sábado, 11 de febrero de 2017

“Llegó la hora de escribir un cuento” Edición 2016 - La princesa de la habitación chiquita - Por Erika Saravia, alumna de la Ep Nº 13

         La princesa Pía vivía en un castillo muy pero muy chiquito, casi como una habitación. Tenía una cocina, un baño, la mesa y una cama.
Ella era muy feliz en ese palacio. Cuando se juntaba con sus amigas le preguntaban cómo podía vivir en tan pequeño espacio, y ella respondía que ese castillo era suficiente grande para ella.
La princesa Pía fue a visitar a la princesa Jorgelina , ella vivía sola en el castillo más grande del mundo, que tenia cinco habitaciones, un trono, una gigante cocina, las paredes de color dorado brilloso, ventanales, un enorme patio con un rosedal, un laberinto y una cascada.
Jorgelina le contó que siempre estaba aburrida, porque el castillo era tan grande que se cansaba de caminar…y además cuando venían sus amigos se perdían adentro.
Jorgelina estaba sorprendida de como Pía podía vivir en tan pequeño lugar. Entonces decidió ir a visitarla y así poder conocer ese castillo.
Al llegar se sorprendió de lo lindo que era ese castillito porque se podía conversar y mirarse a los ojos, observar hacia afuera el paisaje sentir lindas cosas, le gustó tanto que…cuando volvió a su castillo pidió al arquitecto del palacio que lo remodelara y que hiciera varios castillitos chiquitos y de esa manera podía por fin estar con sus amigos.
Con ese cambio, ella pudo compartir el castillo e invito a muchos de sus amigos a vivir con ella…de esa manera a partir de ese momento siempre estuvo acompañada y nunca más se sintió sola y siempre pensaba que lo importante no es tener cosas grandes, sino aprender a compartir cosas pequeñas.

“Llegó la hora de escribir un cuento” Edición 2016 - La máquina de escribir mágica - Por Lucía Verlotta, alumna de la EP Nº 13

        Amalia era una niña de once años a la cual le gustaba estar rodeada de amigos/as, los padres eran grandes científicos y decían qué la magia no existía. Un día la niña salió a explorar con amigos y encontró una “máquina de escribir mágica” y decía:“si encuentras esta máquina todo lo que escribas se cumplirá, solo si no eres egoísta”. La niña  decidió contarles a sus amigas y amigos. Ellos la felicitaron y todos le pidieron tres deseos, los cuales ella con gusto cumplió.
  Pero al llegar a su casa les conto todo a sus padres, ellos no le creyeron, ella les dijo:-tengo testigos-. La pequeña, llamó a su mejor amiga Francisca pero le decían “Pancha”. Llego enseguida, y les conto a los padres de Amalia todo lo que sucedió esa misma tarde, pero tampoco creyeron lo que dijo la niña. Los medios se enteraron de la historia y fueron hasta la casa de la pequeña, salieron los padres y dijeron que la historia era una total mentira y que los niños pueden ser muy fantasiosos.
  Luego de unos días la ciudad entera se había enterado de la historia y nadie creyó que la niña estuviese mintiendo, muchos intentaron robarla pero los padres la guardaron en una caja fuerte. Con el pasar de los años todos se habían olvidado de la historia hasta la mismísima Amalia. Ella ya había cumplido quince. Cuando estaba en “Candy Landia”, recordó la máquina y les contó la historia a sus amigas y ellas se asombraron. Le dijeron:-todo lo que queras lo podrás alcanzar, y todos tus sueños se harán realidad-.En “Swettland” todos creían en la “magia” y decían que era lo más bello del mundo, lo más lindo que te podías imaginar.
 En la noche que fueron al “Diverland”, soñó que cumplía tres sueños de cada amiga. En la mañana les preguntó a sus compañeras que les gustaría pedir si tuvieran tres deseos, todas dijeron dinero, fama, propiedades, belleza. Una de ellas no pidió eso sino que pidió salud para toda su familia y que nunca les faltara nada. Amalia se emocionó al ver a Francisca tan solidaria y bondadosa. A la semana llegaron de su viaje, la joven les preguntó a sus padres, si sabían dónde estaba su máquina ellos se sorprendieron al ver que Amalia se acordaba.
 Los padres dijeron:-¡Amalia ya estas grande para creer en la magia!-.La miraron y la abrazaron, le dijeron:-te vamos a dar la máquina pero no te desilusiones cuando no funcione -. Ella cumplió los deseos de sus amigas y para Pancha escribió: Francisca es millonaria, tiene un campo de golosinas, salud y belleza para toda su familia.
 La muy buena amiga llamo a Amalia y le agradeció por todo, luego los padres dijeron:-Te creemos estamos orgullosos de vos, nunca te vamos a defraudar, ahora escribe tu propia historia utilizando la maquina-.                                                                      
 Ella dijo:-no quiero usar la máquina, quiero ver lo que el destino tiene preparado para mí. Solo quiero que el amor verdadero llegue a mi vida y todo fluya sin ningún hechizo, quiero utilizar la máquina solo para ayudar a los más necesitados porque de eso se trata la vida de ayudar a los demás sin pedir nada a cambio-.

“Llegó la hora de escribir un cuento” Edición 2016 - Mi ángel protector - Por Ayelén Natalia Servidio, alumna de la EP. Nº24

          Había una vez una niña llamada Isabel. Un día estaba jugando en el jardín de su casa cuando de repente vio unos ojos muy hermosos que la miraban de detrás de un arbusto. Pensó que era su padre, entonces le dijo:
-Papá ¿qué haces allí detrás de los arbustos? Se acercó divertida y vio que allí no estaba su padre sino que era un animalito de ojos muy grandes y dulces, parecido a un conejo. Su pelaje se veía suave y parecía sonreír cuando la miraba. Isabel se asombró tanto de lo que había visto que fue corriendo a contarle a su padre que en ese momento estaba en la cocina lavando los platos del mediodía.
-¿Estás segura que viste un animalito así, Isabel?-le preguntó su padre.
-Claro papá ¡Y es muy lindo! ¡Vamos a verlo!
El padre dejó lo que estaba haciendo y fue con su hija al jardín, pero cuando llegaron al arbusto, no había nada.
La niña miró al padre con ojos llorosos y él le hizo una sonrisa y volvió a la cocina. Isabel quedó triste mirando el arbusto. ¿Dónde estaría el animalito? ¿Lo habría imaginado?
Con una mezcla de tristeza y enojo, fue a su cuarto, se tiró en la cama y se durmió pensando en esos ojos tan grandes y dulces.
A la noche, cuando la madre ya había vuelto del trabajo, habló con el padre que le contó lo ocurrido con Isabel en el jardín. Ella se preocupó porque pensó que Isabel estaba tan sola porque que vivían muy alejados de algún vecino, y que por eso comenzaba a inventar amigos imaginarios.
Todos los días, Isabel corría al jardín y pasaba las tardes jugando junto al arbusto y luego les contaba a sus padres los juegos con el animalito. Entonces ellos, preocupados, pensaron que por un tiempo Isabel debía alejarse del jardín de su casa, pasar más tiempo adentro, leyendo, mirando tele, haciendo cosas que la alejaran del arbusto y del animal imaginario.
Ya no la dejaban salir a jugar y poco a poco Isabel fue entristeciéndose, dejó de tener apetito, hasta que un día cayó enferma, con mucha fiebre. Cuando la acostaron en la cama y llamaron al médico, la niña repetía sin cesar:
-Por favor…déjenme jugar con mi animalito…Él es mi único amigo…
Su salud empeoraba día a día y la fiebre no bajaba. Pero los padres seguían pensando que la niña estaba obsesionada entonces cerraron las ventanas de su cuarto y pusieron cortinas gruesas y pesadas. El médico les dijo que si continuaba así deberían internarla.
Una mañana de mucho sol, la mamá decidió correr las cortinas y abrir las ventanas de la habitación de Isabel. Al otro día, la niña estaba mucho mejor y la fiebre había bajado mucho. Pasó otro día y ya Isabel se levantaba de la cama y la fiebre había desaparecido.
Ese fin de semana, Isabel estuvo muy bien y se alegró cuando el médico le dijo que ya podía volver a la escuela.
Aprovechando que Isabel estaba en la escuela, la madre comenzó a limpiar su habitación. Cuando se acercó a la ventana, le pareció ver unas pequeñas huellas, como de animalito, que se dirigían a la cama de su hija…
El llanto de la mamá, mezclado con asombro y temor, fueron escuchados por el papá que se encontraba en la sala. Cuando él llega a la habitación, vio a la mamá arrodillada a los pies de la cama y, junto a ella entre las sábanas corridas, dos grandes y dulces ojos que los miraban y parecían sonreír…