Cierto pedante charlatán, creía
Que sus gritos, no más, huecas. palabras,
Eran sin duda la infalible prueba
De su claro talento y prendas altas.
Igualarse a un Demóstenes no menos,
Se le puso (en Atenas habitaba),
Y en su orgullo soñó ser aplaudido
Cual orador insigne por la fama.
Con tal afán y cor. la bolsa llena,
De Isócrates llegóse a la morada,
A reclamar de sus discretos labios
Para sus fines las lecciones sabias.
—Feliz si me parezco a vos un día.
¿En qué precio fijáis vuestra enseñanza?
—Si te instruyo en hablar, treinta talentos;
Y si en callar, trescientos: cual te plazca.
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