domingo, 22 de mayo de 2016

EL CHARLATÁN Por León HALÉVY

Cierto pedante charlatán, creía
Que   sus   gritos, no más, huecas. palabras,
Eran sin duda la infalible prueba
De su claro talento y prendas altas.

Igualarse a un Demóstenes no menos,
Se le puso (en Atenas habitaba),
Y en su orgullo soñó ser aplaudido
Cual orador insigne por la fama.

Con tal afán y cor. la bolsa llena,
De Isócrates llegóse a la morada,
A reclamar de sus discretos labios
Para sus fines las lecciones sabias.

—Feliz si me parezco a vos un día.
¿En qué precio fijáis vuestra enseñanza?
—Si te instruyo en hablar, treinta talentos;
Y si en callar, trescientos: cual te plazca.

EL JURAMENTO Por Gabriel de la Concepción Valdés

A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle a la salida,
Hay un pequeño arroyo que convida,
A beber de su líquido argentado.

Allí fui yo por mi deber llamado
Y haciendo altar de tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Extendidas mis manos he jurado:

Ser enemigo eterno del tirano,
Manchar si me es posible mis vestidos
En su execrable sangre, por mi mano,

Derramarla con golpes repetidos,
Y morir a las manos de un verdugo,
Si es necesario por romper el yugo.

Nocturno Por Ezequiel Feito

Soy un barco que en la noche
por las estrellas navega.
Cargado voy de infinito
porque infinita es mi pena.

Aunque errante sea mi rumbo
y en la oscuridad me pierda,
mi barco sabe guiarse
en la negrura mas densa.

Pero cuando me enamore
algún día de una estrella
quemaré toda mi nave
para estar junto con ella.

Si me amas (anónimo)

Regada de mis lágrimas
crece una linda flor,
y mis suspiros débiles
imita el ruiseñor.

Si me amas, niña cándida,
tuya será la flor,
y en tu balcón recóndita
oirás al ruiseñor.

LA PIEDRA Por Lermontoff (1814-1841)

                             I

Implorando limosna llegó un mendigo
Al palacio de un noble, grande y soberbio;
El magnate no quiso darle socorro
Y le dijo al humilde:—¡Márchate presto!...

Mas el pobre, obstinado, no se marchaba,
Y entonces el magnate, de orgullo ciego,
Agarrando una piedra pesada y dura,
La lanzó a la cabeza del pedigüeño.

El astroso mendigo cogió la piedra.
La estrechó rencoroso contra su pecho
Y murmuró:—La guardo, pero no dudes
De que al correr los años te la devuelvo.


II

Y pasaron los años, como las nubes
Pasan por los caminos del ancho cielo;
Y pasaron los años, y el poderoso
Acusado de un crimen se miró preso.

El magnate amainado yendo a la cárcel
Hallóse frente a frente del pordiosero,
Y este sacó la piedra, mas al lanzarla,
Reflexionando un poco, la arrojó al suelo.

Y dijo:—Rencoroso guardé esta piedra;
Mas fue inútil guardarla por tanto tiempo:
Siendo feliz y rico, mucho te odiaba,
Hoy, pobre y perseguido... ¡te compadezco!

Para un egoísta Por Ezequiel Feito


Para Héctor Fuentes

Tu estás solo. La madrugada nunca es tuya,
ni tus pies balancean un vacío sin mañana,
ni tus ojos van brotando desde el fuego
de una simple claridad que despierta hacia a la nada.

Tus sombras no son tuyas. Son apenas
el recuerdo de tu infancia
donde unos brazos vigorosos te envolvían como nubes
y el corazón latía con cálidas palabras.

¿Recuerdas? Eran flor de carne tus mejillas
cuando el cielo en tus ojos colocaba
un sencillo asombro, que incipiente
como luz de inteligencia se mostraba.

Tuyas, si, son esas manos que se aferran
al alto panteón donde descansa
tu gloria casi muerta.
Aún la tierra
no ha regado un sólo surco con tus lágrimas.

No es tu corazón quien salta en tu pecho
ni es tu alma la que atrapa
su canción de amor sobre la tierra.

Tu estás solo. Has dejado para nadie
ese instante amable
capaz de redimir toda tu miseria.
en una sola madrugada.

LA ROSA DE LOS ALPES POR FEODOR LOEWE

Sobre escarpado monte brota ornada
De pardo musgo, hielo y blanda nieve
La rosa de los Alpes ignorada,
De la ancha soledad imagen breve.
El dulce aliento de la blanda brisa
Jamás besó a su regalada boca;
Risueña está cual celestial sonrisa
En el austero rostro de la roca.
Sobre peñascos, entre hielo eterno,
Do la avalancha colma de desdicha
Al morador del valle, en sueño tierno
Germina muda como oculta dicha.
Feliz mil veces quien oculta guarda
Recóndita en  su  pecho y  escondida
Entre nieves y hielo, flor gallarda,
Con que aliviar los duelos de la vida.

LOS TREINTA DINEROS Por Washington P. Bermúdez

Si por treinta dineros, que a la cara
le arrojaron los jueces con desprecio,
vendió una noche el miserable Judas
al sublime maestro,

hoy seres viles, a la luz del día,
titulándose apóstoles del pueblo,
venden su pluma y su conciencia vendan...
quizá por mucho menos.

El cobarde judío, avergonzado
de su traición, y arrepentido luego,
por propia mano se infligió el castigo
de su crimen horrendo.

¡Y los venales escritores, nunca
sienten rubor al recibir el precio
de sus aplausos; las monedas toman,
impúdicos, riendo!

Protervo fuiste al negociar la sangre
del venerando mártir Galileo;
¡Esos que venden su conciencia y pluma
son Judas más protervos!

¡Más probidad y más honor tuviste,
vil Iscariote, en tan remotos tiempos,
que honor y probidad en los actuales
tienen los fariseos!

Tú, después de la infamia, te colgaste;
Los otros cuelgan una cruz al pecho,
Y se deleitan al sonoro ruido
De los treinta dineros.

Hacerlo todo fácil - Por Jaim Etcheverry

         Una obra maestra de la literatura o una sinfonía parecen complejas? Hoy esto no es un problema. La maquinaria de la cultura popular contemporánea cuenta con poderosas herramientas que permiten procesar las grandes creaciones del hombre para despojarlas de ambigüedades, quitarles los matices y todo vestigio de sutileza. Ante la sola sospecha de dificultad, se ponen en marcha los aceitados mecanismos de la simplificación.
Las creaciones humanas adquieren grandeza precisamente cuando logran transmitir la dimensión de complejidad que es inherente a nuestra naturaleza. Cuando tiempo atrás se encaraba, por ejemplo, transferir una gran novela a un medio diferente, se lo hacía respetando la esencia de esa obra de arte. Ahora se la considera como secundaria materia prima por ser embellecida mediante la simplificación. Cada vez más se invita a la gente a acceder a la cultura a través de estas versiones diluidas, copias mejoradas, carentes de la sutileza y matices que hacen trascendente al original. Antes la fantasía era un modo de aproximarse a la realidad. Ahora, la realidad de una obra de arte es usada como material para generar fantasías que permitan pasar un rato divertido.
Todo constituye aceptable materia prima para la industria universal del entretenimiento, aunque suponga devorar lo mejor de nuestra cultura, que termina homogeneizada en una especie de papilla insulsa al alcance de todos. Los clásicos son mejorados para adaptarlos a los requisitos del entretenimiento actual, haciéndolos apetitosos para el nada exigente paladar contemporáneo. Lo preocupante de esta situación es que el público termina por creer que está frecuentando los clásicos.
Esta singular devaluación de la autenticidad se acomete en el convencimiento de que la gente es incapaz de manejar el conflicto y el dolor, las contradicciones y ambigüedades de la vida. Para lograr éxitos comerciales, la nueva cultura mundial del entretenimiento busca aprovechar el prestigio de profundidad de que goza la vieja, aun a riesgo de corromper eso mismo con lo que intenta desesperadamente vincularse.
Describiendo la actual conspiración contra la dificultad, Antonio Muñoz Molina señala que, para los criterios actuales, El Quijote carece de acción porque casi no pasa nada y es confuso. No logra enganchar al lector de hoy, atareado, con poco tiempo para perder en divagaciones inconducentes. Surgen así ediciones simplificadas con lo importante, con la acción, que evitan fatigas inútiles a los lectores. Este convencimiento de que las personas sólo son capaces de recibir mensajes muy simples revela el desprecio por su inteligencia y su capacidad de esfuerzo para comprender la complejidad del mundo.
Cada día estamos más expuestos a esta cultura pasteurizada, papilla intelectual que prolonga la lactancia de una vida fácil, sin esfuerzo ; y de una estúpida jovialidad. El deforme Quasimodo es hoy el simpático Quasi, que baila con otrora atemorizantes gárgolas (bautizadas culposamente Víctor y Hugo) en el interior de una Notre Dame tan luminosa como un castillo de hadas. Quienes nos acabamos de deslumbrar con La Walkyria deberíamos advertir que la historia de los mellizos clama por protagonizar una telenovela en la que Wotan podría ser un ejecutivo atormentado. Pero sin duda antes nuestros chicos verán El Flaco y el Gordo, como sin duda se conocerá en pocos años a Don Quijote y a Sancho. Todo con Luis Miguel entonando la Oda a la alegría, del simpático sordito Beto, que emigrará de la oscura Bonn a la atractiva Miami.
Para gozar de las obras maestras de la cultura humana, no hay que simplificarlas, parodiarlas o ridiculizarlas. Basta con hacer que todos puedan frecuentar los originales para comprenderlos y disfrutarlos. Deberíamos aceptar que no todo es entretenimiento, que somos nosotros los encargados de establecer la forma en que incorporaremos las grandes creaciones del hombre a nuestras vidas. Para lograrlo, hacen falta maestros y ejemplos, no un ejército planetario de disciplinadas niñeras que pasen la cultura por la procesadora para darnos cucharadas del puré que, dócilmente, nos estamos acostumbrando a consumir.