sábado, 26 de mayo de 2018

Dejaré un poema sobre tu cintura Por Manuel Díaz García

Dejaré un poema sobre tu cintura
que te hable y te cuente lo que siento,
que te duerma y acaricie, te dé aliento,
y sea un fiel aliado de tu alma pura.
Dejaré en tu boca un verso, criatura,
que te enseñe el amor y el sentimiento
de un corazón, honesto como el viento,
que no se debilita y sin fisuras.
Posaré a tus pies toda mi poesía
dejando mi pecho al descubierto,
te entregaré mi alma, vida mía.
Que el poeta sin musa nada es, cierto,
lo que soy te debo, mi sol, mi alegría
pues llegaste a mí cuando estaba muerto.

POEMA DE LA BATALLA(fragmento de un poema de Ch’u Yuan 332-295 a.C.)

Empuñamos nuestros venablos de batalla; vestimos nuestros escudos de cuero,
Los ejes de nuestros carros se tocan:
Nuestras cortas espadas se encuentran.
Los estandartes oscurecen el sol. Los enemigos se amontonan como nubes.
Las flechas caen sin cesar; los guerreros arremeten.
Amenazan nuestra formación; quiebran nuestra línea.
El caballo izquierdo del carro ha muerto; el de la derecha está herido.
Los caballos caídos bloquean nuestras ruedas; ¡estorban a los caballos del yugo!
Toman sus palillos de jade; golpean los sonoros tambores.
El cielo decreta su caída; los temibles Poderes están coléricos.
Todos los guerreros  están muertos; yacen en el campo de brezos
Salieron pero no entrarán; se fueron pero no regresarán.
Las llanuras son planas y espinosas:, el camino al hogar es largo.
Las espadas yacen a los costados; los arcos negros, en las manos.
Aunque sus miembros fueron destrozados, sus corazones no pudieron ser contenidos.
Eran más que valientes;  estaban inspirados por el espíritu de "WU"
Firmes hasta el final, no pudieron ser intimidados.
Sus cuerpos fueron desfigurados, pero sus almas conquistaron la Inmortalidad.
Capitanes entre las huestes, héroes entre los muertos.

Aquel niño, aquel libro - Por Ezequiel Feito

... y como le venía diciendo, las mañanas de otoño, especialmente cuando no entra nadie a la biblioteca, son particularmente extrañas. Es ahí donde usted ve a la mayoría de las personas melancólicas que hay en este pueblo, buscar los más grises y olvidados libros que hay en los largos anaqueles para llevárselos al falso mutismo de las mesas o simplemente a la relativa soledad del banco de una plaza.
Cuando los llevan tiene una cara y cuando los devuelven, otra. Es notable la influencia que ejercen los muertos sobre los vivos. ¿De qué libros hablo? No puedo recordarlos; en todos estos años vi pasar cientos y cientos de personas. Algunas veces los anotaba, otras no, porque a los que los leían aquí ni siquiera les miraba el libro. Pero vea, hay un caso. Un solo caso en estos 40 años que aún recuerdo como si fuera hoy, y que quizás usted, que es curioso y gusta de estudiar la conducta humana, le va a interesar.
En una mañana de abril de 19.., mientras tratada de encender el viejo calefactor  de la biblioteca de la Escuela N° 1, como a la hora del recreo entró un chico. Venía solo y con el guardapolvo impecable, por lo que me pareció que había logrado desertar de toda compañía humana para finalmente refugiarse en la monotonía de una biblioteca. Me preguntó por un libro, le indiqué dónde estaba, lo encontró y lo leyó hasta bien pasado el recreo, cuando la señorita vino a buscarlo como si se hubiera fugado de Treblinka o la ESMA.
Creo que el pobre ni se había dado cuenta de que hacía mucho rato todo había terminado, así que, como despidiéndose de alguien, dejó el libro en la mesa y lentamente fue hacia el aula.
Me levanté para poner en el libro en su lugar y allí pude leer el título: “Alicia a través del espejo”. Curioso libro para un niño pensé-. Lo hojeé, miré las ilustraciones y lo volví a dejar en su lugar.
No se apure a decirme nada que recién empieza el relato. Cuando lo termine, pregúnteme lo que quiera.
Como le decía, a partir de allí, casi todos los recreos venía a leerlo. A veces le convidaba un mate, medio como para preguntarle por qué no leía otro o por qué no se lo llevaba a su casa.
- Es por Alicia, ¿sabe? Todavía soy muy chico como para llevarla a casa.
Me lo dijo tan seriamente como si se tratase de alguien muy querido. Tomó el mate y se sentó a leer. Pasaba las hojas tan lentamente que más que lectura parecía un diálogo sólo interrumpido por la inefable maestra que lo llevaba a la terrible realidad del aula.
¿Cómo se llamaba el chico? Creo que Bruno, pero en realidad no estoy muy seguro. Luego que finalizaron las clases, en diciembre, mientras estaba ordenando un catálogo, vino y me pidió si podía leer un poco más.
-¿Todavía no lo terminaste?  la pregunta era obvia.
-Todo lleva tiempo, las cosas apuradas salen mal.  me contestó, muy seguro de lo que decía. Y por primera vez vi una larga sonrisa de felicidad en su cara.
Lo dejé estar hasta que me fui. Supe que había pasado de grado y que seguramente cambiaría de turno, por lo que no lo volvería a ver. Y así pasó, pero no dejaba de preguntar por él de vez en cuando. La de la mañana me dijo que siguió yendo todos los recreos hasta que fue al secundario.
Pasaron algunos años y yo ya estaba por las últimas en eso de jubilarme, cuando de repente Bruno abrió la puerta. Vestía de manera elegante aunque algo pasado de moda observé-, pero seguía tan educado y alegre como aquel niño que conocí.
-¿Está en el mismo lugar? me preguntó-
-Creo que sí; los de ese sector no los toca nadie, ni siquiera las maestras  reí.
-¡Tanto mejor!
Y recorrió el estante hasta que dijo: “¡Aquí está!”
Se sentó, comenzó a leerlo atentamente, levantó la vista y me dijo:
-Ahora soy grande, ¿me entiende? Elegí un lugar, y el mejor es éste.
Asentí con una sonrisa de compromiso, pero en realidad no sabía bien de qué me hablaba.
Me levanté para poner la pava y convidarle unos mates, no sin antes tener la precaución de cerrar la puerta con llave. La directora, ¿sabe?
No creo haberlo dejado más que unos pocos minutos porque cuando volví con el agua había desaparecido.
El libro estaba aún allí, sobre la mesa. Le pregunté a la portera si le había abierto la puerta a alguien y me contestó que no. Recordé que yo mismo cerré la biblioteca.
No pregunté más sobre él. Un sol en caleidoscopio entraba por las amplias y altas ventanas. Sus últimas luces iluminaban las gastadas mesas cuando, luego del último mate, llevé la pava a la cocina. Finalmente tomé el libro y sin siquiera abrirlo, lo puse lentamente en el estante y, dejando todo como estaba, me retiré lentamente del lugar como lo haría de una iglesia.
¿El libro? Estoy seguro que aún sigue en el mismo lugar donde lo dejé.

Sentencias

“Quienes leen libros pero no ven la sabiduría de los sabios son esclavos de la letra. Quienes trabajan en oficinas públicas y no aman a la gente son ladrones que roban el salario. Quienes enseñan pero no practican lo que enseñan son meros charlatanes. Quienes intentan hacer un trabajo con éxito sin considerar el desarrollo del carácter lo encontrarán sin sustancia.” 

(Huanchu Daoren - Hong Yingming- Pensador chino de los S. XVI-XVII)

Cenar con la vida Por Marmara Gila Justicia

Esta noche...
cenaras con la vida,
esa vida que te pasa silbando,
recitando fragmentos, dormida.
Esta noche...
será tu sueño el más romántico,
el protagonista viajero
que se ausentara sin prisa
Esta noche...
vaciaras de frío tu sonrisa
y serás la luna acariciada
por la luz del sol,
del nuevo día.

Palabras de luz Por Esteban Cabrejas Martín

En oro y plata fundidos
se visten de luz -tu luz,
mi luz- los campos de la infancia.
De requiebros y silencios
se hacen noche y alba los ojos
como una promesa, sí, como
una oración de estrellas
y dulzura entre los labios.
Como lo que quiso ser y no fue,
como lo que tú en mí eres
y en las páginas de un libro deja
palabras apenas pronunciadas, luz.
Palabras de luz, palabras.