domingo, 30 de junio de 2013

PAGINA POLÍTICO-LITERARIA

En todo tiempo y edad, política y literatura se han dado la mano... Y muchas cosas más, amén de haber recibido a cambio desde elogios materiales hasta censuras y la muerte. Esta página no pretende de ninguna manera ni una cosa ni la otra, sino mostrar que muchas veces el arte toma diferentes formas, desde las célebres caricaturas y esculturas de Daumier, (como por ejemplo “Ratapoil”), hasta los cuadros de Gros en plena época Napoleónica, pasando por los consejos de Don Quijote, las sátiras de Castañeda y otros más cuyo único compromiso era decir una verdad que estaba lo suficientemente escondida por el sistema como para decirla más abiertamente. Hoy la caricatura y la sátira política ha caído demasiado pero aún quedan ejemplos dignos de recordar. Pero nunca olvidemos que todo escritor, es también un político ingenuo.


El Padre Castañeda

Alias “Carancho”, luchó incansablemente con su pluma filosa en los periódicos que el mismo fundaba, entre otros:
"Nación Argentina decapitada por el nuevo catilina Juan Lavalle.”
“El Doña María Retazos”
“El despertador Teofilantrópico Misticopolítico”
“El Doña Matrona Comendadora de los cuatro periodistas”
“El desengañador gauchi-político, fedeimontonero, chacuacoriental, chotiprotector, putripublicador de todos los hombres que viven y mueren descuidados en el siglo diez y nueve de nuestra era cristiana”.
Desde sus periódicos descargó sus dardos y su artillería verbal contra sus enemigos políticos, a quien no dudó en ridiculizar y poner originales apodos, utilizando seudónimos que el mismo se atribuía.
Tuvo la predilección por los seudónimos con “Doña”. En el “Desengañador Gauchipolitico” del 5 de agosto de 1820 firmaba un Comunicado como “Doña viuda de la Patria” y en distintas oportunidades lo hizo con “”Doña Aburrida de Ingratos”, “Doña a Veces me Falta la Paciencia”, “Doña Detesta Niños”, “Doña Honesta Recreación, “Doña Lección no Interrumpida”, “Doña Estense los Cristos Quedos” o “Doña Mejor Jugador no Debe Quedar sin Cartas”.
Ofendido por los apodos que el Padre Castañeda le endilgaba, el general Hilarión de la Quintana lo llamó “Fraile Bigardo” (Fraile desenvuelto y de vida libre) y lo amenazó con hacerle dar “cincuenta azotes borneados por un negro” . Lejos de amedrentarse, el fraile le respondió al militar:
“Mientras el general con su espada ande buscando el corazón de Fray Francisco, entre tanto sayal y tanta jerga, el Padre Fray Francisco le encontrará la boca y no le dejará diente a vida ni para comer mazamorra”
A Bernardo González Rivadavia, más conocido como Bernardino Rivadavia le dedcó estos versos:

“No hay provenir maravilloso
ni otro contenido más delicado
que librarse del Sapo del Diluvio
El Sapo es Rivadavia o Rivaduvio
o el Robespierre el renegado".

También lo apodó “Crispinillo el Trompudo”, en su canción “El Teruleque”, “Escriba”, “Doctor Bernardino Garrapata” y “Don Bernardote Riobombo” en el periódico “Vete Portugués que aquí no es”.
También se refiriéndose a Rivadavia “Del nuevo Don Quijote de La Mancha, de la trompa grandísima, del inflado con antiparras, del sapo diluviano, del escuerzo de Buenos Aires, del Rey loco, del Ombú empapado en aguardiente, del Doctor en Ignorancia, de la Sota de Bastos (…) ¡Libera nos Domine!”
Mientras las provincias luchaban con los españoles por al independencia, los emisarios de Buenos Aires Rivadavia y Valentín Gómez recorrían las cortes de Europa en busca un príncipe para coronar en el Río de la Plata... Pueyredón ofrecía la corona a algún príncipe de Francia …” a la familia tan querida de nuestros corazones”…(la de Borbón-Orleans) para gobernarnos. A Valentín Gómez le ofrecieron un “premio consuelo” para que se corone a Carlos Luis de Borbón, Príncipe de Luca ...”un joven, casi un niño, del que solo puede enterarse que tocaba el violín y era soberano de un pequeño Estado Italiano”...Se negoció en forma reservada y se aprobó en forma secreta por el Congreso.
Como Valentín Gómez (preparándose para la próxima ceremonia) trajo un peluquín de Europa para tapar su pelada, el siempre original padre Castañeda le diría en verso:

"Mama Valentina.
se puso peluca,
cuando fue a traernos,

al duque de Luca.”


Consejos que da don Quijote a Sancho antes de que éste gobierne a la ínsula Barataria


- Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada
- Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
-Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.
-  Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
- Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.
- Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.
- Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.
- Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
- Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.
- Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
- Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.
- Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
- Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.
- No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.
- Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus  lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.
-  Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.
-  Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.
-  No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César.”
-  Si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo.
-  “No comas ni ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería”
- “Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.”
- “Come poco y cena poco, la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”
- “Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra.”
- “También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles.”
- “El andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerizos.”
 - “Sea moderado tu sueño”.
- Jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares de ninguna manera premiado.


A un señor Justo
Rubén Dariola

No me mueve, señor, para votarte,
el puesto que me tienes prometido;
ni el cartel “No hay vacante”, tan temido,
para dejar por eso de silbarte.

Tú me mueves, señor, muéveme el arte
con que tanto me tienes engrupido;
Muéveme verte así, tan decidido
a mandarte la parte.

Tú me mueves, señor, y en tal manera,
que aún sin el cuarto oscuro te votara;
y aunque no fueras justo te temiera.

Yo no te tengo fe, como cualquiera;
mas si el pueblo adentro te llevara,
¡vaya la gracia de quedarme afuera!

Este soneto, apareció en la revista “Cascabel” del 30 de diciembre de 1942, en clara alusión a Agustín P. Justo. Como se puede leer, las cosas no han cambiado mucho desde aquel entonces, a excepción de los nombres.

UN VENCEDOR, VENCIDO - Compiló: Jorge Dágata

Himilcón, habiendo alcanzado en Sicilia grandes victorias, perdió en ellas mucha gente por enfermedades que sobrevinieron al ejército. Entró en Cartago, no triunfante, sino vestido de luto y con una esclavina suelta, hábito de esclavo. Al llegar a su casa, sin hablar a nadie, se dio la muerte.

(Texto extraído de ¨Idea de un príncipe político cristiano en cien empresas¨, del escritor español Saavedra Fajardo, de 1640).

Lomas y cañadones - Por Godofredo daireaux

Muchos años hacía que el viejo ya no andaba más a caballo y que, postrado en su silla, pesaroso, fumando y tomando mate, se lo pasaba contemplando el dilatado horizonte; percibía apenas, en el entorpecimiento del ocaso, el vuelo silencioso, el misterioso roce de las fugitivas horas postreras de su vida; vida forzosamente ociosa, pero no inútil, ya que era ella el centro de atracción que conservaba compacta a toda la numerosa familia.
De la pequeña loma en la cual estaba la casa, se perdía la vista, por todos lados, en inacabables cañadones, apenas cortados, de trecho en trecho, por ondulaciones amplias y de poca elevación. En los albardones así formados, abundaban los pastos tiernos, el trébol y el cardo, contrastando con la pobreza relativa de los bajos anegadizos; y al mirar esas lomas fértiles, pero tan poco extensas, se acordaba el viejo de los pagos del norte, de las espléndidas costas del Paraná, de donde había emigrado, en 1832, cuando, joven aún, había arreado su hacienda, hacia el sur ignoto, en busca de pasto, «por esa gran seca que hubo».
Y «esa gran seca que hubo», era el eterno refrán, el inevitable punto de comparación, el recuerdo imborrable; el hito que separaba, en dos partes su vida; la indicación fatal que, a medio camino, le había hecho el dedo del destino.
Había tenido que dejar, huyendo, las comarcas fértiles donde se había criado, llevándose por delante sus animales envueltos en espesa polvareda; pues esta tierra negra, tan rica y siempre fecunda, va despojada de toda vegetación, parecía negarse a mantener por más tiempo las haciendas.
En el sur, no había encontrado más que pastos duros y pajonales, pero pasto por fin, y agua en abundancia.
Había salvado sus vacas, y con los años, aprovechando la inmensa extensión, casi desierta, de estos campos todavía despreciados, había prosperado bastante. El espectro de la sequía no era más que un recuerdo de pesadilla; en el sud, más bien sobraba el agua, pero ¡había tanto campo!
Casi todos los hacendados del norte, emigrados con él, poco a poco, se habían vuelto para sus pagos, encontrando, con todo, que más fácil era la vida en aquellos campos de pura loma, de tierra negra profunda, de pastos tiernos y tupidos, y que el riesgo de la sequía era compensado por la asombrosa riqueza del suelo y también por no haber allá, como en el sur, el peligro continuo de las crecientes.
Él se había quedado; con el tiempo, compró el campo que ocupaba, formó ahí su familia y se dejó estar, cuidando su hacienda en los cañadones, con el agua, a veces, hasta el encuentro, entre los juncos y las pajas.
No dejó de tener, de vez en cuando, noticias de la querencia vieja, y no le faltaron ganas de volver allá; pues sabía que sus compañeros de otros tiempos, sus vecinos, se habían enriquecido casi todos, dejando poco a poco la hacienda vacuna para criar ovejas que daban, en esas regiones privilegiadas, resultados magníficos.
Pero ya estaba arraigado, en campo propio, aunque bastante fiero, y con familia; y se quedó, acordándose, no sin amargura, cuando veía la campaña toda cubierta de agua, de la «gran seca que hubo».
Sus hijos quisieron, como la gente del norte, tener también ovejas, y mientras quedaba la Pampa poco poblada, pudieron criar majadas con bastante éxito. Alcanzaban las lomas para salvarlas, en el invierno, y los cañadones, durante el rigor del verano, conservaban pastos que resistían a cualquier sequía. Pero, a medida que se fue tupiendo la población en la llanura, cada vecino mezquinó más su retazo de loma, y se sintió entonces toda la diferencia que hay entre los campos anegadizos del sur Y los campos altos, hermosos y feraces del norte. En los primeros, el más hábil criollo, por mucho que haga, quedará siempre pobre, con sus tres o cuatro mil ovejas por legua, mientras que cualquier irlandés recién venido criará fortuna y fama de buen pastor, en aquellas lomas, capaces de mantener treinta mil.
Y todo esto, más que nadie, lo sentía el viejo, al ver a sus hijos empeñados en el ingrato trabajo de cuidar, en estrechos retazos de campo alto rodeados de agua, sus ovejas enfermizas, sin poder casi reservar nada para sembrar un poco de maíz o de alfalfa. La inutilidad desalentadora de tantos esfuerzos vanos, con razón, le hacía acordar ahora como de una maldición de «esa gran seca» que lo había arrebatado para siempre de los campos ricos donde había nacido, y donde su descendencia de trabajadores empeñosos, siempre arruinada, hoy, por las crecientes, hubiera conseguido con menos esfuerzo la suerte merecida, en vez de luchar sin esperanza contra la naturaleza rebelde, chapaleando, toda la vida, en la sonoridad triste del agua tendida por los cañadones anegados de la Pampa del sur, en vez de pisar, en alegre galope, la tierra firme y fecunda, tapizada de opulentos pastos, de los campos del norte.

Yo abandoné aquel perro - Ezequiel Feito

Yo abandoné aquel perro.
¿Por qué he de escribirle un poema?
Poesía escribo cuando otros
son los que lo echan.

Yo hice llorar a aquel niño.
¿Por qué he de escribirle un poema?
Poesía escribo cuando otros
sin piedad le pegan.

Mentí, estafé, maldije al sordo,
vendí como esclavo al que mi hermano era;
corrompí a la viuda, y al ciego
hice caer en mi propia ciénaga.
Me alegré del mal; me reí de sus lamentos,
¿y he de escribirles un poema?
Yo sólo escribo cuando otros
su bondad publican sin vergüenza.

Maté aquella gente, sus hombres y sus dioses.
Quemé sus casas y sequé la sementera.
Aún sus bestias ofrecí en holocausto,
en el puro altar de lo que fue su tierra.
Bailé sobre sus huesos convertidos en espanto,
¿y he de escribirles un poema?

Yo sólo escribo cuando en otros,
rica en demonios, la maldad progresa.

Schiller: El dramaturgo del pensamiento

Friedrich von Schiller nació en Marbach (Württemberg) el 10 de noviembre de 1759 y murió en Weimar el 9 de mayo de 1805. Durante su infancia recibió una educación de profunda religiosidad, basada en el pietismo, lo que en principio le inclina a seguir la carrera eclesiástica; luego estudia en la escuela militar; más tarde se orienta hacia el derecho y posteriormente la medicina, mientras realiza sus primeras composiciones literarias.
Junto a Johann Wolfgang von Goethe se inscriben en el movimiento literario Sturm und Drang [tormenta e ímpetu], defensor del romanticismo, la naturaleza y las ideas de libertad y rebeldía ante lo establecido. La influencia y la amistad con Goethe otorga a Schiller un sentimiento romántico y apasionado en defensa de la libertad del hombre y la reacción contra los males que le aquejan, plasmado todo ello con gran belleza formal no exenta de apasionamiento y vigor. El lenguaje radiante, dramático, investido del poder de la retórica, es el más fascinante que haya logrado jamás un dramaturgo. Así, en 1799 publica su genial Wallenstein, ambientada en la guerra de los Treinta años. Más tarde escribe María Estuardo, drama intenso, a la que siguen La doncella de Orléans y Guillermo Tell en 1803. Gran poeta, escribe versos dotados a la vez de sencillez estilística y grandeza lírica. Una de ellas, la Oda a la alegría que sirve a Beethoven para llevar a la apoteosis su famosa sinfonía coral, servirá en el siglo XX de talismán mítico tanto para fascistas como para comunistas y liberales. Es que el inquebrantable optimismo de Schiller, su creencia primordial en los valores positivos, están dramáticamente presentes en aquella Freude con que los atronadores coros de Beethoven estremecerán a toda la humanidad. Existe aquí una distancia innegable con nuestro estado de ánimo actual en ese llamamiento al ardor colectivo del que nos hemos hecho recelosos. Para Dostoievski, Schiller fue la auténtica personificación del “individualismo patriótico”. Schiller y Goethe, dos titanes, se vieron por última vez el 1° de mayo de 1805. Como Chéjov, Schiller murió bebiendo una copa de champagne.



Oda a la alegría

Alegría hermosa chispa celestial
de Elíseo la hija engendrada!
traspasamos de tu divino santuario el umbral
ebrios de fuego, como una llamarada.

Tus hechizos traban nuevamente
lo que con su rigor ha separado
la fuerza de la costumbre.
Todos los hombres se unen fraternalmente
donde tus blandas alas se han posado.

¡Multitudes, fundíos en un abrazo cariñoso!
!Sea este beso para el mundo todo!
Hermanos...
sobre el firmamento de estrellas tachonado
debe habitar un Padre bueno y amoroso.

El que aquella meta ha logrado,
el que amigo de un amigo puede llamarse,
aquel que una esposa prudente ha ganado,
a este grandioso júbilo debe aunarse.


Sí, también aquel que puede suya llamar
aunque sea un alma en medio de este mundo;
mas, el que nunca esto haya podido lograr
apártese de esta alianza con dolor profundo.

¡Alegría, beberá toda criatura
de los pechos de nuestra madre natura,
así, el hombre bueno, como el malvado
seguirán su rastro de rosas trazado.

Ella fue la que de besos nos colmó
fieles amigos hasta la muerte, los dos.
Al gusano también el placer concedió
y el querubín está de frente ante Dios.

¿Os postráis, humanidad?
¿Mundo entero, adivináis al Creador?
Buscadlo sobre las estrellas, sin temor,

allí está su morada, con seguridad.


Tres palabras de fortaleza


Hay tres lecciones que yo trazara
con pluma ardiente que hondo quemara,
dejando un rastro de luz bendita
doquiera un pecho mortal palpita.

II

Ten esperanza. Si hay nubarrones,
si hay desengaños y no ilusiones,
descoge el ceño, su sombra es vana,
que a toda noche sigue un mañana.

III

Ten fe. Doquiera tu barca empujen
brisas que braman u ondas que rugen,
Dios (no lo olvides) gobierna el cielo,
y tierra, y brisas, y barquichuelo.

IV

Ten amor, y ama no a un ser tan sólo,
que hermanos somos de polo a polo,
y en bien de todos tu amor prodiga,
como el sol vierte su lumbre amiga.

V

¡Cree, ama, espera! Graba en tu seno
las tres, y aguarda firme y sereno
fuerzas, donde otros tal vez naufraguen,
luz, cuando muchos a oscuras vaguen.

POESÍAS DE LAS BUENAS, EXTRAÍDAS DE BUENOS LIBROS

Hoy presentamos poesías y relatos contenidas en libros de texto escolares de los años 1954 a 1960. Sus nombres son: Girasoles; Argentina; Fuentes de Vida; Gorgejos; Entre Amigos...
Es interesante la lectura de estos libros, no sólo por su material, sino también por el concepto y la importancia que se tenía por la lectura, cuestión que se deja entrever en los textos seleccionados en ellos. En todo tiempo hubo en nuestras escuelas un plan de lectura. La diferencia es que hoy a eso se lo coloca en un “proyecto” (y sin un “proyecto”, no se justifica nada en el quehacer docente, aunque éste oscile entre la estupidez tremenda a una decena de páginas anexas a una nada para justificar sueldos. También hay serios, pero son los menos) y antes era algo naturalmente establecido. Se caía de maduro que eso era así. La decadencia de la cultura del docente, conforme a la de la sociedad, ha llevado a “descubrir” que los chicos tienen que leer. ¿Y los grandes, qué?


A CÉSAR, DE DIEZ AÑOS
Por Baldomero Fernández Moreno

De veras que no sé que hacer contigo,
¡oh César, hasta ayer blanda pelusa!
llena de rebelión está tu blusa
y aunque no quieras, ya eres mi enemigo.

Alzo la voz, levanto el dedo y digo
esto y lo otro, en fin, lo que se usa,
¡si hasta te inspira ya contraria musa
y, a tu padre, prefieres a tu amigo!

En medio del hogar roja amapola
sangre argentina y gala y española,
no seré yo quien tire de tu brida.

Sencillamente, me pondré a tu lado,
te enseñaré a ser limpio y ordenado,

y lo demás te lo dará la vida.


                                                           MI PERRO
Carlos Obligado

¡Si te recuerdo! Con alegre brío,
de la ribera, bajo el sol temprano,
tras una rama que arrojó mi mano,
te desplomabas bullicioso al río.

Y era la gloria de nadar bravío,
y era el regreso, de la presa ufano...
¡Ya con mi edad duermes lejano,
inolvidable compañero mío!

Pero en mis días de quebranto, oscuros,
a mí te llegas, con tus ojos puros,
donde un anhelo compasivo flota;

y un verde gajo, de ilusión florido,
                                                        al alma ofreces, con amor traído
                                                      del lago azul de la niñez remota.


EL TALENTO
Por Carlos A. Salustri (Trilussa)

Al gato dijo el águila: -¡Soy célebre!
Con el nombre y la fama que ya ostento
riome yo del mundo, pues los hombres
admiradores son de mi talento.

Y contestóle el gato: - No lo dudo.
Pero yo, que frecuento la cocina,
te aseguro que el hombre admira al águila,
más prefiere, en el fondo, la gallina.


CANCIONERO POPULAR


CHACARERAS

Bailecito que me gusta
es el de la chacarera,
porque le digo a las niñas
jugando, pero es de veras.

Dicen que el amor constante
lo pagan con menos precio,
eso ha sabido mi amor
y es inconstante por eso.

Mi mama me dijo un día
que no me casara con tuerto,
porque cuando ellos se duermen
parece que están despiertos.


EL MATE

Cielito, cielo que sí,
guárdense su chocolate
aquí somos indios puros
y sólo tomamos mate.

¡La mujer es como el mate
y hay que tenerle cuidado;
cébela con yerba nueva
si quiere ser adorado!

Decime si me querís
y no me tengás penando
como mate sobre el agua,
daguelteando, daguelteando...

Tengo flete, tengo rancho
y yerba para matear,
sólo me falta una china
que me quiera acompañar.


BICHITOS DE LUZ
Por Emilio Frugoni
I

Rayito de sol,
fino dedo de oro caliente
que me tocas la frente,
haz que en ella me brote una flor.

II

Aseméjate al molino
que roza el suelo y el cielo
y que mientras que vuela y canta
va moliendo, va moliendo.

III

Suelo de roca bravía
las pezuñas endurece.
Las durezas de la vida
nos hacen duros y fuertes.

IV

Nadie hay de mejor memoria
que la madre que yo tengo.
Cuando yo olvido mis penas,
ella las está sufriendo.

VI

Hay quienes hablan a gritos
y quienes a media voz,
y quienes todo lo dicen
con el silencio de Dios.



CANCIÓN DEL NIÑO INDIO

-¿Dónde vas, niño indio,
con tu ponchito viejo?
-Voy a vender mis frutas
en la feria del pueblo.

-¿Quién mecía tu cuna
cuando eras muy pequeño?
-Me arrulló el viento blanco
de los valles salteños.

-¿De dónde vienes, niño
de semblante moreno?
-De allá, de las quebradas
del frío y del silencio.

-¿Qué sueñas, niño indio?
-Vivir como vivieron
y murieron un día
los indios, mis abuelos.


CANCIÓN DE CUNA
Por Javier Villafañe

¡ Cómo se quedaron
los cinco burritos
al ver a la luna
dormida en el río!

¿Qué haremos con ella?
¿Con qué la cubrimos?
¿Con la arena fría?
¿Con el viento frío?

¡ Cosas de la luna...
dormirse en el río!

¡ Cómo la miraban
los cinco burritos!

La luna redonda,
temblaba de frío.

Que duerma esta noche
junto con un niño.

Quien quiere la luna
debe estar dormido.

¡ A dormir...
que los cinco burritos
ya están por venir !

¡ A soñar...,
que la luna redonda
ya está por llegar !

Cargaron la luna
los cinco burritos
y andando despacio
cruzaron el río.

Ya vienen bajando
por este camino.

Con la luna a cuestas
llegan los burritos.

Quien quiere la luna
debe estar dormido.

¡ A dormir...,
que la luna redonda
está por llegar !

¡ A soñar...,
que la luna redonda
ya está por llegar !

Junto con la luna
dormirá mi niño
y estarán al lado
los cinco burritos

Temporal - Jorge A. Dágata

Otra vez
un árbol se ha tumbado a truncar el camino
y el Grande desbordado es un temible azar.
Otra vez los escombros de la casa,
los aullidos del viento desnudando los techos,
las corridas, el llanto, tan oscuro otra vez.
El granizo que barre la esperanza de ayer,
el agua arando sobre lo sembrado,
las preguntas de siempre sin respuesta
otra vez.
Y otra más
la cintura quebrada, la mano en los despojos,
la inquietud que recoge lo que aún no ha caído,
la mirada adelante
otra vez.


Sólo falto yo - Ezequiel Feito

Sólo falto yo en aquella foto
donde el tiempo, la muerte y el ángel posan detrás nuestro.
Sólo yo, el que está vivo,
mirando entre lágrimas el papel desierto,
por aquellos que al sepulcro han bajado lentamente
y que hoy con sus bocas de barro y amargos gestos ,
me reprochan suavemente
Dicéndome: “¿Cuándo volveremos a estar juntos?”

Mientras los oigo, lloro
pues mi alma conoce bien aquel lugar y puede
volver a oír las voces disueltas en sus bocas.

¡Reí con ellos tantas veces! Todos buscábamos
dejarle al futuro nuestra risa,
para que el último pudiera alegrarse y entristecerse
recordando esos buenos tiempos por nosotros.
(Esto lo digo con el corazón hecho pedazos,
mientras la imagen es borrada por mis lágrimas.)

Sólo falto yo. También falta mi sonrisa
y el corazón alegre de esos días.

Y mientras los contemplo,
de mi pálida garganta sale una multitud que ríe…
pues la risa ha muerto.


Puerta del Abra - Jorge A.Dágata

El sol vino a llamar otra vez a la vida
cada ladera oscura que alardea de luz.
El Dulce fluye manso a su destino bravo.
Allá lejos la Larga, Cinco Cerros, el sur.

Ondulan las colinas de verdes y amarillos,
en cada árbol tiembla la voz de un despertar.
Cada gota sonríe, los senderos son nuevos
y es nuevo este silencio de las sierras en paz.

Ya no existe otro mundo, el sol ha sepultado
las joyas de la noche en un cofre de añil.
Abren sus madrigueras las criaturas del día
y el búho se retira a su escondrijo gris.

Lo informe se define, lo igual se hace distinto,
en un hueco brumoso nace enhiesto un ombú
y en la oscura, pesada, impenetrable niebla
el milagro, la nada de este portal azul.

Sólo quedan, morosas, unas pocas estrellas,
la luna transparente que no quiere dejar
su reino a las cosechas, a los que van y vienen
por el viejo silencio de las sierras en paz.


Identidad recuperada - Liliana Colavita

La mujer pasó y algunos hombres se dieron vuelta para mirarla. Se la veía realmente atractiva.
El pelo rubio con mechas más claras se movía al ritmo de su caminar. El espacio entre el pantalón y la remera dejaba ver su barriga chata y firme y, en el borde del ombligo, un arito presumiblemente de oro, similar al del que tenía en lado derecho de la  nariz. Su rostro mostraba una piel tersa y suave, aunque aún debajo del perfecto maquillaje se sospechara algo pálida. Cuando sus labios carnosos y sensuales se separaron para decir algunas palabras al portero brillaron los dientes parejos y blanquísimos. Sus lindos ojos celeste verdoso estaban enmarcados por largas y espesas pestañas.
Era alta y absolutamente bien proporcionada. La remera que además de corta era muy escotada, dejaba ver el nacimiento de sus pechos grandes firmes y juveniles. Era lo que comúnmente se llama “un minón”.
Después de hablar con el portero entró al ascensor.
Segura de que ya nadie la veía, se quitó los zapatos de taco muy alto y se aflojó el ancho cinturón elástico con incrustaciones metálicas.
Una vez en su departamento, cumpliendo con el ritual cotidiano, se quitó las extensiones de pelo más claras  y peinó su propio pelo, de color indefinido y con canas.  Despegó con cuidado las arqueadas pestañas postizas. Guardó los lentes de contacto azul verdoso y se puso gotas analgésicas en sus irritados ojos marrones, después se calzó sus anteojos de considerable aumento. Cepilló cuidadosamente sus implantes dentales. Eligió entre los muchos frascos de crema para pieles sometidas a cirugía la que correspondía a cada una de las partes del cuerpo, busto, párpados, labios, abdomen y glúteos. Se miró al espejo y pensó que en breve tendría que ir a la clínica plástica para hacerse algunos retoques.
Colgó en una percha el pantalón y la remera y respiró con comodidad, vestida con bata y pantuflas.
Finalmente, agobiada por el peso de ser otra, se sentó a escuchar esos temas musicales que tanto le gustaban y jamás confesaría que había bailado en la década del 60.
En la intimidad del hogar había recuperado sus 50 años.

EL SOMBRERO DE TOMAS - Jorge A. Dágata

Si encuentra usted un sombrero
por los campos del Vulcán,
sepa que el dueño está lejos
pero lo va a reclamar.

Una tarde de cansancio
Tomás Falkner lo perdió.
Venía con un arreo
y en el suelo lo dejó.

Era sombrero y almohada,
plato y jarro para él,
otra cosa no tenía
andando con hambre y sed.

No es de oro ni esmeraldas
sino de cuero y amor
de manos sabias de india
y con hilo de tendón.

Un pampa lo trajo llano,
una piedra lo moldeó,
aguja de hueso, lustre
bien sobado por el sol.

Si lo encuentra en un camino
con rumbo al sur, al sauzal,
guárdelo, porque su dueño
lo puede necesitar.

Dejó el sombrero en el suelo,
los ojos entrecerró,
un perro olfateó la grasa
y astuto, se lo robó.

Tomás Falkner se llamaba,
no era español ni era inglés.
Su patria eran estos pagos
y era un hombre como usted.

Predicador, panadero,
arriero y buen sembrador
para el hambre de los otros
y la gracia de su Dios.

Había nacido lejos,
detrás del inmenso mar,
pero eran sierras y pampas
su hogar y su libertad.

No le gustaban las cortes
ni las galas del marqués,
ni el látigo del negrero
español o portugués.

Vino cuando Dios dispuso,
se fue cuando quiso el rey,
leal, exiliado, pobre,
cristiano, pero de ley.

Si encuentra usted el sombrero
perdido en un pajonal,
acuérdese que su dueño
lo puede necesitar.

No se lo deje a los perros
ni a los ingleses, ni al rey,
ni lo abandone al olvido
que es la ingratitud más cruel.

Su dueño anda en otras lluvias
y otros vientos, bajo el sol,
soñando con esta patria
que en el Vulcán encontró.

Tírelo sobre las nubes,
échelo alto a volar,
para que vuelva a calzarlo
el bueno de don Tomás.

El jesuíta Thomas Falkner vivió en este país por más de cuarenta años, recorriéndolo en sus andanzas “a lo indio”. Fue el primer panadero y resero regional, ya que se las ingenió para fabricar bizcocho y arrear tropas de vacas cimarronas con que proveer a la Misión de Nuestra Señora del Pilar, que había fundado junto a Cardiel en el norte de la hoy llamada Laguna de los Padres. La costumbre de utilizar su sombrero como plato, cuando no disponía de otro, y el episodio del robo por parte de los perros, atraídos por la grasa con que estaba saturado, están relatados en el libro de Guillermo Furlong Cardiff, “La personalidad y obra de Tomás Falkner”, de acuerdo al testimonio directo de un amigo común, Dobrizhoffer.

Romance de padre y niño - de Antonio Esteban Agüero, nacido en Merlo, San Luis, en 1917.

El padre le dice al niño:
- Es la vida como una loba
en año de nieve y hambre
y a los débiles devora.
El niño responde sólo:
- Oh, mira las mariposas.
- Te esperan en cada calle
el traidor o la traidora,
los ojos de frío cruel
y actitudes sigilosas.
El niño responde sólo:
- Oh, mira las mariposas.
- La guerra los campos cubre
de siniestras amapolas;
los ríos no traen aguas
sino funerarias rosas.
Y el niño responde sólo:
- Oh, mira las mariposas.
- Espero que seas, niño,
como hormiga previsora,
y no como el grillo vano
ni como la vana alondra.
Y el niño responde siempre:
- Oh, mira las mariposas.
- Niño sordo, niño ciego,
mi niño de frente loca,
cuando hombre sentirás
no haber escuchado ahora.
Y el niño responde:
        - Padre,
no ahuyentes las mariposas.

   De “Romancero de niños”

Del libro de los que hubieran mejorado el mundo al desear nunca haber nacido - Ezequiel Feito

… Ahora es el fin de mis palabras.
Si, porque el mundo es mejor porque no pasé por él,
o al menos
porque de alguna manera traté de estar lo menos posible.

Todo ha mejorado desde que me fui:
El sol es más brillante y mayor es la pureza de las aguas.
Aún el aire
no lleva la fetidez de mi presencia.
- ¿Quien justificará este tiempo breve, si mi conciencia,
tiene la certeza de que todo hubiera sido mejor si no nacía? -

Por eso estoy en este libro. Voluntariamente
dejé por delante un tiempo
capaz de corromper mi alma.
- ¿Y qué es mi alma, sino un tablón desgarrado o ropa sucia
flotando en un naufragio,
cuando los vientos arrecian y las nubes llevan
mi figura por el cielo? -

Hoy todos son felices porque no he nacido;
o porque a pesar de haber nacido no recuerdan mi existencia.
Están libres de mí. Bien pagada
está mi deuda.
- ¿Alguien tendrá mayor misericordia? -
Y sin embargo creo que a nada he renunciado,
pues la vida es para mí un sueño en otro sueño;
el sol es más brillante, mayor la pureza de las aguas,
y el aire no lleva la fetidez de mi presencia.

LA MISERIA POPULAR - Compilación: Jorge A. Dágata,

Hoy estas cosas se saben. Pero en aquellos días, no. Todo debió ser investigado y descubierto por patriotas incinerados por el odio, el silencio o la calumnia. Este análisis de las causas profundas del drama nacional surgió del infortunio de un pueblo.  Los obreros rurales carecían de toda protección. Desheredados sociales, no había para ellos horarios de trabajo, ni descanso semanal, ni vivienda. Los peones criollos dormían en los galpones o bajo las chatas de cara a las estrellas. Se les exigía la soltería. En las empresas del norte argentino, los obrajes acuñaban sus propias monedas de cuero y tenían proveedurías donde se recuperaban los jornales de hambre pagados a los peones. Benjamín Villafañe y Alfredo Palacios, enviados por el Senado, fueron en 1941 en inspección a los obrajes. Allí comprobaron cómo la población nativa asalariada vivía y dormía hacinada como las bestias, en un nivel infrahumano de vida. Alfredo Palacios escribiría a raíz de este viaje ¨Pueblos desamparados¨, relato de la trágica situación de los trabajadores. Lo cual no le impediría en 1955 incriminar a ese proletariado nacional acusándolo de turbamulta. Esta situación era general, en Salta, Jujuy, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero, en la Patagonia.
Mientras los peones rurales, empujados por la miseria, iniciaban su éxodo y aumentaban el ejército de reserva del trabajo, en la ciudad portuaria -y en los centros urbanos- todo era barato. Alimento, cines, teatros, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espectáculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, la exasperación, el cinismo imaginativo y la pobreza humillante. Todos los sueldos estaban embargados. Seiscientos mil porteños, en un mercado de trabajo sin perspectivas, ahogado por la economía en crisis del monocultivo, vivían de sus pequeños empleos. Pero era la clase obrera la que más sufría esta situación. Era el país mismo y su trabajo nacional el que estaba enajenado por la política económica y monetaria de la clase ganadera, en tanto en Puerto Nuevo, funcionaba la ¨olla popular¨ para los desocupados.
Los diarios, mediante campañas coordinadas, mantenían en la ignorancia a la opinión pública. La nota sensacional hacía esporádicamente referencia al drama argentino, sin individualizar las causas reales. La inteligencia argentina, de espaldas al país, malgastaba su talento en los diarios poderosos con notas sobre turf, viñetas cinematográficas y aguafuertes porteñas. Allí se hablaba de todo menos de la masa humana aniquilada. La tuberculosis era la enfermedad definitoria de una época y, al mismo tiempo, millones de argentinos creían en el país más rico de la tierra como se les había enseñado en la escuela. En el periodismo, los sueldos indecentes se compensaban con la cocaína barata, el ajenjo importado, en los despachos de bebidas o en los burdeles y cafetines del centro con mujeres de todas las latitudes y todas las epidermis. Esa inteligencia, víctima ella misma del imperialismo colonizador, no creía en el país. Su escepticismo, sin conciencia real de los fundamentos extraindividuales, de su fracaso como intelectualidad, estaba ordenado y mediatizado por la función antinacional deprimente que cumplía en los diarios, meras sucursales de los monopolios extranjeros.


De ¨La formación de la conciencia nacional¨, de J.J. Hernández Arregui

El origen - Jorge A. Dágata

Era la tarde
extensión solitaria
de la tarde.
Era la luz de un tiempo de frescura
sobre el campo
alabeada.
Se deslizaba la amistad de un trino
del aire al agua
y del agua volaba hacia el espacio,
canción resucitada.
En la orilla umbría del arroyo
línea sinuosa y vaga.
Por ella iba un minuto de mi vida
como un silencio

Lluvias copiosas - Pequeño diccionario de lugares comunes

Estaba parado frente al televisor, completamente resignado a no salir por culpa de una lluvia capaz de igualar a aquella de Noé, cuando en un descuido acústico escuché a un periodista local hablar de esta maldita lluvia, calificándola con el inefable, inolvidable y al parecer único adjetivo de “copiosa”.
La cuestión es que en menos de 5 minutos, dijo y repitió no menos de 4 veces “Copiosa lluvia” como para que no quedaran dudas del fenómeno como del término.
De repente, mientras estaba centrando otro balde en mi quinta gotera, dije en voz alta (obviamente para mí mismo y para mi salud mental): - “Sin duda, buen periodista es aquel que no olvida decir ni uno sólo de los lugares comunes” e inmediatamente, fui hacia la biblioteca “Orbis Tertius” para buscar el origen de la frase, la cual, si mal no recordaba, había sido puesta en boca de un personaje galés o celta en el siglo 10 u 11.
Finalmente encontré que en el año 848, ahisito nomás de la llegada de los Reyes Magos, Otto Lidenbrock, guerrero Azteca, nacido en Japón, nacionalizado Argentino y que vivió en Balonga, Galicia, fue quien lo dijo por primera vez mientras oficiaba de referí en un partido de fóbal, ( N del T. Fóbal: Denominación corriente de un alucinante e incomprendido deporte que se practicaba en los países del 3º mundo de aquella época y que según el Atlas de Calleja eran: Beluchistán, Tonquín, Hotentocia, Cafrería y Villa Caraza) luego de pitar un penal en contra del equipo local. La frase completa que dijo fue: “¡Ostia! ¡Coño! ¡Sus estáis scupiosos me como la iuvia!”
A medida que fue pasando el tiempo, el término fue modernizándose (Scupiosos, cupiosos y finalmente copiosa); y lo que antes se aplicaba al noble arte de salivar réferis anticaseros, (delicadeza que se complementaba con otras cosas que no son necesarias mencionar aquí) terminó aplicándose a la lluvia propiamente dicha.
La primera persona que abusó de este vocablo fue el salvajísimo unitario, Capitán Aracataca Von Somoza, quien en el siglo 13, duró 8 horas como dictador del democrático reino del Pamparaguay, (reino que tuvo la feliz existencia de un día y medio) y debido a la malévola actitud de sus subordinados y aún de todo el pueblo en eso de escupir, determinó por decreto que todos sus voceros deberían repetir “Lluvia copiosa” (o su plural) cada vez que cayese cualquier tipo de líquido de lo alto. En los diez últimos minutos de su mandato se abocó a buscar o inventar un latinajo para justificar lo de “copiosas”, tarea en la cual fue ayudado por el famoso poeta Virgilio, quien según Dante, estaba pasando unas vacaciones en las Termas de Magnesia, provincia del Purgatorio.
Tal asociación fue adoptada por el ambiente frívolo de aquella época, de manera tal que fue usado a mansalva por los más famosos personajes de aquel entonces: El Gran Cotur, Orlando el Furioso, el Petiso Carmona, Carlomagno, Dulcinea del Toboso, el gaucho Nepomuceno Barragán, Doña Petrona y otras celebridades por el estilo.
Desgraciadamente, esta palabra que antes fuera patrimonio de la nobleza, con el tiempo fue degradada en su uso hasta el día de hoy, siendo utilizada por ingenieros agrónomos, políticos, chefs, curdas, docentes, agricultores, peladores de cebollas, vendedores de seguros, caciques indios, strippers y por supuesto, reporteros y/o periodistas. Porque todo  lo que abunda, sí o sí debe ser irremisiblemente copioso.
La ignorancia de nuestro vocabulario, fértil en sinónimos y antónimos, es causa de que este término no sea desplazado por otro más conveniente y elegante.
Por mi parte, yo propongo que de hoy en adelante se llame a las lluvias según sea su tipo, la época política, o el ánimo del locutor de turno. Así, éstas podrían ser: “Lluvias Hepatodigestivas”, “Lluvias Esferomagnéticas”, “Pluvia Defindemesinunsope”, “Líquidos Gravitoputipolíticos”, “Lluvias Demomilitares o Votislodesiempre”, “Lluvias Gronchas”, “Lluvias Psicovelocípedas”, y así seguiría esta lista hasta el cansancio….

Lector, si llegó hasta aquí, cada vez que oiga pronunciar esa palabreja, haga el esfuerzo de pensar en otro término que lógicamente no sea “copiosas”. Por favor, sea más original.

Y ahora discúlpeme, pero una pertinaz, penetrante y algo casual gotera va carcomiendo el lugar donde estoy escribiendo. Debo retirarme del mismo por mis propios medios, merced a un interesante utilitario llamado paraguas, que en estas ocasiones me hace ganar un tiempo copioso.

“La Barrosa” - Lenín D. Espinosa.

Mi siempre admirada sierra "La Barrosa"
ha querido hermosearse...Sí..; Y se ha
maquillado de amarillo, que oculta en
parte lo grisáceo de sus piedras milenarias.
Las retamas le han puesto ese tono a modo
de un atuendo primaveral , que engalana
la adustez de su siempre quietud silente
y majestuosa.

 1997

Mi viejo - de Julián Centeya

Quisiera amasijarme en la infinita
ternura de mi barrio de purrete,
con un cielo cachuzo de bolita
y el milagro coleao del barrilete.
Verlo a mi viejo, un tano laburante
que la cinchó parejo, limpio y claro;
y minga como yo: un atorrante
que la va de sover y se hace el raro.
Mi viejo carpintero era grandote,
y un cuore chiquilín, siempre en la vía.
Su vida no fue más que un despelote
y un poco, claro está, por culpa mía.
Vino en el “Conte Rosso”. Fue un espiro.
Tres hijo, la mujer, amás un perro.
Como un tungo tenaz la fue de un tiro.
Todo se la aguantó: hasta el destierro.
Y aquí palmó… aquí está adormecido
mi viejo, el pobre tano laburante.
Se la tomo una cheno de descuido
y me dejó un recuerdo lacerante.
Que mundo habrá encontrao en su apoliyo
si es que hay mundo pa los que se piantan.
Sin duda el cuore suyo se hizo grillo
y su mano cordial es una planta.

 Seudónimo de Amleto Vergiati. Nacido en Parma, Italia en 1910. De “La musa del barrio” 

Canción para un amigo - Jorge Dágata

Bajo el mismo paraguas,
heridos
por la misma lluvia,
encendiendo las mismas estrellas
por los mismos
caminos,
compartiendo el café vigilante
sobre las mismas mesas,
cantemos,
amigo.
La caña de pescar,
la bicicleta
y el saludo lejano
(adiós de colectivos);
la búsqueda impaciente
de rosas y muchachas,
todo nos une.
Tu pecho es un cristal, en las mañanas
celestes de la risa
y en los rojos crepúsculos del duro
problema de la vida.
Bajo el mismo paraguas,
heridos
por la misma lluvia,
encendiendo las mismas estrellas
por los mismos
caminos,
compartiendo el café vigilante
sobre las mismas mesas,
que se eleve en tu mano
honesta y firme
la copa desbordante
con el licor sublime
de nuestro canto
unido.

Para que todo el cielo sea un paraguas
y la estrella que acerca los caminos
se encienda en todas partes,
cantemos,
amigo.
  1971

Elegía para María Luz y su tigre de felpa - Ezequiel Feito

“Sano…¡Cómo suena esto aquí! ¿Tiene sentido todavía?
Aquí cada uno es como un elíxir fresco
pero no he visto a los que nos han de beber”

Rilke: Réquiem por la muerte de un niño


                          I

Mis torpes manos acarician tu forma de tigre. De tigre bueno,
cuando todas las mañanas pones frente a mis ojos,
una mansa aurora de colores para jugar con mi alma.

Luego, dibujas la luz, los árboles y sus pájaros
que cantan alegremente
cuando tomas mi mano con amor temprano,
el único amor posible para una nena casi muerta
que sólo habla el idioma de su tigre.

Así he aprendido muchas cosas:
A contar nubes y estrellas,
a pronunciar mi nombre y el de la noche;
agradecer mi vida y mi maestra,
y disfrutar del sincero cariño de todos aquellos
que día a día anticipan mi pequeño paraíso.

Tu piel es como un libro
donde leo una poesía casi incomprensible
cuando aran mis dedos, esparciendo la semilla
de una alegría oculta entre sencillas lágrimas.

Yo no puedo entender todo lo que haces, y es por eso
que te amo en silencio, en mi inmovilidad perfecta,
mientras tú me enseñas que esa aurora quieta,
es el sutil puente entre mi salud y tu alegría;
entre tu serenidad de tigre y mi resolución de niña
para seguir amándote.

                             II

Hemos creado nuestro propio cielo, nuestra tierra,
y el mismo sueño que soñamos. Pero nuestros cuerpos
aún tienen la rígida posición exacta que necesitan
quienes han de acomodarlos,
y mis ojos sin preguntas, hace tiempo que entienden el lenguaje
de aquella que ha de acompañarnos.

Soles y planetas gravitan sobre nosotros, ¡y cuán leve es lo que sentimos
cuando mis manos te acarician y hablan con el mismo silencio que mi alma,
aunque un día nos separen y me beban como un elíxir fresco,
sin saber que ambos fuimos una misma carne!

                             III

En ese día seré librada de este peso,
de mi cama, de mi silla, de mis ropas,
y podrás decirle al ángel los secretos que tanto compartimos.

Pequeño tigre, cuéntale nuestra historia
abrazado a él, para que entienda
que siempre habrá más bien que dolor en esta tierra.

Y aunque tarde mucho en comprenderte,
sé que al fin entenderá, se alegrará y te amará
como yo te he amado.

                             IV

¡De cuántas auroras le hablarás cuando me vaya y deje
en tu suave piel, el perfume de lo que fue mi vida!



Balcarce, 20/7 al 8/8/2007


El país de los beodos - Ramón de Campoamor

Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual, por ley justa se previno:
-Ninguno cate el vino-
Con júbilo, el más loco
aplaudióse la ley, por costar poco;
acatarla, después, ya es otro paso;
Pero, en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco,
se achisparon después con vino blanco.
Extrañando que el pueblo no la entienda,
el Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió: blanco, al parecer con tino.
Respetando la enmienda el populacho
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto, ¡mas qué instinto!
que el privado, en tal caso, no era el tinto.
Corrido ya el Senado
en la segunda enmienda, de contado
-Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto  les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto, entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.
Tercera vez burlado,
-“No es eso, no señor”- dijo el Senado;
“O el pueblo es muy zoquete o muy ladino:
se prohíbe mezclar vino con vino”
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de este modo al cesar dio un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se  halla
descompuesta una malla,
por donde el ruin que en  su razón no fía
se evade suspicaz… ¡Qué bien decía!
Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infamia su malicia iguala;
Si se ha de obedecer, la mala es buena;
Mas si se ha de eludir, la buena es mala.

Una ventana - Jorge Nasselli

A Mirian 

-¡No van a creer lo que encontré.  Mirian mostraba la foto que acababa de extraer de su cartera, como una bandera de tregua.
El almuerzo había sido ameno. La convocatoria: Fernando por teléfono…
-¡Che, Marcelo! ¿Por qué no se vienen con Virginia el sábado y almorzamos juntos?
-No sé. Estoy complicado; pero dejáme ver…
-¡Dale che! ¿Cuánto hace que no nos vemos?
-El desaparecido sois vos. Insinuó sin convicción -.
-¿A Mirian le avisás vos?  Fernando no se dio por aludido-
-Bueno, sí. Pero dejáme ver primero. ¿Eh?
…A la picada le siguió una especie de guiso (una creación de Fernando) al que…
-¡No le falta nada!  Fernando adopta una parada de "chef" televisivo- Le puse de "todo". Espero que les guste. ¿Cómo? ¿Qué? ¡Ah, no! La receta es "Top secret".
Pero cuando los comensales desistieron del interrogatorio…
-Bueno, acá va… - Los ingredientes se fueron intercalando con los pormenores de la preparación. A veces, Sara (esposa de Fernando) corregía cantidades o acomodaba el orden del alquímico potaje.
-Che, de postre… helado ¿No?
Marcelo agrandó los ojos, estiró su sonrisa y perdió cincuenta años en su rostro.
-Lo pido por teléfono y en cinco minutos… - prometió-
La llegada del postre se retrasó…
-No encontraba la casa, don… - El chico del "delivery" quiso explicar.
-Está bien. interrumpió, serio, Fernando. ¡Trajiste la boleta!  brotó como resabio de sus años de trabajo en la DGI.
-No, ¿qué está bien? Si, hasta un "cana" que me conoce, me empezó a mirar feo
porque estaba dando vueltas…- agregó, metiendo el dinero en la campera. Está
justo, ¿no?
-¿Y la boleta?
-La próxima vez dé bien el número de la casa. ¿Vió?  Sentenció antes de salir en la motito y se fue.
-¿Estos? Estos son todos unos delincuentes.  El rezongo y el portazo fue toda una sola acción.
Entre el helado y el café se habló de todo; pero pronto la conversación tomó por caminos políticos. La intervención de Mirian, enarbolando la foto, fue oportuna.
…Buscaba unos papeles, y allí, transplantada, la descubrí. Explicó.
Estamos los tres. ¡Era tan chiquita yo!  Frunció los labios, aniñó el tono y ofreció la foto hacia un Fernando curioso con la mano izquierda extendida.
-No recuerdo esa toma. ¿Vos Marcelo?  La otra mano rascaba la incipiente calvicie.
Marcelo, aún sentado, recibió la foto calzándose sobre la punta de la nariz los anteojos para ver de cerca, que le colgaban con una soguita del cuello. Fernando y Mirian asomaban, espiando sobre sus hombros.
-Son los autitos a pedal de chapa que había en la plaza Mitre, ¿no?
Un océano de recuerdos en sepia les inundó la vista… y el alma.
…El auto, igualito a la "Maserati"  de Fangio, da vueltas rodeando el pedestal del monumento. El rechinar de los pedales sin grasa delata la velocidad y musicaliza los giros que no parecen tener fin.
-¡Pará! ¡¡Paraaaá!! ¡Ahora me toca a mí!
-¡Vos diste más vueltas!
-No importa, debe ser así. Soy el mayor.
-¿Y…?
-Si soy el mayor…doy "mayor" cantidad de vueltas.
-¡Avisá! ¡Vos tenés que cuidar a Mirian!
-¿Yo? ¿Y por qué yo y no vos?
-Porque sos "el mayor"
-¡Ah! ¡Ahora sí soy el mayor"
-y… si.
-Bueno, si soy el mayor; entonces... ¡Te mando que la cuides vos!
-¡No! ¡Yo no! ¡Ya sé! Le preguntamos a ella quién quiere que la cuide.
-¡Dale! ¿Mirian…? ¡Miriaaaan! ¿…?
-¿Dónde está?
-¡Ufff! ¡Allá! ¡Allá está!
-Mirian. ¡Che Mirian! ¿Qué hacés?
-Foto.
-¡Má que foto! ¡Vení para acá!
-¿Qué tiene en la mano?
-No se. Dice que una foto. ¿A ver? ¿Me la das?
La nena se acerca corriendo, feliz de ocupar la atención de sus hermanos y entrega el papel.
-Che, mirá a éstos. ¿No te parecen conocidos?
-Dejáme ver. Sí… Bueno, no… ¡Qué sé yo!
Desde la foto, dos hombres y una mujer, los miran con nostálgica ternura.
-¿De quién será?
-¡Mía! La foto es mía.  El hombre está parado a sus espaldas, no lo habían
escuchado llegar.
Con su delantal gris, impecable, el fotógrafo de la plaza cargaba el trípode con la cámara sobre los hombros.
-Si me la devuelven, les saco una foto a los tres. ¿Quieren?
-¡Hecho!  contestan los varones. Mirian no habla (apenas sabe), asomada tras de sus hermanos, abre grande sus profundos ojos marrones.
El mayor salta sobre la "Maserati"
-¡¿Y yo?!
-Te presto el Jeep amarillo- ofrece el fotógrafo y sienta a Mirian sobre la chapa, tibia de sol, del capó.
Despacio, retrocede, extiende las patas del trípode y prepara la cámara.
-¡Quietos!  - Ordena - ¡Ya está!
-¿Podemos ver?  Gritan los varones a coro.
-En quince minutos. Vayan a jugar carreras con los autos, mientras Mirian me ayuda con la foto.
Dudan. Por fin salen pedaleando a toda velocidad.
-¡Y… Fangio con la "Maserati" sale primeroooo!
-¡No! ¡Froilán González con la Ferrari lo alcanza y…!
Vuelta tras vuela, la foto se revela.
-Tomá Mirian  Dice el fotógrafo.- La foto guardala vos. Y le entrega el papel, que antes seca abanicándolo.
Silba mientras se va alejando con la cámara al hombro. Al llegar a unos arbustos gira, mira a la niña y sonríe. Después desaparece.
¿Fin?

A un cristiano de Berea - Ezequiel Feito

Camino de su casa, en un mercado
oyó de Cristo hablar por vez primera.
Aquel predicador dijo que era
el Dios no conocido y tan buscado.

Aceptó la verdad. Fue bautizado
y al punto regresó por el camino.
Jamás llegó a su hogar. Fue su destino
morir en algún pueblo ya olvidado.

No pudo predicar la Buena Nueva:
Su cuerpo se pudrió junto al camino,
y sólo por Jesús es recordado.

Por gracia salvo fue. Todo hombre lleva
junto a su pecado el perdón divino:
y sólo por la fe es justificado.

Individualismo y democracia en Argentina - Por Rafael Ziella

Desde pequeños, los argentinos siempre hemos sido renuentes a trabajar en forma grupal. En el colegio se aceptaba esta idea sólo cuando era un posibilitador de salidas positivas a situaciones complejas, tales como compartir la responsabilidad en una nota de una materia por demás compleja, o ajena a nuestros intereses. En cuanto ese temor desaparecía de nuestra vista y el éxito podía coronar un esfuerzo individual sobre el colectivo, siempre manifestábamos una marcada renuencia hacia este tipo de trabajo. Se puede decir que, conjunto, grupo y colaboración, son palabras que nos duelen a los argentinos, porque inevitablemente chocan contra nuestro patente individualismo. En otras culturas, resulta motivadora la posibilidad de actuar activamente con sus pares, crear e innovar grupalmente, sin que los laureles individuales traten de llevarse todo el crédito.
El Individualismo en Argentina, nos ha llevado a tener una visión muy particular de nuestra identidad democrática. Nunca hemos podido comprender que la democracia se forma gracias a la voluntad de todos los ciudadanos, que este concepto clave de los románticos hacedores de la Revolución Francesa de 1789, aún hoy, en 2007 y a casi 200 años de nuestro primer salto patriótico, no ha sentado sus bases en Argentina. Los países más sólidos democráticamente hablando, han formado sus bases en relación al consenso, a la implicancia del paso del tiempo y su doble efecto, por un lado, marchitador, y por otro, renovador de las ideas. Esta construcción de la democracia es un proceso dialéctico que posibilita incluir las nuevas tendencias socioculturales que se generan diariamente, y que en una sociedad con una mentalidad abierta, no provocaría problema alguno.
Para llegar a este ideal democrático, es necesario tirar por la borda todas las ideas acerca de salvadores mesiánicos, de personajes que se posan por encima del pueblo y pregonan el rol de hacedores de su bienestar. Argentina, adoleció, y adolece de este mal. Deseamos ver reflejados todos nuestros logros como el acto sublime de un personaje en particular, un caudillo, un líder, un ser a quien se sigue sin meditar por un solo momento la veracidad o no de sus propuestas. Nada más equivocado que esta postura. Todo surge y debe surgir de la voluntad del conjunto del pueblo. Los grandes personajes son en general creaciones históricas posteriores a los hechos, tendientes a generar una conciencia patriótica positiva, ante la inexistencia de una identidad sólida 1.
Quizá la desconfianza hacia nosotros mismos nos ha llevado siempre a cometer este error. Pero peor aún, han sido los enfrentamientos entre los diferentes caudillos políticos, y entre el reflejo de sus ideas que perduraban en el tiempo, cuando solo eran algo ya inexistentes e improductivas para la sociedad.
Todo lo expresado aquí, lleva inevitablemente a interiorizar en la individualidad característica del alma argentina, ese mal que nos ha imposibilitado siempre triunfar como pueblo. Por esto, es necesario citar a Ernesto Sábato, él, en sus profundas lecturas de Fiódor Dostoievsky, caló en la concepción que este genio de la literatura poseía del alma rusa; un alma, según él, impregnada de un extremo y desconcertador individualismo. Dostoievsky, argüía que los rusos eran brillantes en relación a sus capacidades individuales, pero, lamentablemente, eran incapaces de hacer algo bueno o meritorio en conjunto. Asimismo, había algo que empeoraba aún más las cosas: todo ese talento individual se echaba por la borda a causa del abandono de los rusos hacia los vicios mundanos más nocivos para el alma.  Este defecto, según el autor, era poco probable en las naciones del oeste europeo, y era en gran medida, responsable del subdesarrollo sociocultural y económico de la recia tierra de los zares. Ante esto, Sábato sentía que cuando Dostoievsky hablaba de los rusos, automáticamente surgía en su mente la imagen de los argentinos, es decir, que esa trágica descripción se adecuaba de maravillas a su percepción acerca de la idiosincracia rioplatense. Quizá sea más entendible esto, si se hace una revisión de nuestra historia, y encontramos que la misma está plagada de eternas promesas, de aislados aciertos individuales y de una gran inmadurez colectiva a la hora de atender a los procesos políticos más trascendentales.
Lo hasta aquí reflejado, es una mirada histórica de un pasado conflictivo para nuestro país, por lo cuál debemos preguntarnos por el presente, momento fundamental para comenzar a planear un futuro diferente. Hoy, en 2007, seguimos repitiendo los mismos errores de antaño, confiando nuestros destinos a la voluntad salvadora de los personajes. Es hora de que Argentina comience a crear a través del consenso de todos, nuevas variantes para nuestro sistema democrático. Variantes que superen a los elementos caducos del pasado y que sean el germen inicial para las futuras ideas superadoras del presente. Solo así la democracia se podrá solidificar y, con el transcurrir del tiempo, aunque quizás se tarde demasiado, ésta irá adquiriendo credibilidad en todos los argentinos.


1 La mitología heroica argentina fue producto exclusivo de la envidiable pluma de Bartolomé Mitre, quién diseñó un olimpo majestuoso en el que habitaban todos los personajes centrales Argentina desde la Revolución de Mayo hasta la caída de Rosas. Mitre creó un modelo de prócer justo y patriota identificado en San Martín y Manuel Belgrano, enfrentado siempre con la del terrible y diabólica figura del caudillo J. M. de Rosas. Hoy en día, aquellas descripciones parciales y simplistas, no poseen el mismo efecto que poseían hace ya más de cien años atrás; pero fueron un elemento clave a la hora de generar una conciencia e identidad ciudadana, cuando Argentina era un país aún muy joven, y se enfrentaba a la llegada de miles de inmigrantes. Los hijos de estos, serían ciudadanos argentinos, y la historia heroica, dado que desde lo cultural Argentina no era una unidad, se transformaba en una herramienta perfecta para educar a patrióticamente a los nuevos ciudadanos.

El oro de las sierras - Jorge Dágata

El Indio Francisco era más pobre que viejo y por cierto que si llevaba vivido tanto como contaba, un siglo ya le quedaba chico. A decir verdad, no parecía que tuviera más de setenta años.
Bastante sordo, solía responder con elocuencia a cosas distintas de las que le preguntaba y en lo mejor de la conversación dormitaba, haciéndole sentir a uno que estaba de más.
Se expresaba en buen castellano, pero no dejaba de intercalar algunas palabras en su lengua como para recordar al interlocutor con quién estaba hablando.
Debajo de un sombrero descolorido de pescador que había encontrado a orillas de un arroyo asomaba el pelo largo, blanco y lustroso. Entre la piel arrugada sin sombra de barba y dos cejas también blancas y abundantes, sus ojos vivaces no perdían detalle de quien se sentaba de tarde en tarde para compartir sus pocos vicios aún permitidos: el mate cimarrón, un cigarro armado con hojas y muy de vez en cuando un poco de aguardiente que yo le deslizaba en una limeta por debajo de la mesa de la pensión, cuando la matrona no nos veía.
Cachü -me decía entonces, con una voz que parecía resonar hacia adentro.
Era un gran elogio para mí, porque me estaba llamando amigo.
Rociaba el piso con un poco del líquido, sin cuidarse mucho de salvar las alpargatas.
-Püan -aprobaba yo, nombrando la invocación y haciendo alarde de comprender el idioma, que a fuerza de diálogos y libros me había incorporado algunas palabras.
-Püan, no cahuín.
Se reía, también para adentro, rejuvenecido. Me estaba diciendo que sólo tomaría un trago después de su ofrenda a la tierra. Lo imaginaba empinando otro a la noche, rescatando el frasco de entre las frazadas, si lograba sortear la atenta requisa de la matrona. No cahuín, no llegaría a la borrachera.
Más de una vez había insistido en su condición de Ulmen, un jefe o notable entre los suyos, ajeno a los excesos y contenido por las responsabilidades que implicaba el rango.
Y era muy digno de crédito: pasaban unos días hasta la próxima visita y no siempre me devolvía la limeta vacía, lo cual significaba que hacía un uso muy discreto del eluney, mi regalo cómplice.
Siempre dejó en claro su genealogía: su nombre completo era José Francisco Quiñigual, con la cobertura de cristiano y el apellido que lo emparentaba al cacique pampa que tratara con Rosas en época de malones, alianzas, traiciones y refriegas. Mentaba una tatarabuela india, una abuela blanca y una madre mestiza. Pero aseguraba que su línea paterna nunca dejó de ser auca o indio rebelde.
De origen tehuelche hablaba, como sus antepasados, el araucano o mapuche.
Transformaciones del tiempo, pensaba yo, y los dos nos quedábamos un largo rato en silencio, mientras alrededor nuestro se deslizaban los demás pensionistas y los ruidos de la cocina anunciaban la próxima cena, al filo de la noche.
Francisco frecuentaba hasta unos años atrás los galpones de la estación del Ferrocarril del Sud, con un burrito cargado de herramientas de labranza con las que se proveía el sustento.
Ahí lo conocí, ya entrado en años, compartiendo el fogón con peones y estibadores, muy dado a aferrarse a alguna referencia de un lugar o un nombre para empezar a tejer sus historias. No siempre era fácil seguirlo ni quedaba claro a qué época se refería, pero uno no podía menos que descubrir en ellas el sabor de lo auténtico: de un bañado volaban las diucas, aves cantoras, como si atravesaran las cumbreras del galpón, los cardos pampa que ocultaban al jinete parecían arañarnos y hasta nos cansaba trepar con él a una sierra, para dormir en un refugio improvisado después de asar una mulita con leña de curro. La historia se confundía con el relator porque Francisco, mientras tanto, cubría con ceniza unas papas en las brasas y luego dormitaba envuelto en su macuñ, el poncho que todavía conservaba en la pensión, mientras afuera barría los andenes cüruv, el viento.
Pensaba yo que las evocaciones se confundían para él con el presente y más que contarlos, vivía los hechos. Esa era su magia y, tal vez, una compensación que el tiempo le dejaba a cambio de sus transformaciones destructoras.
Recibía una mensualidad exigua, conseguida a lo argentino: la visita al pueblo de un político en campaña, con un discurso indigenista a la moda del momento. Y ahí estaba, con lo poco que para él no lo era tanto, viviendo hacia atrás en compañía de otros pensionistas que rara vez lo comprendían.
Una tarde le llevé una novedad que reavivó su mirada. Giró la cabeza para no perderse una palabra con su oído derecho, que aún le era bastante fiel.
-...Gente de lejos que vino a acampar en la laguna -le comenté, al descuido. Una pareja, un hijo y una hija y un sobrino.
Le transmití el hecho real, inmediato, tal como me lo habían referido unas horas antes. El matrimonio pasaba unos días de descanso en las laderas de la laguna La Brava. Los chicos, de entre diez y doce años, treparon a la sierra y regresaron con un objeto extraño. Era una chapita alargada, cubierta de tierra y moho, que al pulirla brillaba mucho.
-¿Liguen? -me preguntó.
-No, no con el brillo blanco de la plata. Es milla, Francisco, brillo dorado.
-¿Milla? De los ñoi... -de los tontos, quería decirme.
-Lo mismo pensé: un pedazo de mica, o alguna lata vieja.
Le conté cómo lo habían hallado: los chicos llegaron a una grieta, por las que se escurría un hilo de agua. Apenas quedaba un hueco y con esa valentía que da el desconocimiento, el más pequeño se había deslizado adentro. Bajó uno o dos metros por un declive y se topó con una piedra que parecía una cabeza tallada, en medio de un anfiteatro tan amplio como una habitación mediana. Como ésta -lo ilustré, señalando con un ademán el lugar en que hablábamos.
-¿Qué día es hoy, amigo? -fue la pregunta insólita de Francisco.
-Veintitrés de diciembre.
-¿Y cuándo ha sido lo que me cuenta?
-Anteayer.
-Ajá -fue su única conclusión.
Como me seguía escuchando muy atento, continué:
-Detrás de esa piedra o cabeza ya entraba muy poca luz, pero el chico dice que le pareció ver que la galería continuaba, hacia abajo. La hermana y el primo lo llamaban a gritos y ya la cosa no le gustó mucho, así que empezó a trepar hacia la salida. A un costado de la piedra con forma de busto encontró la chapa dorada. Los padres lo llevaron a un entendido, y ¿sabe qué?
-Es oro. Conozco el lugar. Es una mina abandonada hace tanto tiempo que ni usted ni yo, ni sus tatarabuelos ni los míos, habíamos nacido todavía.
La respuesta me sorprendió. Francisco había encendido un cigarro y yo conocía esa actitud de esconder la cabeza entre los hombros, como si rebuscara en sus recuerdos.
-Alguna gente cree que existe una mina y fue abandonada cuando llegaron los españoles. Y tiene su parte de razón. Pero la cosa viene de más lejos, de mucho más lejos. A usted se lo voy a contar ahora.
Hizo un largo silencio y tras una bocanada que sumergió en la niebla del tabaco la pensión y sus huéspedes, prosiguió:
-En ese lugar vivían los serranos, desde que Nguechen creó el mundo. Como nahuel -el jaguar o tigre americano- o huépil -el arco iris- se quedaron ahí. No era gente que iba y venía, como la otra. Eran unas cuantas rucas -casas- al pie de la sierra que baja hasta la laguna. Paredes de piedra, techos de totora. Cazaban el venado, boleaban avestruces y a nadie molestaban ni eran molestados, porque todos sabían que estaban destinados a proteger ese lugar. Sobre la sierra había un rehue -un lugar reservado al machi, o hechicero-, que sólo visitaba el día que decían vuta -el más largo del año-.
-¡El veintiuno de diciembre!
-Usted lo sabe.  Ese día Kenguenquen -el sol- se demora para iluminar la entrada a la mina con un solo rayo y no a cualquier hora. El machi entraba solo a buscar las ofrendas. En primer lugar, un distintivo para el jefe, como signo de respeto. Para su mujer una tobillera y algunos amuletos para los enfermos, si los había. Traía a veces adornos para las muchachas en edad de hacer pareja y después, ni mu -nada para sí mismo-. Muchos días estaba trabajando en secreto, como él conocía, y al volver era recibido con grandes muestras de alegría.
Así anduvieron las cosas hasta que una vez vieron grandes humos del lado del oeste. Algo grave estaba pasando y tiempo después supieron de qué se trataba: los de norte habían invadido y empujaban a la gente del avpun mapu -la frontera, en los Andes-.
Venían a buscar tributo y eso era que querían oro para sus dioses, que decían eran sus lágrimas y les pertenecía.  Hubo guerra y la gente de la laguna se fue a la sierra, a ocultarse por mucho tiempo para salvar la vida. El machi subió una noche a la piedra más alta y estuvo ahí hasta el amanecer, danzando y cantando en una lengua anterior a la de la tribu, que nadie comprendía. La laguna empezó a secarse, hasta que sólo quedó un lolco -un hoyo- de barro.
¡Mire cómo estaría todo de reseco! Las polvaderas eran tremendas, nada se veía para ningún lado. Los animales bajaban a tomar agua y se encimaban unos con otros, pilas de muertos se formaban. Muy mal lo pasó la gente, porque empezaban a enfermarse de sed, se les resecaban la piel y los ojos: de las piedras tampoco brotaba una gota.
Los invasores anduvieron muchos días buscándolos, hasta que encontraron al machi y lo colgaron de los brazos, atado a un palo. Lo castigaban para que confesara dónde estaba la mina, pero él se mantuvo firme.  La piel le arrancaban, con piedras pesadas en los pies lo hacían sufrir, pero respondía siempre en esa lengua que nadie entendía. Una noche, cuando lo habían dejado muy lastimado, oyeron un grito que llegó hasta la sierra. Al otro día se había desatado y lo vieron pegado a la luna, dado vuelta como todavía anda. Su pillañ -la parte del alma que emigra al morir- no pudo alcanzar una estrella como todos los que mueren y se había quedado ahí, caído, para iluminar y guiar a su gente.
Los invasores debieron retirarse. Quemaron los cardales resecos y del humo que había en el cielo, con la ayuda de la luna, se formó tormenta y empezó a llover. Días y noches cayó el agua, hasta que la laguna volvió a crecer.
Bajaron, armaron las rucas donde habían estado y la vida siguió como antes.
Mucho después, cuando vinieron los españoles, la cosa se repitió y ya le contaré cómo fue eso. Pero el machi no vivía entre ellos para entregar el secreto y protegió a la tribu desde hueno -lo alto, el firmamento-. Una noche les aconsejó que se marcharan al tehuel -al sur-, porque él los seguiría cuidando. Así lo hicieron y desde entonces...
Envuelto en su poncho, se había dormido.
Lo dejé y fui a rebuscar en la historia de un loberense una referencia que me dejó pensando:
En el límite entre los partidos de Lobería y Balcarce se explotó en una época oro. La noticia se hizo pública hace medio siglo y la extracción del metal precioso se venía realizando desde cuarenta y tres años antes. Se obtenían sesenta y cinco gramos de oro por cada tonelada de material en bruto, con un cuarenta por ciento de otros metales.
Los yacimientos auríferos estaban ubicados en el campo "La Suiza", de Juan Beristain, en la línea divisoria de ambos partidos.
Para la explotación se hicieron varios pozos cuya profundidad varió de tres a catorce metros. Se había comprado en Brasil una máquina muy costosa, especial para trabajos de esa índole.
Como prueba de la existencia y calidad del mineral, se enviaron al gobierno dos botones y dos chapas confeccionados con el oro extraído de la mina, que fue visitada por técnicos y personajes de la época.
El dueño del campo, al tener conocimiento del hecho, promovió una cuestión a los que la trabajaban, considerándolos intrusos, y los mineros fueron desalojados por un piquete de guardiacárceles.
El pozo más profundo fue cegado luego por quince mil borregos que murieron durante un temporal.
La noticia se refiere a un lugar distinto al del hallazgo de los chicos; sólo demuestra que existe oro en estas sierras.
Supe que los visitantes volvieron muchas veces a la laguna y no pudieron hallar la entrada de la mina, accesible a una hora fija, en el solsticio de verano.
Francisco no quiso hablar mucho más del tema, pero me dio a entender que nunca encontrarían la grieta, por más que la codicia los entusiasmara a perderse años en el intento.
-¿Por qué? -le pregunté una vez.
-Porque el machi sigue ahí, cuidando. No es oro para lo que ellos quieren.
Desde entonces, cuando dormitaba, sonreía desde un sueño que sólo a él estaba reservado.

CONTATE UN CUENTO III - Ganador de Categoría A - Micaela Masdem

LOS OJOS VEN
Alumna de 1ºAño  de la ESB Nº 7


Esta historia trata sobre dos ojos, sí, dos ojos que estaban en la cara de una niña llamada Melisa. Ella tenía 7 años y vivía con su papá, mamá y su hermanito de 3 añitos. Iba a 1° grado y era una de las más grandes del salón, con su mejor amiga,  Florencia,   estaban todo el día juntas.
Estos ojitos miraban todo lo que hacía Melisa, sabían todo lo  que sentía y  no les gustaba que estuviera triste, porque cuando la tristeza la invadía, lloraba y estos se inundaban. Un mar de agua los cubría hasta que la mamá le cantara su canción preferida.
Semanas antes de que los ojitos se vieran repletos de agua, observaron que Melisa era una niña feliz: vivía con su familia, tenía buenas calificaciones y reía sin parar, pero un día…
Los ojitos veían que  su mamá se acercaba hacia ellos y los miraba fijamente. No escuchaban, ellos solo veían, pero en ese momento un mar de agua vino y los inundó a los dos, entonces estos se dieron cuenta de que algo no andaba bien. Por ese motivo el ojo derecho se conectó con el  oído y le preguntó qué había escuchado, qué le decía la madre de Melisa a ella. Pronto recibió la respuesta,  le había dicho que el papá y la mamá no iban a vivir más juntos y que su hermanito,  la mamá y ella vivirían en otra casa fuera de la ciudad. El ojito ahora comprendía el mar de agua y llamó a su compañero para contarle lo que le sucedía a la pequeña.
Una semana después la mudanza estaba hecha, los ojos ahogados en un mar de agua miraban atónitos el camión de la mudanza y la cara del papá que despedía a Melisa con una sonrisa forzada.
La nueva escuela de Melisa era linda, grande y con muchas aulas, eso era lo que veían los ojitos. Pero se daban cuenta que para ella la mejor escuela era la de su ciudad, con sus amigas y señoritas. Los ojitos miraban que todos los otros ojos de los nuevos compañeros de Melisa los miraban y se sentían un poco incómodos porque algunos no lo hacía con buena cara. Un gran llanto se acercaba, pero justo se fue cuando la señorita le dijo a Melisa que se parara, los oídos estaban muy atentos de todo lo que pasaba para comentarle a los ojos todo lo escuchado.
Los ojitos preocupados por Melisa miraban todo con mucha más atención y vieron que la mamá de Melisa no estaba nunca en su casa, y otra señora llamada” niñera” la cuidaba a ella y a su hermanito. Ellos se dieron cuenta de que la vida de Melisa había cambiado por completo y la mayoría de los días eran visitados por las lágrimas.
Melisa quería ver a su papá y todavía faltaban tres días para que los pasara a buscar para pasar el fin de semana, esto leían los ojitos cuando Melisa escribía, en su diario íntimo, con mucho esfuerzo porque este año recién, había empezado a escribir.
El día esperado por Melisa llegó, se fue con su papá y su hermanito a pasar el fin de semana a su verdadera casa Cuando entraban los ojos vieron que otra señora estaba sentada en el sillón mirando televisión y leyendo una revista. Melisa preguntó quién era, y el padre le dijo que ella era su nueva esposa, y que las dos serían buenas amigas.  Todo esto, por supuesto fue  contado por el oído izquierdo que escuchó con más atención ya que el oído derecho se había quedado dormido. Las dos charlaron un instante y en ese pequeño momento la señora le contó muchas cosas de su vida, le dijo que le gustaba el sushi, que era dentista, que no le gustaba que le tocaran la ropa ni el pelo, que no le gustaba que la miraran fijo, que le molestaba mucho el sonido de cuando se muerde fuerte, que tenía 34 años y seguramente muchas cosas más, pero los oídos no dieron abasto y no pudieron acordarse de nada.
Melisa estaba enojada por no poder ver a sus amigas, en especial a Florencia; por no poder ver a su papá todos los días, y porque él estuviera con esa mujer. Estaba enojada por no ver a su mamá como antes, y estaba enojada  porque en su nueva escuela no tenía amigos.
Toda su cara estaba preocupada, la boca, los ojos y los oídos querían ayudar a Melisa, por eso organizaron un plan: cuando  Melisa fuera a la casa del padre otra vez, le iba a hablar a la nueva señora que vivía con él, diciéndole que quería tomar un helado, todo esto dicho por la boca. Luego ella le tiraría el helado encima sin querer, aunque arrojado a propósito por el brazo, que también decidió ayudar, después de eso sus ojos la mirarían fijo y por último la boca junto a los dientes morderían fuerte, muchas veces, esto de que la boca tuviera un segundo acto, la emocionó más de lo que estaba por actuar. Todo esto lo harían para molestar a la señora y para que se fuera.
El día anterior a que ella fuera con su padre y el plan estuviera en marcha, los ojitos miraron a la madre de Melisa feliz y a Melisa más contenta, entonces intrigados, preguntaron a los oídos el porqué de tanta felicidad. La respuesta fue que la madre de Melisa iba a trabajar menos horas e iba a poder estar más con sus dos hijos. Eso para los ojos era una gran noticia porque era un problema ya resuelto.  
Nuevamente el padre fue a buscarlos.  Al llegar a su casa  todo estaba listo para poner en marcha el plan, su cara estaba preparadísima. Todo marchaba bien, la boca hablaría, pero ¿cómo saldría? Solo había una manera de averiguarlo. Preparados, listos, ya: La boca soltó la frase con una dulce voz “¿podemos ir a tomar un helado?” .La señora, asintió con la cabeza y soltó dos palabras, “por supuesto”, inmediatamente el oído avisó a todas las demás partes de la cara que participaban de este plan la esperada respuesta de la señora. La primera etapa había sido completada. Llegaron a la heladería, Melisa, realizó el pedido y pasado unos minutos, el brazo, que estaba nervioso y transpiraba,  se preparaba para  actuar, y lo hizo. Arrojó el helado sobre la señora y le salió perfecto, otra fase completada. Llegó el turno de ellos, los inventores del plan, era el turno de los ojos que comenzaron a mirarla fijo acompañados por las dos cejas que se fruncían para una mirada más provocadora del enojo de la señora, estas dos a último momento también decidieron participar, pero aunque no tuvieron tiempo de ensayar su trabajo les salió excelente. Ahora solo les faltaba la última etapa del plan, la boca se preparó, junto con los dientes, y empezaron a masticar fuerte el helado y aunque los dos se murieran de frío no importaba porque era por una buena causa. El plan estaba terminado y había salido de lo mejor; sin embargo, no lograron despertar la ira de Úrsula, la nueva esposa del padre.
La semana siguiente, Melisa fue a la casa de su padre  y los ojitos observaron que la señora estaba allí. Y también se enteraron que a Melisa le habían dicho que estaba mal lo que le había hecho a Úrsula. Los oídos escucharon todo, pero temían  decirles a sus amigos lo ocurrido con Melisa, aunque tomaron fuerzas y contaron todo lo escuchado. Las partes de la cara y los demás participantes del plan se quedaron muy decepcionados por fracasar.
Los ojos de Melisa miraban fijo  los ojos de Úrsula, que por otra parte estaban posados sobre los ojos del padre y se dieron cuenta que ellos  transmitían ternura, que ellos buscaban con alegría estar enfrentados   con los del  padre de Melisa. Muy a su pesar su padre sentía amor por aquella señora y viceversa.¡Qué desilusión! Frente al amor no se puede luchar, concluyeron los ojos. Melisa iba a tener que comprender la situación y seguramente con el tiempo las lágrimas cesarían, porque después de una “gran tormenta siempre sale el sol”
Un día cuando Melisa fue a la casa del padre, encontró  que Úrsula había traído a su sobrino Valentino que tenía 7 años, esto observaron los ojos, pero lo de los años y el nombre se lo contaron los oídos.  La boca se movía y no paraba, entonces los ojos se dieron cuenta de que Melisa estaba muy charlatana, hablando con Valentino, ¿se harían buenos amigos?  Eso era lo que todas las partes de la cara de Melisa esperaban para que no fuera a la casa del padre triste por estar con Úrsula, aunque fuera muy amable con ella y la dejara estar con su padre todo lo que ella deseaba.
Los días pasaban y los ojitos se dieron cuenta de que todas las veces que Melisa iba a la casa del padre, Valentino estaba allí, y que ella iba con mucho más entusiasmo.
Todo estaba resuelto, Melisa estaba feliz de nuevo, porque tenía un nuevo amigo, porque cada vez que iba con su padre veía a Florencia. Ahora veía más tiempo a su mamá y en la escuela tenía dos nuevas amigas llamadas Delfina y Sol y aunque su padre y su madre no vivieran con ella y su hermanito, ella nuevamente era feliz.

Poesías - Raúl Horacio Tuñón

Nació en Buenos Aires en 1905, y murió en la misma ciudad en 1974.
Fue uno de los más importantes poetas argentinos del siglo XX, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares”, según lo definió Pedro Orgambide.
En 1922 publica sus primeros poemas en las revistas Caras y Caretas e Inicial. En 1923 participa en la redacción de Proa, la revista que dirige Ricardo Güiraldes, y colabora en el periódico Martín Fierro. Viaja por el interior del país, Europa, Brasil y al Chaco paraguayo, en el avión del diario Crítica, como corresponsal de guerra. Vuela a la Patagonia y se instala en Río Gallegos. En 1933 funda la revista Contra. Lo detienen y procesan por ¨incitación a la rebelión¨. En 1934 viaja a España y se radica en Madrid, donde traba amistad con García Lorca, Neruda y Miguel Hernández. En 1935 vuela a Buenos Aires y dos años más tarde está otra vez en España, durante la defensa de Madrid. Vive en Chile. Viaja por Europa, va a la Unión Soviética y a China.
Con “El violín del diablo” (1926) y “Miércoles de ceniza” (1928) trae Tuñón a la poesía argentina el desenfado y la picardía de los muchachos de los puertos, de los vagos y mal entretenidos que deambulaban por el viejo Paseo de Julio. En “La Calle del Agujero en la Media” (1930) el verso libre, de amplio período, suplanta la cadenciosa, rítmica primera manera del poeta. Ahora, el discurso poético se abre para incorporar lo sensorial en infinitos detalles, para registrar pequeñas anécdotas que tienen la brevedad de una instantánea. 
En “El otro lado de la Estrella” y “Todos bailan”, poemas de Juancito Caminador, ambos publicados en 1934, Tuñón continúa esta segunda manera de su poesía: el verso amplio que llega fundirse con la prosa. De ese tiempo es la serie de Blues y su memorable poema "Lluvia", dedicado a Amparo Mom. Seguro de su oficio, canta ahora no sólo al amor y la vida vagabunda, sino a los hombres dispuestos a una actitud de solidaridad y al combate. 
En 1936 aparece La rosa blindada. Puede señalarse este momento como el del tercer período poético de González Tuñón. En él se integran y se complementan sus dos maneras anteriores. Fiel también a la poesía española, a los romances y coplas populares, enriquece la suya tanto en su tema como en su lenguaje. "La Libertaria", "El Tren Blindado de Mieres", "La Copla al Servicio de la Revolución", "Cuidado, que viene el Tercio", "La muerte Derramada", "El Pequeño Cementerio Fusilado" son algunos poemas de aquel tiempo, en los que, a partir de un tema heroico, la poesía se expresa tanto en verso rimado como en largos períodos de verso libre y prosa. No ocurrió lo mismo en parte de su producción posterior, donde a veces lo contingente, lo aleatorio, el compromiso de circunstancia, restó fuerza a su poesía. No obstante, se advierte en sus últimos poemas un feliz regreso a sus orígenes, al poeta vagabundo, a su admirable “Juancito Caminador”, aquel que dijo: "Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad."
Además de su labor poética, Raúl González Tuñón escribió varias obras de teatro: El descosido, La cueva caliente y, en colaboración con el poeta Nicolás Olivari, Dan tres vueltas y se van.
En los años 50 jóvenes poetas formaron el grupo literario "El pan duro", como continuación de la línea estética y política de Tuñón. De allí surgió el primer libro de Juan Gelman, Violín, y otras cuestiones, y la editorial La Rosa Blindada.
Murió en Buenos Aires, el 13 de agosto de 1974, mientras trabajaba en un poema en homenaje a Víctor Jara, cantor que había sido asesinado por la dictadura de Pinochet.


JUNACITO CAMINADOR

murió en un lejano puerto-
El prestidigitador
poca cosa deja al muerto.

Terminada su función
- canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja,
todo, menos la canción.

Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.

Música de barracón
- canción, baraja y paloma-
flor de campo sin aroma
Todo, menos la canción.

Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.

Su prestidigitación
- canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja,
Todo, menos la canción.

Mucha muerte a poca vida,
que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida.

Truco mágico, ilusión,
- canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma,

todo, menos la canción.


EPITAFIO PARA LA TUMBA DEL POETA DESCONOCIDO

Fue un poeta de su vida y de la vida.
Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo,
fue siempre el suyo un vago amar
y sentir y esperar no se sabe qué cosas:
y no pudo escribir ni un solo verso.
La muerte, la inquirida “Tía de las muchachas”,
Se lo llevó una tarde de azul desprevenido.
Murió de inanición, como Meg Merrillies,
la que en vez de cenar contemplaba
fijamente la luna sobre el bosque.

Tanta es su soledad que el olvido se toca



LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar

ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.

El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.