Aunque parezca romántico instantes perpetuos
se agrandan en una región de la memoria.
Son estallidos de un disparo
casi inadvertido que abandona en papel
aquel trazo del instinto y la coherencia.
Un aleph.
Una región en la piel
donde la palabra trébol queda a campo abierto,
lejanísima de todas las batallas,
la sostiene en el centro del ojo
cada vez que aparece el destello.
Lo inexorable es el aleph del otro,
como la distinción de los palos de la baraja,
la existencia cierta de la garra del ave de rapiña,
el sonido de los cuerpos en las calles,
la sucesión de bombardeos en el este,
y nuestra historia vivida al compás
de la historia del desvarío.
Viaje más viaje más viaje
para llegar a esta mesa de tréboles negros,
esta ciudad transexuada,
esta esquina final y subterránea.De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock
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