sábado, 26 de agosto de 2017

TENEMOS QUE UNIRNOS Siglo 20, problemático y febril Por Juan Parrotti (Extraído de la revista “Hortensia” de marzo de 1985

Buena la intención esa de que todos los argentinos nos unamos, abandonando rencores, enconos y toda clase de diferencias. Los estadistas más lúcidos han tratado siempre de unir a los habitantes del país que gobernaban. Oigo estadistas y estoy diciendo hombres de Estado, no digo políticos porque, generalmente, devienen en deplorables punteros de seccional. El infierno ha sido empedrado por los bien intencionados: suele contarse de aquel señor que, con la mejor buena intención transformó la empresa en cooperativa. Al día siguiente, nadie fue a trabajar porque todos eran patrones.
Trato de dispensarme y vuelvo a la intención de unirnos. Entonces me pregunto con quién debo iniciar la unidad. Con los vecinos que son buenas personas, viven de su trabajo y tienen grandes y hermosos planes para sus hijos. Hasta ahí estoy absolutamente de acuerdo. Trabajar con esa gente hasta puede llegar a mejorarme y quizá podamos hacer muchas cosas importantes, hombro a hombro.
¿O debo intentar la unidad con el dueño del supermercado que, dado que los clientes se atienden solos, ocupa sus empleados en la remarcación de precios, acaso para que no estén ociosos?
¿Con el pequeño ahorrista que intentando cubrirse de la inflación, la devaluación o las corridas de precios, pone sus pocos pesos en el circuito financiero? De acuerdo, unirse con un hombre con sentido de la previsión puede llegar a contagiarme y transformarme en un tipo más o menos sensato en el manejo del dinero.
Sin embargo, cuando nos conminan a unirnos y la conminación aclara que debe ser con todos los argentinos, caigo en un profundo pozo de dudas.
Y hay argentinos muy traviesos que consiguen un estupendo crédito para reactivar su empresa, invierten doce pesos argentinos en ella y el resto lo ponen en la patria. . . financiera. Con esos también debo unirme, en el caso, poco probable de que me acepten?
Cuarenta años atrás, Eduardo Mallea había descubierto que existían dos Argentinas: la visible y la invisible. La visible es la que tiene el poder. Digo poder y no digo gobierno, que es otra cosa.
Y la invisible la que forman las legiones de trabajadores que, acaso no sepan definir lo que es Patria, pero que la están construyendo todos los días de su vida.
Me parece que hacer una mezcla de esas dos Argentinas es algo peligroso, algo muy erizado de riesgos: focalizada la Situación desde una óptica optimista, podríamos pensar en la posibilidad de que la Argentina invisible contagiara a la Argentina visible, pero acontece que las posibilidades son parejas, y como anclamos de malas, quizás el contagio sea el no deseado.
Una mezcla parecida fue rechazada por Bernard Shaw. La hermosa vedette le había ofrecido unirse para engendrar un hijo que poseyera su belleza y el talento del dramaturgo.
El hombre lo pensó y en la medida en que lo iba pensando crecía su espanto. Finalmente le respondió: existe la posibilidad siniestra de que nuestro hijo herede mi belleza y su talento. Murió soltero, solitario.
Solitario, como andan muchos hombres que pertenecen a la Argentina invisible porque temen a las siniestras posibilidades. Todo esto para decir que eso de la unidad nacional es algo que debe especificarse con mucha claridad, como para que puedan entenderla los tipos como yo. De todos modos, insisto, la intención es buena, un poco ingenua, si usted quiere, pero nadie ha dicho que los ingenuos sean malos.

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - Última Entrega

52.- Pero el marxismo trae a la vez un “sistema económico” de justicia en la distribución. Y es lo único de la doctrina que le duele a Creso, aunque para combatir a Marx, el Hombrecito Económico suele decir hipócritamente qué lo hace en defensa de la civilización occidental y “cristiana”, de la misma que traicionó él en sus esencias, vale decir en los principios del Evangelio. Ahora bien, la doctrina marxista, desde su aparición, se ha concretado en realizaciones “mínimas” y en realizaciones “máximas”: las primeras merced a una legislación socialista o socializante, pretenden “frenar” a Creso en sus desbordes, bien que sin eliminarlo de la función económica; las realizaciones “máximas”, aplicando el dogma en todo su rigor, “suprimen” totalmente a Creso del organismo social. Unas y otras producen un “avance del Estado” sobre la organización humana o un estatismo económico al que la prensa de Creso y sus redactores anatematizan como “dictatorial”. Velazco amigo, yo, que nunca me asusté de las palabras, no veo mal ninguno en que un Estado, celoso de la justicia distributiva, ejerza, por necesidad, funciones “supletorias” de las que se negó a cumplir el Hombrecito Económico en su apostasía social.

53.- Según lo he demostrado, el marxismo, que se anunció como un “amanecer”, perfecciona y cierra la noche de Creso, aunque proponga un sistema distributivo de la riqueza que tampoco es original, ya que las primeras organizaciones cristianas “poseían en común todas las cosas” (Hechos de los Apóstoles, II, 44). Nos faltaría, pues , amigo Velazco, pronosticar la evolución futura de los problemas que suscitó y agudizó Creso durante su tiranía. Para lo cual nos basaremos en los tres datos que siguen: 1º) se da en las masas (y en el orden mundial) una “conciencia” de sus derechos a la vida, cada vez más clara y más perentoria. 2º) se une a esa conciencia una identificación muy precisa de los “factores responsables” que actúan con signo negativo en la organización social; y 3º) las estadísticas aseguran que a fin de siglo la población mundial se habrá duplicado vale decir que 3.000 millones más de hombres reclamarán su derecho a la existencia (o su “deber”, que será más drástico).

54.- Claro está que la magnitud de los problemas exigirá entonces la organización de Estados realistas cuya naturaleza implique: a) o la participación de un Creso “regenerado”, vale decir concientemente restituido a su virtud original, pero con riendas estatales que lo controlen; porque, librado a sí mismo, Creso puede volver a sus antiguas iniquidades, b) o la constitución mundial de Estados marxistas parecidos a los que ya tenemos, lo que significaría el triunfo universal del dogma, hipótesis nada segura, dado el carácter endeble y “mutilante del hombre” que presenta la doctrina c) o la adopción de la doctrina en su mero sistema productivo y distributivo de la riqueza, el cual, sobre la base de cualquier tradición religiosa o metafísica, bien puede florecer en comunismo cristianos, musulmanes, hindúes y chinos. Abona esta última posibilidad el hecho de que las cuatro clases sociales, al responder a cuatro funciones necesarias y a cuatro naturalezas de individuos, no dejan de manifestarse ni aun en los Estados comunistas de hoy. Sabemos que Tiresias, el hombre sacerdotal, existe y obra en ellos, aunque, merced al ateismo de la doctrina, lo haga en el “subsuelo” donde lo espiritual se refugia (ya lo dije) cuando el clima exterior se le hace adverso. Ayax al soldado integra los ejércitos rojos, en defensa y `expansión de la doctrina. También Creso aparece, muy bien disfrazado, en los directores oficiales de empresas comunistas y en sus Jefes de producción. En cuanto a Gutiérrez, está, como de costumbre, al servicio de todos, y como ayer, sin comerla ni beberla: su “dictadura” (la del proletariado) no salió de una mera enunciación “abstracta”, ya que, según era previsible, otras clases ejercen su “tutoría” y gobiernan por él.

55.- Para reconstruir el orden bastaría con que las tres clases primeras, corrigiendo sus “vicios” y recobrando sus “virtudes” actuaran otra vez en armonía y jerarquía. Parece fácil ¿no es verdad?, sobre todo cuando nos decimos que para ello bastaría con eliminar del orbe y en cada uno de nosotros la “mentalidad de Creso”, esa triste ponzoña degradante o ese pequeño demonio sin gracia que se deslizó en el mundo y que lo estrangula. ¿No es verdad que parece fácil? Un movimiento de reacción a “retropropulsión” (están de actualidad) a operarse no en el espacio físico, sino en el tiempo histórico, nos llevaría de nuevo al equilibrio, y por consiguiente al orden. Amigo Velazco, usted es un “vate”, como yo: ¿Nos atreveríamos a “vaticinar”? No lo hagamos. Porque las reacciones y “enderezamientos” de la historia vienen ordenados, más que por el hombre, por el adorable y a veces incomprensible Autor de la historia. Colaboremos, a tientas con el Autor. Y digamos en las buenas y en las malas: “Ut in omnibus glorificetur Deus”. Así concluye mi Autopsia de Creso: perdóneme usted el abuso de comillas y bastardillas que habrá notado y que responden a mi jamás tranquilo celo didáctico.”


Fin de “La Autopsia de Creso”