no es un optimista con respecto a ese hombrecito que, por su naturaleza y función, vive in sensibus y se abandona enteramente a la ilusión de lo que se toca, se mide y se pesa; que si medita (y es raro), se pierde o en los zarzales de la “duda” o en las noches del “escepticismo”; que si le dan alas, gritará sus dudas metafísicas o sus escepticismos en insolentes negaciones o en ironías blasfematorias; que si no medita (y por fortuna es lo normal), se hace sólido en una “indiferencia” de leño; y que asiste a los ritos de su iglesia como a una obligación de carácter social, o como a una Junta Directiva en que vagamente se gestiona el para él no menos vago “negocio del alma”.

9.- Tal es la mentalidad que divulgó Creso antes de su reinado y que universalizó después hasta sus últimas consecuencias. Justo es decir que no fue Creso el iniciador o promotor de tan formidable desequilibrio (no es cuestión de cargarle a él todo el muerto que nos ocupa). Fue Ayax el guerrero quien, al levantar su mano parricida contra Tiresias, inauguró el camino de las insubordinaciones, ya que abrió la primera “brecha” (la más honda) en la unidad hasta entonces monolítica de la organización social. Amigo Velazco, la salud del cuerpo social depende, como la del cuerpo humano, de la “armonía solidaria” en que se cumplen sus funciones vitales, de acuerdo con un orden o equilibrio que dicta la propia “necesidad” (y así lo vio Shakespeare en la segunda escena de Coriolano). Toda enfermedad del cuerpo, si bien lo mira, no es más que una ruptura del equilibrio en que se ordenan sus funciones; por eso el arte de la medicina se reduce a combatir el desorden y a restablecer el equilibrio roto. Ahora bien, ¿qué desorden introdujo Ayax al rebelarse contra Tiresias?

10.- Ayax desacató su “autoridad espiritual” de sacerdote, lo cual era ya funesto para la jerarquía equilibrante que dije. Pero lo más “injusto” (y difícilmente remediable) fue que, negando a Tiresias en su autoridad, Ayax abría un rumbo posible al menosprecio, duda o negación de la “ciencia sagrada” que poesía el sacerdote y que, abarcando el destino “sobrenatural” del hombre, ordenaba también una “metodología” tendiente a lograr ese destino a partir de la sociedad terrestre y en su misma organización. ¿Cómo se dio el primer soslayamiento de tan vital doctrina? La lección metafísica de Tiresias es “revelada” y por tal de origen “no humano”: también es “no humana” en su noción del hombre trascendente, cuya realización metafísica le exige la superación de su “individualidad humana” en otro plano de la existencia universal, y en última instancia su reabsorción en el Principio Eterno que ahora se le revela como su Fin. Soslayada o puesta en duda esta doctrina en sus aspectos “no humanos”, es fatal que la noción del hombre se mutile y circunscriba, desde el motín de Ayax a su solo aspecto “humano”, cuya exégesis y exaltación producirá en adelante todas las ilusiones “humanistas” que sabemos. Y añadiré Velazco amigo, que así negada en su Principio y en su Fin sobrenaturales, la existencia del hombre acabó por ser entendida cono un deporte ininteligible y hasta “nauseabundo”, al cual somos lanzados no sabemos por quien ni cómo ni para qué, según lo dicen y lloran los existencialistas de hoy. Claro está que, para ello, era necesario correr otras etapas en esa maratón del hombre descendente, ya que su descenso implica una mutilación gradual operada en el “entero” de su natura ontológica.

11.- Por ejemplo: circunscrito en una conciencia de sí puramente “humana”, el hombre limitará sus posibles de conocimiento al que le proporciona la Razón, facultad de orden estrictamente humano: de tal suerte, soslayará primero y negará después como posible todo “saber por la revelación” y por las facultades trascendentes (en verdad “supraracionales”) que integran el compositum humano y que “se retraen” si no se las ejercita. Es evidente que el Humanismo lanzado por Ayax se dio, en lo intelectual, a las proezas de la Razón ejercida, no ya en las explicaciones de la “verdad revelada” (como lo hicieron los filósofos medievales), sino en el redescubrimiento y exégesis de los filósofos paganos, cuyas especulaciones (admirables, ¿quién lo niega?) son precisamente frutos de la sola Razón humana ejercida con rectitud y en toda su posibilidad. Este “soslayamiento” de la verdad revelada en pro de la facultad razonante se consuma en el Renacimiento y en sus humanistas; y el Renacimiento está signado por el Príncipe, vale decir por Ayax. No es aún el racionalismo, el cual aparecerá más tarde bajo la influencia de Creso y de su “mentalidad”, la cual implica, según dije, un ejercicio “minimizado” de la Razón.

12.- Entregado sin freno al solo ejercicio de su individualidad humana concebida como un “fin” en sí, Ayax la hizo desbordar con imperio en un individualismo egoísta que también se fue generalizando. Porque toda casta social que reina fuera del orden jerárquico tiende a universalizar sus características, y lo consigue sobre todo en lo que tienen de “negativo”. Ahora bien, la furia individualista de Ayax, al obrar sobre Creso por modo tiránico y en las “finanzas” que tanto le duelen, es lo que decidirá la sublevación del Hombrecito Económico y la consiguiente defenestración de Ayax. No bien lo consiga, el Hombrecito Económico reinará por su cuenta y establecerá su propia dictadura.

13.- Veamos ahora cuál es el talante de Creso al asumir el poder. En la era de Ayax, y a favor del clima reinante, nuestro economista se ha librado ya del freno interior o religioso que controlaba sus naturales apetitos: lo religioso, en adelante, será para él una “costumbre social”, si ya no cree; y si cree aún, tendrá la oscura vigencia de una “superstición”, en el sentido etimológico del vocablo. Simultáneamente Creso ha ido adquiriendo la soltura individualista de Ayax; y su individualismo, al desbordar en lo económico naturalmente, aumentará sus apetencias y le hará tirar por la borda el segundo aspecto de su función social, el de la justicia distributiva. Por otra parte, Creso no sólo ha recibido las “taras” ajenas, sino que también ha contagiado las suyas propias al organismo social, en una preparación de larga data que no es difícil de rastrear en la historia y que facilitó su acceso al poder. Es útil recordar, verbigracia, que el Renacimiento inicia ya la era de los banqueros internacionales (¡oh, ese lujoso Giovanni Arnolfini de Lucca!, ¡oh, ese Jacobo Fucar y sus tenedores de libros!).

14.- Pero es en el orden intelectual donde, aunque parezca risible, Creso influya con bastante antelación en lo porvenir histórico, al imponer su racionalidad “inferior” a las especulaciones filosóficas. Y a mi juicio, Renato Descartes es el paradigma de la mentalidad burguesa en tren de filosofar por su cuenta riesgo. Este primer líder del racionalismo burgués, cuyo representante último ha de ser Carlos Marx, parte de la “duda”, que, según dije ya es una inclinación de Creso hija de su natural “desconfianza”. Merced a la duda, que ha de utilizar a guisa de “método”, Descartes arroja por la borda no sólo el ya descuidado lastre de la Revelación, sino todas las filosofías anteriores cristianas o paganas y entonces, náufrago en el piélago de una agnosia integral, da con la tabla salvadora, el ilustre cógito ergo sum. Lo que realmente salva él en su cógito es la certidumbre de su propia naturaleza racional: en lo sucesivo le será dado sostener fuera de toda duda que Descartes “es un hombre”. ¿Cree usted que valía la pena tan ostentoso naufragio?

15.- Amigo, lo que importa es el lugar en que nuestro filósofo recoge la tabla. Y la recoge, según entiendo, en la frontera exacta de su “modalidad anímica” y su “modalidad corpórea”. Desde aquel punto crítico y ya montado en la tabla, Descartes ve la forma “dual” del compositum humano: un cuerpo y un alma. Lo riesgoso era que, para una mente dubitativa y sedienta de corroboraciones experimentales como la suya, el primer término del binomio (el cuerpo) resultaba ser el más evidente y el más fácil de reducir a “experiencias”. Y me digo yo aún si el otro término (el alma) se le impuso a Renato como un sentir muy sincero en él, o como una concesión prudente a lo teológico que aún gravitaba con fuerza, o como un imperativo de la “simetría” (Descartes era geómetra), o como una segregación de la misma corporeidad, según lo entendieron más tarde los psicólogos. ”El cerebro -nos dijo cierta vez un profesor de la Escuela formal- es una glándula que segrega ideas”. Y lo aplaudimos a rabiar: ¡Éramos tan jóvenes!

16.- Lo cierto es que el famoso dualismo cartesiano apareció más cómo una invitación a la Física (cuyo dominio es el mundo corporal) que como una instancia concomitante de la metafísica. Y sus consecuencias en el devenir ulterior del hombre lo confirman demasiado. También resulta indudable que el triunfo y divulgación de tan pobre doctrina no hubiera sido posible si ella no hubiese reflejado un nivel intelectual preexistente y común a la mayoría de los hombres de la época. Vayamos a un “antecedente” más próximo: los llamados “filósofos de la Revolución Francesa” (que dio a Creso una victoria decisiva) son de origen burgués en su mayor parte y de mentalidad burguesa todos. Ellos cavaron y sembraron el terreno recibido, bien que ya con una diferencia de actitud muy visible: si en Descartes el proceso arranca de la “duda” y traduce una simpática dramaticidad, en los filósofos de la Revolución ya no existe la duda, sino la firmeza de una “convicción” a puño cerrado que se manifiesta por una ironía suficiente (como en Voltaire) o por un desnudo cinismo (como en Rousseau). Así triunfa la Revolución de Creso; y erige a la razón como a una diosa laica. No es la Razón que antaño ejercitara el buen Aristóteles en su Metafísica, sino la razón de Creso, minimizada como dije, por su natural estrechez de sesera.

domingo, 11 de junio de 2017

Los ojos no alcanzan Por Susana Corradetti

El horizonte se extiende
poniendo a prueba lo redondo de la tierra
Dentro de ese vientre protector sobre ruedas
la música llena los huecos
la risa equilibra el adentro con el afuera
Ese trozo de vida compartida nos da fuerzas
Nos carga de energía para enfrentar lo gris
Nos permite
por un rato
sentir que la ilusión es cierta

Tiempo Por Rafael.Serrano.Ruiz

Yo, sentado a su lado.
Ella nada decía.
Embarazoso silencio
fundidor de sentimientos.
Ni un triste rescoldo.
Ni un atisbo de nostalgia
Ni una palabra
rompiendo el silencio…

A Dios - Por Acacia Uceta - España

Amo la luz que llega a mi ventana
y te saludo en ella cada día.
Y te respeto con la flor humilde
que se ofrenda a mi planta cuando paso.
Hallo tu gracia en la inocencia
que vuelve a las pupilas del anciano
y encuentro tu bondad en el olvido
del sueño y de la muerte.
Reconozco tu fuerza en el silencio
en que envuelves, celoso, tu misterio.
Y está tu voluntad en la tristeza
con que el hombre se busca por hallarte.
Entre el vasto universo que me cerca
y la brizna de hierba
que se levanta al sol casi triunfante,
tu me sales al paso.
Cuando intento doblar por las esquinas
que llevan a la noche;
cuando quiero escapar y me retienes
en la sonrisa cálida de un niño
o en un alero lleno de gorriones;
cuando muestro mi mano vacía de esperanza,
tú llegas hasta mí. Y es tu presencia
sustento de este amor que me redime.

Ever Santino: Tango balcarceño - Por Enrique Spinelli

Ever Santino era todo Tango. Se desplazaba en caminata de tango. En las esquinas siempre hacía un corte, y si tenía que doblar lo hacía después de una quebrada. Un corte en el umbral, una quebrada y pasaba por la puerta en una agachada. El espectáculo era maravilloso, pero la gente no le prestaba atención: de tan habitual se había vuelto invisible, como la renguera de un amigo o la belleza de una esposa.
Ever era una pequeña incisión del arrabal en el centro, que penetraba cada día cuando el tanguero iba a trabajar. El arrabal balcarceño estaba circunscripto al barrio de la estación, llegaba hasta el Riojano y afloraba nuevamente por la plaza Güemes; pero Santino, sus pasos y sus versos, generaban trazas de arrabal que surcaban todo el pueblo. Eran ventanitas para espiar qué ocurría en esos lugares donde aun sobrevivían los gallineros, el barro, las vecinas en batón y las tablas de lavar. Con el tiempo, el arrabal fue extinguido por el progreso, que primero lo invadió con arterias de cordón cuneta y luego lo tomó por completo.  Por suerte -y por Ever- hoy sabemos algo de lo mucho que allí aconteció.
Los suburbios balcarceños fueron tierra fértil que el genio de Santino utilizó para el almácigo de sus composiciones. En su barrio se nutrió de amores, desengaños y traiciones. Desengaños hay en todos lados, pero los del arrabal eran mejores, los amores más verdaderos y las pasiones más vendedoras.  En una conferencia que Ever dictó en el club Alas balcarceñas, reconoció las facilidades que le daba su barrio para componer. En aquella oportunidad expuso:
“Fijensé, en el centro, el gerente del banco anda con la secretaria. Su esposa lo descubre, se enoja y lo insulta. El gerente le pide disculpas con un anillo de rubí y todo queda como estaba: imposible escribir un tango con esto. En frente de mi casa, Nestor le metió los cuernos a Susana. Ella se entera, tranqui le hace percha todos los gallos de riña del Nestor y en una cena con velas, se los da de comer. Además, le destiñó con lavandina la camiseta de Ferroviarios, le quemó las revistas Patoruzú, y como si todo esto fuera poco,  lo echó a patadas en el culo de la casa, justo a la hora que todas las vecinas barren la vereda. De esto nació -de parto natural- el tango “Devoré mis guerreros sin saber”.
Ever Santino era un gran bailador de Tango que vivía una vida completa en cada pieza. Comenzaba alegre seduciendo, luego se enamoraba perdidamente en el medio y culminaba en una tremenda decepción. Todo esto en unos pocos minutos que Ever siempre terminaba llorando desconsoladamente. Esta actitud le dificultaba conseguir pareja de baile, pero él no podía retacear corazón. De todos modos, este no era su mayor problema. Santino era un tipo complaciente, y no podía aceptar esas reglas implícitas que establecen que el varón conduce a la mujer, la guía, la indica y la domina. Ever proponía un tango consensuado. Consultaba a su compañera para cada decisión: ¿Le parece ahora una corrida? ¿Qué tal un corte en la frase “prometieron a sus ansias”? ¿Salimos hacia la derecha? ¿Comemos pizza después? El baile así era verdaderamente complejo, falto de gracia y de continuidad. Para evitar esto Santino empezó a bailar solo, pero también tenía problemas para decidir en soledad. Finalmente se retiró del baile pero no del tango, y se dedicó exclusivamente a escribir poesía tanguera.
Su actitud de querer conformar a todo el mundo, también le generó problemas en su carrera como poeta. Sus primeras letras, tal vez algo rústicas, describían su barrio y por esto fue criticado: ¡Eh! ¡Sus letras siempre hablan de su barrio! Entonces empezó a escribir sobre los dramas del gerente del banco: ¡Eh! ¡Sus letras son muy desabridas! Cambió nuevamente y escribió sobre terribles desengaños. ¡Eh! ¡Sus letras son muy tristes, ¿por qué siempre letras tristes?! Santino, angustiado por la excesiva presión, intentó escribir letras combinadas teniendo en cuenta todas las sugerencias. Surgieron versos como:

La mariposa de barro profundo,
se posó en un cheque endosado.
Se inmoló en un mingitorio hediondo,
lleno de milagros usados.

… todas pésimas letras, que fueron duramente criticadas por todos y demostraron que es imposible conformar a estos todos. Pero un tanguero se alimenta de imposibles… Ever no se rindió, fue hasta al fondo y volvió. Volvió con tres tomates y una gran idea: ese día inventó el “balfardo”, lenguaje con el que escribiría toda su obra de aquí en adelante.
Sólo Santino comprendía el balfardo y nunca dio pista alguna sobre el significado de las palabras. Algunos sostienen que el tampoco lo conocía, pero componía con soltura. En 3 semanas escribió 137 tangos, convencido de haber cumplido con su propósito: como nadie comprendía las letras, no podían criticarlo sobre los temas que trataban. Además, aun siendo un tipo muy tímido, podía permitirse retratar en los tangos sus más intimas miserias, miedos y renuncios, como él mismo asegura que sucede en “Mi anfisusa satuldad”:

Andando de infesiendo, cabeciando la trefisa,
me anquitusa la alegría de la tusa en la camisa.
En canuga la guardé, de esa noche de  tumaco
y despatado la busco cuando me voltea el laco.

…y de nuevo volvieron los críticos a atacarlo. Algunos sostenían que este lenguaje propio era una artimaña para conseguir rima fácil, pero el poeta siempre sostuvo que este lenguaje fue creado para que sus letras se completaran en el más profundo interior del espectador, de acuerdo a sus deseos y necesidades. Ever lo explicó claramente en una de sus presentaciones:
“¿Vieron el asunto del iceberg que se ve un pedacito fuera del agua y es enorme abajo? Bueno, esa es la idea. Yo les doy la puntita nomás (disculpen la expresión) y ustedes completan la obra con lo que tienen en SU interior. Si están vacios, hoy se van a quedar con nada. Pero casi nadie está vacío del lado de adentro, y estos versos tomarán significado con sus historias propias. Ustedes mismos compondrán la letra que zapateará en sus almas, las acariciará o las sacudirá. Las palabras que les entrego son apenas un tendal para que cuelguen sus sentimientos…”
El balfardo fue una creación maravillosa. En el estreno del tangazo “Nipofuso Trefeyé” , gran parte de la audiencia lloraba desconsoladamente, mientras otra parte reía a carcajadas y algunos se hundían en una profunda melancolía.
Además, el nuevo idioma puso en igualdad de condiciones interpretativas a un balcarceño, un porteño, un japonés o un yugoslavo porque ninguno podía comprender literalmente nada de la letra: el balfardo era igualitario. Esto ayudó a que los tangos de Santino se difundieran con gran éxito en Japón, Holanda, Tanzania y Florencio Varela. El poeta viajó al exterior a difundir su obra y desapareció. Su último rastro quedó en un gran aplauso que recibió en una presentación a bordo de un crucero en el mediterráneo, donde estrenó su tango 138: “Altuzigana” .
Nunca más se supo de él. El misterio de su desaparición alimentó el mito y el interés en su obra. Investigadores de todo el mundo intentaron descifrar sus textos. Cargaron todas sus letras en supercomputadoras intentando quebrar el código balfardo. Luego de meses de trabajo en distintos lugares del mundo, descubrieron que los 137 temas no podían decodificarse; pero incorporando “Altuzigana”, de todos ellos se extrae un único mensaje oculto:
“Viví intentado conformar a la gente, a los críticos, buscando no confrontar. Me adapté a todo respondiendo a estímulos externos. Complací a quienes me demandaban con vehemencia y traicioné a los comprensivos. Empezaré una nueva vida siendo más justo. Más justo conmigo. Haré lo que se me cante. Buenos días y buenas noches”.

sábado, 3 de junio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - 1ª Entrega

Lectores: Nos proponemos, semana por medio, hacer llegar a ustedes la lectura de uno de los más lúcidos ensayos nacionales que haya hecho un escritor argentino. Marechal no sólo fue poeta, sino también escribió novelas, obras de teatro, cuentos, sainetes, apólogos, etc. Fue un verdadero escritor nacionalista, no en el sentido peyorativo que tiene eso hoy, sino en el verdaderamente patriótico. Un real nacionalista argentino, comprometido con su patria y no con mirarse “del ombligo para adentro”. La intencionadamente silenciada obra de Marechal surge recién hoy, después de 45 años de su muerte. Su doble adhesión, al naciente peronismo del 45' y al cristianismo, lo colocaron fuera de los círculos intelectuales de la época, tanto por una o por otra razón (nunca entendí ambos desprecios: por razones políticas o religiosas; quizás porque ambas signifiquen un compromiso con el “otro” del que hablaba tanto Marechal). Sólo un escritor valoró su obra en medio del silencio intelectual de su época: Julio Cortázar.
La Autopsia de Creso (1965), entra dentro del mismo año que su novela “El banquete de Severo Arcángelo” y con la cual comparte, todo el pensamiento y simbolismo Marechaliano; ambas son en sí una unidad inseparable, junto con el Poema del Robot, la Patriótica y la Alegropeya (todo esto culminará con “Megafón o la guerra”, una suerte de síntesis de los dos caminos que debe elegir nuestra país y sus individuos. El sentido nacional  humanístico  cristiano de estas obras (como en casi todas sus obras) es presentado bajo una alegoría “pedagógica” al decir de él. Este ensayo nacional fue editado por una oscura editorial : El barrilete, en 1965. 




a Carlos A. Velazco

1.- Amigo Velazco: el asunto de Creso, acerca de cuya entronización, y tiranía conversamos tantas veces a favor de mi lámpara, entrará hoy en este Cuaderno según el pie científico de una necropsia. En rigor de verdad, Creso no ha bajado aún a la tumba, sino que agoniza velozmente; por lo cual, y mejor que una necropsia, le convendría una biopsia in extremis. Pero su fin se halla tan próximo que, a mi juicio, no pasará la noche. Dios ejerce una Misericordia tan abismante como su Justicia y su Paciencia. Debo recordarle, ante todo, que la innoble figura de Creso no hace fluir ahora por vez primera la tinta ecuánime de mi estilográfica: ya la describí hace años en mi “Adán Buenosayres” (y en su Infierno de la Violencia), donde Creso aparece junto a los ladrones, como responsable del “robo universal” más tremendo que haya soportado el siglo. En estas páginas estudiaré la magnitud y natura de tan formidable asalto; y sobre todo sus consecuencias desastrosas, ya que nuestro buen hombrecito, detrás de sus fines, utilizó como armas la mistificación y la corrupción, de modo tal que, bajo su férula, no quedó ninguna institución, arte o saber humanos que sea hoy reconocible en su nobleza original.

2.- Necesito aclararle previamente que, bajo el nombre de Creso, me propongo describir al representante del Tercer Estado social, o al homo oeconomicus; al “burgués”, en suma, tal como lo define cualquier diccionario de la lengua. En rigor de justicia, Creso al. igual que los integrantes de las otras castas o estados, responde a una “función social” rigurosamente necesaria: responde a ella y no a otra, porque su naturaleza intrínseca o su “vocación individual” lo incorpora naturalmente a esa clase y lo declara idóneo para tal función. En consecuencia, lo que define a Creso no es una desmedida posesión de la riqueza corpórea, sino una “mentalidad” sui generis que le hace apetecer y buscar dicha riqueza. En tal sentido, hay millonarios que no son Cresos y hay Cresos que no tienen un centavo. Le diré más aún: el mundo presente, obra de la tiranía secular a que lo sometió Creso, está uniformado ahora por esa “mentalidad” que le imprimió el Hombrecito Económico en tren de universalizar su reinado. Y verá usted al fin que la solución integral de los problemas que hoy nos aflijan estaría en que todos y cada uno de nosotros advirtiéramos hasta qué punto esa “mentalidad”, nos ganó el ser y en destruir sus manifestaciones con métodos adecuados.

3.- Pero, ¿cuál es la función de Creso en el organismo social que integra? Es una función doble: a) ”producir” la riqueza material o sustento corpóreo del organismo; b) “distribuir” equitativamente la riqueza en todos los miembros del organismo social. Yo diría que tal es la “virtud” inalienable de Creso; y sobre todo lo es en la segunda parte de su función, la que lo declara específicamente un hombre oeconomicus, ya que la palabra Economía, en sus raíces originales, no tiene otro significado que el de “Justicia en la distribución”. Si Creso ejerce tal “virtud” con honradez, está bien sentado en la balanza; y el organismo social funciona en armonía, vale decir con salud. Desgraciadamente, Creso tiene un “vicio” que se manifiesta en oposición a su “virtud”: la sensualidad de la riqueza. Tal vicio lo inclina (o puede inclinarlo) a cierta “mística de lo material”, a convertir lo corpóreo en un dios y a usufructuar ese dios en su propio y excluyente beneficio. Para evitar ese riesgo, el Hombrecito Económico está controlado “normalmente” (vale decir en subordinación jerárquica) por dos frenos distintos: uno “interior” o espiritual y otro “exterior” o social. El freno interior es el que le opone su conciencia religiosa, le impide consumar el desequilibrio o pecado de una injusticia social en el orden económico. El freno exterior es el que le impone a Creso el “segundo estado” social, el de los Milites, cuya función no es otra que la de asegurar la defensa, el orden y la justicia en la organización humana.

4.- Y ya es tiempo, amigo Velazco, de identificar a los agonistas que obran en esta lamentable y a la vez risible tragicomedia. Son cuatro personajes llamados a cumplir las cuatro funciones necesarias al organismo social: Tiresias, el sacerdote, pontífice del hombre (o el que le “hace puente” hacia su destino sobrenatural); Ayax el soldado, que asegura, como ya dije, la defensa, el orden y la justicia temporales en la organización; Creso, el rico, llamado a producir y distribuir la riqueza material o corpórea que necesita el organismo; y Gutiérrez el siervo, pinche o ayudante de Creso en sus operaciones económicas. Las dos riendas que controlan a Creso en sus posibles desbordes están, pues, una en las manos de Tiresias, el cual, doctor y enseñante de los Principios Eternos, “legisla” su aplicación al orden temporal del organismo todo; la otra rienda está en las manos de Ayax el guerrero, que obra como “brazo secular” a fin de que sea cumplida esa legislación a la cual se halla sujeto él mismo.

5.- Ahora bien, para que llegara Creso a librarse de una y otra riendas y a constituir ese reinado suyo que anochece ahora y que lo puso a la cabeza de la jerarquía social, fue necesario que el Hombrecito Económico se “insubordinase” contra Tiresias el sacerdote y contra el soldado Ayax. Naturalmente, dada su naturaleza pusilánime, Creso no habría intentado ese motín si la jerarquía social no se hubiese resentido antes por una insubordinación de Ayax contra Tiresias, motivada por alguna debilidad culpable del mismo sacerdote. Porque también Ayax y Tiresias en oposición a sus “virtudes” especificas, tienen como posible un “vicio” en sus caracteres. El vicio de Tiresias (cuya función es la de ser el motor “intemporal e inmóvil” del organismo social, en analogía con la Causa Primera) suele inclinarlo al dominio de lo “temporal” y a su esfera de “agitación”, con lo cual invade la órbita del quisquilloso Ayax, que puede resentirse. Y el vicio de Ayax el soldado finca en el “orgullo de la fuerza” y en la “sensualidad del poder”, que suelen llevarlo a las guerras de conquista en su propio beneficio. Y Ayax, lanzado a tales fines, deberá sublevarse contra Tiresias, cuya función es justamente la de controlar y reprender al soldado en sus desbordes. Una vez triunfante, Ayax ha de explotar a Creso, de cuya riqueza material necesita, en apetito creciente, a fin de costear, sus lujosas campañas y sus no menos lujosas pasiones. No es mucho, pues, que el Hombrecito Económico, harto de impuestos y gabelas, comience a soñar en su propia rebelión contra el militarote, alentado por su codicia personal y el mal ejemplo de Ayax frente a Tiresias.

6.- Velazco amigo: esto que parece una fabulita no es tan simple como lo aparenta. Un filósofo de la Historia, provisto de aguda nariz, puede rastrear la cronología de tales insubordinaciones, como lo hizo René Guenon en su Autorité spirituelle et pouvoir temporel (Autoridad espiritual y poder temporal), circunscribiéndose a la primera y segunda casta sociales. Yo he dedicado mis ocios a la tercera; y voy a decir cómo ese hombrecito Creso llegó al poder mundial, qué hizo desde su trono y cuáles fueron y son las consecuencias de su tiranía. Me apresuro a reconocer honradamente que, dada la
insignificancia intelectual de Creso, los resortes astutos que obraron en su entronización deben imputarse, más que al Hombrecito Económico, a la “línea de fuerza” negativa o satánica, que parece acelerar el “descenso cíclico” en las ultimas centurias, la cual es hace patente no sólo en su “artería”, sino también en el “sarcasmo” de mala leche que trasuntan las acciones de Creso, aunque no se de cuenta él de su insanable ridículo.


7.- Se ha establecido ya definitivamente a la Revolución Francesa como el trance histórico que determina la exaltación de Creso al poder mundial. Aunque la intervención de Gutiérrez el servil en la revuelta de Creso añadió a los episodios algunas tintas de color “masivo”, y pese a la romántica declaración de los Derechos Humanos y sus consecuentes libertades, la Revolución fue una gesta de la burguesía en sus causas, en su desarrollo y en sus efectos ulteriores. Ya veremos cómo trató Creso al pobre Gutiérrez, no bien consolidó su reinado, ya qué se redujeron las famosas “libertades” tan cacareadas por el Hombrecito Económico. Es evidente que la gloria nada limpia de Creso triunfante es la de haber impreso “su mentalidad” a todo un mundo, en la más triste de las “nivelaciones por abajo” que haya conocido la historia. Y es también evidente que nuestro inefable Hombrecito no habría logrado ese triunfo ecuménico si “su mentalidad” no hubiera sido ya la del común de las gentes, mucho antes de la Revolución Francesa. Porque un líder o una mentalidad no triunfan en la historia si no encarnan o personifican un estado público de conciencia definido a veces con secular antelación. Pero ¿qué ingredientes conforman la “mentalidad” de Creso?