sábado, 16 de marzo de 2019

Comentario sobre "Esta noche me emborracho", tango de Enrique S. Discépolo - Por María Elena Walsh

Sola, fané, descangayada, la vi esta madrugada
salir de un cabaret;
flaca, dos cuartas de cogote,
y una percha en el escote
bajo la nuez.
Chueca, vestida de pebeta, teñida y coqueteando
su desnudez...
Parecía un gallo desplumao
mostrando al compadrear el cuero picoteao...
Yo que sé cuando no aguanto más,
al verla así, rajé,
pa no llorar.


"Sola, fané, descangayada / la vi esta madrugada / salir del cabaret." Síntesis de misoginia tanguera que hemos repetido, admirado y festejado como una banda de chiquilines reiteran una palabrota, un estribillo soez sin indagar el significado ni la consecuencia. A casi medio siglo de su creación y apoteosis, de su incorporación a un repertorio íntimo que debería de avergonzarnos y sin embargo nos regocija, aún no es tarde para preguntar, resumiendo en ese tango toda una seudofilosofía: ¿por qué tanto odio? No se trata sólo de resentimiento  cornudo, sino de odio a  secas.  ¿Por qué tantos varones y mujeres lo hemos celebrado con patotera complicidad, con enfermiza chabacanería y una inseguridad sexual digna de siglosde diván?
El autor no encuentra bastantes invectivas a mano para rebajar a su retratada, ya que la muy cómoda de objeto no le basta, desciende hasta la de cosa, cascajo, cachivache. O, para expresarse más modernamente, bagayo, delicado sustantivo reservado para adjetivar exclusivamente a criaturas de sexo femenino indignas de la apostura mesiánica del contemplador de turno.
"Sola..." Una palabra le sirve para ambientar y de paso agredir: castigada, no merecedora de compañía. Sin embargo, esta soledad involucra que la mujer no concurría al cabaret en plan de diversión plan que habitualmente requiere compañía sino de trabajo: bailarina, cantante, alternadora, camarera... Quizás no eran actividades demasiado honorables. Pero hace 50 años ¿tenía una mujer muchas opciones más? Naturalmente: costurera, maestra, obrera... ¡Cuántas!
"Y una percha en el escote / bajo la nuez..." ¿Qué nuez? La nuez de Adán, el cartílago tiroideo, prominente en el varón y prácticamente invisible en la mujer. Es destacable la buena vista del autor que, a distancia, aparentemente sin prismáticos, y en la confusa luz de la madrugada, haya podido divisar una nuez femenina. Cabe preguntarse si no se trataría de un travestí. Porque luego la compara a un gallo desplumao. Y el gallo, por desplumao que ande, es macho, por lo tanto no merece la degradación de ser comparable a este cascajo con faldas,
"Coqueteando su desnudez." ¿Qué mal hay en coquetear? ¿No le han dicho a la mujer hasta el cansancio que sea coqueta, que es rasgo de exquisita femineidad? No en este caso, porque la contempla, desde lo alto de su cátedra, el Moralista, el cuervo censor, el detective de pecado ajeno, el inquisidor de centímetros de tela y piel. ¿Acaso la pobre tenía que salir del cabaret envuelta en chador o con toca de vicentina? Si en lugar de su desnudez hubiera lucido un visón, peor tango hubiera merecido.
"Al verla así, rajé..." ¡Valiente el mozo! Rajó, porque según el código narcisista más vulgar, importan más los sentimientos propios que la supuesta miseria ajena. Rajó pa' no llorar. ¿Y quién se lo impedía? ¿El célebre principio de que los hombres no lloran, o la presencia de un segundo espectador capaz de poner en duda su virilidad? En vez de rajar pudo haber mostrado un gesto generoso, un saludo, una palabra, una invitación, un poco de calor humano, un rasgo de "hombría de bien". Era mucho pedir para una época tan petrificada en aberrantes prejuicios de casta, raza, sexo, barrio, etc. Sería útil saber qué clase de omnipotencia adorna a una mujer por astuta o pérfida que sea para despertar tanta vileza en un virtuoso varón. Lo transforma en ruin, pechador, mal hijo, traidor, mendigo, mal amigo. Habitualmente éstos son rasgos latentes que una "dulce metedura" o cualquier otro detonante no hacen sino sacar a flote.
La historia nos enseña que los hombres, en general, han sido tercamente impermeables a la influencia femenina. Y lo siguen siendo.
Huye, entonces, para emborracharse. Ya que era tan virtuoso casi un cura al menos para detectar la coqueta desnudez también pudo ir a hacer ejercicios espirituales o leer a Pascal, pero no. Es admirable la cantidad de ocio de que han disfrutado nuestros varones fangueros, admirable su capacidad de absorción de licores y su actividad parlante en los cafés. A las mujeres no les era permitido disfrutar de tan creativas distracciones entre congéneres, ocupadas como estaban y están en lavar ropa, fregar pisos, zurcir, planchar, y hacer, como hoy, malabarismos con el flaco presupuesto familiar. Qué digo familiar, si en el tango no hay familia. Digamos el presupuesto personal, ganado con la costura, el taller, el empleíto... o la actuación en cabarets y otros dudosos establecimientos concurridos por los censores.
Imaginemos que la pobre descangayada se recompone tardíamente y reacciona, por espíritu de justicia y no de venganza, y cambia el sexo de la destinataria de este tango. Qué agresivo suena ¿verdad? ¡Qué pena nos da ese frágil muchachito insultado por la venenosa influida por el Movimiento de Liberación!
No pretende competir con el gran autor, no es mujer de letras, apenas aprendió a descifrarlas. No se hizo una cultura en el café ni una filosofía en los estaños ni un doctorado en la universidad de la calle. Además, creyó hasta hace poco tiempo que merecía tanto agravio y se sintió culpable de casi todos los fracasos propios y ajenos. Hasta que miró a su alrededor con nuevos ojos y se vio rodeada de una pequeña manifestación de congéneres que llevaban una pancarta: "Somos todas solas, fanés y descangayadas". Y empezó a sospechar que su destino de sombra y aguante no se lo había decretado Dios sino un oscuro ministril vampirizado.
Repara en que el autor confiesa que el tema no le fue inspirado por un antiguo amor sino "por la congoja que le produjo la agonía de un amigo tuberculoso en las sierras de Córdoba" (¿?). En el momento de la inspiración no agrede a la tuberculosis ni a la agonía ni al maldito amigo que lo acongojó ni a la municipalidad de Córdoba, se las toma con un hipotético personaje que, naturalmente, es mujer, porque así puede recibir todas las bofetadas y, de paso, resulta buen pretexto para desahogar el milenario fardo de odios y frustraciones que es peligroso dirigir hacia otros frentes.
Ella, rediviva en cualquier pobre mina, pasa una tarde frente a SADA1C y ve al autor, redivivo en cualquier otro autor de tangos. Lo primero que le llama la atención es el peluquín, el patético intento varonil de disimular la "venganza del tiempo". Y recuerda que, entre los agravios, figuraba aquel de "teñida y coqueteando"...
Vuelve a preguntarse: ¿Por qué tanto odio? No sabe responder, pero la sola indagación que se formula por vez primera le permite entrar en el infinito territorio de la lucidez.

Inédito S/f.