El amanecer
Julio Carlos Diaz Usandivaras.
Voy caminando en el agua, pura
como las piedras que lava la eternidad.
Una flor, una voz que siembra
lámparas en la brisa
- vidalitá
llega conmigo.
Yo soy el payador,
oídme, el dueño de los pájaros
y el vino.
Mi garganta amanece después de cada
sombra
como una vara de profecía,
porque traigo la sangre guardada
entre la música
y esta carta fragante de la tierra
para tocar tu frente.
El trapecio del bosque defiende los espejos
del trebolar que se bebió la noche
y ahora festeja el círculo principal y encendido.
En el hombro desnudo del cielo
los colores estrenan su júbilo apremiante
- oh cuerpo azul, suave estación, bandera -
y el álamo protege su temporal
vigencia de tacuara.
Voy caminando en la tierra parda
y en el espacio del chingolo.
El árbol despertó sus frutales espuelas;
la punta de una rama
va quebrando el último azufre de la niebla
y mi sangre desata sus gauchos anteriores.
Una guitarra sola, para mi voz
antigua de metales.
Una guitarra sola
y herida en este pulso de ceibal circulante.
Y todo el país del viento
derramado en mi boca,
porque voy libre y cantando
en el estribo entero de la patria.
Décima Nº 3: “De la Afirmación”
David Martínez “Décimas de “El Nostalgioso”
Tengo el corazón cansado
de asombros y de pesares.
Pasan los ríos, las mares,
la esperanza
y lo esperado.
Nos deja el vivir de lado,
y sólo el morir persiste;
Pero yo no canto triste,
porque te siento a mi lado
y sé por tu amor callado
que el mundo es bello y existe.
Romance de la tardecita gaucha
Arnaldo C. Baez.
Al filo del horizonte
arden los últimos leños
del sol, y la tardecita,
porque es gaucha, de ese fuego
recoge un tizón u en cada
esquina del ancho cielo,
va encendiendo uno por uno,
el candil de los luceros.
El campo la está aguardando
para brindarle en su seno
los halagos del reposo
junto a los árboles buenos,
la música de los grillos,
y el canto de algún cencerro
mientras en los alambrados
pulsa vidalas el viento
el rocío hace chispear
la piedra de su yesquero
y en sus chispas las luciérnagas
se queman a ras del suelo.
La tardecita ha prendido
todas las luces del cielo;
luego tiende sus fatigas
en blando jergón de trébol,
y la luna que ya asoma-
la ve dormirse sonriendo…
Desde un poste una lechuza,
inmóvil, le cuida el sueño
y sus filosos chistidos
le abren, con golpes certeros,
a todo ruido que asoma
grandes tajos de silencio.
La noche llega al tranquito
en su caballo azulejo,
luciendo toda la plata
de la luna en el apero;
desmonta y manda que reine
el más profundo sosiego;
entonces cesa de pronto
el balar de los corderos;
junta un álamo las manos
cual si implorara silencio;
las parvas arrodilladas
elevan bíblicos rezos;
el arroyo se desliza
como aguantando el resuello,
y esconden en las cañadas
su agudo grito los teros.
¡Bien puede la tardecita
gozar de plácido sueño,
ahora que en los umbrales
del campo abierto y sereno,
han detenido sus ágiles
potros del viento Pampero;
ahora que no se mueve
ni una paja en los esteros,
la luna y las estrellas
-abrumadas de misterio-
en puntas de pié transitan
por los caminos del cielo!
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