Mientras los peones rurales, empujados por la miseria, iniciaban su éxodo y aumentaban el ejército de reserva del trabajo, en la ciudad portuaria -y en los centros urbanos- todo era barato. Alimento, cines, teatros, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espectáculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, la exasperación, el cinismo imaginativo y la pobreza humillante. Todos los sueldos estaban embargados. Seiscientos mil porteños, en un mercado de trabajo sin perspectivas, ahogado por la economía en crisis del monocultivo, vivían de sus pequeños empleos. Pero era la clase obrera la que más sufría esta situación. Era el país mismo y su trabajo nacional el que estaba enajenado por la política económica y monetaria de la clase ganadera, en tanto en Puerto Nuevo, funcionaba la ¨olla popular¨ para los desocupados.
Los diarios, mediante campañas coordinadas, mantenían en la ignorancia a la opinión pública. La nota sensacional hacía esporádicamente referencia al drama argentino, sin individualizar las causas reales. La inteligencia argentina, de espaldas al país, malgastaba su talento en los diarios poderosos con notas sobre turf, viñetas cinematográficas y aguafuertes porteñas. Allí se hablaba de todo menos de la masa humana aniquilada. La tuberculosis era la enfermedad definitoria de una época y, al mismo tiempo, millones de argentinos creían en el país más rico de la tierra como se les había enseñado en la escuela. En el periodismo, los sueldos indecentes se compensaban con la cocaína barata, el ajenjo importado, en los despachos de bebidas o en los burdeles y cafetines del centro con mujeres de todas las latitudes y todas las epidermis. Esa inteligencia, víctima ella misma del imperialismo colonizador, no creía en el país. Su escepticismo, sin conciencia real de los fundamentos extraindividuales, de su fracaso como intelectualidad, estaba ordenado y mediatizado por la función antinacional deprimente que cumplía en los diarios, meras sucursales de los monopolios extranjeros.
De ¨La formación de la conciencia nacional¨, de J.J. Hernández Arregui
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