En el sillón, sobre mi falda,
la veo, me ve, nos miramos.
El pelo opaco y ralo; mis manos, dibujadas
se hunden en su lomo lentamente.
Ambos pechos laten fatigados por el viaje
y bastan esos sencillos minutos
para reconstruir nuestras historias
mientras que en la calle comienzan a encenderse las estrellas.
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