domingo, 30 de junio de 2013

La casa ciega - Ezequiel Feito

I

Deténte viento en el encinar sonoro
y tú, amable luna, en sus leprosos hierros.
Para ella hay sombras ¿Por qué cansarla
con la amable compañía de la voz y el fuego?

¿Por qué hacerla danzar con luces que no son suyas
bajo la absurda lástima de las tinieblas?
¿Por qué malgastar la quietud del aire,
en el vacío débil de sus quebradas rejas?

¿Por qué molestarla? Díganle al viento
que no lleve más polvo de la calle solitaria
hasta el caos brutal de su miseria.
Déjenla que se encierre en su quietud malsana.
¡Déjenla! ¿No ven que ella
hace callar las aves que se posan
en la seca enredadera?

II

¿Por qué limpiar sus ojos con el fresco arroyo
que acaricia sus cristales como bendiciéndola,
si ha negado el vientre de la mujer encinta,
y la recia calma con que vivió la bestia?

Despreció a la mañana que giraba en el molino
con su sayo gris gastado por la niebla.
(Casa ciega que junto al naranjal de oro
con sus pies de mármol, parece muerta.)

III

Deténte viento en el encinar sonoro
y tú, amable luna, en los cansados hierros.
Para ella sólo hay sombras ¿Por qué cansarla
con la amable compañía de la luz y el fuego?

¡Ojalá que el tiempo quiebre sus cimientos
y a su cuerpo dé la paz de las estrellas.
Y sobre lo que fue su enfermedad y su tristeza,
se alce otra que a la muerte desafíe
y con su vida extienda, triunfante, la belleza!

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