lunes, 13 de enero de 2020

Concurso “Contate un cuento XII” – Mención de Honor Categoría E: “Reminiscencia” - Por Patricia Cavaiani de Balcarce

La noche cae fría, oscura, insondable…
  Bajo el frondoso árbol se acovacha el hombre cuya imaginación traspasó los límites de la cordura.
   Por el gran ventanal de la cocina observa a la mujer que, afanosa, realiza los quehaceres domésticos. Una gran olla sobre el fuego emana olor a hierbas. Ella, diligente y segura, espera al hijo mayor con la sola convicción que le proporciona su poder adivinatorio. El joven llegará sin anunciarse y la casa se llenará de risas, amigos y mujeres. Todo lo relacionado con él es exagerado, abundante, excesivo. Tan distinto a su hermano menor que, encerrado en su habitación, relee mapas y anotaciones ajados por el tiempo con la certeza del descubrimiento de alguna ciudad desconocida, de algún templo sagrado, de alguna ruta ignota,
  El primer hijo se lanza a la aventura, el segundo la busca en los estantes polvorientos y atestados de libros de su estrecho cuarto.
  Al día siguiente llega el primogénito confirmando la premonición de su madre. La abraza, la cubre de exclamaciones altisonantes y se siente a la gran mesa llena de variados manjares que devora sin esperar a los demás comensales. En su piel nuevos tatuajes dan fe de sus múltiples aventuras. Al rato entra Iván y, sin saludar a nadie, pone algunas verduras en su plato y se apresura para volver a la quietud de su refugio. En el aire se siente un raro vacío, una distancia palpable. La madre conoce esos rencores, sabe que los lazos sanguíneos no fueron suficientemente sólidos, no consiguieron zanjar la distancia impuesta por las diferencias de carácter, de humor, de intereses. Son hermanos, sí, en los papeles, en la vida son totales desconocidos.
  El menor se retira a su habitación, nada interrumpe el vaivén de sus pensamientos, nada lo conmueve, solo la obsesión de descubrir,  quién sabe qué, en esos viejos pergaminos. Planea hacer un largo viaje exploratorio. No hay aparentes urgencias en su vida que sobresalten su cuerpo ni su espíritu.
  El hombre solo bajo el castaño comienza a inquietarse, vagas sensaciones anticipan el inevitable desenlace. Quiere desamarrar sus manos, salir de la oscuridad que nubla su mente atormentada, pero todo intento resulta  vano.
  Al anochecer la casa se puebla de risas escandalosas, de mujeres, de música estridente que llena los ambientes y se cuela como un rayo punzante en todas las habitaciones, rompiendo con la paz que imperaba antes de la llegada del libertino.
  El hijo introvertido, callado, ve invadida su privacidad, no puede concentrarse, no sabe cómo actuar. Se dirige hacia la cocina y, con voz ruda, le dice al hermano que necesita volver a la normalidad, que su presencia todo lo altera, que allí no hay espacio para tanta algarabía, que el padre está muriendo olvidado en algún rincón del patio, que regrese a su vida disipada lejos del hogar. Aquel no registra los reclamos, no nació para escuchar a nadie…
  El padre, presa de una alucinación final, vislumbra el futuro cercano. Hilos de baba blanca caen de su boca mustia junto con las palabras:- Caín y Abel, Caín y Abel, Caín…

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoría D: “El viejo del Vagón” - Por Walter Hormaechea, alumno de Secundaria de Oficios

El viejo del vagón le decían en el pueblo porque nadie lo conocía, no sabían de donde había venido. Algunos pensaban que había escapado de la justicia, otros que escapaba de algo malo, por eso estaba solo, nadie hablaba con él, su aspecto ermitaño, de mal carácter, desagradable y desalineado, asustaba a la gente.
Vivía en un vagón abandonado, que el ferrocarril había dejado cerca de los galpones de una vieja estación en la que moraba un hombre al que llamaban “jefe”. Por ahí vivía también un joven que luego de la escuela solía andar caminando por las vías con su honda y unas piedras en los bolsillos del pantalón, porque en esa época no existía Internet, y los jóvenes solían hacer otras cosas, como por ejemplo cazar.
             Fue esa tarde que Matías se encontró frente a frente con aquel señor extraño que venía por las vías en sentido contrario.
             A primera vista y casi de inmediato, Matías sintió mucho miedo, recordó algo que una vez alguien le había contado. El viejo del vagón y el “jefe” habían sido bueno amigos. Este último tenía una hija que era hermosa y solía sentarse con el viejo a charlar sobre el andén de la estación. Un día se enamoraron y esto hizo que el “Jefe” le prohibiera a su hija ver a su amigo, así que la encerró en un cuarto. Un día ella se escapó para poder encontrarse con su gran amor. Ese día un tren que venía del norte no pudo parar, ella cruzó las vías sin mirar, quizás pensando en el encuentro con su amado y no lo pudo ver. Ese día fue trágico, algunos todavía dicen que lo recuerdan.
             Matías miró nuevamente al viejo, pensó en salir corriendo pero al mirar al joven, éste le sonrió y al instante preguntó
 _ ¿Qué andas haciendo por las vía solo? ¿No sabes que es peligroso?.
 – Sí, lo sé. Mi abuelo siempre me lo dice.
Ese día Matías empezó a conocer al viejo del vagón. Se enteró que era un hombre sencillo y bonachón, que la historia que él había escuchado de un amor y una tragedia había sido verdadera. Había elegido vivir solo y sin contacto con las personas porque su dolor por aquella hermosa mujer que la vida le había arrebatado le produjo un sufrimiento tal que solo se estaba dejando morir.
             Con el tiempo, construyeron una gran amistad. Así fue que Matías se enteró que se llamaba Rodolfo, nombre que su madre le había puesto por su padre.
             Al pasar el tiempo Rodolfo, el viejo de vagón cambió su vida, conoció a Isabel la tía de Matías. En el pueblo decía que ella trajo la cura a todos sus males y que él pudo encontrarle un sentido a la vida y Matías comprendió que lo que dicen de las personas a veces puede ser verdad, pero otras hay que llegar a conocerlas.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoria D: “La desilusión de Serapio” Por Roque Atilio Ledesma, alumno de EEPA 702

Era una de esas noches de verano en las que la luna iluminaba todo el pueblo de Crespo, dejando ver la hermosura y tranquilidad de sus campos. Como era de esperarse, cada noche llegada las 21 horas el gaucho Don Serapio se despedía apresuradamente de su compañera de vida y de sus dos pequeños hijos para irse al bar que quedaba a unos 30 minutos a caballo cruzando por el campo de su compadre. Su mujer, ya cansada de no contar con su marido a la hora de la cena, comenzó a sospechar que él ya no la amaba y andaba en busca de otros amores. Quiso enfrentarlo y hacerlo confesar,  pero el miedo la invadió y sólo pudo hacer silencio, mirar el suelo y decir: te veo a la vuelta. Una vez que su esposo se marchó, ella se tranquilizó y se consoló pensando que Serapio sería incapaz de serle infiel, ya que se caracterizaba por ser un hombre bondadoso y trabajador que no tenía maldad con nadie, siempre demostraba que su prioridad era la familia y que si se iba cada noche era porque tenía una debilidad: la bebida.
   Serapio montó su caballo y se dirigió hacia el bar donde lo esperaban sus compañeros de truco. La tranquilidad era lo que caracterizaba el entorno del lugar. Afuera sólo se sentía el relincho de baguales atados a los palenques, adentro era un mundo diferente, el ambiente era de fiesta. Los hombres entre risas y tragos se olvidaban por un rato de sus problemas y obligaciones cotidianas, entre ellos Serapio. Este ambiente festivo sólo duró unos minutos, en medio del partido ingresó en el bar González, el nuevo  comisario del pueblo. Éste era un hombre frío, ambicioso, con pocas amistades que no eran las mejores. Poco se conocía de su vida personal, se sabía que era un hombre casado aunque el comentario era que tenía aventuras amorosas y las malas lenguas también afirmaban que tenía un hijo no reconocido por fuera de su matrimonio. Con su arrogancia y un tono amenazador le dijo a Serapio que abandonara el lugar porque iba a venir la recorrida y se lo iban a llevar.
   Serapio, golpeando la mesa y muy ofendido le respondió:
-“¡Me va a llevar por borracho pero no por ladrón!”
   El comisario sonrojado casi tartamudeando solo atinó a decir: “¿por qué me decís eso?” Pero no recibió respuesta alguna. Serapio lo miró, volvió a sentarse y continuó con su juego. Todo los que se encontraban en el bar se quedaron sorprendidos, porque no era habitual del lugar que hubiera este tipo de cruzadas y se preguntaban el por qué de las mismas. González se retiró pero volvió a ingresar con un forastero cómplice que muy enojado a los gritos dijo: -“¿Qué te pasa a vos Serapio?” Pero éste lo miró de reojo y siguió jugando. El forastero insistente le volvió a decir: -“¡A vos te estoy hablando!” Serapio se levantó de la mesa, tiró las cartas y la silla hacia un costado e intentó irse sin causar ningún tipo de disturbio. El forastero a la pasada lo agarró del brazo y muy enojado le dijo: -”¡Disculpate por lo que dijiste!”. El gaucho ya con furia en su interior respondió: -“yo no me disculpo por decir la verdad. Si me quiere llevar, que me lleve; pero antes de irme quiero que me expliquen, cuál es el motivo de la bronca de ustedes hacia mí”. En ese instante un silencio se sintió y la puerta del bar se abrió y para la sorpresa de muchos la persona que ingresaba en ese momento era la menos esperada en el lugar. Ramona, la mujer de Serapio había decidido ir hasta allí para aclarar sus sospechas. Todos giraron la mirada hacia ella, incluido su esposo que no podía creer lo que estaba viendo. Jamás en sus años de casados ella se había presentado en el lugar. Sabía bien que no lo podía hacer ya que ese era un espacio exclusivo de hombres. Imposible pensar en la presencia de una dama allí.
   Serapio se soltó del brazo del forastero y se dirigió hacia la puerta con su mujer. Ella había quedado inmóvil con la mirada fija hacia el fondo del bar. Su marido enojado le preguntó: -“¿Qué hacés acá? ¿Acaso me estás controlando?” Pero Ramona parecía no escuchar, seguía perpleja sin correr la mirada. Al no recibir respuesta, Serapio volteó a ver qué era lo que tanto le había llamado la atención pero solo vio a sus compañeros de truco y al comisario que, para su sorpresa, estaba inmóvil y con la mirada fija hacia su mujer. No podía comprender qué era lo que pasaba, enojado elevó el tono de voz y le dijo a Ramona: -“¿Te pregunté qué haces acá?”, pero ante la no respuesta la empujó hacia afuera. González salió corriendo tras ellos, enfrentó al gaucho anteponiendo su cuerpo al de la mujer gritando: -“¡No te atrevas a hacer eso otra vez!” A lo que recibió como respuesta: -“¡No te metas que es mi mujer, no la tuya!” “¡Eso es lo que vos pensas!”- exclamó el comisario.
   Serapio no podía entender lo que estaba escuchando y en un clima tenso con todos los hombres del bar como espectadores exigió una explicación. ¿Acaso ellos ya se conocían? ¡Imposible! González era nuevo en la zona y Ramona pasaba todo el día en su casa al cuidado de sus hijos y llevando a cabo las tareas del hogar. Debía tratarse de una confusión. Por tal motivo, tomó del brazo a su esposa y se dispuso a ir por su caballo para retornar a su hogar cuando de repente el comisario lo empujó para apartarlo de ella. Ramona llorando y entre balbuceos con un tono muy bajo dejó escapar sus palabras diciendo: -“Hilario dejá,¡no te metas!”.
   Ante la mirada confundida de Serapio, la dama no pudo controlar más sus emociones, estalló en llanto y comenzó a contar su verdad: todo había empezado hacía unos cinco años atrás cuando ellos aún vivían en otro campo a unos 60 km de allí. Como de costumbre, cada noche Serapio se marchaba hacia el bar y  su esposa quedaba sola con su pequeño hijo Jacinto de tres años. En la estancia vecina había comenzado a trabajar un hombre custodiando el lugar y cada noche realizaba una recorrida por la zona controlando que todo estuviera en orden.
    Un día, llegó hacia la casa del matrimonio en busca de ayuda, ya que su linterna se había quedado sin pilas y necesitaba de ella para poder volver a su puesto. Fue ahí donde conoció a Ramona, que se encontraba sola con su hijito. Entre charla y charla una chispa se encendió entre los dos y muy enamorados se encontraban cada día después de la partida del gaucho. En uno de esos encuentros Ramona, le dio la noticia de que estaba embrazada y que su hijo le pertenecía. ¿Qué podrían hacer? ¡Se desataría un grave problema si su esposo se enteraba! Hilario sorprendido se ofendió con ella, ya que solo buscaba una aventura y no formar una familia. Montó su caballo y se marchó sin decir nada. Nunca más supieron de él.
   La joven no tuvo más remedio que decirle a Serapio que esperaban a su segundo hijo. Éste tomó la noticia con mucha felicidad, aunque tuvieron que marcharse de ese campo en el cual trabajaban debido a que los dueños solo aceptaban un niño en el lugar. Fue ese el motivo que los llevó a marcharse hacia el pueblito de Crespo para recibir a su pequeño Zoilo.
   Ramona había dejado olvidada esa historia, creyó nunca más volver a ver a su amor aventurero hasta esa noche en la que todo cambió
   El gaucho Serapio comenzó a entender por qué el nuevo comisario y su amigo el forastero tenían tanto odio hacia él. Desconsolado pidió a su amada que se fuera a su casa y cuidara muy bien de los pequeños, quien con mucha vergüenza y angustia asintió con la cabeza y se marchó. Todos conmovidos por la situación fueron dejando lentamente el lugar, todos menos Serapio que ingresó nuevamente al bar pidiendo pluma y papel. Entre tragos y lágrimas solo en una mesita casi a oscuras comenzó a escribir unas líneas para sus pequeños hijos. Pasadas unas horas y sin escuchar al dueño del bar que le pedía que dejara de tomar, Serapio bebió los últimos tragos de su vida, él ya no encontraba motivos para seguir, su único amor de tantos años le había fallado y era algo que no podía aceptar. En un instante dejó caer su cuerpo, sobre la pequeña mesa del bar con su carta en la mano. Su adicción y depresión le quitaron la vida.
   Varios años después se presentó en el bar el joven Zoilo buscando conocer su verdadera historia, saber quién había sido su padre, ya que poco sabía de él y cuando querían junto a su hermano entablar esta conversación con su madre, ella entraba en una crisis de llanto y no les daba respuesta alguna. El dueño del lugar le comentó que Serapio era un buen hombre, que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y que cada noche lo primero que se lo escuchaba decir era lo feliz que era con su familia. En ese momento recordó que, en el fondo de un cajón, muy bien guardada, se encontraba la carta que el gaucho con sus últimos suspiros había escrito. Zoilo se sentó en el fondo del bar, en la misma mesita que estuvo por última vez su padre y entre lágrimas leyó la misma que decía:
   “En este momento en el que no encuentro consuelo, solo puedo expresar los que siento por ustedes mis pequeños hijos. A ti, mi primer hijo, Jacinto, decirte que te amo con todo mi corazón, no cambies nunca tu bondad. Ayuda siempre a tu familia ya que, como mi hijo mayor al no estar yo presente, te convertirás en el hombre de la casa. Mi pequeño Zoilo, mi hijo menor, el que terminó de completar mi felicidad, quiero decirte que te amé y amaré siempre con todo mi ser. Aunque la sangre lo niegue siempre serás mi pequeño, mi hijo amado. Nada cambiará este amor de padre que siento por ti. Tal vez en algunos años estés llamando papá al hombre que realmente te dio la vida, pero desde el fondo del corazón sabrás que yo siempre lo seré. Recuérdenme siempre con buenas anécdotas  y el cariño que sentí siempre por ustedes. Perdónenme por esta decisión que estoy a punto de tomar, pero es que no encuentro consuelo. Pero antes de partir hacia otra vida quisiera pedirles un favor: cuando lean esta carta no traten de buscar culpables y no guarden rencor con su madre. Ella tuvo sus motivos para hacer lo que hizo, en parte yo soy responsable de esta situación, por mi debilidad con la bebida descuidé al amor de mi vida y no me di cuenta la falta que yo le hacía. Los amo para siempre. Papá”
   Conmovido, Zoilo abandonó el bar y se marchó sin decir nada. Se fue hacia el lugar donde yacían los restos de su papá que anteriormente el dueño le había indicado. Al llegar allí, se arrodilló y le dijo a su padre que jamás podría enojarse con ninguno de los dos, que lo perdonaba porque tal vez en una situación similar él hubiese actuado de la misma manera. También le agradeció por no guardarle rencor a su madre que durante todos estos años no había podido superar su muerte. Agradecido por poder completar la parte de su historia que le faltaba, el joven se marchó con la cabeza en alto, y con el orgullo de poderle decir al mundo: “SOY EL HIJO DE DON SERAPIO”.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoria D : “El monstruo que Cargamos” Por Marcelo Crognale, alumno de CENS 451


Una vez le dijeron que la vida es dura pero que siempre se puede estar mejor.
Frase que desde niño le quedó grabada y resonando en su cabeza,   sin embargo no alcanzaba a entenderla.
Durante su niñez fue un niño feliz, o eso creía. Vivía en un barrio tranquilo donde lo único que importaba era jugar en la placita, andar en karting a rulemanes o en bicicleta y poner globos en los rayos para hacer ruido y pensar que tenía una magnifica  moto. Eso era lo más aventurero que podían hacer todos juntos, como buenos amigos. Esta maravillosa aventura tenía como único fin despertar a los vecinos de su cálida y pasiva siesta. Sin embargo la felicidad no era eterna siempre alguno de estos alertaban a los padres de los chicos de lo sucedido y hacían que el reto llevara a que  la felicidad se convirtiera en días de penitencia.  En ese mismo momento el monstruo de la penitencia visitaba simultáneamente a todos los integrantes de la banda… y por varios días la travesura quedaba comprimida en los corazones de cada uno…
El monstruo siempre aparecía en cada casa de manera diferente, a veces se presentaba como en el famoso “escribe 100 veces no debo molestar a los vecinos a la hora de la siesta”, en otras ayudar a mamá con los quehaceres domésticos durante una semana, también en no ir al cine el fin de semana como salida que esperaban para comer pochoclos, tomar gaseosa y disfrutar de los amigos.
Esa semana tenían prohibido una mala nota en la escuela y la presión era enorme. Todos sabían que un desaprobado empeoraría las cosas…Si todo salía bien, volverían a juntarse la semana siguiente para tramar un nuevo plan y lograr a volver a divertirse como antes.
Esto se repitió durante muchos años, hasta  que la famosa y lejana (o al menos eso se creía) adolescencia golpeó la puerta y esas locas tardes de bicicletas y karting solo quedaron atrás.
En esta etapa los obstáculos eran otros: la amada y dulce señorita de primaria abrió su paso para dar lugar a los profesores del secundario. Estos eran seres gigantes sin el pulcro guardapolvo blanco, en donde los apellidos tomaban un lugar importante haciendo que los apodos y travesuras de niños quedaran relegados en el cajón del pupitre. Los profesores con su vestimenta formal, sus clases expositivas, el famoso “pasa al frente” y “decime la lección” se convirtieron en esta etapa en el famoso monstruo.
Y la penitencia llegaba como un puñal en la espalda. Las prohibiciones eran “no salís a comer pizza”, “no vas a la matinée”, ni tampoco a los tan ansiados cumpleaños de 15 de las chicas del momento.
El grupo de amigos se fue ampliando y reduciendo a la vez, sin embargo, lo que nunca se perdía eran las eternas juntadas en la plaza para planificar y contarse las nuevas experiencias vividas.
Pero un día en una de esas charlas se inmiscuyó la lejana muerte que golpeó duro a unos de los integrantes del grupo: la pérdida de su padre; y eso sí se transformó en el gran y verdadero monstruo.
Esa tarde de invierno la vida de uno de los integrantes de la banda dio el inesperado vuelco. Con la pérdida física de su padre ahora aparecían las pesadas responsabilidades y obligaciones.
Las tardes de risas y charlas se cambiaron por una bicicleta de reparto pesada, recorridas a la intemperie por calles frías y la necesidad de formar parte del sostén de la familia. Con tantas responsabilidades y compromisos para tan corta edad no quedó tiempo para el estudio…
Y ahora sí, el monstruo había cobrado poder y se había convertido en un gran gigante y más monstruo que nunca.
Y  en su corazón volvió esa famosa frase que ahora resonaba más que nunca: la vida es dura pero siempre se puede estar mejor.
Con el trascurso de los años el trabajo, el anhelo de formar una familia propia, y el reencuentro con los integrantes de la banda fue aplastando de a poco a ese monstruo que lo persiguió durante muchos años.
Esto dio lugar a ansiar nuevos objetivos y las charlas en la placita dieron paso a cumpleaños infantiles donde se comparaban con sus propios hijos y las anécdotas volvían a ser parte de sus vidas. El monstruo, envidioso, ya pasaba a ocupar un lugar cada vez más pequeño.
Pero se sabe que el crecer es inevitable y también les tocó crecer a sus hijos y entonces la soledad empezó a ser cotidiana y los objetivos pendientes cada vez más relevantes.
En esta nueva etapa sus hijos lo incentivaron a dejar de postergarse y empezar a trabajar en la superación de aquellas épocas donde el monstruo había sido el protagonista y entonces él decidió darse la oportunidad que por aquellos años había quedado pendiente: retomar sus estudios y aplastar definitivamente al monstruo.
Había llegado por fin la etapa en la que definitivamente llegaban los logros deseados. Ahora en su vida el monstruo ya no tenía lugar: sus hijos habían logrado desterrarlo para siempre y aquella frase que tanto resonó en su cabeza cobraba de una vez por todas el protagonismo que siempre debió tener.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoría C: “Bajo el edredón de plumas” - Por Julieta Watts, alumna de la E.E.S. N° 19 de Tandil


La noche era el peor momento del día. Se bañaba en oscuridad, no había nada peor que eso...  La oscuridad era el lugar donde las sombras podían venir a atacar. Ellas no tenían por qué esconderse pero yo sí. Para combatirlas, mantenía todas las luces encendidas. Debía sobrevivir hasta la mañana siguiente, para así poder volver a ver a mamá y salir al patio a jugar.
Una noche mamá me retó por mantener la luz encendida. Ella trabajaba mucho para cuidar de los dos y no podíamos darnos ese lujo. Así que tuve que enfrentarme a mis miedos.
Fue espeluznante: podía percibir en la oscuridad el movimiento, podía sentir como me paralizaba; no podía moverme, aún estando consciente. Dejé que mi edredón de plumas me solapara, con la esperanza de que la salida del sol se apresurara.
Un entrecerrar de ojos, y  mi madre estaba junto a mí. Ya era de mañana, y su rostro lucía una preocupación apenas disimulada.  Me dijo que me había oído llorar y gritar. Por supuesto, no era la primera vez. Solución desesperada: una historia amable y valiente, que me diera el coraje de querer volver a soñar antes de dormir.
Esa noche, estaba en mi cama, y mi madre junto a mí sosteniendo un libro. La historia trataba de la lucha contra las sombras; era el cuento indicado para mí. El héroe se adentraba a un mágico mundo  cada vez que se cubría con su acolchado de plumas. Las plumas contorneaban  las figuras bañadas en tinta de aquellos seres que se paseaban como fantasmas en nuestra realidad nocturna, en una realidad sumergida en sueños. No hay nada que temer, entendía el héroe; sólo son sombras que quieren no sentirse solas, que tienen una verdad que decir al viento, pero que no encuentran oídos que quieran conocer.
Esa noche mi madre se despidió de mí, me dio un beso en la frente y colocó una vela en el escritorio de mi pieza. Tenía tiempo hasta que la vela se consumiera para dormir.
Las sombras comenzaron a aparecer. Me escondí debajo del edredón. Pude ver desde la suavidad que me acobijaba las verdaderas figuras de aquellos seres que me hacían temblar, eran animales, personas, criaturas viajando en un mundo distinto colisionando con el real, aunque para ellos su mundo también es el real. Encontraron mis ojos observándolos. No todos podían verme, pero sí percibían la luz cálida que mi ser infantil irradiaba como una antorcha en ese mundo umbrío.
Siempre estuve rodeado de las sombras, pero mi temor no me había permitido mirarlas con otra cara que no fuera la del pavor. Pero ahora sabía  que sólo necesitaban ser escuchadas. Inhalé profundo y me dejé llevar por sus historias entintadas. Mis ojos ahora no veían lo que antes, aunque estaban abiertos no veían. Yo era el héroe que esperaba ese mundo que se me aparecía ahora  tan mágico, tan pacífico, tan distinto a como siempre creí sería, el mundo fantasmagórico. Arropado en un edredón de plumas, aquí parecía un manto de algodón de azúcar, la capa del héroe que necesitaban esas sombras sin armonía.

Todo está bien. Todo hasta se torna espléndido ahora en este mundo de ensueño. Excepto por una cosa: algo que he estado oyendo desde hace un rato… lo distingo…lo siento… Es el llanto de alguien que amo. Su sollozo me llega nítido, como su extraña calidez. Una sombra se desprende de las demás. ¿Mamá?

Concurso “Contate un cuento XII”- Mención de Honor Categoria C: “La culpa y sus sombras” Por Ayelén Alias, alumna de E.E.S. N°1 “Antonio González Balcarce”


La niebla había caído a sus pies cuando llegó a la casa de campo de sus tíos. Lo primero que vio en él fueron sus costosas botas, estaban impecables, como si nunca antes hubiesen tocado suelo, pasando su entero viaje en el lujoso carruaje que se hallaba en la entrada. Cuando alzó su mirada, para su sorpresa, él se la devolvía con su intenso color azul. Al instante percibió, gracias a la sonrisa irónica que le ofreció, que el invitado de sus tíos no era más que otro muchacho arrogante que estudiaba leyes en la capital. Venía acompañado, junto a él se encontraba su hermana. Ella no caminaba derecha y prolijamente como la mayoría de las mujeres, se tambaleaba y auto pisoteaba a cada paso que daba. Supo el por qué cuando la saludó con cortesía: apestaba a alcohol, a whisky expresamente. Esto no era una indecorosa coincidencia, ella siempre estaba borracha, ese día y todos los que siguieron. No era que a él le importase, en cuanto terminaron las formalidades volvió a su mundo de sombras para no volver a tener contacto con ninguno de los hermanos. Aun así, nunca pudo evitarlos por completo, pues su presencia era requerida en las cenas. Siempre cabizbajo, cada cena sintió y vio por el rabillo del ojo como alguien lo traspasaba y quemaba con su mirada. Sospechaba, correctamente, quien le provocaba semejante sensación. Jamás hablaron, tampoco se esforzaron en hacerlo, pero no evitó a las constantes miradas, intensas y desconcertantes miradas. Jamás le había ocurrido de que alguien le prestase tanta atención, o que al menos percibieran su presencia por demás, así lograba evitar dialogar con los demás. Su mirada lo perturbaba y confundía, pero aunque le costaba admitirlo, dudaba que quisiese volver a vivir sin ella.

No recordaba la última vez que expresó algo de sí mismo a alguien más que no fueran sus sombras, es probable que nunca antes lo haya hecho pero a pesar de ese pequeño inconveniente, la curiosidad le carcomía hasta los huesos. Así que una tarde lluviosa, una semana después de su llegada, se armó de valor y emprendió camino en la búsqueda del muchacho para confrontarlo y arrancarle la verdad de los brazos. Caminaba decidido y con el mentón alto. Ya era un hombre, pensaba, pronto se casaría y manejaría una casa. Podía manejar las miradas insistentes y curiosas de un simple chico con apellido de renombre. Lo encontró en la biblioteca leyendo concentradamente un libro rojo de tapa dura. Él notó su llegada, no lo saludó, tampoco fue necesario porque al instante pronunció las palabras que previamente había ensayado.
—No me apena el hecho de que no hemos podido llegar a ser amigos o al menos buenos compañeros. Compartimos hogar durante este lluvioso verano y puedo soportarlo todo lo que resta de él, pero su incipiente mirada me incomoda. Si tiene palabras que desea expresar hacia mi persona, le doy este momento de mi tiempo para que las diga y sea todo lo sincero que pueda ser. Sino, le pido respetuosamente que no me ofrezca el placer de su mirada a menos que sea extremadamente necesaria.
Sonó robótico y había titubeado y tartamudeado pero cuando terminó su muy practicado discurso, no notó ningún tipo de desconcierto en él como esperaba, solamente sonreía, divertido.
—¿Mi mirada es placentera? —le preguntó.
La indignación y la vergüenza lo embriagó. Se avergonzó por aquella inesperada confesión que le había regalado impensadamente, pero le venció la amargura tapándole el agudo dolor de su pecho.
—Usted bromea conmigo —se dijo más a sí mismo que al muchacho.
Volvió a sonreírle,  esta vez más divertido que antes. No podía soportarlo, había dado el primer paso, fue completamente sincero ¿y así le correspondió?
Dio media vuelta y, manteniendo la compostura como pudo, se retiró de la biblioteca.
Basándose en sus lecturas y las conversaciones a las que pocas veces se había esforzado en prestar atención, trató de expresarse sincera, clara y deliberadamente y él solo supo divertirse de su pesar. Se sintió humillado y no sabía cómo lidiar con ello.
Salió para tomar aire, necesitaba relajarse, el corazón le palpitó estrepitosamente, se le dificultó respirar y estaba sudando sobremanera. De repente sintió una presencia detrás suyo. Ambos estaban alejados ya de la casa, no recordó cuándo llegó hasta allí, tampoco se percató de que él lo había seguido, pero allí estaban. Junto con el profundo y reconfortante olor a humedad, el césped mojado, el creciente barro, las gotas de lluvia posándose sobre ellos, el frío viento que los abrazaba, las grises nubes, el lago intranquilo, el sauce bailando, un ave observando y el cálido beso.

Tan bien había aprendido a controlarse y esconder pero ya algo había cambiado en él. Sintió culpa pero a la vez amó el pecado por muy peligroso que fuera. Thomas le enseñó a amarlo. Eventualmente, él se había convertido en su todo.
Sus pecas, sus finos labios, el cabello enmarañado que no seguía ningún tipo de patrón gracias a la brisa que siempre corría por su rostro. Las cejas pobladas y los agudos ojos que sentía que le gritaban cada vez que cruzaban miradas como retándole a desafiar cualquier regla. El aliento, el suave tacto, el hoyuelo que se formaba en su mejilla, las pecas en su pecho y espalda, sus vellos, su sudor, sus pestañas, las patadas confidenciales de debajo de la mesa, la ingenua alegría de los tíos al ver que su sobrino al fin había logrado obtener un amigo. Su amigo... su compañero, su confidente, su hermano, su amante, su sangre y hasta su alma. Las risas, las disputas y la culpa. La culpa. No era consciente de cuándo sus sombras comenzaron a manifestarse en él, pero lo lastimaron, desgarraron.  Intentó ocultarlo todo lo que pudo y luchó por ello pero la idea de su familia y el resto del mundo, lo correcto y lo maligno no dejaban de atormentarlo. Compartió su alma a la pasión y al miedo, sus noches eran de Thomas y de sus sombras, del insomnio y la tristeza, ya no era dueño de sí mismo. Temblaba, lloraba, gritaba y pataleaba, su respirar se dificultaba, estaba exhausto, cansado y perdido, no recordó la última vez que durmió. Las tinieblas le susurraban cada noche en vela, le recriminaban y manipulaban ¿erraba haciéndolo o dejándolo? Su negrura se manifestó, saliendo de su interior, dejando un gran vacío que no supo cómo llenar. Su ser y su alma explotaron y, con voz quebradiza y temblorosas manos, dejó el lecho que compartía con él. La lejanía no duró mucho, como un adicto volvió desesperado. Ese viaje se convirtió habitual, se iba y volvía, combatían y firmaban la paz, se odiaban y se deseaban. Quería abandonar por completo su cuerpo y a la vez no alejarse de él nunca más. No pretendía extrañar pero tampoco deseaba olvidar. Los suspiros, las marcas, las cicatrices, las caricias, los besos, los roces, las lágrimas, las risas, las discusiones, los golpes y las reconciliaciones. Las crecientes miradas curiosas de la hermana ebria de Thomas y el peligro que representaba. Su maldita hermana. Ya no podía sentir el olor a whisky que su mente se nublaba y solo deseaba llorar, le rememoraba al buen amigo de ella, el Padre Turner, que vino de visita por su llamado. Llegó a la casa de sus tíos gracias a las sospechas de ella, creía fervientemente que necesitaban ayuda, una violenta y dolorosa ayuda. Se le contraía el pecho cuando pensaba en él, en su mirada hosca y el constante ceño fruncido. Las prominentes arrugas, grandes ojos y ojeroso, como si nunca hubiese conocido el sueño.
Sus tíos desconocían la situación,  el Padre Turner se encargó de ello, pero le costó un precio tan alto que cada noche le dolía aún más. Con solo ver su bastón quería patearlo, golpearlo, ahorcarlo y matarlo, así lo dejaría libre de su pecado y podría respirar.  No importaba cuántas charlas tuviese con el bastón, no dejaría de sentir el deseo, la pasión y la admiración que sentía por Thomas. Si no dejó de hacerlo cuando se marchó, tampoco cuando lo castigaron y desgarraron. Cuando se fue, junto a su hermana, cuando lo abandonó dejándolo con la culpa y el peso en sus hombros, le mató lo poco que quedaba de él dentro suyo. Lo dejo solo para que lidiara con el Padre y con la ayuda que él les había ofrecido, con la responsabilidad de lo que habían hecho las últimas semanas, de lo que sintieron las últimas semanas. Le dejó todos los golpes, los moretones, las recriminaciones y el maltrato para él solo. Es por ello que decidió gritarlo, al viento, a la tierra, a los muebles y a sus tíos. Ya no tenía nada más que le pudiesen arrebatar, ya no le quedaba ni el secreto, estaba más vacío que nunca. El Padre Turner y el bastón se enfurecieron como jamás en su vida lo volverían a estar. Sus tíos hicieron prometer que jamás le dirían ni una sola palabra del tema a nadie. A pesar de todo, del dolor, la impotencia y de la traición, seguía esperando su regreso, que volviera a sus brazos y a su lecho.

Y allí fue, rendido junto al lago y junto al sauce, donde todo comenzó y todo terminó. Buscaba una sola mirada y no la encontró. Solo pudo hallar a un cuervo que se posaba en lo alto del sauce, estaba cantando. Le crascitó, le gritó. Ya se encontraba muy en lo profundo del lago cuando dejó de oírlo, pero el cuervo continuó hablándole de su secreto, esperanzado de poder consolarlo con ello. Cuando supo que no iba a volverá ver , se enmudeció.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoría C: “Armagedón” Por Jazmin Piriz, alumna de la E.E.S. N° 1 “Antonio González Balcarce”

Todos estábamos atentos ese día. Las noticias parecían importantes, se notaba en la cara de aflicción de mis padres cuando, a través de la televisión, el reportero hablaba en un tono preocupado.
A partir de las tres de la tarde habrá un corte general de energía en…
  Eran las dos. No pude escuchar más porque papá apagó la televisión.
Ajá, ¡Eso no pasa desde el 2050! Yo ni había nacido.
  Exclamé con incredulidad, después de todo, ¿quién le cree a las noticias a estas alturas? La gente es menos manipulable, al menos por otras personas.
  La hora fue rutinaria para mí, me la pasé en el celular, como es lo normal, mirando videos y perdiendo así el tiempo. Hablé con algunos de mis amigos por vídeo llamada, aunque vivían cerca. ¿Para qué ir teniendo la comodidad de estar en casa?
Perdón, Bruno, pero ahora mis viejos quieren que los ayude a cargar agua.
¿Cargar agua? ¿Qué estamos, en el siglo XIX?
No, pero ya sabés, con el corte de luz la circulación de agua también se detiene.
  Todos estaban con eso, y yo en mi mundo; por primera vez en mucho tiempo todo el mundo se estaba tomando una noticia en serio, ¿Realmente era tan malo? A diferencia de mis papás nunca lo había vivido, no podía saberlo.
¡Bruno, vení, hijo, tenés que ayudar también!
  Escuché a mi mamá y apagué la computadora. ¿Tanta ayuda necesitaban? Si hoy en día las máquinas hacen prácticamente todo.
  Fue pesado, no había hecho tanto esfuerzo en toda mi vida. Papá tuvo que preparar mucha comida antes de que, supuestamente, el horno eléctrico dejara de funcionar. Mamá y yo cargamos agua, entre otras cosas me tomé la pequeña libertad de ver más allá de las ventanas.
  Era un caos, la gente que guardaba antigüedades preparaba sus arcaicos y tóxicos automóviles a combustible, mientras que las personas normales parecían desesperadas por terminar sus viajes antes de que la batería del coche se les acabara, otros lo cargaban como primera prioridad. Ni los semáforos paraban a la gente, sólo se escuchaba el estruendo de las voces y bocinas para luego colisionar en un previsible accidente. Fuego, pánico, y después volvía a empezar. Demasiada gente, eso es lo que pasa cuando la población no deja de crecer. Pero sólo fue el inicio.
  Unos minutos pasaron luego de la labor cuando todo se apagó de pronto. Era impensable; realmente no creí que fuera a suceder.
  Nada funcionaba. Ni mi computadora de escritorio, ni la heladera, ni las canillas, ni los asistentes, nada. Sólo lo que tenía algo de batería podía persistir.
¡Es el fin, es el fin!
  Escuché a un loco gritar afuera, mientras los bocinazos y gritos desesperados de la gente se hacían más y más sonoros. Aturdían a cualquiera.
  Los servicios de Internet también se habían detenido, la comunicación que usualmente estaba como el aire en las calles, ahora se ausentaba, y las personas que querían estar con sus familiares, se desesperaban más. El ruido crecía y me volvía loco.
  Mis padres hablaban entre sí y les mandaban “SMS” a algunos familiares y vecinos. No sé qué es eso, supongo que una de sus locuras.
  No quise salir de casa, la muchedumbre era peligrosa, y el exorbitante desorden se escuchaba afuera. Quise esperar hasta la noche, mientras mis padres parecían organizar algo entre los vecinos más cercanos con ese sistema de comunicación tan raro. Ese fue quizás mi peor error.
  Si en la tarde no se podía salir, a la noche menos. Los autos que se quedaron sin batería, se detuvieron y acrecentaron el tráfico. Personas lloraban de aflicción en sus coches y otras, ya enloquecidas, salían de ellos para correr en la oscuridad vacía, prendiendo fuego cualquier cosa; desesperados por un poco de luz. Al menos ya no había tantos accidentes de autos incluso sin los semáforos, y aún con eso la cosa pintaba peor.
  Los vecinos y mis padres de pronto se encontraban armados, algunos con palos, otros con cosas más punzantes y peligrosas. Confiscaron la calle y se formaron por turnos, no dejaban pasar a nadie, ni a los que lloraban perdidos por no tener su localización online, todos eran echados por la fuerza.
  Me pareció una exageración, hasta que noté el porqué. A lo lejos, pude ver el peligro con mis propios ojos.
  Era una casa cercana, pero no de nuestra calle, así que no estaba en nuestro grupo. Conocía a la mujer que estaba gritando del terror mientras dos asaltantes la herían de muchas formas y le quitaban todo lo de su pertenencia. Era Alexandra, una buena amiga de mis padres, madre joven de un pequeño, quien muchas veces venía a compartir la cena, entonces sentí el miedo y  la impotencia en mi propia piel.
  Me desesperé cuando quise ver a los ojos a cualquier adulto, pero todos apartaban la mirada, nadie hacía nada para ayudarla, estaba fuera del grupo. A partir de ese entonces ella estaba por su cuenta.
  La policía no vendría, no tenían cómo transportarse, la ambulancia tampoco, y los hospitales apenas estarían preparados para una situación así, con limitada energía. ¿Cuánta gente estaba colapsando? No podíamos soportar ninguna pérdida, como si esto fuera la guerra misma, y yo no podía soportarlo.
  Aún con todo el bullicio, con los llantos de los niños abandonados por el pánico, con los gritos de dolor de la gente pisoteada por el vulgo, con el olor y el sonido del fuego deshaciendo hogares y comercios, los gritos de ayuda de Alexandra y su bebé resonaron en mi cabeza. Me hicieron llorar y eventualmente enloquecer junto a los demás.
  Nadie durmió esa noche. Racionaban el agua y la comida entre los vecinos y todos actuaban como si fuera el último día de la existencia como la conocemos.
  Miraba fijamente el fuego, nuestra única fuente de luz y calor. Nadie entraba a sus casas, todos estaban paranoicos, todos debían defenderlas y no dejar que nadie entrase, incluso si tenían que herir a alguien más.
  Dejé los pensamientos a un lado y miré mi celular, sin Internet ya no tenía razón para usarlo, no recibía ni una notificación, por ello tenía mucha batería.
  Eran las tres de la madrugada y aun así no sentía sueño. Mi corazón no paraba de palpitar con velocidad como si acechara un peligro constante, y ya no confiaba en que mis padres vinieran a ayudarme si algo me pasaba. No después de haber escuchado callar a Alexandra y a su bebé de forma súbita en la pasada ocasión; ahora nadie era de confianza, quizás, ni yo mismo.
  Perdido, levanté por primera vez mi mirada hacia el cielo, y mis ojos se abrieron como platos del asombro.
  La luz, ¿desde cuándo el cielo tenía tantos puntos de luz?... Se llamaban estrellas, creo, lo escuché en una clase de primaria. ¿Así era como se veía el cielo sin la luz de la ciudad? Era hermoso, inevitablemente mi primera reacción fue sacarle una foto y luego contemplar. Tan inverosímil, me daba algo de paz, al fin algo bueno pasaba en toda esta desgracia.
  Sólo el alba las hizo desaparecer, y hasta entonces yo seguía estando atónito. Contemplé esa otra belleza al ver salir el sol; el cielo era celeste, naranja y amarillo a la vez. ¿Qué pasaba? Me asusté al inicio, pero al sentir el aire de la mañana comprendí que nada ocurría.
  El transcurso de las horas pasó, y algunas personas inevitablemente se quedaron dormidas luego de las doce del mediodía, el cansancio era mucho, pero algunos lo soportamos, yo entre ellos. Vi a mis padres dormir, y sólo entonces quise separarme del grupo.
  Caminé por las calles sucias y destruidas. Luego de la noche no había ventanas que no estuvieran rotas, y el olor a quemado mezclado con sangre y muerte era traído por el viento suave de primavera. Observé los autos parados, la gente que era mejor evitar y me inundó el silencio sepulcral. Llegué a ver por primera vez un pájaro cerca, pues sin toda la gente transitando parecían adueñarse de las calles. Al menos la euforia inicial había pasado.
  Miré mi celular, las tres de la tarde. ¿Sólo había pasado un día? Me preparé. Entonces, el infierno volvería a comenzar; lo asimilé, respiré hondo y...
  Mi celular comenzó a sonar.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoría B: “Planta alta” Por Valentina Cerono, alumna de Colegio Santa Rosa


Me levanté de la cama al sentir el viento frío en mi cara. La ventana estaba abierta pero podría jurar que la había cerrado la noche anterior.
Caminé hasta el baño y me lavé los dientes. Al poner el dentífrico se me cayó y ensucié toda la alfombra junto a la bañadera, no obstante, ni me molesté en limpiar. Prendí la ducha y me di un largo baño. Estaba muy cansada y quería volver a la cama,  sin embargo debía ir a trabajar.
Cuando terminé de secarme y vestirme, fui a la cocina a desayunar algo. Me serví un plato de cereales con leche y limpié un poco. Cuando estaba lavando los platos de la noche anterior, vi por el rabillo de mi ojo una sombra pasar por el ventanal detrás de mí. No le di mucha importancia, seguro había sido algún animal.
Para cuando culminé, el ventanal estaba abierto de  par en par y unas pisadas llenas de barro hacían camino a la planta alta de la casa. Estaba temblando y aterrorizada.
Subí con mucho cuidado   intentando hacer el menor ruido posible, pero con mis nervios parecía casi imposible.
Cuando llegué al pasillo de la planta alta, siguiendo las pisadas de barro, abrí la puerta con dificultad. Cuando por fin lo logré,  sentí una punzada en mi estómago. Cuando miré hacia donde sentía el dolor vi como la sangre goteaba del cuchillo. El hombre que me acababa de apuñalar simplemente se quedó parado, como una estatua. Caí al piso casi inmediatamente y cerré mis ojos con un dolor insoportable.
Y desperté.
 Todo había sido un sueño.
Estaba cubierta en sudor y me dolía la cabeza.
Me refregué la cara y me senté en la cama sin notar que la ventana estaba abierta.
Me dirigí al baño y mientras me lavaba los dientes, vi una mancha de dentífrico en la alfombra. Un pensamiento ridículo me cruzó la cabeza, pero no le di importancia. Cuando estaba a punto de prender la ducha, me di cuenta que la bañadera estaba mojada aunque no me había bañado anoche. Decidí no bañarme, lo haría más tarde. Bajé hacia la cocina y busqué mi cereal,  ya no había más. Podía jurar que quedaba suficiente para una servida más. Me serví de otro cereal y para cuando dejé el plato para lavar vi que cada plato de anoche estaba limpio. Ahí me comencé a asustar mucho.
Para cuando vi la sombra detrás de mí, me puse más nerviosa. Desesperada intenté buscar un cuchillo; no había ninguno. Sentí un aire frío golpeando mi espalda. El ventanal estaba abierto y había pisadas dirigiéndose a la planta alta, al baño.
Cuando subí al baño y abrí la puerta, sentí que me ahorcaban. Me estaba asfixiando con una cuerda. Antes de que pudiera hacer algo, perdí el conocimiento.
Y desperté.
                Todo había sido un sueño.
                                                          Estaba cubierta en sudor   y me dolía la cabeza.
Esta vez estaba aterrada cuando vi la ventana abierta.

Concurso “Contate un cuento XII”- Mención de honor Categoria B: “En mi propio Calabozo” Por Génesis Alexandra Manzanilla Linares de Trujillo, Venezuela


¿Por qué será que la mayoría de los adultos no entienden a los adolescentes?, ¿será que se saltaron la adolescencia? o no fue tan difícil como la mía que “suelo ahogarme en una gota de agua” –dicho por mi madre.
¿Qué haces si de pronto apareces en un lugar oscuro, sin salida? me pregunté mientras trataba de hacer un ensayo de literatura.
De repente, me encuentro en una situación bastante abrumadora, por un lado tengo que terminar el ensayo y por el otro mis miedos no dejan expresarme, estaba tan concentrada en mis pensamientos que no me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor.
Sentí un dedo frío en mi espalda, no había nadie en la sala de lectura así que giré lentamente y vi a un viejo libro con unos anteojos que le llegaban a la punta de la nariz, con unas letras envejecidas en su carátula, sorprendida porque nunca me imaginé que un libro tuviese vida leí en voz alta: “en mi propio calabozo”.
–Sí, soy yo, aunque me dicen Buch, contestó el libro.
Al oír eso quedé casi muda porque aparte de tener vida propia, el libro hablaba.
–¿Qué te sucede? ¿No habías visto a un libro hablar?, preguntó.
Titubeando dije: –No.
–Que poca imaginación tienes, si te das cuenta todo lo que ves, habla y tiene vida propia. ¿En serio eres una adolescente? –cuestionó.
Entonces dije con desanimo: –Eso parece.
Inmediatamente por la puerta que permanecía abierta entró una brisa fría y en eso todos los libros comenzaron a desaparecer, asustada le pregunté:
–¿Qué está pasando?
–Nada, respondió con seguridad.
En eso, unos pasos interrumpieron la conversación quedando todo en silencio, ¿De dónde vino eso? –insistí.
–De afuera, vamos a ver –contestó Buch.
–No, no quiero ir, tengo miedo –repliqué.
–¿Miedo de? –indagó con picardía
–Miedo del exterior, por eso estoy aquí, este es mi refugio –respondí.
–¿Crees que aquí estarás bien? –preguntó nuevamente Buch.
–No lo sé –contesté con inseguridad.
–Sal, la puerta siempre ha estado abierta –sugirió Buch.
–No, no puedo salir. Persistí.
Cada minuto que pasaba era un martirio para mí, las preguntas de Buch de verdad que eran un dolor de cabeza, él no se conformaba con mis respuestas, pensaba que había otra razón y estaba en lo cierto. Me paré y cambié de puesto, no quería escucharlo más, pero él insistía detrás de mí, cual niño pequeño, al alcanzarme se sentó a un lado, levantó la cabeza y preguntó:
–¿Cuál es tu problema?
–¿Puedes callarte? necesito terminar el ensayo –expresé molesta.
–¡Quiero ver! ¿Me dejas leer?
No le dije nada, solo le acerqué mi libreta para que leyera.
–¡Ay qué asco! ¿Este es tu ensayo? –preguntó disgustado
–Sí, ¿Por qué? ¿Algún problema?
–Bastantes, primero tienes varios problemas con los acentos y segundo no entiendo cuál es la temática. ¿Mezclaste chicha con limonada?
             –La temática es sobre la timidez –afirmé y él me interrumpió inmediatamente:
             –¡Ah! ya comprendo, lo que quieres decir es: “La timidez en la acentuación”, hubieses comenzado diciendo eso.
             –¿No entiendes nada verdad?  –reclamé.
             –Pues, si te soy sincero soy muy culto a diferencia de ti, puedo entender hasta el problema más grande de matemática, pero lo único que a mi cerebro se le dificulta comprender es tu extraña actitud, así que tú me dirás.
Me dio un poco de gracia su comentario, sin embargo le contesté diferente:
             –¿Qué quieres que te diga? ¿Que mi vida es un desastre? ¿Qué no sé cómo expresarme? ¿Qué pierdo tantas oportunidades por mis miedos y por pensar que los demás no me aceptarán? ¿Que de verdad esto es mi propio calabozo? ¡Vamos, dime! –aseguré aún más molesta.
             –Como que tenemos algo en común –expresó Buch
             –¿Qué? –Le grité.
             –El calabozo, –dijo riéndose. –Dentro de poco tiempo pasaré al olvido, sin embargo trato de no pensar en eso, es mejor disfrutar el momento y luego se verá. Pero ya, hablando en serio, has pensado ¿por qué te sientes así?, o mejor ¿sabes quién eres?
             –¿En serio pasarás al olvido? ¿Tan difícil es ser un libro? –averigué preocupada.
             –Más difícil es ser una persona que no sabe lo que quiere, tranquila, todo estará bien, pero hoy no estamos hablando de mí, sino de ti, de lo que ocurre por esa loca cabecita –indicó Buch.
Me encanta como es Buch, a pesar de ser un poco raro es alguien bastante motivador, es genial tener a alguien como él, ojala yo fuese así.
             –Entonces, ¿Me contarás o seguimos hablando sobre la timidez en la acentuación? –preguntó inquieto.
          –Mis amigos son los más extrovertidos que jamás hayan existido, en cada fiesta, reunión o conversación saben cómo desenvolverse, pero yo, soy lo opuesto a ellos, no puedo ni siquiera decir un “hola” a alguien, sin sentir las piernas temblorosas y una increíble sudoración, es fatal lo que me pasa, por eso prefiero permanecer sola en lugares tranquilos y silenciosos.
             –Entonces tú eres una persona introvertida, ya entendí. Siendo sincero no tengo experiencia en cuanto a reuniones y esas cosas, sólo presto mi servicio a lectores como tú que quieren olvidarse del mundo por unos segundos o que desean ser el personaje de algunas de mis historias, pero no será tan difícil vencer ese miedo si tienes a la persona adecuada, en este caso al libro adecuado, así que espera –comentó Buch moviéndose.
             –Es decir… ¿tú me ayudarás? –pregunté
             –No exactamente, pero sí tengo la solución a todos tus problemas, ya vuelvo, quédate aquí –ordenó y se fue Buch corriendo.
Buch había salido, mientras que yo continuaba el ensayo, en lo que escribía pensé ¿Será que los tímidos nunca dejarán de ser tímidos? ¿Qué tan difícil es el mundo exterior?, en eso apareció Buch con dos manzanas.
–Yo te ayudaré a vencer la timidez, así que prepárate, ¡ah, toma!, conseguí esto para ti –me dijo  dándome  la manzana y comenzando a comerse la suya –fui a buscar un viejo libro, pero parece que quedó en el olvido también. Bueno comencemos: tengo algunos tips que te podrán ayudar, claro no será fácil, pero tampoco imposible, todo es poco a poco. Tienes que tener en cuenta quién eres, tus cualidades, qué te hace ser especial, luego no seas tan dura contigo cuando te equivoques, es de todos hacerlo, se auténtica, muestra quién eres y de qué estas hecha, muévete, mira a la persona, acostúmbrate a hablar en público, no pienses en la aceptación social, siempre habrá alguien que te querrá tal como eres y lo más importante no tengas miedo, sé positiva y hazlo –aconsejó Buch.
Estaba a punto de decir algo cuando Buch se levantó y me invitó a que lo persiguiese, vi tonto el juego, pero luego de un rato, la sala de lectura silenciosa se volvió un cuarto lleno de risas y juegos. Me divertí mucho esa tarde, jugamos hasta que nos cansamos, hacía muchísimo tiempo que no me sentía así.
Al final Buch manifestó: –Es hora de que apliques todo a tu vida, seguro tendrás más ideas para tu ensayo así que. ¿Quieres salir?
–Claro, muchas gracias por todo. Ahora sí, quiero salir –le aseguré
Me levanté,  tomé mis cosas, despidiéndome me acerqué a la puerta, me detuve, eché una mirada hacia atrás, corrí, agarré a Buch y lo llevé conmigo, no quería que pasase al olvido, lo abrí para leer sus historias al ojear su primera página comenzaba así: “¿Por qué será que la mayoría de los adultos no entienden a los adolescentes?  ¿Será que se saltaron la adolescencia?”

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoria B: “Un viaje por la literatura” - Por Enzo Denicolay, alumno de la E.E.S. N| 2 “Florentino Ameghino” de Tandil


Son ya las nueve de la noche, es domingo y terminé toda la tarea para mañana. Me dispongo a escribir. Tengo un máximo de cuatro páginas para relatar toda una pieza de arte expresada en prosa que, teniendo en cuenta mis renombradas “ramificación temaria” y “explayitis aguda”, significa un grave dilema de incontinencia de palabras, un definitivo hacinamiento de letras y signos sin control alguno.
Aún más problemas, mi pequeño trabajo debe estar listo antes de la cena, que ocurre generalmente a eso de las diez; y, sobre todo, estoy trabajando pero no sé qué escribir. En eso, cuando siento que la situación se pone peor y peor, pienso “para ganar hay que ser como los ganadores” y eso me inspira a nutrirme de los más grandes escritores. Para esto, por supuesto y sin lugar a dudas, me dirijo al internet. Escribo Jorge Luis Borges (el primero que se me viene a la mente) y el maravilloso Google, casi de forma inmediata, indubitable como siempre, me muestra su foto junto a la más breve biografía posible: “Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un erudito escritor argentino, considerado uno de los más destacados de la literatura del siglo XX.” Sólo el nombre me dice LARGO, ABURRIDO, ¡NO LEAS MÁS! Así es que me dirijo nuevamente a la barra de búsqueda y anoto velozmente “relatos fantásticos de la historia”. De nuevo no demoro un instante en (como lo dijo Einstein) pasar de la desaparición de mi búsqueda a la llegada de la nueva y más reciente. Estoy ahora en el colegio de hechicería y magia de Hogwarts jugando Qudditch en compañía de un numeroso grupo sudado sobre escobas voladoras. Eso no pareció importarme demasiado, pero algo que si era realmente molesto me estaba colmando la paciencia, cosa difícil de lograr, y era el agresivamente musculoso entrenador y director del equipo que me exigía a gritos insistentes que comenzara a moverme. Esta petición era lógica en relación a su creencia de que yo era uno de sus jugadores y estaba, no sólo dejando el juego, sino también y lo que es peor estorbando por completo en medio del campo de aquel interesante deporte. Como ya mencioné, este tipo era de los más incansables y esmerados que jamás he visto, por lo que mi única reacción fue devolverle sus intimidantes gritos y salir del lugar. Para ser sincero voy a decir que HUBIERA reaccionado de tal manera, pero un completo tonto sin compasión me dio un contundente golpe repentino, apto para desmayar a cualquiera que me provocó una caída. Al tocar el suelo me vi envuelto en un nuevo problema, estaba frente a la pantalla otra vez. Esto me llevó a idealizar que lo anterior fue extraño. Tal vez no había tenido tiempo para darme cuenta antes.
Claro que mi emoción por estar viviendo una película era incontenible, pero hay en mi otra característica; soy totalmente resistente a todo, nunca me rindo y, sobre todo, tengo total control sobre lo irreprimible. Así es que el apuro no me dejó opción y me vi obligado a continuar en busca de inspiración. Ahora puedo agregar que no volvería a reflexionar en lo más mínimo cerca de la situación en la mente J.K.
Ya no necesito decir nada más para que se entienda y vuelva obvio que la fantasía no prometía ni lo haría por un tiempo. Por eso mismo recurro ahora a su más cercana pariente, la amada, galardonada, venerada, representada, escrita, filmada, actuada, escuchada, engrandecida y mejorada en el tiempo y sus diversas temáticas: la Ciencia Ficción.
En un tecleo temeroso, pero siempre seguro y apuradamente ágil, introduje brevemente “Ciencia Ficción”.  Dudé un poco recorriendo los títulos, no quería arriesgarme en ninguno, pero, finalmente me centré con un pequeño resto de vacilación en las azules y gigantescas letras que me cantaban a coro EL ASESINO (por Ray Bradbury).
Alcancé a leer (cada vez más tranquilo, en vista de que podía hacerlo sin extraños sucesos tan inolvidables como increíbles) “El asesino, relato escrito en 1953. Es seguramente el que más me ha impactado, por la simpleza de su mensaje y por su, sin embargo, ferviente actualidad” y antes de siquiera llegar al relato me encontré, otra vez, en esa horrible sensación de cambiar de realidad, porque no encuentro otra forma de llamar al repentino y muy brusco golpe universal que me provocaba tanto miedo como fascinación.
Así sucedió la segunda vez, estuve unos pocos minutos intentando comprender por qué hablaba con un completo loco que se acusaba a sí mismo culpable de un crimen que ni siquiera había cometido. Claro que nadie excepto el increíble Sherlock Holmes lo hubiera logrado con tan pocas pistas y, lo que es aún peor, no soy del todo imaginativo.
Así continué, entre realidades; todas y cada una menos interesante que la anterior. De la misma forma su transcurso me hacía aprender, como sea, dos cosas: me iba acostumbrando a la forma de desenvolverme en esos extraños mundos que poco o nada conocía. Y, por otro lado, entre más aprendo de estas historias solo sé que no sé nada que me sirva para el bendito cuento.
Anduve por el mundo entero, conocí Venecia y Florencia, Madrid, Estocolmo, Washington y Boston, Nueva York, Abu Dhabi, París. Me sorprendí con Versalles, el coliseo, el Partenón, también el Arco de Córdoba y la Torre de Pisa. Vi las siete maravillas y ninguna me pareció tan increíble como los Jardines Colgantes; sin dudas una genialidad. Comenzaba a disfrutarlo, ya no me molestaba ni un poco el choque de mundos.
De repente, por esas hermosas -como diría mi tía Marta- ILUMINACIONES DIVINAS que nos sobrevienen muy de vez en cuando pero con gran fuerza y notoriedad, me llegó una idea magistral. Era tanto el envión y el apuro que tenía que nunca se me ocurrió en lo más mínimo pensar que era muy desinteligente al no haber hecho esto antes. Fue glorioso darme cuenta de que podía VIVIR MI CUENTO FAVORITO. Así es, busqué la versión en español de una de las mejores novelas de Herbert George Wells y de la historia de la literatura de Ciencia Ficción. La que para mí es lejos la mejor novela: “La Máquina del Tiempo”. No tengo tiempo que perder en describir la historia ni su escritura, pero como sea, no es necesario hacerlo. Lo importante es, en realidad, que en menos de lo que Bartolito se demora en cacarear yo ya estaba accionando la palanca y comenzando a girar en medio de una nube gris de átomos y puro tiempo futuro.
Claro que mi relación con aquella historia es la que me llevó al personaje protagónico y también a la forma de actuar para alcanzar el final. Al terminar la apasionante narración llegué, incluso, a vivir el prólogo perdido, entre papel y pluma, del relato. Lo mantendré en secreto para respetar la voluntad del artista capaz de crear de la nada semejante obra.
Al fin –pensé– ya tengo mucha inspiración, un tema, un título, pasión, emoción, viajes en el tiempo (y, ¿qué mejor?); futuro y apocalipsis. No había forma de arruinar ese espectacular momento; sin embargo, –siempre tiene que haber un, pero– al, apenas, trazar delicadamente el “viaj” de mi título EL VIAJERO DEL TIEMPO, sin haber podido siquiera empezar a contar como había acompañado fielmente a la marioneta de Wells en sus viajes –muy parecidos a los míos, pienso ahora– oí la voz de mi querida madre diciendo, como cada noche, con tono cantarín: Está la comida, ¡vamos que se enfría!


Concurso “Contate un cuento XII”- Mención de Honor Categoría A: “El espejo” Por Sofia Grosz, alumna del Instituto Dante Alighieri de Bariloche


Era tarde, pero no lograba dormir. El silencio era absoluto, al igual que la oscuridad, hasta que encendí la luz de mi habitación.
Me senté al borde de la cama, metida en mis pensamientos. De repente, un impulso me surgió. Debía mirarme al espejo. No sabía porque, solo debía hacerlo.
Me paré y caminé hasta el baño. Otro lugar oscuro donde tuve que encender una luz. Ya frente al espejo, observé mi rostro. Dos ojos brillantes, el cabello despeinado, la nariz de siempre en la cara de siempre. Sí, era yo, pero algo no terminaba de convencerme.
Repasé todo otra vez. No lograba encontrar eso que me alarmaba. Quizá no estaba en mí, sino que era algo en el baño. Miré el reflejo. Algo en una esquina me sobresaltó. Volteé con el corazón latiéndome desenfrenado para notar que solo era una toalla.
Suspiré aliviada y decidí volver a dormir, al menos a intentarlo. Me recosté y pensé en mi película favorita. Repetí los diálogos una y otra vez. Eso me ayudaba a relajarme. Nada sirvió para calmarme, necesitaba saber que ocurría.
De vuelta en el baño, frente al espejo. Lo noté algo empañado, pero antes no estaba así. Lo froté con mi manga. Era extraño, no se limpiaba. Lo intenté de nuevo, con el mismo resultado. Tal vez algo de agua caliente serviría. Me mojé las manos y las pasé por la lisa y empañada superficie. De nuevo lo mismo, nada.
Bufé. Debía estar soñando. Solo a mí se me ocurrirían estas cosas tan extrañas y frustrantes. Me froté los ojos, estaba cansada, pero no lo suficiente como para irme a la cama. Comencé a tararear una canción. Fijé mi vista en el espejo nuevamente y lo encontré limpio. Genial, ahora podría ver qué ocurría. Apoyé mi mano, pero la saqué rápidamente. El reflejo no era el mío, podía asegurar que la otra mano era mucho más blanca. Respiré hondo y apoyé el dorso.
Una mano blanca como el papel, de venas azuladas y marcadas me asustó. Levanté la vista, esperando ver mis ojos abiertos como platos, pero quien me devolvió la mirada no era yo. Un rostro de palidez cadavérica y ojos oscuros y hundidos me sonrió. El miedo se esfumó como por arte de magia, y murmuré “hola”. Sus labios oscuros se movieron al ritmo de los míos, formando la misma palabra.
El sujeto me atraía, inexplicablemente. Apoyé mi frente en el cristal. Esperaba encontrarlo frío, pero no era así. Mi rostro atravesó la superficie y se sumergió en el espejo como si de agua se tratara. Intenté volver hacia atrás, manoteando, desesperada, pero el líquido me tragó. Traté, más mi voz no salía.
Estaba completamente desorientada, flotando en aquel negro mar que era el otro lado de mi espejo. Ni siquiera podía controlar mi rumbo, algo parecido a una corriente me arrastraba. Todo cambió repentinamente.
Aparecí sentada en un pequeño y cómodo sillón. Frente a mí, una mesita me separaba del individuo de cara pálida. Me ofreció una taza de té que no pude rechazar
- ¿Sos La Muerte? - pregunté, asustada.
- ¿Yo, La Muerte? - su voz era seca, gastada.
- ¿Qué hago acá?
- Te traje porque necesitaba ayuda. Esperé muchos años para esto, sos especial.
- ¿Ayuda para qué? - solo podía preguntar.
- Hay algo que quiero mostrarte… Por cierto, bienvenida a la dimensión oscura, o el otro lado del espejo, como prefieras. Siéntete como en casa, estarás aquí mucho tiempo - rió.
- ¿Mucho tiempo? ¡Tengo que volver! - comenzaba a angustiarme.
- Lo siento, no puedo dejarte ir otra vez.
- No entiendo…¿Otra vez?
- Sí... Voy a contarte una historia, pero no me interrumpas.
- Escucho.
Comenzó.
“Todo empezó cuando una niña apareció frente a las puertas del palacio. Hija de humanos, pero igual a nosotros. La recibieron y creció entre nuestra gente, sin ninguna diferencia. Al cumplir los dieciséis años, desapareció a través del espejo sin ningún motivo aparente. Esa niña sos vos, si no lo fueras no podrías haberme visto”
- Eso no puede ser -contesté- Yo crecí allá, con mis padres.
- Eso es lo que pasa cuando cruzas a la otra dimensión, empiezas desde cero.
- Todo esto… ¿Hace cuánto fue?
- En nuestro mundo, tres siglos. En el tuyo, solo dieciséis años.
No podía creerlo, estaba estupefacta.
- ¿Quieres una prueba?
Asentí con la cabeza.
Estiró su brazo y tomó mi mano. El frío me recorrió de punta a punta. Mi mano palideció primero, luego mi brazo, después todo mi cuerpo.
- ¿Ves? Sos de las nuestras.
La prueba era irrefutable.
- Tienes razón… ¿Debería quedarme?
- Sí, no podemos permitir que pasees entre los humanos.
Se alejó a la negrura infinita y yo lo seguí. Si hubiera podido oírlo susurrar, hubiera notado su “esta historia siempre funciona”.

Concurso “Contate un cuento XII” Mención de honor Categoría A: “Infierno Sin fin!” Por Morella Perez Berber y Selene Agustina Canzini alumnos de la E.E.S. N° 2 “Florentino Ameghino” de Tandil


Me desperté cabeza abajo en el auto sobre la carretera. Recordé aquellas imágenes del accidente; las luces de frente, el derrape de las llantas y el tumbo del auto. Desabroché mi cinturón para caer sobre el techo del mismo, y salí del vehículo arrastrándome sobre los vidrios rotos del parabrisas. Noté algo extraño, no logré distinguir la marca que dejaron las llantas ni el coche con el que chocamos. Segundos después, me dí cuenta de que ni mis padres ni mi hermana se encontraban cerca. “Tal vez fueron a buscar ayuda mientras estaba inconsciente” - me dije para reducir mis constantes nervios. Esperé durante un largo rato que ellos regresasen, pero no tuve suerte. Al comprender que no volverían por mí, me dispuse a buscar un teléfono público o ayuda por la zona. Caminé y caminé, pero parecía que la ruta no tuviese un final. Oí un ruido proveniente del bosque. Me adentré en este y vi un chico,  estaba quejándose de dolor mientras se arrastraba hacia una vieja cabaña, decidí ayudarlo a ingresar en ella. Este muchacho era alto, como de un metro  ochenta. Su color de cabello era castaño claro y sus ojos, de un tono miel. También vestía una camisa blanca junto con un suéter. “Supongo que este es tu hogar “ – pensé y me dirigí hacia él para entablar una conversación y así distraerlo de aquel dolor, pero este simplemente no respondió
— Por cierto, me llamo Ethan, ¿y tú?
 —Cameron. Me llamo Cameron. Y gracias por traerme - exclamó sin interés. Comencé a buscar algo para curar sus heridas y regresé con él luego de unos momentos. El ambiente se tornó silencioso por un largo rato.
—¿Qué te pasó a ti? - interrogué con curiosidad.
 —Yo estaba en el otro auto.
—Pero, ¿qué?
—Sí, yo conducía el otro auto durante el choque.
—Un poco más de cuidado la próxima…
 —Yo vi a tus padres y a tu hermana -interrumpió sin prestarme atención.
—¿Cómo sabes quiénes eran?
Sin darme una respuesta, me tomó de la muñeca con algo de fuerza y me llevó hacia afuera. Nuevamente me encontraba sobre la carretera cuando noté un auto que se aproximaba a gran velocidad en dirección a nosotros, sin intenciones de detenerse. Cuando quise reaccionar, era demasiado tarde, Cameron me había empujado fuertemente hacia el camino. Antes de que aquel coche me pasara por encima, lo único que pude ver fue la sonrisa macabra que se había dibujado sobre su cara. Aquellos ojos que, anteriormente eran de un color miel, se habían convertido ahora en ventanas al mismísimo infierno.
Me desperté dado vuelta en el auto sobre la carretera, pero esta vez algo me sabía mal. Se me vino a la cabeza la sonrisa terrorífica y la mirada de aquella persona. Sentí un escalofrío y me dije “Seguro fue solamente una pesadilla” - intentando acabar con mi miedo. Un auto se acercó a gran velocidad, pero paró a unos cuantos metros de donde yo estaba, bajándose del mismo ni más ni menos que el chico de mi pesadilla, y a su lado, una chica algo extraña.
 —Hola Ethan, ¿Me extrañabas? - me preguntó con una voz perversa.
 —¡¿Quién eres y cómo me conoces?! - le grité en un tono asustado,  pero también con furia.
 —¡Soy Cameron! ¿Acaso ya no me recuerdas? - exclamó intentando parecer entristecido por ello 
— Ah, y ella, es Sue, la que te atropelló anteriormente.
—¿C-cómo?... Sue se acercó lentamente hacia mí con una navaja en mano.
Mientras  retrocedía vi  un pedazo de vidrio roto a mi alcance y rápidamente lo tomé para intentar defenderme, pero cuando quise darme cuenta ella ya estaba detrás apuñalándome a su vez. Caí al piso desangrándome.  Y antes de cerrar mis ojos observé aquella misma sonrisa más macabra que nunca, hasta que… Me desperté. Esta vez no me di tiempo para pensar en nada. Me dispuse a correr una vez fuera del vehículo. El mismo auto de antes me está persiguiendo. La ruta no tenía un final, sólo crecía delante de mi vista. Volteé hacia atrás y logré ver la cara ahora deforme de aquella muchacha, y al dar  vuelta mi vista para continuar corriendo, me encontré con Cameron, quien estaba frente a mí. Entre los dos intentaron acorralarme, pero yo empujé al chico con mi cuerpo, logrando que cayera al suelo.
Este dejó caer un cuchillo, el cual agarró y utilizó para enfrentarme a él.
 — ¡Espera! No querrás que revele tu secreto... No es así, ¿Ethan? - me preguntó, poniéndome nervioso.
— ¿Cuál secreto? - interrogué tembloroso.
 —Ya sabes, ese día en el que cometiste aquel asesinato. A no ser que también te hayas olvidado de eso, ¿Verdad?
—No sé de qué hablas…
 —Asesinaste a aquella chica atropellándola, tal y como hice contigo. Huiste como un cobarde sin enfrentar tus acciones. Tus padres te siguen amando, aunque seas un criminal. Porque ellos nunca lo supieron.
 No se me ocurrió mejor idea que negarlo todo, aunque este tuviese toda la razón. —¿Cómo sabes eso? - hablé algo confuso.
—Sólo voy a decir… -se levantó colocando sus manos detrás de su espalda - Bienvenido a tu infierno, Ethan – su expresión estaba  acompañada de esa misma sonrisa que tantos escalofríos me causaba.
De pronto, Sue me apuñaló nuevamente. Me desperté, pero esta vez ya estaban Sue y Cameron esperándome fuera del auto. Al salir del coche, tomé un trozo de vidrio. Me dirigí hacia ellos, noté que la chica  ahora tenía una forma muy extraña, ya ni parecía humana. Sus orejas eran cuernos, su espalda tenía dos grandes alas, su piel se tornó rojiza, sus dientes eran notoriamente grandes y su rostro, completamente desfigurado. Antes de que Sue pudiera apuñalarme, le arrebaté su cuchillo y me enfrentó cara a cara frente a Cameron.
—No sé cómo sabes, y tampoco me interesa saberlo, pero los dos sabemos que morirás.  Cameron sacó su arma y la insertó al costado de mi estómago, donde no había zona de peligro, pero yo lo hice justo en su pecho.
 —¡Bienvenido a tu infierno, idiota! -le grité por última vez.
—No tienes idea de lo que hiciste – aseguró mientras rió débilmente
— Al matarme, causaste tú mismo, tu infierno sin fin. —
El destello de un auto me despertó. Vi a mi lado a aquel monstruo, Sue, pero ahora tenía un aspecto normal. Me vi  en el espejo retrovisor. Ya no era yo, ahora mi cabello era de un tono castaño claro y mis ojos de color miel.
Por alguna razón, sonreí macabramente. Me espanté al notarlo, y por esto me bajé bruscamente del vehículo para echarme a correr hacia el bosque, pero me tropecé, Al caer se lastimó  mi pierna, haciéndome lanzar un grito de dolor. Divisé una cabaña cerca y me arrastré hacia ella. Luego, escuché cómo alguien se acercaba. Era ella, Alicia. Cuando estaba justo frente a mí, entendí que ahora debía atormentar a mi propia hermana.
—Ya llegamos, voy a buscar algo para sanarte - dijo mientras se ponía de pie. Regresó luego de un rato e intentó hablar conmigo, pero realmente no me interesaba.
—Me llamo Alicia, pero más bien me gusta que me digan Ali, ¿tú?
—Soy Cameron. - respondí casi sin ganas de hablar
. —¿Cómo te lastimaste?
—Me tropecé
—Ohh, yo estoy con mi auto averiado y no encuentro ayuda por ningún lado
—Sé donde hay un teléfono público. Vamos – dije y me levanté para luego tomarla de la muñeca y llevarla afuera. Nuevamente, me encontraba sobre la carretera y ví a Sue, quien estaba viniendo hacia nosotros a toda velocidad.

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoría A : “Si lo sueñas …se te cumplirá” Por Melany Masmut y Dalma Olea, alumnas de la E.E.S.N° 10


“El ganador del Campeonato Mundial es… Damián García” - cuando iba levantando la copa recordé mi adolescencia, mis inicios …
Tenía frío, vivía en un galpón abandonado de la estación con tan sólo 14 años. Mi papá murió cuando ya era un bebé, en este entonces mi mamá se perdió totalmente. Perdimos la casa y no teníamos dinero. Mi mamá no tenía cómo criarme y entonces me abandonó en un galpón que desde ese momento fue mi hoga.
¡Amaba bailar!  El jazz era mi pasión. Me encantaría estudiar con Julio Boca, pensaba. Era muy fan de Hernán Piquín.  Mi vecina, que era muy amable, me regaló un tele y desde el día que lo vi bailando en Showmatch se convirtió en mi ídolo y ahí me estaba entregando la copa.
Ayudaba a un zapatero del barrio, ganaba poco dinero; pero era lo que me permitió sobrevivir  Comía porque me alimentaban en la escuela de enfrente de mi casa.
En el colegio mi profe de música me preguntó si me gustaba bailar,  yo le dije que sí y ella me habló de un club de jazz , me dio la dirección y fui.
 Al llegar me di cuenta que había que pagar, miré muy bolsillos y estaban vacíos y  decidí observar desde afuera.  Y desde entonces empecé a ir todos los días a mirar las clases y ensayar en la calle. Siempre me iba antes de que terminara la clase por miedo a que me descubrieran. Hasta que un día una chica se retiró más temprano Cuando la vi me enamoré de sus ojos color verde. Además bailaba muy lindo, pero me había descubierto ¡qué vergüenza!
 Empezamos a hablar,  me preguntó mi nombre y yo le dije
- Me llamo Damián y tengo 14 años ¿y tú?
_ Me llamó Jazmín y tengo 13¿ Por qué no entraste a la clase?¿ o no estás espiando?
_ Porque no me gusta bailar sólo pasaba por aquí
_ ¿ Y por qué no te gusta bailar?  Es un club hermoso y hay un lindo grupo
_ No sé bailar
_ Bueno me tengo que ir, pero si quieres puedes venir a la clase mañana, yo te invito
Al   día siguiente fui, Jazmín me recibió muy amablemente
_   Entra,  quiero que conozcas a alguien
_ Bueno
 Me llevó a conocer a la profesora y al grupo
_ Hola Mi nombre es Estela,  soy la profesora de ellas y la madre de Jazmín y tú cómo te llamas
_   Me llamo Damián
_ ¿Quieres participar de la clase?
_ Pero no tengo dinero
_ No importa Puedes mirar si quieres
_ Bueno
 Me senté y vi que todos bailaban muy bien. Cuando me di cuenta yo los estaba imitando,   la profesora y Jazmín me vieron, las sorprendí
_ ¡Qué hermoso bailas! ¿pero no era que no sabía?
_ Si Discúlpame te mentí porque me daba vergüenza decirte que no tenía nada para pagar el club
_   A partir de hoy eres nuestro invitado
 Empecé a ir todos los días a ensayar y aprendí muchos pasos nuevos… Desde ese momento el Jazz fue mi pasión. 
…Ahora con mis 33 años Jazmín, la chica de ojos verdes y hermosos de la cual me enamoré es mi esposa y disfruta de mis triunfos. Al verme levantar la copa corrió a abrazarme y luego la besé.
 Por eso les digo, si lo sueñas, esfuérzate y lo lograrás, seas rico, seas pobre, niño o adulto,  nunca te rindas