jueves, 7 de agosto de 2014

Lugares - Por María Neder

Aunque parezca romántico instantes perpetuos
se agrandan en una región de la memoria.
Son estallidos de un disparo
casi inadvertido que abandona en papel
aquel trazo del instinto y la coherencia.
Un aleph.
Una región en la piel
donde la palabra trébol queda a campo abierto,
lejanísima de todas las batallas,
la sostiene en el centro del ojo
cada vez que aparece el destello.

Lo inexorable es el aleph del otro,
como la distinción de los palos de la baraja,
la existencia cierta de la garra del ave de rapiña,
el sonido de los cuerpos en las calles,
la sucesión de bombardeos en el este,
y nuestra historia vivida al compás
de la historia del desvarío.

Viaje más viaje más viaje
para llegar a esta mesa de tréboles negros,
esta ciudad transexuada,
esta esquina final y subterránea.


                                                              De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock

Estampas - Por María Neder

Rotura de la madre.
Fiebre de la escritura anhelante de cauce
-agüita simple suave clara salvaje.
Letras desarmadas agotadas por tanto simulacro
palabrean en detenida infancia,
en marmitas donde se cuecen los bocetos,
donde caemos como despatriados
y la reconstrucción de azares llega
en cada gajo, cada consonante
como varios silbidos sostenidos por la mano
las manos hacedoras de alimento.

Y la caída dulce en la cotidiana
fragmentación del sabor de lo nombrado.

Fragmentación en gajos y la mirada absorta
de la iguana temblorosa
incapaz de vuelo, incapaz de piano,
de acorde en mí,
solitaria hembra enhebrando alas.

De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock

La voz impresa - Por María Neder

Y te pierdes madre en una voz grabada
en la piedra.
Diamantes tréboles piques y corazones,
la distinción de las heridas
-otra palabra oscura,
alargada, como las huellas de cigarro en la madera.

Y la voz suena en los silencios del piano
y el piano responde en los silencios de la voz,
quemada en la última negrura,
pintada en el piso de parquet
la alargada herida del fuego del vicio
prohibido en Madrid, en París, en Buenos Aires,
y el vicio de oírte también.

Las jugadoras son raras solitarias
fuman tabaco, duermen de día,
no cocinan torrejas ni cazuelas.
Y ¿cómo vienes madre a aplaudir
como aplauden en el campo insistentes
ante la puerta del otro lado?
¿Cómo me pides que te abra
de este lado, si ando como gata
y un cigarro y otro?

El idéntico ahogo en el hueco

de una pisada en la nieve.

De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock