A los educadores:
Las nuevas orientaciones impresas a las escuelas primarias han traído como consecuencia una renovación apresurada del material didáctico.
Un aspecto en el que la precipitación resulta grandemente nociva es la preparación de un libro de lectura. Adaptar un libro de lectura a un programa no significa desarrollar pedestremente los temas que éste indica. En lugar de esclavizarse dentro del estrecho esquema de un programa de asuntos o temas fijos, el autor de un texto debe inspirarse en dichos puntos o temas con el objeto de hacerlos servir para los fines especiales de la lectura, que son como todos los aspectos estéticos de la educación fines de primordial importancia.
Yo no compongo mis obras para los maestros que consideran el libro de lectura como una enciclopedia disimulada. Los nuevos programas tienen exigencias que hay que llenar convengo ;y yo, atento como ninguno a la realidad presente de nuestra escuela, las he tenido en cuenta al escribir CIELO SERENO; pero de ahí a transformar el libro de lectura en un mero auxiliar en la tarea de impartir conocimientos media un abismo.
He tratado de satisfacer las exigencias del docente, obligado a encarar nuevas formas de trabajo escolar, pero no he hecho concesiones que pudiesen disminuir el decoro del auxiliar de una de las más delicadas actividades educativas.
Dos amores
Por Victorina Malharro
Guardo en mi alma de niña,
como en urna de diamante,
dos amores palpitantes
de pureza sin igual:
uno que vive en mi pecho
desde que vivo en el mundo;
otro, no menos profundo,
que la escuela hizo brotar.
Sobre todo, en cielo y tierra,
te quiero a ti, madre mía,
a ti, que eres mi alegría,
mi dicha, mi luz, mi amor.
Después de ti...¡Oh patria amada!:
tu amor en mi alma se expande.
Y como mi alma es muy grande
hay lugar para las dos.
Los pescadores
-¡Qué agradable la vida del pescador! ¡Qué lindo hacerse a la vela en las mañanas claras! ¡Y luego volver entonando canciones con la barca cargada de peces!
-¡Qué delicia pescar de noche, a la luz de la luna!. El vientecito del mar acaricia la cara. . .
-Dime, Juanito: ¿no has pensado nunca en los días de niebla, en las mañanas frías del invierno, en las noches tempestuosas, en el mar revuelto? ¿No has oído hablar de barcas de pescadores que han partido y no han vuelto nunca?
Juanito se quedó pensativo. Comprendió que no hay alimento, que no hay bien de Dios que se consiga cantando a la luz de la luna.
El labrador
Por CLODOMIRO DE CABOTEAU
Los campos esperan tu mano
de rudo gañán forjador,
y el sol que se eleva en el cielo
llamándote está, labrador.
La tierra negruzca reclama
el beso fecundo de amor:
abramos su seno cantando;
ya es hora, feliz labrador.
Y con el arado
el surco tracemos
y en él la simiente
dorada arrojemos.
Con la azada, al hombro
marchemos así. ..
que el campo se cubre
de un verde matiz.
Los barrios industriales
- ¡Qué feos son los barrios de las fábricas! Las calles son angostas y sucias. Los paredones de las fábricas son tristes. El humo de las chimeneas ennegrece el aire. Yo prefiero los alrededores de las plazas. Allí las calles son anchas y bien pavimentadas. Las fachadas de las casas son hermosas. Hay negocios elegantes, con vistosas vitrinas.
-Es cierto que los barrios de los grandes talleres y fábricas no son hermosos, pero ellos dan vida a la ciudad. En los barrios industriales se elaboran los productos que se exponen en los escaparates elegantes del centro. ¿Qué diríamos de una casa con un comedor bien arreglado y sin cocina? Respetemos los barrios humildes, donde la industria del hombre elabora los mejores productos de la vida moderna.
El mensajero de San Martín (cuento)
Desde Mendoza San Martín necesitaba enviar una carta al patriota chileno Manuel Rodríguez. Un muchacho de pocos años, llamado Miguel, fue encargado del mensaje.
Miguel era hijo de arrieros y conocía los caminos de la cordillera. Con una tropa de muías que se dirigía a Santiago el muchacho logró pasar a territorio chileno.
De vuelta para Mendoza, Miguel cabalgaba sin apuro. La contestación de Rodríguez para San Martín la llevaba en el cinturón. Al llegar cerca de la cordillera pasó, sin darse cuenta, cerca de un campamento español. Fue detenido y llevado al despacho del general Ordóñez.
-¿Eres agente de San Martín? preguntóle el jefe español.
-No, señor.
- ¿No llevas ninguna carta?
- No, señor. A ver, regístrenlo.
Dos soldados avanzaron para registrarlo, pero Miguel, rápido como un tigre, sacó la carta del cinturón y la arrojó a las llamas de un gran brasero que allí había.
Ordóñez, furioso, gritóle: ¿Qué decía esa carta? No sé, señor. ¿Quién te la dio?
- No puedo decirlo, señor.
-¿Por qué?
- Porque he jurado mantener el secreto. Además yo no soy ningún traidor.
- Si me dices el nombre del que escribió la carta te dejaré en libertad.
- Le he dicho que no puedo, señor.
- Además te regalaré diez onzas de oro. ¿Comprendes?; diez onzas.
- He dicho que no lo diré.
- Entonces mandaré azotarte. Veremos si "cantas".
- No hablaré, aunque me fusile.
El valor del muchacho impresionó al general español. Éste ordenó que lo encerraran en una choza.
Al hallarse solo Miguel empezó a pensar en la fuga. El heroico mensajero quería llegar a Mendoza a toda costa. El general San Martín esperaba la respuesta. De ella dependía el éxito de los planes del gran Capitán.
El día iba muriendo y las sombras comenzaban a invadir la prisión de nuestro héroe. Extenuado por la fatiga, éste se adormeció.
A eso de medianoche Miguel se despertó. En la oscuridad oyó una voz que le decía: Mendocino, mendocino; ¿quieres escapar? Abrió bien los ojos y vio junto a él a un soldado-de Ordóñez. Era un chileno que, obligado a servir en el ejército español, estaba esperando la ocasión para huir a Mendoza.
Sin hacer ruido los dos criollos llegaron hasta unos matorrales. Allí había caballos ensillados. El chileno ayudó a Miguel a montar y se dirigieron hacia un arroyo. Por allí no había centinelas. Se habían alejado unos doscientos metros cuando-oyeron voces de alarma. Todo el campamento se despertó. Empezaron a silbar las balas rozando las cabezas' de los dos criollos.
- Es mejor que nos separemos -dijo el chileno- . Si llegamos hasta los desfiladeros no nos encontrarán más.
- ¿Nos veremos en Mendoza?
- Sí, muchacho. Buena suerte.
Como dos sombras se perdieron en la oscuridad de la noche.
Días más tarde San Martín vio llegar más muerto que vivo al heroico mensajero. No traía la caria que el jefe esperaba, pero pudo repetir de memoria las palabras de la hoja quemada en el campamento español.
Cuando el muchacho terminó el relato de sus aventuras, San Martín lo miró largamente. Luego se levantó y le dijo:
-Miguel: eres un soldado.
Al día siguiente llegaba al campamento de Plumerillo un hombre rotoso y hambriento. Preguntó si había llegado Miguel, el mensajero de San Martín.
Le dijeron que sí. Pidió que lo llamasen.
Cuando Miguel vio a aquel hombre no lo reconoció. Pero cuando oyó la voz lo abrazó fuerte, fuerte, gritando: ¡Viva el patriota chileno! ¡Viva mi salvador! Venga; lo llevaré al despacho del general.
Después de escuchar a Miguel y al chileno, San Martín dijo a este último:
-Muchas gracias, amigo; ¿qué recompensa desea por su acción heroica?
-General: la mayor recompensa para mí, sería servir en las filas libertadoras a las órdenes de San Martín.