domingo, 30 de junio de 2013

LA MISERIA POPULAR - Compilación: Jorge A. Dágata,

Hoy estas cosas se saben. Pero en aquellos días, no. Todo debió ser investigado y descubierto por patriotas incinerados por el odio, el silencio o la calumnia. Este análisis de las causas profundas del drama nacional surgió del infortunio de un pueblo.  Los obreros rurales carecían de toda protección. Desheredados sociales, no había para ellos horarios de trabajo, ni descanso semanal, ni vivienda. Los peones criollos dormían en los galpones o bajo las chatas de cara a las estrellas. Se les exigía la soltería. En las empresas del norte argentino, los obrajes acuñaban sus propias monedas de cuero y tenían proveedurías donde se recuperaban los jornales de hambre pagados a los peones. Benjamín Villafañe y Alfredo Palacios, enviados por el Senado, fueron en 1941 en inspección a los obrajes. Allí comprobaron cómo la población nativa asalariada vivía y dormía hacinada como las bestias, en un nivel infrahumano de vida. Alfredo Palacios escribiría a raíz de este viaje ¨Pueblos desamparados¨, relato de la trágica situación de los trabajadores. Lo cual no le impediría en 1955 incriminar a ese proletariado nacional acusándolo de turbamulta. Esta situación era general, en Salta, Jujuy, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero, en la Patagonia.
Mientras los peones rurales, empujados por la miseria, iniciaban su éxodo y aumentaban el ejército de reserva del trabajo, en la ciudad portuaria -y en los centros urbanos- todo era barato. Alimento, cines, teatros, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espectáculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, la exasperación, el cinismo imaginativo y la pobreza humillante. Todos los sueldos estaban embargados. Seiscientos mil porteños, en un mercado de trabajo sin perspectivas, ahogado por la economía en crisis del monocultivo, vivían de sus pequeños empleos. Pero era la clase obrera la que más sufría esta situación. Era el país mismo y su trabajo nacional el que estaba enajenado por la política económica y monetaria de la clase ganadera, en tanto en Puerto Nuevo, funcionaba la ¨olla popular¨ para los desocupados.
Los diarios, mediante campañas coordinadas, mantenían en la ignorancia a la opinión pública. La nota sensacional hacía esporádicamente referencia al drama argentino, sin individualizar las causas reales. La inteligencia argentina, de espaldas al país, malgastaba su talento en los diarios poderosos con notas sobre turf, viñetas cinematográficas y aguafuertes porteñas. Allí se hablaba de todo menos de la masa humana aniquilada. La tuberculosis era la enfermedad definitoria de una época y, al mismo tiempo, millones de argentinos creían en el país más rico de la tierra como se les había enseñado en la escuela. En el periodismo, los sueldos indecentes se compensaban con la cocaína barata, el ajenjo importado, en los despachos de bebidas o en los burdeles y cafetines del centro con mujeres de todas las latitudes y todas las epidermis. Esa inteligencia, víctima ella misma del imperialismo colonizador, no creía en el país. Su escepticismo, sin conciencia real de los fundamentos extraindividuales, de su fracaso como intelectualidad, estaba ordenado y mediatizado por la función antinacional deprimente que cumplía en los diarios, meras sucursales de los monopolios extranjeros.


De ¨La formación de la conciencia nacional¨, de J.J. Hernández Arregui

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