domingo, 24 de diciembre de 2023

El tallador de auroras - Por Ezequiel Feito


I

 

Cuando llega el crepúsculo, oración de la tarde,

empieza mi trabajo:

retiro una parte del cielo y comienzo

a tallar la aurora.

Una nueva aurora con los cinceles perfectos

de mis manos.

 

Apenas la noche desciende al valle y corona

el silente cielo con alegres estrellas,

voy tallándola,

mientras la carne descansa y la tierra es una sola,

 

II

 

¿Cómo imaginar la aurora cuando la noche oscura

bebe los colores y la luna

les retira el alma?

¿Cómo crear el calor y la luz cuando sólo existe

una sombra tan densa y mansa?

 

Mis dedos son cinceles de colores.

Mi luz, la luz de la mirada

de mi corazón que se extiende más allá del muro quieto,

que pronto será también tiempo que pasa.

 

III

 

Y volveré a traer nuevamente

otra parte del cielo para esculpir la vida.

La vida eterna de aquello que nunca descansa.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Mi gata envejece conmigo - Por Ezequiel Feito

 En el sillón, sobre mi falda,

la veo, me ve, nos miramos.

El pelo opaco y ralo; mis manos, dibujadas

como ríos o laberintos,

se hunden en su lomo lentamente.

Ambos pechos laten fatigados por el viaje

y bastan esos sencillos minutos

para reconstruir nuestras historias

mientras que en la calle comienzan a encenderse las estrellas.

Cuento para leer comiendo mortadela - Por Ezequiel Feito

 -          Perdoname, pero en realidad no te sigo. – dijo Pablo poniendo una sonrisa  bobalicona en su cara de luna llena, mientras se llevaba a la boca un pedacito de mortadela bocha; de ésas cuadraditas, grasosas, que sirven en los bares. –

 -          ¡Vos sos siempre igual! ¿Qué no entendés? – gritó Martín golpeado la mesa –

 -          Lo que pasa es…que… que no sé…. ¿Cómo era el final?

 -          Terminaba así: “¡Por eso te voy a matar!” ¿Me entendés ahora?

 -          No. Bueno, creo que algo sí. Pero entre tanto ruido y tanta gente algunas cosas se me escapan. Me cuesta mucho concentrarme en un bar, y menos cuando estoy comiendo una picada con queso y mortadela. No sabés lo que me gusta picar una detrás de otra mientras tomo el vermuth.

 Martín se mesó suavemente la cabeza. Sabía que era una rara mezcla de pavote  y distraído. Así que, dominándose un poco acercó su silla a la de él, y poniéndole un largo brazo en la espalda de su amigo le dijo:

 -          Atendeme bien. ¡Es la tercera vez que te lo cuento!: Hace un mes me llamaron por teléfono. Trabajaba de sereno en aquel edificio de San Martín al 800. ¿Te acordás?

 -           ¿Un vecino?

 -          Si, un vecino. Me dijo que alguien había entrado a casa. Alguien que no era yo, por supuesto.

 -          Ladrones entonces…

 -          ¿Ves? No me seguiste. No. No eran ladrones. Te dije que le abrió mi mujer.

 -          ¡Ahora me acuerdo! Tu mujer…

 -          Eso. Pero como no le doy mucha bolilla a lo que dice la gente, no fui. ¿A qué iba a ir, tan lejos que estaba? La llamé por teléfono y me dijo que estaba durmiendo y que no había nadie. Que estaba loco y me dejara de jorobar. Me colgó diciendo que mañana iba a agarrar al tarado que me llamó. Terminé mi turno nomás y volví.

 -          No encontraste nada raro…

 -          No. ¿Sabés que no? Pero aunque sea en joda, cuando alguien te dice una cosa como esa, igual te queda la pica. Así que dejé todo como estaba, me aguanté una lavada de cabeza de las de aquellas y desde ese día anduve como desconfiando del asunto.

 -          ¿Revisabas todo?

 -          Si. Miraba los cajones, el baño, la ropa… Así son las cosas.

 -          ¡Uf, si lo sabré! ¿Querés otro vermouth?

 -          No, dejame que termine. A los dos días me llama el mismo tipo al trabajo…¡Toda la semana me tuvo así, diciéndome que a tal y tal hora caía el fulano ese a mi casa!

 -          ¿Y vos?

 -          Bueno…Tanto me hinchó que una noche hice como que iba para el laburo. Salí como si nada y me escondí por ahí para ver que pasaba.

 -          Mirá vos. ¿Y que pasó?

 -          ¡Pasó que tenía razón el vecino, y encima pude reconocer al tipo!

 -          ¡Que macana! ¿Quién era?

 -          ¡Eso es lo que te quería decir atontado! ¡Eras vos! ¡Por eso te voy a matar!

 Martín le descargó a su amigo los seis tiros del revólver. Casi, casi con alegría al ver que Pablo por fin comprendió lo que le estaba contando.