sábado, 24 de agosto de 2019

Una anécdota del Gral Manuel Belgrano (De Apuntes literarios e históricos del Prof. A.E. Noé)

Manuel Belgrano, uno de los más gloriosos generales argentinos y forjador en gran parte de la independencia de su patria, tenía una excentricidad: era el único militar que usaba en sus uniformes adornos de paño verde.
Tal hecho dio origen a que un soldado, travieso e ingenioso, le bautizara con el apodo de Cotorrita, sobrenombre que luego se hizo muy popular entre la tropa.
En una ocasión, Belgrano se sintió justamente alarmado por el auge que habían alcanzado los juegos de azar en el campamento, lo que daba lugar a frecuentes riñas y conflictos y resolvió prohibirlos. La orden era severa y nadie, al parecer, se atrevía a contrariarla. Sin embargo, el general desconfiaba...
Tenía el prócer la costumbre de recorrer el campamento, en tren de inspección, solo, sin escolta y aún de noche; y en una de esas incursiones realizada en una noche cerrada, observó un núcleo, una especie de mancha perfilada por un resplandor apenas perceptible.
Intrigado al principio, sospechó luego lo que aquella sombra y aquel resplandor pudieran ser; y dispuesto a verificar su presunción, fue acercándose al lugar con mayor cautela.
¡No se había equivocado! La mancha negra era un grupo de soldados entregados a la práctica del juego.
Para evitar que se viera la escasa luz de una vela fijada en el suelo, los jugadores, sentados los de la primera fila y de pie los de segunda, formaban una apretada rueda que impedía el paso de los rayos luminosos.
Notó el general que, al hacer las apuestas, se acercaba a la luz, entre otras, una mano más cuidada que las que suelen pertenecer a los soldados. Ello le hizo pensar que entre los jugadores debía encontrarse algún oficial. Decidido a averiguar quién era sacó de su bolsillo una moneda de plata, y acercándose aún más, dijo con fingida voz.
-¡ A la sota !
Pero sucedió que al estirar Belgrano el brazo para depositar la moneda, un soldado alcanzó a ver los adornos verdes de la bocamanga y dio la señal de alarma, gritando:
-¡ Cotorrita !
Una mano callosa apagó la vela. Deshízose el grupo como por encanto, y el general, solo y como si viera visiones, quedó un instante clavado en su sitio.
Después, a paso lento encaminóse hacia su carpa sabiendo de que en el campamento se jugaba, pero sin tener la menor idea de quiénes eran o pudieran ser los transgresores.

Oh capitán, mi capitán! Por Walt Whitman (Escrito en homenaje a Abraham Lincoln)

¡Oh capitán, mi capitán!
Terminó nuestro espantoso viaje,
el navío ha salvado todos los escollos,
hemos ganado el codiciado premio,
ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas,
ya el pueblo acude gozoso,
los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
mas, ¡oh corazón, corazón, corazón!
¡Oh rojas gotas sangrantes!
Mirad, mi capitán en la cubierta
yace muerto y frío.
¡Oh capitán, mi capitán!
Levántate y escucha las campanas,
levántate, para ti flamea la bandera,
para ti suena el clarín,
para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas,
para ti la multitud se agolpa en la playa,
a ti llama la gente del pueblo,
a ti vuelven sus rostros anhelantes,
¡Oh capitán, padre querido!
¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
Esto es sólo un sueño: en la cubierta
yaces muerto y frío.
Mi capitán no responde,
sus labios están pálidos e inmóviles,
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
el navío ha anclado sano y salvo;
nuestro viaje, acabado y concluido,
del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo,
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Mas yo, con pasos fúnebres,
recorreré la cubierta donde mi capitán
yace muerto y frío.

UNA VENGANZA DE FACUNDO QUIROGA Del libro “Del tiempo de ñaupa” de Rafael Cano



    El general Quiroga, dueño absoluto de los llanos, donde el paisanaje le profesaba veneración, en una de sus incursiones por la capital incorporó a sus tropas a un joven riojano, adversario político suyo y novio de la señorita Rincón.
Días más tarde ese joven desertó del campamento, por lo   que   fue   detenido   y   ejecutado   por  orden   del   general Quiroga.
La  triste noticia  se difundió rápidamente,  siendo  la última en conocerla la señorita Rincón.
Desde ese momento, ella vistió de luto y dedicó sus días a llorar en silencio la muerte de su prometido.
En esos años de guerra y delaciones no se tenía derecho a expresar una protesta contra el caudillo, por lo que la señorita Peregrina Rincón alimentaba secretamente un incontenible rencor hacia el verdugo de su dicha. .
. El 23 de junio de 1829 se libró en Córdoba la batalla de La Tablada, en la cual el general José María Paz se impuso en forma decisiva al Tigre de los Llanos.
No obstante la falta de buenos caminos y medios de transporte rápidos, la noticia de la derrota se supo al día siguiente en la ciudad de La Rioja, porfiándose en que el general Quiroga había muerto en la refriega. ..
Ante el asombro de propios y extraños, se vio cubiertos de flores los balcones de la familia Rincón y a su dueña que, ataviada con sus mejores galas, recorría los domicilios de sus amistades invitando al baile en que celebraría tan fausto acontecimiento.
A las diez de la noche se inició la danza en el gran patio familiar, con nutrida concurrencia... A las tres de la mañana, el baile se hallaba en su mayor animación; la dueña de casa obsequiaba a sus invitados con ricos vinos de la tierra, dulces, canelones y rosquetes.
Mientras tanto, perdida la batalla, el general Quiroga sólo pensó en el desquite, pero para ello se trasladó precipitadamente en busca de refuerzos a su ciudad natal, procurando así adelantarse a la noticia de la derrota...
Cuál no sería su sorpresa al enterarse de que ya se conocía el resultado de la batalla y que sus adversarios festejaban con un baile nada menos que su muerte.
Sin vacilar, encaminóse a la casa de la señorita Rincón.
Desmontó a pocos metros de distancia, y después de entregar las riendas de su caballo a los ayudantes, avanzó resueltamente.
Vestía chambergo negro de alas anchas, chaquetilla militar, bombachas, botas y espuelas. Deliberadamente dejó también su sable y pistolas y como única arma esgrimía su talero con cabo de plata.
Para evitar ser reconocido en el baile, echóse sobre la frente el ala de su sombrero y penetró por el zaguán hasta el patio, tomando asiento sin que fuera advertida su presencia. El bullicio y la animación reinantes contribuyeron para que no se reparara en aquel extraño convidado que permanecía silencioso. Los concurrentes, en cambio, no escatimaban las críticas a su actuación, censurando agriamente los robos y asesinatos cometidos por él durante su larga carrera.
En esas circunstancias, el doctor del Moral invitó a la señorita Peregrina Rincón a bailar una zamba, celebrando la muerte del tirano riojano.
Estas palabras enardecieron a los concurrentes, que empezaron a aplaudir con entusiasmo.
Quiroga presenciaba inmóvil aquellos desbordes de alegría, aunque entre los bailarines se hallaban varios a quienes había dispensado favores y consideraba amigos.
Al finalizar la primera vuelta de la zamba y cuando todos gritaban, al uso regional: “Una sin otra no vale”, Quiroga no pudo aguantar más y en actitud de desafío se adelantó hacia el centro del patio.
En alta voz, como cuadraba a su temple varonil, exclamó: “A todos ustedes debería correr a latigazos, pero no son dignos". Y observando el efecto que su presencia había causado, agregó: “¡Cobardes, ahora continúen el baile en honor mío!”.. . Ya se retiraba, cuando la señorita Rincón le interceptó el paso, gritándole: “¡Así me vengo yo de un asesino y verdugo de mi dicha!...”
El general Quiroga arrió su sombrero y sonriendo ligeramente, replicó: “Siento mucho, señorita, que sea mi enemiga, porque con mujeres como usted me sería fácil la revancha. . .”
Tras una breve inclinación de cabeza salió a la calle, donde le esperaban impacientes sus ayudantes.
En el silencio de la noche se oían ya lejanas las pisadas de los caballos, pero, sin embargo, los concurrentes al baile permanecían inmóviles y como clavados en el suelo por el terror.