lunes, 13 de enero de 2020

Concurso “Contate un cuento XII” - Mención de Honor Categoria B: “Un viaje por la literatura” - Por Enzo Denicolay, alumno de la E.E.S. N| 2 “Florentino Ameghino” de Tandil


Son ya las nueve de la noche, es domingo y terminé toda la tarea para mañana. Me dispongo a escribir. Tengo un máximo de cuatro páginas para relatar toda una pieza de arte expresada en prosa que, teniendo en cuenta mis renombradas “ramificación temaria” y “explayitis aguda”, significa un grave dilema de incontinencia de palabras, un definitivo hacinamiento de letras y signos sin control alguno.
Aún más problemas, mi pequeño trabajo debe estar listo antes de la cena, que ocurre generalmente a eso de las diez; y, sobre todo, estoy trabajando pero no sé qué escribir. En eso, cuando siento que la situación se pone peor y peor, pienso “para ganar hay que ser como los ganadores” y eso me inspira a nutrirme de los más grandes escritores. Para esto, por supuesto y sin lugar a dudas, me dirijo al internet. Escribo Jorge Luis Borges (el primero que se me viene a la mente) y el maravilloso Google, casi de forma inmediata, indubitable como siempre, me muestra su foto junto a la más breve biografía posible: “Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un erudito escritor argentino, considerado uno de los más destacados de la literatura del siglo XX.” Sólo el nombre me dice LARGO, ABURRIDO, ¡NO LEAS MÁS! Así es que me dirijo nuevamente a la barra de búsqueda y anoto velozmente “relatos fantásticos de la historia”. De nuevo no demoro un instante en (como lo dijo Einstein) pasar de la desaparición de mi búsqueda a la llegada de la nueva y más reciente. Estoy ahora en el colegio de hechicería y magia de Hogwarts jugando Qudditch en compañía de un numeroso grupo sudado sobre escobas voladoras. Eso no pareció importarme demasiado, pero algo que si era realmente molesto me estaba colmando la paciencia, cosa difícil de lograr, y era el agresivamente musculoso entrenador y director del equipo que me exigía a gritos insistentes que comenzara a moverme. Esta petición era lógica en relación a su creencia de que yo era uno de sus jugadores y estaba, no sólo dejando el juego, sino también y lo que es peor estorbando por completo en medio del campo de aquel interesante deporte. Como ya mencioné, este tipo era de los más incansables y esmerados que jamás he visto, por lo que mi única reacción fue devolverle sus intimidantes gritos y salir del lugar. Para ser sincero voy a decir que HUBIERA reaccionado de tal manera, pero un completo tonto sin compasión me dio un contundente golpe repentino, apto para desmayar a cualquiera que me provocó una caída. Al tocar el suelo me vi envuelto en un nuevo problema, estaba frente a la pantalla otra vez. Esto me llevó a idealizar que lo anterior fue extraño. Tal vez no había tenido tiempo para darme cuenta antes.
Claro que mi emoción por estar viviendo una película era incontenible, pero hay en mi otra característica; soy totalmente resistente a todo, nunca me rindo y, sobre todo, tengo total control sobre lo irreprimible. Así es que el apuro no me dejó opción y me vi obligado a continuar en busca de inspiración. Ahora puedo agregar que no volvería a reflexionar en lo más mínimo cerca de la situación en la mente J.K.
Ya no necesito decir nada más para que se entienda y vuelva obvio que la fantasía no prometía ni lo haría por un tiempo. Por eso mismo recurro ahora a su más cercana pariente, la amada, galardonada, venerada, representada, escrita, filmada, actuada, escuchada, engrandecida y mejorada en el tiempo y sus diversas temáticas: la Ciencia Ficción.
En un tecleo temeroso, pero siempre seguro y apuradamente ágil, introduje brevemente “Ciencia Ficción”.  Dudé un poco recorriendo los títulos, no quería arriesgarme en ninguno, pero, finalmente me centré con un pequeño resto de vacilación en las azules y gigantescas letras que me cantaban a coro EL ASESINO (por Ray Bradbury).
Alcancé a leer (cada vez más tranquilo, en vista de que podía hacerlo sin extraños sucesos tan inolvidables como increíbles) “El asesino, relato escrito en 1953. Es seguramente el que más me ha impactado, por la simpleza de su mensaje y por su, sin embargo, ferviente actualidad” y antes de siquiera llegar al relato me encontré, otra vez, en esa horrible sensación de cambiar de realidad, porque no encuentro otra forma de llamar al repentino y muy brusco golpe universal que me provocaba tanto miedo como fascinación.
Así sucedió la segunda vez, estuve unos pocos minutos intentando comprender por qué hablaba con un completo loco que se acusaba a sí mismo culpable de un crimen que ni siquiera había cometido. Claro que nadie excepto el increíble Sherlock Holmes lo hubiera logrado con tan pocas pistas y, lo que es aún peor, no soy del todo imaginativo.
Así continué, entre realidades; todas y cada una menos interesante que la anterior. De la misma forma su transcurso me hacía aprender, como sea, dos cosas: me iba acostumbrando a la forma de desenvolverme en esos extraños mundos que poco o nada conocía. Y, por otro lado, entre más aprendo de estas historias solo sé que no sé nada que me sirva para el bendito cuento.
Anduve por el mundo entero, conocí Venecia y Florencia, Madrid, Estocolmo, Washington y Boston, Nueva York, Abu Dhabi, París. Me sorprendí con Versalles, el coliseo, el Partenón, también el Arco de Córdoba y la Torre de Pisa. Vi las siete maravillas y ninguna me pareció tan increíble como los Jardines Colgantes; sin dudas una genialidad. Comenzaba a disfrutarlo, ya no me molestaba ni un poco el choque de mundos.
De repente, por esas hermosas -como diría mi tía Marta- ILUMINACIONES DIVINAS que nos sobrevienen muy de vez en cuando pero con gran fuerza y notoriedad, me llegó una idea magistral. Era tanto el envión y el apuro que tenía que nunca se me ocurrió en lo más mínimo pensar que era muy desinteligente al no haber hecho esto antes. Fue glorioso darme cuenta de que podía VIVIR MI CUENTO FAVORITO. Así es, busqué la versión en español de una de las mejores novelas de Herbert George Wells y de la historia de la literatura de Ciencia Ficción. La que para mí es lejos la mejor novela: “La Máquina del Tiempo”. No tengo tiempo que perder en describir la historia ni su escritura, pero como sea, no es necesario hacerlo. Lo importante es, en realidad, que en menos de lo que Bartolito se demora en cacarear yo ya estaba accionando la palanca y comenzando a girar en medio de una nube gris de átomos y puro tiempo futuro.
Claro que mi relación con aquella historia es la que me llevó al personaje protagónico y también a la forma de actuar para alcanzar el final. Al terminar la apasionante narración llegué, incluso, a vivir el prólogo perdido, entre papel y pluma, del relato. Lo mantendré en secreto para respetar la voluntad del artista capaz de crear de la nada semejante obra.
Al fin –pensé– ya tengo mucha inspiración, un tema, un título, pasión, emoción, viajes en el tiempo (y, ¿qué mejor?); futuro y apocalipsis. No había forma de arruinar ese espectacular momento; sin embargo, –siempre tiene que haber un, pero– al, apenas, trazar delicadamente el “viaj” de mi título EL VIAJERO DEL TIEMPO, sin haber podido siquiera empezar a contar como había acompañado fielmente a la marioneta de Wells en sus viajes –muy parecidos a los míos, pienso ahora– oí la voz de mi querida madre diciendo, como cada noche, con tono cantarín: Está la comida, ¡vamos que se enfría!


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