Era tarde, pero no lograba dormir. El silencio era absoluto,
al igual que la oscuridad, hasta que encendí la luz de mi habitación.
Me senté al borde de la cama, metida en mis pensamientos. De
repente, un impulso me surgió. Debía mirarme al espejo. No sabía porque, solo
debía hacerlo.
Me paré y caminé hasta el baño. Otro lugar oscuro donde tuve
que encender una luz. Ya frente al espejo, observé mi rostro. Dos ojos
brillantes, el cabello despeinado, la nariz de siempre en la cara de siempre.
Sí, era yo, pero algo no terminaba de convencerme.
Repasé todo otra vez. No lograba encontrar eso que me
alarmaba. Quizá no estaba en mí, sino que era algo en el baño. Miré el reflejo.
Algo en una esquina me sobresaltó. Volteé con el corazón latiéndome
desenfrenado para notar que solo era una toalla.
Suspiré aliviada y decidí volver a dormir, al menos a
intentarlo. Me recosté y pensé en mi película favorita. Repetí los diálogos una
y otra vez. Eso me ayudaba a relajarme. Nada sirvió para calmarme, necesitaba
saber que ocurría.
De vuelta en el baño, frente al espejo. Lo noté algo
empañado, pero antes no estaba así. Lo froté con mi manga. Era extraño, no se
limpiaba. Lo intenté de nuevo, con el mismo resultado. Tal vez algo de agua
caliente serviría. Me mojé las manos y las pasé por la lisa y empañada
superficie. De nuevo lo mismo, nada.
Bufé. Debía estar soñando. Solo a mí se me ocurrirían estas
cosas tan extrañas y frustrantes. Me froté los ojos, estaba cansada, pero no lo
suficiente como para irme a la cama. Comencé a tararear una canción. Fijé mi
vista en el espejo nuevamente y lo encontré limpio. Genial, ahora podría ver
qué ocurría. Apoyé mi mano, pero la saqué rápidamente. El reflejo no era el
mío, podía asegurar que la otra mano era mucho más blanca. Respiré hondo y
apoyé el dorso.
Una mano blanca como el papel, de venas azuladas y marcadas
me asustó. Levanté la vista, esperando ver mis ojos abiertos como platos, pero
quien me devolvió la mirada no era yo. Un rostro de palidez cadavérica y ojos
oscuros y hundidos me sonrió. El miedo se esfumó como por arte de magia, y
murmuré “hola”. Sus labios oscuros se movieron al ritmo de los míos, formando
la misma palabra.
El sujeto me atraía, inexplicablemente. Apoyé mi frente en
el cristal. Esperaba encontrarlo frío, pero no era así. Mi rostro atravesó la
superficie y se sumergió en el espejo como si de agua se tratara. Intenté
volver hacia atrás, manoteando, desesperada, pero el líquido me tragó. Traté,
más mi voz no salía.
Estaba completamente desorientada, flotando en aquel negro
mar que era el otro lado de mi espejo. Ni siquiera podía controlar mi rumbo,
algo parecido a una corriente me arrastraba. Todo cambió repentinamente.
Aparecí sentada en un pequeño y cómodo sillón. Frente a mí,
una mesita me separaba del individuo de cara pálida. Me ofreció una taza de té
que no pude rechazar
- ¿Sos La Muerte? - pregunté, asustada.
- ¿Yo, La Muerte? - su voz era seca, gastada.
- ¿Qué hago acá?
- Te traje porque necesitaba ayuda. Esperé muchos años para
esto, sos especial.
- ¿Ayuda para qué? - solo podía preguntar.
- Hay algo que quiero mostrarte… Por cierto, bienvenida a la
dimensión oscura, o el otro lado del espejo, como prefieras. Siéntete como en
casa, estarás aquí mucho tiempo - rió.
- ¿Mucho tiempo? ¡Tengo que volver! - comenzaba a
angustiarme.
- Lo siento, no puedo dejarte ir otra vez.
- No entiendo…¿Otra vez?
- Sí... Voy a contarte una historia, pero no me interrumpas.
- Escucho.
Comenzó.
“Todo empezó cuando una niña apareció frente a las puertas
del palacio. Hija de humanos, pero igual a nosotros. La recibieron y creció
entre nuestra gente, sin ninguna diferencia. Al cumplir los dieciséis años,
desapareció a través del espejo sin ningún motivo aparente. Esa niña sos vos,
si no lo fueras no podrías haberme visto”
- Eso no puede ser -contesté- Yo crecí allá, con mis padres.
- Eso es lo que pasa cuando cruzas a la otra dimensión,
empiezas desde cero.
- Todo esto… ¿Hace cuánto fue?
- En nuestro mundo, tres siglos. En el tuyo, solo dieciséis
años.
No podía creerlo, estaba estupefacta.
- ¿Quieres una prueba?
Asentí con la cabeza.
Estiró su brazo y tomó mi mano. El frío me recorrió de punta
a punta. Mi mano palideció primero, luego mi brazo, después todo mi cuerpo.
- ¿Ves? Sos de las nuestras.
La prueba era irrefutable.
- Tienes razón… ¿Debería quedarme?
- Sí, no podemos permitir que pasees entre los humanos.
Se alejó a la negrura infinita y yo lo seguí. Si hubiera
podido oírlo susurrar, hubiera notado su “esta historia siempre funciona”.
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