sábado, 23 de septiembre de 2017

EL PUENTE DE LA ESPERANZA (Anónimo)

Al interrogar a los habitantes del pueblo La Ernestina sobre el grado de prosperidad que la villa había alcanzado, sus respuestas expresaban siempre un mismo juicio.
- ¡Oh! nuestra villa progresa, le espera un brillante porvenir. Pero mucho más rica sería, si tuviese el arroyo que con sus crecientes periódicas nos causa tanto daño.
Así respondían algunos vecinos entre optimistas y pesarosos.
- La Ernestina es la más halagüeña de las promesas. Su crecimiento es incesante. Población, edificación, comercio, industria y cultura, todo contribuye a darle ya la fisonomía de una ciudad. Pero ¡qué lástima! El arroyo que la cruza, al desbordarse, deja muchas veces incomunicados a los pobladores de ambas bandas, paralizando todas las transacciones e interrumpiendo el ritmo de su actividad laboriosa.
Tal la respuesta que emitían otros, entre confiados y escépticos.
- Canalizar el arroyo y tender un puente: esto es sólo lo que se requiere para que La Ernestina conquiste definitivamente su progreso. Sin el peligro de las inundaciones, ¡cuántas hectáreas se rescatarían para el cultivo y qué útiles resultarían las mismas aguas del arroyo que hoy constituyen una amenaza, si se las distribuyese con método para el riego o se las aprovechase inteligentemente como fuerza motriz.
Tal era el pensamiento de otros pobladores.
Como se ve, no existía disparidad de opiniones, todos concordaban en que La Ernestina, por sus condiciones naturales y por el amor al trabajo de sus hijos, era al presente, la tierra de la dicha cabal, y como promesa, la lisonja misma. Pero entendido: exceptuando el arroyo ¡ ese arroyo! eterna pesadilla, fantasma turbador de aquellas buenas gentes. La imaginación popular veíalo como una sierpe tendida, cortando en dos al pueblo, y que por tiempos desanillaba sus crespas olas inundando las sementeras, o tanto hinchaba el lomo, que impedía la comunicación entre los pobladores de sus márgenes.  - ¡ Un puente! ¡ Nos hace falta un puente! Tal era el clamor de La Ernestina.
Resueltos a buscar solución definitiva a ese inconveniente, reuniéronse los vecinos más caracterizados para deliberar sobre la mejor forma de conjurarlo.
Después de acaloradas discusiones y de ardientes votos de fe en. la eficacia del recurso, convinieron en enviar una nota al gobernador de la provincia, solicitándole dispusiera la construcción del citado puente.
El magistrado no tardó en contestar el petitorio en los términos más cordiales, prometiéndoles su decidido auspicio.
Pero, como el tiempo pasó sin que la obra se iniciara, molestos los firmantes ante ese culpable olvido del mandatario, decidieron dirigirse a los legisladores provinciales en igual sentido, destacando a la vez una comisión que comprometiese su apoyo.
La respuesta de los diputados cuya adhesión se encarecía, no fue menos promisoria y grata que la del gobernante, pero el puente siempre quedaba en el aire.
- Es un puente colgante - - decían con malicia los burlados.
Hartos de comunicados y de postergaciones, sin que nunca madurasen en hechos las promesas, los vecinos optaron por tomar una resolución extrema, casi dramática.
- ¡Apelaremos directamente al Presidente de la República! ¡Sí! ¡Llegaremos hasta allí!
Pero el primer magistrado también los obsequió con una nota no menos pomposa y halagüeña que las que hasta entonces habían recibido.
- Le llamaremos el "Puente de la Esperanza" - decían irónicamente los vecinos después de larga, e infructuosa espera.
- ¡Nos lanzaremos a la protesta! ¡Nos oirán! ¡Provocan nuestra rebeldía y la demostraremos!
Y en efecto, pronto hizo crisis la efervescencia popular. Hubo proclamas y se organizó una gran manifestación pública con bombas, antorchas, estandartes, banda de música, letreros alusivos y cálidos discursos.
Pero. .. pasado el humo y el ruido, el Puente de la Esperanza quedó tan etéreo e impalpable como la ilusión misma.
Entre la desazón producida por la ineficacia de tan sonoras demostraciones, un miembro de la asamblea vecinal, propuso un medio práctico para conseguir que se trocase en realidad el acariciado proyecto. Su idea consistía en que cada vecino pusiese la suma de cincuenta centavos, y con lo reunido, se costease el gasto que demandase la obra.
La iniciativa fue acogida con franco entusiasmo, y llevada a la práctica, se definió en el más pleno de los éxitos.
Los más pudientes, los comerciantes e industriales, contribuyeron con sumas proporcionales a sus recursos y a los beneficios que obtendrían de esa mejora pública, con lo que la suscripción excedió al presupuesto calendado como necesario para la construcción del puente.
Desde entonces, cuando los vecinos de La Ernestina necesitan una escuela, un camino, un hospital, un nuevo dispensario o cualquier obra de índole social o edilicio, saben que el mejor medio de obtenerlos es la iniciativa privada, mediante el aporte individual y equitativo de los interesados.
Existe un vicio entre nosotros: el "Puente de la Esperanza". Todo lo esperamos de los gobiernos. Así retrasamos nuestra marcha, .paralizando una fuente de valor inapreciable: la iniciativa privada puesta al servicio de las mejoras públicas.

SIERRA Por MARGARITA ABELLA CAPRILE. Del libro “Perfiles en la Niebla”

Nunca vi montañas y ayer contemplaron
mis ojos la sierra por primera vez.
¡Cuánto asombro nuevo para mi ignorancia!
¡De arriba las cosas que se ven!

Por todas las calles la sierra nos mira,
la sierra es un mudo y áspero guardián,
absorta me quedo frente a su belleza,
yo sólo sabía de llano y de mar.

Pero, aunque este recio paisaje me admira,
amo la llanura con hondo sentir:
La sierra es un ritmo que en sí mismo acaba,
la Pampa es un verso que no tiene fin.

CÁNTAME TU CANCIÓN Por VICENTA CASTRO CAMBÓN. (Poetisa ciega)

Fue muy largo este día. Estoy cansada
Y algo enferma también; mis sienes arden.
Compasiva almohada, hoy debes serme
Algo así como el seno de una madre.

Generosa almohada,  donde apoyo
Mi abatida cabeza noche y tarde,
¡ Cuántas veces probaste la amargura
De mi llanto furtivo sin quejarte!.

Séme blanda, almohada compasiva,
Necesito dormir: mis sienes arden.
Cántame tu canción para que duerma;
Soñaré con el seno de mi madre.

De su libro “Rumores de mi Noche”

SERMÓN LAICO Por José Ingenieros (Extracto)

La inercia frente a la vida es cobardía. Un hombre incapaz de acción es una sombra que se escurre en el anónimo de su raza. Para ser chispa que enciende, reja que ara, fuego que templa, vendaval que arrasa, debemos con firmeza llevar el gesto hasta donde vuele nuestra intención.
No basta en la vida pensar un ideal: hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización. Cada ser humano elabora su propio destino; miserable es el que malbarata su dignidad, esclavo el que se forja la cadena, ignorante el que desprecia la cultura, suicida el que vierte la cicuta en su propia copa. No debemos maldecir la fatalidad para justificar nuestra pereza; antes debiéramos preguntarnos en secreta intimidad: ¿volcamos en cuanto hicimos toda nuestra energía? ¿Pensamos bien nuestras acciones, primero, y pusimos después en hacerlas la intensidad necesaria?
La energía no es fuerza bruta: es pensamiento convertido en fuerza inteligente.
El que se agita sin pensar lo que hace, no es un energeta; ni lo es el que reflexiona sin ejecutar lo que concibe. Deben ir juntos el pensamiento y la acción, como brújula que guía y hélice que empuja, para ser eficaces. Ahonde más el arado el labriego para que la mies sea proficua; haga más hijos la madre para enjardinarse el hogar, ponga el poeta más ternura para invitar corazones; repique más fuerte en el yunque el herrero que quiera vencer al metal. El primer mandamiento de la ley humana es aprender a pensar: el segundo es hacer todo lo que se ha pensado. Aprendiendo a pensar se evita el desperdicio de la propia energía: el fracaso es simple ignorancia de las causas que lo determinan. Para hacer bien las cosas, hay que pensarlas certeramente, no las hacen bien los que las piensan mal, equivocándose en la valuación de sus fuerzas; como un niño que, errando el cálculo de la distancia, diera en tirar guijarros contra el sol que asoma en el horizonte.
Nunca se equivoca el que ha aprendido a medir las cosas a que aplica su energía;
se arredra jamás el que ha educado su propia eficacia mediante el esfuerzo asiduo y sistemático. La confianza en sí mismo es una elevación de la propia temperatura moral; llegando al rojo vivo se convierte en fe, que hace desbordar la voluntad con pujanza de avalancha. Así ocurre con los genios: cumplen todo ideal que piensan, sin detenerse ante la incomprensión de los demás, sin perder tiempo en discutirlo con los que no lo han pensado. Los hombres sin energía no dejan cosa alguna de provecho, dudan y temen equivocarse, porque no han sabido pensar. Y nunca adquieren esa confianza en sí mismos y esa fe en los resultados que permiten ejecutar empresas grandes. La apatía del indolente y el fracaso de los agotados se incuban en la ignorancia y en la rutina; la eficacia de la energía finca en la cultura y en los ideales.
La incapacidad de prever y de soñar es el obstáculo que obstruye la expansión de nuestra personalidad. Educando la energía, enseñando a admirarla, se plasmarán los destinos de las naciones de América. Ninguna, gran raza fue engendrada por paralíticos y obtusos: no pueden marchar lejos los tullidos, ni contemplar los ciegos mi luminoso amanecer.