domingo, 30 de junio de 2013

Identidad recuperada - Liliana Colavita

La mujer pasó y algunos hombres se dieron vuelta para mirarla. Se la veía realmente atractiva.
El pelo rubio con mechas más claras se movía al ritmo de su caminar. El espacio entre el pantalón y la remera dejaba ver su barriga chata y firme y, en el borde del ombligo, un arito presumiblemente de oro, similar al del que tenía en lado derecho de la  nariz. Su rostro mostraba una piel tersa y suave, aunque aún debajo del perfecto maquillaje se sospechara algo pálida. Cuando sus labios carnosos y sensuales se separaron para decir algunas palabras al portero brillaron los dientes parejos y blanquísimos. Sus lindos ojos celeste verdoso estaban enmarcados por largas y espesas pestañas.
Era alta y absolutamente bien proporcionada. La remera que además de corta era muy escotada, dejaba ver el nacimiento de sus pechos grandes firmes y juveniles. Era lo que comúnmente se llama “un minón”.
Después de hablar con el portero entró al ascensor.
Segura de que ya nadie la veía, se quitó los zapatos de taco muy alto y se aflojó el ancho cinturón elástico con incrustaciones metálicas.
Una vez en su departamento, cumpliendo con el ritual cotidiano, se quitó las extensiones de pelo más claras  y peinó su propio pelo, de color indefinido y con canas.  Despegó con cuidado las arqueadas pestañas postizas. Guardó los lentes de contacto azul verdoso y se puso gotas analgésicas en sus irritados ojos marrones, después se calzó sus anteojos de considerable aumento. Cepilló cuidadosamente sus implantes dentales. Eligió entre los muchos frascos de crema para pieles sometidas a cirugía la que correspondía a cada una de las partes del cuerpo, busto, párpados, labios, abdomen y glúteos. Se miró al espejo y pensó que en breve tendría que ir a la clínica plástica para hacerse algunos retoques.
Colgó en una percha el pantalón y la remera y respiró con comodidad, vestida con bata y pantuflas.
Finalmente, agobiada por el peso de ser otra, se sentó a escuchar esos temas musicales que tanto le gustaban y jamás confesaría que había bailado en la década del 60.
En la intimidad del hogar había recuperado sus 50 años.

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