sábado, 15 de agosto de 2015

Protección total - Por Enrique Spinelli

       En la ciudad de La Plata existe una zona limitada por una avenida, la vía del tren y una diagonal, que es tan apacible, tan tranquila, que su contraste con el entorno llama la atención. Una multinacional de seguros me contrató para estudiar el fenómeno, e inicié mi trabajo de campo entrevistando a Edgar, un kioskero que fue indicado como “el que más sabe” sobre este extraño lugar. Para que mi presencia no perturbe el objeto de investigación, me presenté como un posible comprador de una casita en esta zona.
       -En este barrio nunca pasa nada, podés mudarte tranquilo. Hace cinco años que tengo kiosko en esta esquina y te digo que es muy seguro. Las viejitas cuentan la jubilación en la vereda, y ahí las tenés, intactas, chusmeando en la puerta de su casa. Cruzan la calle sin mirar, comen lechón frío a la mañana y perduran.
       En serio pibe, aquí no pasa nada. Si ponés a calentar agua para el mate, no se hierve por más que te distraigas. Las mujeres pueden batir mayonesa cualquier día de su mes, que no se va a cortar. Te digo más, el trago preferido de este barrio es vino tinto con sandía. Después de comer un chancho te tirás a la pelopincho sin hacer la digestión, y no te pasa nada. Aquí no-pasa-nada.
Dicen que no fue siempre así, que se afanaba y que ocurrían las mismas desgracias que en todos lados, pero en algún momento comenzó esta “seguridad” o tal vez una ¿“sensación de seguridad”? No sabemos si no pasa nada, o si nos tenemos tanta confianza que no nos pasa nada. De todos modos, el resultado es el mismo.
       Todo es así siempre que estés dentro del barrio. En el puestito de chori del gordo Tupa podés comer piola, pero si salís del barrio antes que todo residuo del alimento haya abandonado tu cuerpo, te revolverás en terribles convulsiones: es sólo para el mercado interno. Doña Tita salió a visitar a su hermana a Tolosa, se bajó del micro sin mirar, y redujo en 1 la población de esta comunidad.
       -Digamé Edgar, ¿esta zona es muy baja? ¿se inunda?
       -Mirá, dicen que antes bastaba que el gordo Tupa transpirara un poquito de más para que se inundara todo el barrio, pero desde que tengo el kiosko nunca pasó nada.  Con la lluvia torrencial de la semana pasada;  de aquel lado de la avenida había metro y medio de agua, y de este… nada, las hormigas hacían pie sin problema y los pibes estuvieron toda la tarde jugando al tobogán acuático.
       No pasa nada con el agua y tampoco con el fuego. Doña Mirta, la entrenadora de básquet, toda la vida prendió velas a San Cayetano pidiendo  trabajo para su hijo Ruben. Varias  veces prendió fuego el altarcito, y su pieza se incendió cuando Ruben tenía unos 50 años, pero hace tiempo que las velas se apagan solas antes de terminarse, y su altarcito de telgopor está intacto.
       -Aha… ¿y funcionó? ¿Consiguió trabajo el hijo?
      - Si le digo que toda-la-vida le prendió velas, es porque ¡nunca consiguió trabajo!  Seguramente SanCa le mandó alguno, pero debe haber otro santo -desconocido-  que ayuda a que los tipos como Ruben no lo agarren.
       -No tienen problema con el agua, ni con el fuego ¿y con el viento?
       -¡Uy Dio! Agua, fuego, viento… ¿qué sos vos? ¿Astrólogo? ¿Podés predecir que va a pasar? Acá eso es fácil. Aquí no pasa nada.
       -Sí, pero este barrio está muy bueno, se debe mudar mucha gente aquí ¿no?
      -No. No vienen muchos, porque esto no es tan bueno como parece. Acá nada tiene consecuencias, nada puede salir mal, no hay riesgos, no hay miedo y es muy difícil vivir así. Sin miedo a perder, las cosas pierden valor, no hay celos, las sorpresas son pobres y todo es muy aburrido. Los que vienen de afuera no aguantan y se van enseguida, la mayoría de los que viven aquí nacieron en el barrio. Es como el asunto del sapo, que si lo ponés en una olla con el agua fría y la vas calentando, lo cocinás vivo y no reacciona; pero si lo tirás al agua hirviendo, salta para afuera como un sapo.
       Con el tiempo y con esta seguridad, la gente se fue poniendo vieja y triste. Los jóvenes impetuosos se van porque no se destacan. Acá es lo mismo ser valiente, temerario o cobarde. Los valientes se van porque no tienen miedo que vencer, los cobardes porque no tienen miedo que tener, y los temerarios también se van, pero no sé porqué. Los pibes se van a estudiar y desaprobar, a trabajar y ser despedidos, a romper vidrios a pelotazos. De a poco van quedando sólo viejos, que se aferran a esta vida segura pero desabrida, porque mañana va a salir parecido a hoy y casi igual que ayer. Todo es seguro, todo va a suceder con seguridad: el futuro es falso.
       -Usted no es tan grande, ¿por qué se queda aquí?
      -Porque soy gordo, pelado, puto y me gusta bailar murga. Aquí no le tengo miedo al ridículo… ¡porque no pasa nada!
      Pero te digo la verdad, ya me estoy aburriendo. Cuando bailaba del otro lado de la avenida, me puteaban, la gente se sacaba y me tiraban cosas, me gritaban cualquier barbaridad. Era peligroso, pero me prestaban atención. Aquí… nada, a veces me aplauden nomás.
      Así es muy difícil generar historias y anécdotas. ¿Qué me decís si te cuento que comí un tupa-chori, me dieron retorcijones y llegué al baño con lo justo; y que cuando me levanto para tirar la cadena se me cayeron las llaves adentro del inodoro?... ¿Si te cuento que cuando me agacho para agarrarlas, se me cayó el celular del bolsillo de la camisa también al inodoro? ¿Y si te digo que pongo las llaves en el bidet, y cuando abro la canilla para enjuagarlas, le pifié, abrí la llave de la flor y me hice sopa?... ¿Eh? ¡Te estás cagando de risa! No, no te rías, no te rías porque nada de eso ocurrió. No pasó nada, me comí el chori, llegué a casa y me puse a mirar tele hasta que me dormí en el sillón.  Por eso, en el barrio ya no hay escritores, se fueron por falta de material. Acá ni siquiera hay histeria. Las personas te dicen que si o que no ¡A ver si podés escribir una canción con eso! La poesía no es viable.
       Con el tiempo se fueron todos los artistas. Sólo de vez en cuando viene un pibe que pinta esos murales con personajes raros que ves ahí. Pinta con la ropa de salir y no liga ni una mancha de pintura, tampoco mancha jamás el piso, y por eso todos le ceden las paredes.
       -Edgar, usted ya me dijo que este barrio no fue siempre así de seguro ¿Cuándo empezó este estado de “seguridad extrema”? ¿Por qué razón le parece que esto es así?
       -Nadie tiene idea. Pensamos que no es una cuestión de seguridad porque sí, sino de protección, que alguien o algo nos protege. Sospechamos del San Cayetano de Doña Mirta, porque después del incendio de la pieza cambió la imagen, el altarcito y no se prendió fuego nunca más, siendo que antes se prendía fuego a cada rato. Está claro que ese santo no da este tipo de protección, pues  está diseñado para conseguir trabajo. Como nunca consiguió uno, yo pensé que por ahí Mirta -por error- trajo una imagen de otro santo, y convencí al vendedor de la santería que está enfrente de la Rosa Mísitica que venga a revisarlo, para ver si tenemos un super Gauchito Gil, una ultra Gilda o algo así. El tipo lo revisó y dijo que la estatuita es medio berreta, que está tan deformada y mal pintada, que puede ser San Cayetano, la virgen María, o su suegra, pero que sin duda no es ningún protector eficaz conocido.
       No sabemos por qué aquí no pasa nada, pero es así, y no necesitás saber porque. Si vas a mudarte, tené en cuenta como es la vida aquí y listo.
       -Si Edgar, pero todo esto es muy extraño. A usted lo veo re-tranquilo con esta situación, pero a mí me da miedo.
       -¡¿Miedo?! ¡¿Quien sos vos realmente, pibe?!¡Decime quien sos o te clavo este doblador de pestañas en un ojo y te lo saco por el otro! ¡Sólo los garcas pueden tener miedo en este barrio! ¡Te aseguro que vos acá no tenés protección que te salve! ¡Dale, hablá o te hago tragar este medio chori que tiene una semana abajo del mostrador!
        -¡Nooo mmaghh puaghj! Está bien Edgar, ¡perdonemé! ¡No voy a mudarme a este barrio! ¡Una multinacional me pagó para que investigue por qué en este barrio no pasa nada!
       -¡Si serás hijo de puta, garca de mierda! Ahora te vas sabiendo algo más: la protección de este barrio no funciona para los garcas como vos, pedazo de sorete. ¿Por qué crees que acá no hay vendedores de movistar, de préstamos personales, ni un puto banco?
        ¡Rajá, rajá ya mismo de acá o te llevo las tres cuadras hasta la avenida a patadas en el culo! ¿Sabés una cosa? Me gustó la idea, y la voy a hacer efectiva. Mirá para allá que está la avenida, ¿la ves? ¿sí? bueno para allá vamos… -¡Tomá garca de mierda! ¡Tomá otra! ¡Tomá! ¡Te voy a dar tantas patadas que en algún momento te va a salir el traje con corbata de abajo de esa remera trucha de superman! ¡O te va a aparecer la inscripción de grinpis, pelotudo!
...
        Bueno, así fue como salí violentamente de los confines de ese barrio apacible. Con el culo molido a patadas, pero a salvo, me quedo mirando desde afuera cómo Edgar se aleja, caminando pesado y saludando vecinos. De lejos veo que se detiene a hablar con el artista que pinta los murales del barrio, que está haciendo uno nuevo.
       -¡Lucas, que buena está esa figura pibe! ¿Cómo se llama este mural?
       -¡Hola Edgar! Este es “Protector número 8 con lanzarayos de energía repiola” ¿Te gusta como está quedando?
       -Si, ¡está muy bueno pibe! Gracias por poner lindo el barrio. Dale saludos a tu tía Mirta y pasá por el kiosko que te doy unos bizcochos para que lleves.