martes, 18 de junio de 2013

LA CUCARACHA - Por Javier Villafañe


Una vez había un hombre que vivía solo. Era periodista. Trabajaba en un diario desde las seis de la mañana hasta la medianoche. Cuando terminaba de trabajar salía del diario; caminaba unas cuadras; comía en un restaurante y después iba a un bar a tomar cerveza. Al amanecer regresaba a su casa. En su casa era un pequeño departamento no tenía un solo mueble; ni cama tenía, ni una silla en que sentarse. Había unos clavos en la pared en donde colgaba el saco, el pantalón y la camisa. Dormía en el suelo. En invierno o cuando hacía frío se envolvía en una frazada.
Le gustaba tomar cerveza. Todo el día tomaba cerveza: a la mañana, a la tarde, a la noche. Siempre llegaba a su casa con dos o tres botellas de cerveza.
Una madrugada, cuando se acostó en el suelo para dormir, vio a una cucaracha que salía de un agujero del zócalo. La vio caminar, detenerse y acostarse cerca de su cabeza.
Esto pasó varias veces. Una vez, cuando la cucaracha salía del agujero del zócalo, tomó la tapa de una botella de cerveza y la puso a su lado, y allí se acostó la cucaracha.
Al día siguiente el hombre llegó más temprano a su casa. Traía un poco de algodón: lo desmenuzó y le hizo una cama en la tapa de la botella de cerveza para que durmiera la cucaracha.
El hombre se acostó como siempre en el suelo. Vio salir a la cucaracha del agujero del zócalo: caminar y subir para acostarse en la cama que le había hecho en la tapa de la botella de cerveza.
Al otro día el hombre fue a trabajar. Estaba muy contento. Salió del diario. Iba silbando por la calle. Llegó al restaurante, comió, y después fue al bar a tomar cerveza. Se encontró con un amigo y le dijo:
Ya no estoy solo. Cuando me acuesto, una cucaracha sale de un agujero del zócalo y viene a dormir a mi lado.
El amigo se rió.
¿Cómo sabés que es la misma cucaracha? le preguntó. Tu casa debe estar llena de cucarachas.
No, la conozco. Es la misma respondió el hombre.
¿Serías capaz de hacer una prueba?
Sí. ¿Qué hago?
Le arrancás una pata a la cucaracha. La dejás renga. Y si al día siguiente ves a una cucaracha renga que viene a dormir a tu lado, es entonces la misma cucaracha.
El hombre llegó a su casa. Se desvistió. Colgó en los clavos el saco, el pantalón y la camisa. Se acostó. La cucaracha salió del agujero del zócalo. Caminó y cuando iba a subir a la cama para acostarse, el hombre tomó a la cucaracha con el pulgar y el índice de la mano izquierda, y con el pulgar y el índice de la mano derecha, le quebró una pata y se la arrancó. Tiró la pata y puso a la cucaracha en su cama.
La cucaracha durmió: pero el hombre no pudo dormir. Vio el sol, la mañana. Él, tendido en el suelo, y la cucaracha a su lado dormida. Después la vio despertar, caminar renga y meterse en el agujero del zócalo.
El hombre se levantó, se vistió y salió. Ese día tomó mucha cerveza. Llegó al diario a las seis y media. Trabajó hasta después de medianoche. Fue al restaurante; comió. Fue al bar. Llegó a su casa. Se acostó. Vio salir a una cucaracha renga del agujero del zócalo. La vio llegar, subir y acostarse en la cama de algodón que él le había hecho en la tapa de una botella de cerveza.
Es la misma se dijo el hombre. Yo sabía que no estaba solo.
Pero no pudo dormir. Vio el sol, la mañana. Vio cuando se despertó la cucaracha. La vio caminar renga y meterse en el agujero del zócalo.
A la madrugada siguiente volvió la cucaracha. Llegó caminando lentamente y se acostó al lado del hombre.
El hombre no podía dormir. Miraba dormir a la cucaracha. Estaba desnudo, sentado en el suelo, tomando cerveza. Tomó una botella, dos, tres botellas de cerveza. Sintió el sol en los ojos, la mañana.
La cucaracha se despertó. Bajó de la cama. Caminaba arrastrándose y se metió en el agujero del zócalo.
Y no volvió nunca más.

Contate un cuento IV -Mención de honor categoría A - Lourdes García

¿Por qué los de dos siempre terminan en el lavarropas?

Alumna de 2º Escuela  Secundaria Nº 3 de San Manuel


   Nunca te preguntaste qué pasa con un billete de dos pesos que pasó por tus manos. Bueno, esta es la historia de uno
    Gustavo tiene  un billete de dos pesos y lo  usa  para comprar una bolsa de caramelos a su sobrina que esta llorando porque su perro se escapó. Paga a la señora que lo atendió y sigue su camino. La señora del negocio pone el billete en la caja, pero su hijo lo lleva para comprar unos CD de música. El dueño de la tienda de música toma como cambio los dos pesos para dárselos a un cliente  que le pidió un CD del álbum Appetite for destruction de Guns N' Roses, precisamente ese cliente era yo.
    Pongo el billete en el auto y en un viaje lo uso para pagar el peaje. El empleado que lo recibe se lo devuelve  a otro auto, cuyos integrantes eran seis, y los adultos que  viajan  deciden  dejarlo en manos de sus hijos para que compren golosinas. En el trayecto al kiosco, los niños lo pierden. Lo encuentra una pareja de jóvenes que lo escribe poniendo el clásico “el que obtenga este billete no le faltara pan ni trabajo” y lo firman. Luego la joven le da el billete a su madre, quien lo usa para pagar el alquiler de la casa a una señora mayor, que cree lo que esta escrito en él y lo guarda por un largo tiempo hasta que con él paga un agradable banquito, el cual se lo compra a una amiga, quien lo pone en su bolsillo y descuidadamente lo lava junto con el pantalón
   En síntesis, el billete de dos pesos vale poco y se usa mucho, se descuida pero se necesita.

Contante un cuento IV - Mención de honor categoría A - Micaela Masdem

Soledad, no siempre es estar sola

Alumna de 2º 1ª Escuela  Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”


   Sola. Siempre sola. Mi vida es rutinaria. Me levanto, desayuno, cepillo mis dientes y me peino, para partir viaje a la escuela en el colectivo que pasa por la puerta de mi casa. Solo así, sin ninguna palabra más que unos buenos días a mis invisibles padres. Invisibles desde ese comienzo de semana cuando me comunicaron la noticia. Noticia que yo no esperaba, noticia que jamás hubiera imaginado. Hasta ese día yo pasaba mis mañanas en la escuela, mis tardes ocupadas con mis actividades y luego a las 20 hs. regresaba a mi casa para estudiar y mantener una conversación, o más bien, un breve intercambio de palabras con mi mamá y  mi   papá y alguna pequeña pelea con mi hermano Tomas, de 8 años. Mis padres trabajaban desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la noche y luego de una hora regresaban a mi casa, tras su viaje de vuelta. Mi madre es una excelente abogada, y mi padre … Hasta esos días, yo sentía la extraña necesidad de permanecer más tiempo con ellos, aunque suene raro decirlo de una típica adolescente de 16 años. Pero sí, yo los necesitaba más conmigo, quería poder sentir esa conexión madre e hija, que nunca tuve, ni tengo. Pero sin duda aquel día, aquel lunes por la mañana, todo lo malo se convirtió en una catástrofe. Yo sabía que mi hermano también necesitaba la compañía de ellos, a un niño de 8 años no se lo podía estar trasladando con un extraño para él, desde sus prácticas de rugby a taekwondo o de sus clases de inglés a italiano. Él también necesitaba, incluso más que yo, esa compañía de las personas que nos trajeron al mundo. Yo, tenía la edad suficiente para saber lo que mis padres pretendían: una buena educación, pero sacrificaban  muchas cosas, como el amor familiar e intentaban compensar ese padecimiento con regalos caros, nuevas prendas de vestir, tecnología o hasta incluso entradas a obras de teatro o conciertos. El lunes por la mañana, luego de tomar mi desayuno de siempre, dos tostadas con una taza de café, mi madre me dijo, despreocupadamente, que desde ese día regresarían más tarde, a las 11pm. Yo pregunté el por qué, como quien no quiere la cosa y la respuesta fue muy simple: “trabajo”. Sencillamente, esa era la palabra que no podía faltar en una conversación, además de “futuro”, dos términos fundamentales en sus vidas.
     El viaje hacia el colegio fue como cualquier otro, silencio, salvo algunas voces de personas a las cuales no les importaba madrugar y no sufrían la resaca matutina. Las primeras dos horas tuve literatura, mi materia favorita, con la señora Alonso. Disfrutaba escuchar la lectura de mi profesora y los debates . Esa clase no presté mucha atención, estaba preocupada por mis padres, por mi hermano y por mi. Haciendo cuentas en el día solo los iba a ver 2 horas, ya que mi hora de ir a dormir era a las 00.00 y a la mañana solo los veía una hora, si no era menos. Se me cruzaban miles de preguntas : ¿les importaremos? ¿Sentirán culpa por dejarnos tantos tiempos solos? Preguntas para las cuales no tenía respuestas. Recreo. La tercera y cuarta hora no fueron tan placenteras como las anteriores, y el tiempo no parecía correr tan rápido. Geografía con el señor Maddison, que por ser un hombre recientemente recibido, y de tan poca experiencia, sus clases parecían un experimento de como se debe enseñar. Luego sonó el timbre de salida, pero no para mi y la clase en donde yo estaba, ya que teníamos pos-hora con el profesor Martínez en la materia Construcción de la Ciudadanía. Por fin la salida.  El viaje de vuelta en el famoso colectivo rojo de la Escuela Naciones Unidas siempre era mucho más ruidoso que el de ida. Se podía oír comunicaciones por teléfonos, charlas sobre el día en la escuela o sobre los planes para esa tarde o ese fin de semana. Cuando llegué a mi casa abrí la puerta con la llave que estaba escondida detrás de la maceta con las violetas, mis flores favoritas y entré. Dejé mis libros en la mesa del hall y me dirigí hacia la cocina donde estaba mi hermano mirando televisión. Despedí a Teresa, la mujer que venía de 12 a 13 para cuidarlo. Me dispuse a hacer la comida con las compras del día anterior. Cocinar no era una de mis actividades favoritas de la casa, prefería planchar o hacer la limpieza. Preparé carne al horno con papas, la comida favorita de Tomás. Ese día le tocaba poner la mesa a él, nos turnábamos. Comimos sin muchas palabras de por medio, porque por mi parte seguía pensando en  la noticia, y en mis preguntas sin respuestas, y por otro lado mi hermano estaba muy entusiasmado con su serie favorita del mediodía. Las siguientes tareas de mi rutina eran lavar los platos y ordenar, mientras que a mi hermano lo pasaba a buscar su chofer, como a él le gustaba decir, para llevarlo a sus prácticas de rugby. Después de que todo quedó limpio y ordenado subí a mi cuarto, tomé mi mochila , las cosas que necesitaba para esa tarde: las puntas de danzas, que estaban en una caja en mi placard; una remera nueva para cambiarme luego de mis prácticas y mis libros de inglés, que estaban en mi escritorio. Terminado esto me cambié de ropa y salí de mi casa, no sin antes esconder la llave de nuevo detrás de la maceta. Las ocho cuadras al estudio las hacía caminando. Llegué y comenzamos. Disfrutaba y disfruto mucho bailar, me gusta seguir el ritmo de la música, dejarme llevar y olvidarme de los problemas que tengo. Luego de dos horas fui al vestuario, me cambié de remera y partí viaje hacia el Instituto de Inglés al cual asistía. Cuando me daba hambre pasaba por un kiosco y compraba algún paquete de galletitas, me sentaba en la plaza frente al Instituto y luego cruzaba la calle y entraba. Eso pasó aquel día. Al terminar mis clases, a las 19hs, caminaba por la Avenida que me llevaba directo a mi casa, pero ese día no lo hice. Tenía que ir al supermercado, aunque por alguna razón, el supermercado al cual yo iba siempre,  estaba cerrado y decidí desviarme cinco cuadras para llegar al otro más cercano. Ese día haría más ejercicio del normal. Llegué al otro supermercado.  Parecía que todo el mundo llevaba comida para un mes, porque la fila no avanzaba. Compré mercadería para una semana, pagué y salí. La noche era más oscura, había estado un largo rato ahí adentro, comencé a caminar a la luz de la luna, esas calles parecían más oscuras y tenebrosas, tal vez yo estaba acostumbrada a caminar por la luminosa calle de la Avenida, tal vez no. Intenté apurar el paso, ya que ese ambiente me ponía nerviosa, cuando escuché un grito, giré y vi como dos hombres venían corriendo, doblando la esquina y atrás aparecían otros dos con uniformes de policía y armas. Me quedé petrificada. No me moví. No sabía cómo reaccionar. De repente las bolsas se me cayeron de las manos cuando sentí a alguien detrás de mí sujetando mi cuello con su brazo y con el otro apuntando con una navaja en el lugar de mi corazón.
¡Si se me acerca la mato!  gritó.
   El otro muchacho de unos cuarenta años apuntaba con un arma a los dos policías que empezaban a dejar el arma en el suelo. Todo sucedió muy rápido.        El que sostenía el arma disparó contra los dos policías que cayeron al suelo y a mi me arrastraron, sujetándome por el cuello hasta un callejón. Mis gritos resonaban en el silencio de la noche, por sobre las voces de los ladrones que me tenían de rehén. Intenté escapar,  pero todo lo que conseguí fue que me dieran un golpe en mi cara y me silenciaran con una mano en la boca. Estaba asustada, no sabía qué querían estos hombres de mí. Acorralada en ese callejón no tenía muchas salidas, intente echarme a correr, pero me sujetaron con más fuerzas mientras el que me sujetaba por el cuello se acercaba a mi con intenciones de besarme, mientras el otro miraba. Grité y le pegué. Me eché a correr de nuevo. Salí del callejón para doblar en la esquina, pero los hombres me estaban alcanzando. Mis pulmones no resistían, las calles eran desiertas, estaba perdida. Las lágrimas me nublaban la vista. Cuando miré hacia atrás los tenía más cerca  y en un momento escuché una voz que me dejó perpleja, era el grito de mi padre. Él me perseguía, pero ¿Qué sentido tenía? ¿Mi padre robaba? ¿Por qué lo perseguía la policía? No entendía nada. Giré y vi como él tenía su mano en mi hombro, intentando frenarme. Para. Era mi padre, no podía hacerme nada malo. Cuando lo hice me tomó de las manos fuertemente y me dijo que hiciera todo lo que él dijera, mientras veíamos como los policías doblaban la esquina. Sentí en su aliento olor a alcohol y a cigarrillos. Mi padre, el que yo conocía, no era así. Con todas las fuerzas que tenía me solté de su agarre y corrí. Sin mirar atrás, doblé esquinas y crucé veredas, hasta llegar a las calles luminosas. Cuando estuve segura de estar muy lejos de aquellas calles me senté en el cordón de la vereda, necesitaba parar, no podía controlar mis sollozos, sentía que mi cuerpo estaba separado de cabeza y me faltaba el aire. Nuevas preguntas se formaron en mi cabeza ¿Tenía que hablar con mi madre? ¿Ella sabría el lado desconocido de mi padre? ¿Qué haría ahora? Lloré. Lloré del miedo, de la desesperación, por mis preguntas sin respuestas y sobre todo, lloré de la soledad. Mi corazón se detuvo cuando sentí algo rozar mi espalda, ¿qué más me podía pasar?, pero cuando me di vuelta y me paré, asustada, vi como dos ojos cafés me miraban en forma de súplica. Un perro. Un perro abandonado. Sin dudarlo lo tomé y lo llevé conmigo.
     Las cosas cambiaron mucho desde aquel día: mi padre está preso por robo y trafico de drogas, nunca me enteré el por qué de sus actos, pero tampoco los quiero saber; mis padres se divorciaron y nos mudamos de casa. Pero algo sigue intacto, mi soledad. Solo que ésta la comparto con un nuevo amigo, mi perro, Paco.

Suficiente cielo para dos personas - Por Ezequiel Feito




                 I

Un hombre y una mujer caminan bajo la lluvia,
debajo de un mismo paraguas.

II

Confundidos en un fuerte abrazo,
comparten su carne hasta hacerla una.
Tienen
suficiente cielo para dos personas.

                III

Hay entre ellos un aire de perdón mutuo
que reconcilia sus almas fugitivas
cuando caminan sencillamente abrazados,
abriendo mares como antiguos profetas
y alejándose de todos, mientras llevan
suficiente cielo para dos personas.

Greguerías - Por Ramón Gómez de la Serna

- Al asomarnos al fondo del pozo nos hacemos un retrato de náufragos.
- Catálogo: recuerdo de lo que se olvidará.
- La mosca se posa sobre lo escrito, lo lee y se va como despreciando lo que ha leído. ¡Es el más exigente crítico literario!
- Cuando el escritor ha llegado a la vejez, es cuando sospecha que el artículo que está escribiendo lo escribió ya otra vez.
- Un papel en el viento es como un pájaro herido e muerte.
- El agua no tiene memoria: por eso es tan limpia.
- Al cepillarnos, el cepillo nos dice algo en voz baja.
- Somos lazarillos de nuestros sueños.
- El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos.

Cantos Populares españoles - Recogidos por Rodríguez Martín

Yo me casé por un año,
Por saber la vida que era;
El año se va acabando:
Más quisiera estar soltera.

Te casastes, te enterrastes;
Bien te lo decía yo:
El que se casa se entierra,
Como á mí me sucedió.

Al verte triste y malito
Se me parte el corazón;
Así cuando canto lloro
Y se me apaga la voz.

ROMANCE DE LA MORA CAUTIVA


Recopiladora: Julia Serrano Nava
Lugar: Navalmoral de la Mata
Informante: María Victoria Nava Bernabeu

En los montes más oscuros
que tiene la morería
lavaba una mora guapa,
lavaba una mora linda.
Lavaba su linda ropa
tendía en las alegrías
y vio en ella un caballero
que estas palabras decía:
- Apártate, mora guapa,
 apártate, mora linda,
 que va a beber mi caballo
 agua clara y cristalina.
- No soy mora, caballero,
Que soy cristiana cautiva:
 me cautivaron los moros
 el día de Pascua Florida
 en el jardín de mi casa
 jugando con mis amigas
 y de nombre me pusieron
 Blancaflor de Alejandría.
- ¿Te quieres venir conmigo
a los montes de la Oliva?
- Y mi ropa, caballero,
¿dónde yo la metería?
- La de hilo y la de holanda
en mi caballo vendría
y la demás, inferior,
río abajo la echaría.
- Y mi honra, caballero,
¿dónde yo la metería?
- En la punta de mi espada
y en el corazón metida.
Al subir aquellos montes,
la mora llora y sufría.
- ¿Por qué lloras, mora guapa?
  ¿Por qué lloras, mora linda?
- Lloro porque en estos montes
mi padre a cazar venía
y a mi hermano Bernabé
de compañero traía.
- ¿Y qué oigo, madre santa?
 ¿Y qué oigo, madre mía?
 Creyendo traer esposa,
 traigo a mi hermana cautiva.
- Abra usted la puerta, madre,
 balcones y galerías,
 que aquí le traigo a su hija,
 la que usted tanto quería,
 la que le quitaba el sueño
de noche y también de día.

Rito futbolero - Por Enrique Spinelli

Con mi Viejo tenemos un rito desde siempre: todos los domingos, que también han sido sábados, nos juntamos a ver los partidos de San Lorenzo. La ceremonia fue cambiando en la búsqueda de mejores resultados, hasta que finalmente adoptamos la combinación que nos permitió ascender en el 82: empanadas de M&P, Coca-Cola en envase de vidrio y helado de Gianelli. Algunas temporadas, aún desplazándonos fuera de nuestros dominios, nos costó conseguir algunos de estos suministros, y tuvimos que reemplazarlos. Esta es la única causa de algunos nefastos partidos, como cuando tomando coca-cola en envase pet no logramos impedir el 0-4. El trasvasado a botella de vidrio nunca funcionó.
Estoy seguro que mi viejo me hizo de San Lorenzo, pero creo que yo luego lo mantuve cuervo; y en gran parte por esta comunión de empanada semanal. Es un rito que mi viejo parecía disfrutar conmigo, que a mi me encantaría disfrutar con mis pibes y que me gustaría observar en mis nietos.
El rito tenía mucho de liturgia, mucho de obsesión, algo de oscurantismo, pero nada de secreto. Todos en la familia conocían de esta ceremonia y mi esposa tomaba como algo natural, que yo viajara todos los domingos de Balcarce a Mar del Plata a visitar a mi papá. Así, en una época viajé religiosamente todos los domingos que pasaba religiosamente encamado con una morocha amiga. Con ella pasaba domingos sin tristeza, sin angustia, sin presión. El mundo terminaba en ese departamentito de Colón, que no podía atacarme y hasta me contenía. Por momentos hasta me creí feliz.
Esa tarde dominguera transcurría como siempre, con intervalos de actividad y de calma. Llegada la nochecita me acordé de mi viejo y me inundó la angustia, como si toda la tristeza de domingo se concentrara en un instante y en mi pecho. Viejas tardes de partido me pisoteaban todas juntas. En un momento la angustia fue tan grande, tan desesperante que necesitaba aire, necesitaba salir y le dije: -Negra, es tardísimo, me voy a tener que ir, mi mujer puede sospechar. Me abre la puerta de abajo, doblo la esquina y empecé a correr, y corrí, como un perro que escapa, como un matungo que necesita sudar la falopa que tiene encima, como un toro que quiere enfrentarse a si mismo ...y corrí, y corrí y corrí y no me calmaba.
Corrí 10 cuadras, 15, corrí 17 y llegué. ¡Llegué Viejo, llegué!, ¿Ya empezó? -Está por arrancar, agarrá de humita que están buenísimas. -¡Excelente! No sabés Viejo, ¡puta madre casi no llego! ¡Se rompió el micro

Shabbat - Por Ezequiel Feito

Cae la tarde, silenciosamente,
presintiendo la gloria del nuevo día.
El árbol es mecido lentamente por el viento,
y el sol, respetuoso, se retira.
Inmóviles los cielos. El agua limpia
los refleja al traer el tiempo eterno;
tiempo que será. El viento silba
un himno de descanso
cuya eternidad dura un solo día.

Corren los ríos; la tierra
parece suspendida
de lo alto, donde las estrellas
guardan un tesoro no abierto todavía.
Deja de rumiar el buey en el establo,
la ciudad se duerme, el mar se inclina
a escuchar un himno conocido
desde la creación misma.
Montes y valles, juntos,
en quieto regocijo, el rumor declinan
y se escucha otra vez desde los cielos:
“Fue bueno en gran manera”  la voz Divina-

Semana tras semana, en la tormenta o en la calma,
en la frágil luz del hombre, en la sencilla
luz de la luna que la tierra bebe,
o en aquella oscuridad que la muerte inspira,
más allá de los vencidos ángeles,
en la luz inaccesible de Aquel que es Vida
se escucha otra vez: “Fue bueno en gran manera”

“Fue bueno en gran manera”
y así hasta el día
de la redención final, el de la Tierra Nueva
conquistada y recreada en Su Venida.

Contante un cuento IV - Mención de honor categoría “A “ - Martina Pérez

El loco

Alumna de 1º de Colegio Santa Rosa de Lima


   Hola, mi nombre es Agustín, soy alto, rubio y me encantan los deportes. Tengo 10 años y  una vida tranquila, pero mi familia la hace un poco complicada: mi mamá nunca está en casa, mi papá trabaja la mayor parte del día y cuando llega se queda toda la noche mirando esas telenovelas, que para mi gusto, son patéticas. Y por último, mi insoportable hermana Lula, la cual ¡me vuelve loco!.  Su trabajo, literalmente, es molestarme desde que se levanta hasta que se acuesta.
   Mi casa es linda, no muy grande,  es cómoda. Está ubicada en el barrio Washington, es un barrio tranquilo. Lo que siempre me llama la atención es la casa del loco Adams. Está ubicada  a una cuadra de mi casa. Su casa parece salida de una película de terror, abandonada, toda sucia, las puertas y las ventanas están rotas y sucias. El loco Adams es un viejo más o menos de 60 años, pero si lo ves parece de 150, su pelo es blanco, muy blanco y  sucio, Su  barba del mismo tono termina donde empieza su pecho, tiene un ojo enorme, negro que parece que hipnotiza, y el otro es tan pequeño que no se puede distinguir ni su color.
    Desde pequeño siempre me dio mucho miedo el loco Adams, y aún hoy.  Siempre que lo veo me tiemblan las piernas y me quedo congelado.
   Una vez, estábamos con mi mejor amigo Martín, en mi casa, cansados viendo las telenovelas patéticas y aburridas de siempre. Y como si eso era poco, estaba Lula molestándonos. Yo quería salir, para alejarnos de Lula.
-¿Vamos al centro o a  otro lado?- le dije a Martín.
-Tengo una idea, vamos a la casa del loco Adams - me respondió él.
-Me parece que la gaseosa te afectó un poco, ¡ni loco! - le dije.
   La conversación siguió hasta que logró convencerme de esa locura. Cuando llegamos a la casa, de pronto todo el cielo se puso negro. Yo estaba muerto de miedo, en cambio a Martín le parecía toda una aventura.
- Entremos - me dijo.
Yo no quería hacerlo pero siempre termina convenciéndome, así que acepté.
La puerta estaba cerrada con llave, o se había quedado atascada con el desnivel que tenía una parte de la misma. De modo que no nos quedó otra que entrar por la ventana que estaba a su lado. Nunca sentí tanto miedo. Cuando abrimos la ventana casi se nos cayó en la cabeza, todas las maderas estaban sueltas y podridas, con clavos puntiagudos que sobresalían de ella. Estábamos  a punto de entrar, cuando un gato negro saltó de la ventana justo en la cabeza de Martín, en ese momento él empezó a sentir miedo, yo estaba a punto de morirme, parecía que el susto podía controlar todo mi cuerpo. Finalmente
entramos, pero  de golpe se cerró la ventana. Todo estaba oscuro, no se veía nada. De pronto todas las luces se encendieron, pero no duraron ni dos segundos… nos quedamos de nuevo a oscuras. Por suerte, llevábamos el celular de Martín que tenía una linterna. Caminamos y caminamos por un pasillo larguísimo, hasta que llegamos a una puerta rota, sentimos una risa malvada, que provenía de esa misma puerta, los dos estábamos temblando, como si estuviéramos en medio de un terremoto. De pronto, la puerta se abrió, y una luz verde nos alumbraba, ¡era el loco Adams!, que sabía desde el principio que estábamos en su casa. Nos quedamos congelados por cinco minutos y el loco Adams también, era como si nos hubiera atrapado una clase de rayo o poder. Ni bien pude moverme salí corriendo lo más rápido posible, quise mover a Martín pero no lo conseguí. El segundo en moverse fue el loco Adams, que se lo llevó a la habitación de luz verde. Yo fui corriendo a una escalera que estaba justo encima, y de ahí pude ver todo, desde que entró, hasta como mató a mi mejor amigo, estaba seguro de que el próximo en morir iba a ser yo, así que fui corriendo hacia la ventana y por segundos pude escapar.
   Me fui aterrorizado a mi casa, les conté a mis padres pero no me creyeron. Así que me fui a mi cuarto a dormir, a tranquilizarme. Tuve pesadillas toda la noche, no podía dejar de pensar en el monstruo que había matado a mi mejor amigo. Solo me consolaba  recordar todos los momentos que habíamos pasado juntos, lloré toda la noche.
   Cuando me levanté, mi padre me pidió que fuera al supermercado, porque él estaba super ocupado mirando su patética telenovela. El supermercado quedaba a dos cuadras de mi casa, y tenía que pasar justo por enfrente de la casa del loco Adams, Pero algo raro pasó, la casa ya no estaba, en su lugar había una hermosísima casa blanca con rejas. Los nuevos vecinos eran de apellido Wagner. Oh casualidad , Wagner era el apellido de mi mejor amigo, Martín Wagner.
   Los padres de Martín se habían mudado a esa casa, que apareció mágicamente. Y lo más raro fue que Martín, ¡estaba vivo!, cuando yo había visto como lo había matado con una navaja y había quedado en el suelo lleno de sangre.
   Fui al supermercado, dejé las cosas en mi casa y fui a visitar a mi amigo Martín. Le pregunté si se acordaba de algo, pero, en su lugar, me dijo que estaba loco, y él no se acordaba de nada, que nunca había muerto.
- Estoy vivo, ¿no?- me decía, mientras se burlaba de mí.
  Volví a mi casa y me puse a pensar, pensar, pensar y pensar… Solo pensar.

“Contante un cuento IV” - Mención de honor categoría “A “ - Tamara Maifredini

Sabina

Alumna de 1º 3ª Escuela  Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

    Había una vez, en un pueblito cualquiera del centro de la Argentina, una niña llamada Sabina. que vivía en un hermoso barrio de casitas, no lujosas, pero sí pulcramente pintadas y de prolijos jardines. Era amable y simpática. Se destacaba en el colegio, en los deportes y en todo aquello que emprendía. Sin proponérselo, siempre estaba rodeada de amigas que querían jugar con ella; era lo que se dice: “una líder por naturaleza”.
    En ese barrio había un colegio al que concurrían todos los chicos, y otros de zonas cercanas como Anita. Ella vivía en la entrada del pueblo, del otro lado de la ruta, en una casilla perteneciente al ferrocarril que la empresa prestó a su papá cuando éste debió trasladarse a Buenos Aires buscando asistencia médica para su mamá, que debía permanecer largo tiempo internada en el hospital local. Y como el dinero escaseaba, el padre comenzó a trabajar. Alternaba la atención de su esposa con los trabajos de floricultura. Era él, el que mantenía tan prolijos los jardines de la mayoría de las viviendas, y porque le quedaba de paso, mandó a su hija a ese colegio.
    Anita era morena, delgada y muy dulce, de largas trenzas negras. Llevaba siempre el mismo vestido gastado y descolorido, pero limpio y planchado; en cambio, las otras nenas lucían variados, modernos y coloridos atuendos. Hablando en voz baja se referían al único atuendo de Anita.
    La señorita Cecilia intentaba que el grupo integrara a la niña, lo lograba en el aula con los trabajos de equipo, pues Anita era muy inteligente, prolija e ingeniosa y más de una vez quedaron todos absortos escuchando las bellas leyendas que contaba de su tierra misionera. Pero, fuera del aula, nadie se acercaba. Se formaban grupos en los cuales la niña no participaba. Estaba siempre sola, sentada en el cantero, dibujando a la sombra del inmenso castaño, hermosos y nostálgicos paisajes de árboles y ríos.
   Los varones, a menudo se aproximaban a ver los animales y pájaros que representaba con suma destreza.
    La mamá de Sabina le preguntó un día por qué nunca invitaba a Anita a jugar, pero como estaba tan ocupada con la casa y su trabajo en el banco, no se detuvo a analizar la contestación ambigua y evasiva de su hija.
   Cierto día, Sabina amaneció con dolor de estómago, náuseas y una coloración en la piel que alarmó mucho a su mamá por lo que  recurrió inmediatamente al médico. Éste diagnosticó Hepatitis, por lo tanto, no podría ir al colegio. Debía hacer dieta y reposo durante treinta días.
    Pasada la primera semana Sabina comenzó a sentirse muy sola. Su madre le informó que si no compartía el vaso, los alimentos y el baño, no habría peligro de contagio. Sabina llamó entonces a sus amigas por teléfono, pero cada una le respondió que no podía visitarla porque tenía muchos deberes, o que debían ayudar en la casa, que estaban resfriadas y otras tantas excusas.
    Sabina se puso muy triste. Al día siguiente pasó a saludarla Anita. Le traía un ramito de flores silvestres. Sabina le preguntó si no temía contagiarse y Anita respondió que si tomaban las precauciones necesarias no habría problema.
   Desde ese día a diario llegaba Anita con su carita de terracota y su ramillete de flores que recogía en el camino. Le ayudaba a Sabina con la tarea que le enviaba la señorita Cecilia y luego jugaban.
    Anita aprendía con mucha facilidad cuando se trataba de juegos de mesa que Sabina tenía en abundancia y que la nena nunca había visto.
   Así fue como Sabina pudo conocerla y saber que Anita era alegre, sin egoísmo, sensible y generosa.
    Por fin, Sabina pudo reintegrarse al colegio. Las compañeras la rodearon todo el tiempo contándole los sucesos de esos días. Anita, como siempre, se encontraba sola a la sombra del castaño tranquilamente dibujando.
   Al día siguiente, se festejaba el día del amigo y la señorita Cecilia había ideado un sistema para que nadie se sintiese excluido; debían hacer tarjetas para cada compañero, o sea que cada uno recibiría veintidós tarjetas. Pero... en el recreo les dejó la libertad de que cada uno le hiciese un regalo a su mejor amigo. Cada una de las niñas secretamente esperaba ser elegida por Sabina para el regalo de mejor amiga.
   Cuando ya todos tenían su obsequio y Sabina había recibido un ramito de flores silvestres, caminó con el suyo hasta la sombra del castaño y con un beso cariñoso lo depositó en las manos de Anita.
   La sonrisa de la señorita se iba ampliando a medida que las niñas se acercaban a la sombra del castaño a escuchar la hermosa leyenda de la flor del irupé que la niña estaba contando.

Canción de las figuras de polvo - Por Arturo Capdevila

Al pisar lo alto de aquella colina
a mirar la ruta me volví un momento.
Por todo el camino quedaban flotantes
imaginerías del polvo en el viento.

Figuras de polvo, sucesión de grises
figuras de polvo, miré con portento;
falaces figuras que fueron un día
las cosas más firmes de mi entendimiento.

Figuras de polvo, procesión de extrañas
figuras de polvo, vio mi azoramiento;
vacilantes sombras que fueron un día
las cosas más grandes de mi sentimiento.

Figuras de polvo, ya rotas figuras
el pálido olvido borró con su aliento.
De todo lo andado no quedó siquiera
una suelta imagen de polvo en el viento.

Hombre, vive humilde. Hombre, con soberbia
sólo polvo añades a tu valimiento...
Mira que tú eres figura de polvo...
y un día te rompe la fuerza del viento.

Canción de las figuras de polvo - Por Arturo Capdevila

Al pisar lo alto de aquella colina
a mirar la ruta me volví un momento.
Por todo el camino quedaban flotantes
imaginerías del polvo en el viento.

Figuras de polvo, sucesión de grises
figuras de polvo, miré con portento;
falaces figuras que fueron un día
las cosas más firmes de mi entendimiento.

Figuras de polvo, procesión de extrañas
figuras de polvo, vio mi azoramiento;
vacilantes sombras que fueron un día
las cosas más grandes de mi sentimiento.

Figuras de polvo, ya rotas figuras
el pálido olvido borró con su aliento.
De todo lo andado no quedó siquiera
una suelta imagen de polvo en el viento.

Hombre, vive humilde. Hombre, con soberbia
sólo polvo añades a tu valimiento...
Mira que tú eres figura de polvo...
y un día te rompe la fuerza del viento.

JUEGOS PROHIBIDOS - Por Teresa Leonardi Herrán

En una tarde ancha jugábamos en la acera provinciana
Los adultos habían sepultado sus cuerpos en las casas
y éramos nuevamente una desordenada reyecía

Una niña arrojó el ojo de vidrio de la muñeca
No se lo vio caer y sospechamos de la vereda vecina
donde vivía la pared de hiedra negra

Un terrible miedo me lanzó en la búsqueda
pero sólo encontré el ojo de dios incrustado en un triángulo
tal como lo dibujábamos en la escuela

A mi merced estaba el ojo aterrador
que lo miraba todo
hasta el oculto placer por el que quedaríamos enanas
o nos crecería pelo sobre las palmas

Aquí les traigo un ojo más precioso grité casi acezante
pero nadie me oía
Concentrados en equívocos juegos
no me reconocieron

Era inútil que dijese mi nombre
o enseñase las trenzas que enroscaban mi cuello
Ni siquiera el niño que me mostró su extraño sexo
orinando en la noche
pudo saber quién era yo

Los adultos emergían de sus capullos como orugas oscuras
Todos tenían mucha tierra en los vestidos
Quise correr hacia mi madre pero ya era tarde
La orilla invisible me había atrapado para siempre

A LA LIBERTAD - Por Manuel del Palacio

¡Celeste libertad! ¡Astro fecundo,
que triste a veces su fulgor derrama,
cuando al mirar su luz trocada en llama
mejor destruye que ilumina el mundo!

Ya hundida del abismo en lo profundo,
ya rica de poder, de gloria y fama,
como la madre sus hijos clama,
aclamo yo tu imperio sin segundo.

Dentro del corazón tu nombre leo:
antes que ausente de mi hogar te llore,
antes que el hierro del esclavo muerda,

de mi existencia en fin hallar deseo:
¡Maldito aquel que hipócrita te adore!
¡Maldito aquel que estúpido te pierda!

PÁGINA DEDICADA A ÁLVARO YUNQUE

Alvaro Yunque, seudónimo de Arístides Gandolfi Herrero, nació en la ciudad de La Plata. Perteneció a los escritores de la generación del '22. Colaboró en el diario anarquista La Protesta y dirió el suplemento literario del periódico socialista La Vanguardia, la Revista Rumbo y fue colaborador de las revistas Campana de Palo, Claridad y Los Pensadores.
Su primer libro, Versos de la calle, fue elogiado por Roberto Payró 
También publicó Nudo Corredizo, La O es Redonda y Poemas Gringos, colaborando en la revista Caras y Caretas. Es censurado por la dictadura militar, quien prohíbe y quema sus libros. Tenía entonces 88 años.
Muere a los 92 años en la ciudad de Tandil, Pcia. de Buenos Aires, silenciado por la dictadura militar.
Para quienes quieran investigar más sobre su obra les recomendamos visitar su sitio web: www.alvaroyunque.com.ar



Los súbditos

Animalia estaba gobernada por un rey loco: un león.
Los súbditos soportaban su opresión y sus caprichos.
Pero, una vez, un herbolario extranjero, un topo, paseando por Animalia, dio al rey loco un cocimiento de yuyos. Y éste volvió a la cordura. Como tal comenzó a gobernar.

Los súbditos, diciendo de que su rey se había vuelto loco, lo destronaron.


La obra maestra

El mono tomó un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
- ¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.

LA AUTORIDAD ESTETICA

En este país, el que no tiene título debe
estar dando examen continuamente. 
ROBERTO PAYRO

El cuervo, que regresaba de las cercanías de una gran ciudad, dijo a las aves del bosque:
- ¿No han oído ustedes hablar del ruiseñor? Sí; todos habían oído. (Hasta aquel bosque de América había llegado la fama del gran cantor europeo. Los gorriones la habían llevado.) Las aves empezaron a hacer el elogio del ruiseñor, maestro de cantores. El cuervo dejó que se cansaran de elogiar al ruiseñor. Que cada cual, para exhibir erudición en materia de canto, diese detalles sobre la dulzura de su voz, sobre el modo de abrir el pico, sobre el árbol en que prefería posarse para cantar. También discutieron. Cuando ya estaban por callarse, el cuervo dijo:
- Yo, en la ciudad, fui discípulo del ruiseñor. Todas las aves lo contemplaron con admirado asombro. Prosiguió el cuervo:
-Yo tengo el título de maestro que el ruiseñor me dio en su academia.
- ¿Tiene título? - exclamó interrogante el ingenuo chingolo.
- ¿Por qué no nos canta algo, maestro? - pidió, casi suplicando, la calandria.
- ¡Oigan! - anunció el cuervo. Y lanzo, largo, penetrante y horripilante, su acostumbrado graznido.

Al terminar, miró a su estupefacto concurso. A todas las aves aquello les había parecido una horrible serie de consonancias; pero comenzaron a elogiar el canto del cuervo. ¡Era discípulo del afanado ruiseñor! ¡Tenía título de su célebre academia! ¿Cómo exponerse a pasar por ignorantes? Quizá les había parecido un horrible graznar el canto del cuervo, sólo porque ellas no comprendían. ¡Era discípulo del ruiseñor! Y todas las aves del bosque se disputaban el más férvido elogio para adornar con él al cuervo graznador: el crispín, el boyero, el cardenal, el chingolo, el churrinche, el jilguero, el mirlo, el canario. Hasta la calandria. ¡Era discípulo del ruiseñor!

EL DERECHO

En el gallinero había entrado una gallineta. El gallo era flojo y la vivaz ave, sin resistencia, se impuso a la cobardía habitual de las gallinas. Una de éstas puso un huevo, y no bien se alejó del nido anunciando
tan fausta solemnidad, la gallineta se echó sobre él y lo devoró. La gallina protestó inútilmente, porque el gallo era flojo y no había quién hiciese justicia.
Otra, y otra, y otra vez ocurrió lo mismo. Las gallinas protestaban por lo que ellas consideraban una arbitrariedad de la gallineta, audaz y fuerte; pero la injusticia siguió perpetrándose.
Por fin las gallinas callaron. Ponían, pero ya no protestaban porque la gallineta se comiese sus huevos.
Llegó una nueva gallina. Puso. La gallineta le devoró el huevo. La gallina protestó, y las otras fueron las encargadas de explicarle:
- En este gallinero se pone para la gallineta.
- Los huevos son de la gallineta.
La rebelde calló, resignada a acatar la costumbre, ley que el bruto no osa violar porque el bruto no intenta comprender. Y la gallineta siguió devorando los huevos, que ahora se le cedían como si fuese natural que las gallinas pusieran para ella. Nadie le negaba tal derecho, porque todos habían olvidado que
comenzó siendo una injusticia. Pero una injusticia hecha costumbre es un derecho.


Remedio 

A la corte del tigre, señor de las selvas, llegaron algunos animales sabios huidos de un circo ambulante.
Las costumbres de la corte eran crueles. El zorro, cortesano del tigre, quiso alarmar a éste:
-Quizás las costumbres de la corte lastimarán la sensibilidad de los animales sabios...
-Tenés razón respondió el tigre-. Es necesario impedir que les ocurra esto a los animales sabios.
Y los expulsó de la selva.

CABALLEROS

Se pusieron a jugar dos monos fulleros, tan hábiles jugadores que
debieron resignarse a jugar honradamente.

UN GRAN ZORRO

La zorra vieja: - Nietos míos: podéis vanagloriaros de ser nietos del
más astuto de los zorros. Tan astuto era que, en vez de andar con
otros zorros, se hizo camarada de los corderos. Porque él decía:
"El verdadero pillo nunca anda con pillos...”
Bien es cierto que el abuelo había nacido en un jardín zoológico, y
vivido toda su juventud escuchando a los hombres.

ANÉCDOTA EN EL ZOOLÓGICO

Exclamó el cóndor:
- ¡Soy un cóndor!
Y la turba de aves, ofendida, se dijo:
. ¡Vanidoso!
Un pato exclamó:
- ¡Soy un pato!
Y la turba de aves, satisfecha:
-¡Qué modesto!

LOS DEBILES

El Pombero es un dios de las regiones que fueron del imaginativo guaraní. Tiene forma humana, aunque es proteico y puede aparecer ya en forma de ave como de tigre u otros pobladores de la selva. Generalmente se le ve como un hombre alto, rojo, velludo, tocado con un gran sombrero de paja. Si sale de día, lo hace a la hora de la siesta, a raptar niños; pero es un ente nocturno y poderoso, no solamente por su fuerza y astucia, sino porque es capaz de transformarse, o hacerse invisible y transformar y hacer invisible a los demás.
Una noche se hallaba el Pombero descansando al pie de un árbol, cuando oyó a dos vizcachas que, conversando, se lamentaban doloridamente.
Decía una:- ¡Triste destino el nuestro! ¡Siempre huyendo, siempre temiendo caer en las garras del zorro!
Y la otra: - ¿Por qué no tenemos garras y dientes como otros animales, por qué somos débiles, por qué estamos condenadas a vivir temblando por cualquier ruido? ¡Esto es injusto!
- ¡Si un dios se compadeciese de nosotras y nos transformara en tigre!  suspiró la primera.
- Yo pido menos aún  gimió la otra -, con que me convirtiese en zorro me conformaría.
El Pombero intervino: - No se lamenten más, infelices vizcachas, yo me compadezco de ustedes y con mi poder de dios, voy a convertirlas en lo que desean ser: a una en zorro y en tigre a la otra. Con su bastón de caña trazó el Pombero círculos y espirales sobre la cabezada una de las azoradas vizcachas, la tocó en el hocico y quedó transformada en zorro. Iba a repetir la ceremonia para convertir a la otra en tigre. No tuvo tiempo: la recién convertida en zorro ya la había degollado de un tarascón y huía con ella, a devorársela.


TRISTEZA DE PERRO

Yo - ¿Por qué mientras me lames la mano con la que te acabo de dar de comer, pones esos ojos tan tristes?

Mi Perro - Estoy pensando… estoy pensando que un hombre, cuando sabe hacer de perro, llega a rico. Y un perro, cuando mucho, sólo consigue comer todos los días.

PARA HACER EL RETRATO DE UN PÁJARO - Por Jacques Prévert

Pintar primero una jaula
con la puerta abierta
pintar después algo bonito
algo simple, algo bello,
algo útil para el pájaro.
Apoyar después la tela contra un árbol
En un jardín en un soto
o en un bosque esconderse tras el árbol
Sin decir nada, sin moverse
A veces el pájaro llega enseguida
Pero puede tardar años
antes de decidirse.
No hay que desanimarse
Hay que esperar
Esperar si es necesario durante años
La celeridad o la tardanza
En la llegada del pájaro
No tiene nada que ver
Con la calidad del cuadro.
Cuando el pájaro llega, si llega
observar el más profundo silencio
esperar que el pájaro entre en la jaula
y una vez que haya entrado
cerrar suavemente la puerta con el pincel.

Después borrar uno a uno todos los barrotes
cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro.

Hacer acto seguido, el retrato del árbol,
escogiendo la rama más bella para el pájaro,
Pintar también el verde follaje
Y la frescura del viento,
El polvillo del sol
y el ruido de los bichos de la hierva en el calor estival
y después esperar
que el pájaro se decida a cantar.

Si el pájaro no canta, mala señal,
Señal de que el cuadro es malo,
Pero si canta es buena señal,
Señal de que podéis firmar.
Entonces arrancadle delicadamente
una pluma al pájaro
Y escribid vuestro nombre
En un ángulo del cuadro.

Fábula del poeta Por Javier Villafañe

Trajeron un caballo.
Trajeron dos caballos
y sudaron
bajo el látigo.
Trajeron cien caballos
y cien hombres atrás
daban vueltas
a las ruedas del carro.
Mil caballos.
Mil hombres.
Las ruedas en el barro
y el látigo sudando.

Y vino un hombre,
un hombre solo,
tan igual a los hombres,
con un rostro,
una camisa,
un saco,
un pantalón.
Y dijo una palabra
que todos entendieron,
como si la hubiese tomado
del aire,
del fuego,
de la tierra
o del agua,
y anduvo el carro
con un solo caballo.

Después
pidió que le devolvieran
la palabra
para seguir andando.
La habían olvidado;
nadie pudo recordar las palabra.
Y lo dejaron solo
con los pies en el barro.

Fusilados - Por Gerardo Barbieri


Sucedió en 1921.
            “Cumplimos órdenes”,  sostuvo el jefe del regimiento.

Fusilaron a los peones rurales
           por pedir un paquete de velas por mes
                                 unos pesos más en su salario
                                 unas horas menos en la  jornada laboral…

               Es delito de “subversión”, dijeron desde el gobierno.

Fue en los mismos campos donde los estancieros cazaron
                                                                /familias aoniken,
campos que Roca y sus amigos se repartieron
y entregaron
a otros poderosos.

                “La patagonia peligra”, clamaban los oligarcas,
                                /en las páginas de los grandes diarios.

Al coronel lo premiaron por su tarea
-contaba con  fusiles mauser
empuñados por  militares y conscriptos cautivos
contra facones de trabajadores-
empresarios británicos
entonaron “for he's a jolly goog fellow”
cuando lo recibieron triunfante.

Aunque la obsecuencia tuvo límites:
las meretrices de Puerto San Julián se negaron a recibir
                                                        / la tropa y sus jefes;
los echaron del burdel
al grito de “asesinos”.

Los testimonios
los documentos
las tumbas masivas
                            prueban las matanzas.
En Argentina,
noventa años después
ciertos medios de comunicación
mencionan romances entre personajes de la farándula,
algunos colegios de enseñanza privada
boliches de moda
y “grandes empresas”,
celebran Halloween,
la fiesta importada.

Otras personas
en cambio
recuerdan a
Facón Grande,
Albino Argüelles,
Ramón Outerello,
y a sus compañeros de la Sociedad Obrera de Río Gallegos
                                                     muertos por pedir justicia.

La importancia de la luna

Nasrudin entró a una casa de té y declamó: "La luna es más útil que el sol".
"¿Por qué"? Le preguntaron.
"Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz."

El bien que nos hacen - Por Leonardo Castellani

- Yo los voy a arreglar, bichos de la gran flauta -dijo el Hombre descolgando la escopeta.
- Dejalos, pobrecitos, quién sabe no tengan nido -dijo la Mujer. Todos los años vienen y la cosecha no falla.
- Comen muchas matitas tiernas de maíz -dijo el Hombre. ¿Vos sabés lo que sería la cosecha sin esos bichos dañinos?
     Desde la casa se veían las gaviotas sobre el maizal, como un remolino de papelitos blancos. El Hombre se situó atrás de la parva y comenzó a batirlos a tiro seguro. Diez días sonaron los estampidos fragorosos y cayeron los pájaros aleteando. Y después se fueron las Gaviotas para no volver.
     Y sucedió que ese año se perdió la mitad de la cosecha, porque salió una plaga de gusanos peludos y asquerosos que comían los choclos hasta el marlo. Y el año siguiente la cosecha se perdió entera, porque parece que las gaviotas eran las que se comían esos gusanos pestíferos que antes nadie había visto.
- ¡El bien que me hacían las gaviotas y yo no supe! -dijo el Hombre. El bien que nos hacen no lo vemos, y el mal que nos hacen, aunque sea pequeño, enseguida lo notamos.
- Así es el Hombre -dijo una Gaviota.

Un caballo blanco - Por Pablo De Santis

Después de haber conseguido el favor del palacio, el poeta Tsu Lin se retiró a vivir con su esposa en una cabaña, en un bosque. Una mañana entrevió, en la niebla, un caballo blanco. Hacía mucho que no escribía, y la imagen del animal lo obligó a tomar el pincel de caligrafía. Muy pronto consiguió los dos primeros versos (Hoy la niebla vino a visitarme / con forma de caballo) pero no pudo seguir. Pasaron semanas, y antes de que hallara la continuación, el caballo blanco apareció de pronto, esta vez sin  la niebla. Tsu Lin se acercó para darle a comer su propio poema inconcluso. ¿Qué haces? preguntó su esposa, alarmada. Ya lo he visto, respondió Tsu Lin. ¿Cómo podría escribir ahora?

Los granjeros... a los que se les daban bien los números.

De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.
"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."
"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."
"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."
"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."
"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?
"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que
podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"
"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."
"Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."
“Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."
"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin.
"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.
Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."



Fuente: Idries Shah."El mundo de Nasredín "Ed. del Nuevo Extremo.

EL DESCUBRIMIENTO - Ismael Moya


Un pobre chico, al que durante el año
no le vimos lucir un traje nuevo,
todos los días se quedaba en clase
mientras íbamos todos al recreo.
No era una penitencia
que le habían impuesto:
él estudiaba siempre sus lecciones;
y era en el aula mesurado y bueno.

A su lado, la tierna señorita
quedábase un momento,
y nosotros, curiosos, intrigados,
hablábamos de aquello:
- ¿Le enseñará problemas?
- ¿Le dará algún consejo?

Y un día, con sigilo,
Nos acercamos al salón dispuestos
a descubrir la clave
de aquel hondo misterio...

Testigo es Dios, que, al ver lo que pasaba,
fue mi arrepentimiento
como una mano férrea que oprimiera
mi corazón ingenuo!

La señorita, rosa de ternuras,
Dábale de comer al pequeñuelo
Que venía a las clases, casi siempre
Sin probar alimento.

Nosotros lo ignorábamos, pero ella
que sabía el dolor del compañero
en cuyo hogar, muchas heladas noches,
no se encendía fuego,
todos los días le llevaba, oculto,
un panecillo fresco.

Extraídas del libro “Canciones a la maestrita y otras evocaciones de la escuela” de Ismael Moya, año 1927

“Contate un cuento IV”. Mención de Honor categoría B - Lourdes Forte

Imaginando mudos
Alumna de 4º año de Escuela de Educación Técnica Nº 1

   Matías tiene 10 años, a simple vista, es un chico normal, como cualquier otro de su edad. Cursa 5º año en la escuela primaria que está a  3 cuadras de su casa. Se levanta todas las mañanas temprano para ir a la escuela, de Lunes a Viernes, recorre esas tres cuadras solo.
   Desde chico Matías no la pasaba muy bien. Sus  padres estaban separados  desde que él tenia uso de razón, la mamá trataba de darle todo lo mejor, y eso implicaba a veces muchas horas de trabajo y poco tiempo para Matías; solamente para que a él no le faltara nada la madre sacrificaba su tiempo. Por otro lado el padre no se interesaba mucho por él, iba a visitarlo cuando tenía ganas y nunca había aportado ninguna ayuda para su crianza. Cuando sus padres se peleaban y discutían mucho, él sufría el doble.
    En la escuela no se trataba con nadie ya que ningún chico le hablaba y él tampoco daba pie para relacionarse con los demás. La maestra siempre se preocupaba por él, pero Matías le decía que no se molestara porque él ya tenia un amigo, se llamaba Shamah, que en hebreo significaba oír.  Matías le contaba a su madre que Shamah solamente estaba cuando él necesitaba ser escuchado ,cuando estaba mal o se sentía solo, pero a Shamah nunca nadie lo había visto ni conocido
   Un domingo por la tarde, el padre lo fue a buscar para llevarlo de paseo,  como era habitual,  el papá y la mamá comenzaron a discutir,  pero esta vez fue peor … Matías en el medio no podía hacer nada. El clima se ponía cada vez más tenso, el tono de voz entre ambos comenzaba a subir y cuando todo parecía ponerse mal se puso peor, el padre le pegó a la mamá. Matías se fue corriendo hacia dentro de su casa y después de unas horas volvió la madre con la cara golpeada y lo abrazó.
   El  Lunes a pesar de lo que había pasado la noche anterior él no debía faltar a la escuela, las 3 cuadras no fueron normales, él iba hablando con su amigo, el panadero intentó saludarlo como todas las mañanas, sin embargo Matías siguió charlando solo. Su maestra lo vio mal toda la clase y en el recreo lo veía hablar solo. Ella se acercó y le preguntó:
- ¿Por qué hablas solo Matías?”
-  No estoy hablando solo seño, estoy con Shamah. -  le contestó
-  ¿Quién es Shamah?
   Matías señaló el vacio a su izquierda
- ¿Y por qué no charlas con tu compañeros o conmigo?
-  Porque ellos no son como Shamah.
- ¿Y cómo es Shamah?  preguntó la maestra desconcertada
- Shamah es Mudo, bueno, él me escucha, él me entiende y me ayuda.
- Yo también te puedo ayudar, ¿me querés contar? - le contestó la maestra
-  Gracias pero no, porque usted va hablarme y querer contenerme aconsejándome, pero yo no necesito palabras… necesito oídos  aseguró Matías

“Contate un cuento IV”. Mención de Honor categoría B - Lourdes Forte

Historia de un Pintor
Alumna de 4º año del Colegio Santa Rosa de Lima

¿Se podrá juzgar lo que hice como amor al arte?  No lo sé.
   Desde pequeño tuve una gran inclinación artística. Me gustaba muchísimo dibujar, pintar; me sentía liberado, como si las hojas calmaran todos y cada uno de mis pesares y me dejaran liberar mi mente. Pero hay gente que juzga el arte sin ser siquiera artista, ni pintor, ni dibujante. Gente que no entiende la simpleza o complejidad del asunto en sí. Gente que a pesar de que no sabe nada se cree que se las sabe todas, y no es así. Gente que sin importar lo que uno haga por evitar errores, siempre los encuentra. Ese tipo de gente me provoca repulsión; PUAJ! Retomando a lo que iba, ¡ah sí! Ya me acordé…
   Y no fue hasta mi décimo octavo cumpleaños cuando un sobre lleno de dinero con remitente familiar, me dio a elegir que hacer con mi talento y futuro. Mm… en mi mente, letras circunvalaban de lado a lado hasta que decidí mezclarlas como a los colores: BELLAS ARTES. Eso fue, la materia, la pasión y mi futuro. Aquello a lo cual yo me dedicaría por el resto de mi vida.
   El dinero no era un problema en mi familia; nunca  faltó; tampoco lo considero importante. Desconozco la necesidad, pero no el horror.
    Mi madre se suicidó, yo la vi.  Desafiaba la autoridad de mi papá constantemente, entonces él no tenía otra que regañarla para evitar que cometiera el mismo error. Pero era inútil luchar o retarla. Golpe tras golpe, pisotón, portazos, gritos, palmadas y lo más doloroso, llantos interminables. ¿Por qué se arriesgaba de esa manera aún sabiendo las consecuencias tan duras y dolorosas que le asechaban?  , me preguntaba yo. Mi padre era muy autoritario y celoso, no le gustaba que mamá tuviera amistades. Menos que contara sus intimidades. ¿A quién le importa si papá le levantaba la mano? ¿Con qué necesidad contar eso? ¿Por qué no contaba en su lugar lo cariñoso que era conmigo y con mi hermana?
   Mi hermana y él la pasaban muy bien jugando en su habitación, mientras, yo secaba las lágrimas de mi mamá, callándola cada vez que lo insultaba con unos cuantos; ¡MALDITO!, o ¡ENFERMO!
   A mis tiernos ocho años fui yo quien descolgó a su propia madre del caño del techo que atravesaba el baño, observando con detenimiento su cuerpo golpeado y desnudo  bajo la presión de la soga en su cuello. “Chau, Má”, le dije cerré sus ojos  y aflojé la soga. No puede evitar que descendieran un par de lágrimas de mis ojos a sus pálidas mejillas. Luego la besé en el lugar donde mis lágrimas le habían humedecido su piel.  Pero el horror no termina …
    Recuerdo muy bien cuando llegó Bestia, mi sobrino. Dos años, un mes y  tres días luego de la muerte de mi madre.  Mi hermana, lamentablemente, no sobrevivió al parto. Su frágil cuerpo de una niña de 12 años sucumbió al peso del bebé al octavo mes. De allí deriva el nombre de Bestia, culpable absoluto de la muerte de mi hermana. A él lo criamos como una mascota. Vivía en la habitación que había sido anteriormente de mi hermana. Con las ventanas tapiadas, solíamos alimentarlo por una ventanita que le hicimos a la puerta. Contemplen el alma bondadosa de mi padre: le dio un techo y comida a un huérfano, que antes de nacer le quitó la vida a su amada hija. “Haz el bien, sin mirar a quien”,  decía él.
   Aun así, mi padre conservaba ese no se qué molesto dentro de él, decía que si lo dejábamos libre, nos mataría, culpándonos total y plenamente de la muerte de su madre a nosotros. Y los vecinos sospecharían al ver a un recién nacido sin madre y que mi hermana hubiera desaparecido misteriosamente.            
    Pasaron tres años y Bestia creció. Era un chico inteligente, le enseñé a hablar y me imitaba como podía. A pesar del rencor, yo le inventaba historias y lo hacía sentir emociones que sin mí nunca hubiera sentido, como amor, rencor, odio, pasión, impotencia, locura, histeria. Creo que algo lo quería al pequeño, que por cierto, resultaba ser muy inteligente.
   Un día sus gritos captaron la atención de los vecinos. Llamaron a las autoridades y forzaron la puerta de entrada. Mi padre logró escapar por la ventana del lavadero y yo, afortunadamente, huí con él. Al volver, la casa estaba empapelada de unas cintas rojas, que decían “prohibido pasar” repetidas veces. La habitación, tenía la puerta abierta; dentro… no había nadie. Pero, no se podría decir que no había nada. La habitación estaba dividida en cuadriláteros marcados en el parquet, nordeste para las eses, sudeste los restos de alimento, al noroeste tenía un gran almohadón, y al sudoeste la cosa más atroz, huesos, muy pequeños.  Rápidamente con mi padre, abandonamos la casa. Si los policías vinieron a buscar a Bestia, tarde o temprano vendrían por nosotros.
   Papá hizo una serie de amigos nuevos, gente de mucho dinero y mal vivir, que para lo único que servían y vivían  era la droga. No, con quince años, no. No quería otra vez la misma historia. Fue entonces cuando huí del brazo protector de mi padre. Con quince años, no quería ver morir a mi padre también.
   Yo siempre fui un niño muy inteligente, fui abanderado de mi colegio y terminé mis estudios secundarios con honores. Así es como aprobé el ingreso en la universidad sin mayores dificultades. Mis compañeros de la primaria, me recuerdan como un chico solitario, loco, quizá hasta tonto. ¿Pero ellos sabían sobre quién era, o qué había vivido? NO, NADIE, NADA. Nunca permití que mi historia me derrumbara ni que por eso me discriminaran, no hacía falta contar intimidades en la escuela.
    Mi estadía en la universidad fue una experiencia única, inigualable, mágica. Creo que me enamoré varias veces pero justo cuando me empezaban a conocer… Mí pasado, más bien mí historia las espantaba y huían para no volver. PERRAS. Mujeres, nunca las voy a entender. Complicadas, rebuscadas, histéricas. Pero a la vez muy hermosas y muy distintas, capaces de hacer temblar hasta al más valiente. El amor de una pareja un tema del que me siento distante.  Pero siempre amé el arte.
   Pronto me transformé en  Daniel Cresper, un  pintor, un artista y más que nada un  pensador  La muerte para mí era un tema de conversación de lo más normal. No le tengo miedo,  sino respeto.  Soy. Me considero una persona inteligente  y  racional. La inspiración, para mí, es y siempre va a ser mi padre. Mis cuadros más conocidos se llaman  “Madre”: una mujer hermosa desnuda colgada y un pequeño niño observando de espaldas a la perspectiva del observador, sosteniendo un osito del brazo. “Crespi” se llama el personaje. Para muchos otros mi gran obra fue “Hermana”, una niña dando a luz. Mi secreto para esta pintura fue la incorporación de un nuevo elemento plástico en el arte: rojo, intenso, llamativo y característico. SANGRE. Mi propia sangre, corrompiendo el juego de sombras en la escena. Nuevamente Crespi aparece aquí, como espectador, nada más que de frente con el cuerpo y cara llenos de lágrimas rojas.
    Mi gran amante es el arte, pero hubo una persona que, de verdad, me supo entender, una persona a la cual le debo absolutamente todo. Me había enamorado locamente de ella. Alma,  se llama la dueña de mi corazón, la mujer más hermosa que he conocido. Me entregué completamente a ella, le conté absolutamente todo, lloré más de lo que nunca lloré en su hombro, y gocé más de lo que nunca soñé gozar. Alma… ¡mi amada Alma! …Hoy te extraño y te guardo en mis recuerdos más sagrados, cada contacto con su piel tersa de esas noches largas y apasionadas.  Ella prometió que me iba a cuidar siempre, me dio los mejores valores de esta vida. Valores que de la mano de mi padre jamás los hubiese obtenido.  Ahora que lo recuerdo… ¡malditos genes, MALDITOS GENES! ¡No!, mi rostro se está poblando de arrugas y mis ojos llenándose de lágrimas ante el recuerdo… Una oscura noche turbia, una de esas noches de amor y entrega, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué su garganta no soportó la presión de mis manos? ¿Por qué se tuvo que ir? Ella me prometió que no se iría y se fue, y no iba a volver, nunca.
    En contrapartida, ante su ausencia, hice un cuadro nuevo, llamado “Alma”: una mujer alada con la particularidad del collage de una tela amarillenta, teñida por el tiempo; sí, era el vestido de mi madre, no es el más popular que digamos. Recuerdo que el sentimiento de culpa se exacerbó con el transcurso de los días. Un día, hace ya veinte años me entregué a los polis. Merecía mi castigo: me condenaron a perpetua.
    Mis primeros meses me dediqué a escribir esto, para que llegara a manos de Fito, el guardia, amigo mío. Mi único gran amigo, un hombre que había conocido tantas historias que la mía le  parecía insignificantes . Fito presentó este texto como denuncia en mi defensa,  lo que el juez alegó demencia al décimo mes de vivir en la cárcel.
- Dan, - me dijo Fito mientras abría la puerta de la celda - mirá, hice lo que pude, pero de acá no vas a un lugar mucho mejor, te van a internar en un psiquiátrico, y de ahí no tienes salida, macho. Por lo menos te puedo asegurar dos cosas, bueno, tres, de hecho. La primera, vas a tener mi visita todos los meses. La segunda, vas a comer mejor que acá, eso te lo aseguro. Y la tercera vos vas a ser un gran artista, pero a tu manera.  aún recuerdo todas y cada una de sus palabras. Luego me escoltó hasta la salida, me subí a una furgoneta blindada y me condujeron aquí, a esta habitación, con paredes blancas, una silla en medio, me vistieron con camisas de fuerza y de vez en cuando me desatan, allí es cuando me dejan pintar.
   Yo soy un artista. Yo mate a una persona, tengo un pasado  trágico y paso mis días en un psiquiátrico.  Todos los santos días me visitan tres psicólogos diferentes y me hacen pruebas constantemente. Todos los días almuerzo un plato de fideos y ceno carne de cerdo con pan de centeno.  Todos los días tengo dos horas de distracción, donde me dejan pintar libremente. Todos los días mi pensamientos recorren mis recuerdos: de día los buenos y de noche los siniestros. Todos los meses me visita Fito, como me lo prometió. Hace  ya unos veinte años estoy aquí, en mi único hogar de verdad. Y hace cinco de los veinte años que un muchacho con rostro muy familiar me mira y me sonríe del otro lado de la ventanita de la puerta. Acaso, podrá ser… ¡BESTIA!
¿Fin?

El Tiempo - Por Rafael Serrano Ruiz-Madrid-España

Caballo que vuela
Crines al aire
Belfos resecos
Mirada intensa que explora el camino
Espuela de plata
Galope tendido
Esquivo de piedras
Retumbe de cascos
¡Galopa, galopa!
¡Toma el espacio,
vive tu tiempo!

Miles de estrellas
cubrieron los campos.
Cientos de soles
lamieron su cuerpo
¡Ya no hay espuelas!
Espuelas de plata,
ni crines al viento
No se oyen galopes
ni existe el espacio.
Terminó su tiempo

TEMORES - Por J. Santa María

Le temía a la oscuridad
como le temo hoy al tiempo.
Parecía ser feliz cuando me abandonaban.
Tal vez fingía serlo
Y los gritos grabados en mi mente
¿Cuántas noches se cobraron?
¿Cuántos desvelos revueltos en mi almohada
amanecieron sin respuestas?

Le temía a la muchedumbre
como le temo hoy al tiempo.
Caminaba hacia el olvido
tratando de librarme de mi mismo.
Y las lágrimas grabadas en mi mente
¿Cuántas almas se mojaron
bajo la humedad de mis penas?
¿Cuántas copas se llenaron al verlas?

Le temía a la muerte
como le temo hoy al tiempo.
Tratando de ser eternamente joven
se me escapo la adolescencia.
¿Y el tiempo?
¿Para que tratar de escapar del tiempo
Si en el anhelo de lo eterno
he marchitado mis primaveras?

Un nuevo amanecer - Por Rafael Serrano Ruiz- Madrid-España

Suaves fragancias  llegan de lejos rompiendo barreras
que impiden  afloren sentimientos y recuerdos.
Mas cuando en un descuido,
saltando barreras llegan,
a veces alegran y otras destrozan
por muy lejanos que sean.
Heridas que nunca curan, cicatrices que delatan el vivir,
el haber sentido.
Con el tiempo, los dolores se amortiguan,
se endulzan con nuevas vivencias,
se ocultan en el yo profundo, donde parecen quedar olvidadas
pero… Un aroma,
una suave brisa,
un esplendor en la hierba,
tiran con fuerza de él para sentirlo de nuevo.
No tan tenaz, no tan doloroso, pero presente,
lo suficiente para cuestionar …
Y si…
Es una sombra que pasa;
el momento ha terminado.
El aroma, o la brisa, o el rayo de sol
reflejado en su cabello,
no tiene el mismo significado , es otro tiempo,
un mundo  distinto
y entonces se extiende la mano ofreciendo
una nueva caricia.
No se ha de temer el dolor pasado,
no importa la vida vivida,
ante ti sombra querida
hay un nuevo amanecer.

LLUVIA DE VERANO - Por Silvia Rodríguez.-La Plata- Argentina


La tierra seca sorbe con avidez las primeras gotas. La tarde se impregna de olor húmedo. Miro hacia el cielo y dejo que la lluvia mansa me moje la cara. El agua lava las fachadas, limpia y reverdece las hojas de los árboles, purifica el aire, me purifica. Tiene gusto a infancia, a pies descalzos que corren por un surco de tomates en la huerta del abuelo. Cae cómplice y silenciosa sobre mi escondite de cañas cruzadas. Esas voces que me llaman ya no están, esos pasos urgentes que me buscan ya partieron. La tierra, de a poco, se encharca y salpica barro sobre mi ropa nueva. El juego ya no me divierte, quisiera que me encuentren, encontrarlos.
La lluvia sabe a beso adolescente. Son dos que corren de la mano a refugiarse y sofocan la risa labio sobre labio. Su mundo cabe debajo de un paraguas. El amor dura tanto como el aguacero. Después poco importa si el agua nos empapa.
Llueve herrumbre del techo de la vieja estación abandonada, fantasmales ojos, sus ventanas, ven crecer el pasto sobre los rieles. Camino por el andén, el agua incontenible y salada resbala por mi cara. Lloran lánguidamente las ventanillas del tren que parte ignorante de la tormenta y mi desconsuelo.
Un relámpago anuncia el estrépito y el agua se descarga sobre los techos, los patios, los árboles, las almas. La noche se tiñe de una nostalgia pegajosa que amenaza inundarme, pero no cerraré las ventanas, no cerraré los ojos. Atravesaré también esta lluvia aunque me cale más allá de los huesos.
No es más que una tormenta de verano.

AL FARO - Por Diana Luz Bravi Torras- Rosario- Santa Fe

«Lloverá recordaba a su padre diciéndolo
- No podréis ir al Faro.»
Virginia Woolf
No sé si el faro era mi guía
(No me eligió el mar)
Me invitó una luna sola,
Y mis muertos huéspedes
Me acerqué, avancé,
Adelante, más
Ya no pude ver el faro
No me eligió, seguí
El faro era YO
Y la luz más blanca y circular:
mis ojos
entendí, lo di todo y mil caricias
y otras mil y mil más
Y ahora, al fin ¡soy!
¡Ya no puedo verlo!

DESNUDOR - Por Belkys Larcher de Tejeda-Coronda Santa Fe


                                   
       “…qué deshabitada /
                                mi voz que no te nombra…”
                                                                  Serafín Ricci

Más allá de la isla / se desnuda el alba / y por
el cauce arrastra verdes y azules
                            espejando clarores y trinos.

Siembra brotes de luz / ante
el renovado desafío que / ya desnudo
inaugural y sigiloso / se desliza
                                bajo mi puerta.


Pierden los espejos / sus velos y se
desnudan los rincones / ante la nitidez
                                 de su mirada.

Al florecer el día / te desnudas el alma
y por la orilla húmeda del verano / mi playa
                                 resplandece
                                con el sabor de la vida.

GREGUERÍAS - Por Ramón Gómez de la Serna

- Como daba besos lentos duraban más sus amores.
- Amor es despertar a una mujer y que no se indigne.
- Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas.
- Las palmeras se levantan más temprano que los demás árboles.

Quiromancia - Por Rafael Serrano Ruiz

Miro mis manos
Busco en ellas
rayas de vida
y
tu estas en ellas
Líneas de muerte
mas… no puedo verte

De la vida se trata
y
 en ella te busco
escarbando en los sueños
Espacios profundos
ideas que inflaman
que pueden ser ciertos.

Manos juntas
que ruegan
Si todo esta en mi
¡Porqué no lo saco!
¿Cual es el poder
del que puede hacerlo?
Quiero vivirte
Sentirte
Llorarte
Crearte en mi cielo
Perderte en  mi infierno.

El muelle - Por Ezequiel Feito




I
Era la noche tan luminosa
que ni una estrella podía reflejarse
en las tranquilas aguas endurecidas por la luna.
En las quietas aguas donde podía deslizarse
como reflejo de un reflejo la figura
de la cómplice arboleda que rodeaba
las blancas playas y la orilla dura.

II
Era de noche y yo vagaba con el perfume de los muertos
mientras mis pasos por el vacío muelle
resonaban torpemente en sus maderas,
en las oscuras maderas que cortaban
El disco de la luna.

III
¿Por qué tengo que volver a este muelle
donde el agua dibuja tu figura
en el disco de la luna?

IV
Me siento y veo sombras reflejadas en el agua,
alejándose del muelle,
ahogándose en la luna,
pudriéndose en la plata,
regresar una y mil veces
a la insensata orilla, a la arboleda en calma
y a la profunda tierra que en vano cubre
el mutilado cuerpo de mi amada.

V
El tiempo va devorando el muelle, y la mañana
purifica la arboleda, la orilla y nuestras almas.

A la tumba de un gigante que hay en el cerro “El Triunfo” - Por Ezequiel Feito

Una leve curvatura es todo.
La tierra te acomodó a su modo,
y redondeando tus rasgos feroces,
puso en tu pecho flechas veloces
y en tu mano su lanza de lodo.


Detuvo tu marcha en una hondonada
te cubrió de olvido y tras él, la nada.
Hundir tu bravura fue su mayor victoria.
Borrando del mundo tu nombre y memoria
y darte una tumba jamás reclamada.

Verdad en Custodia - Por Enrique Spinelli

En Balcarce existía un antiguo mito: aquel que lograra hacer dos compras consecutivas en la farmacia Rapacini pagando justo, es decir sin que le queden debiendo algún centavo o sin llevarse alguna pastilla de eucalipto, accedería a una gran revelación. El guardián de esta verdad era el propio Rapacini. El primero en intentarlo fue Marmorato, quien se dirigió al comercio con cambio, monedas y muy seguro de volver con la verdad.
-Una caja de cafiaspirina.
Son 1.25
-Aquí tiene 1.25.
Sintiéndose ya ganador, le pide:
-Ahora déme una cirulaxia
-Son 5.34
-Disculpe, pero no tengo monedas de 1 centavo, ¿puedo darle arandelas de 1/8?.
-No caballero, discúlpeme usted porque le quedo debiendo 1 centavo.
Esa misma tarde comienza la caza de monedas de 1 centavo. Los muchachos obtuvieron varias de la fuente de la municipalidad y prepararon a su mejor matemático, el quinielero Soguita, con plata y cambio de distintas denominaciones para el encuentro. Inicia Soguita:
-Una caja de cafiaspirina (algo así como P4R).
Son 1.25
-Aquí tiene 1.25.
-Déme un tubo de calcevita.
-Son $4,541.
-Bien, déme 10 tubos; aquí tiene $45,41 - y se acomoda sobrador en el mostrador.
El farmacéutico en ejercicio contrataca: -No, ¡por favor!, me está comprando 10 tubos, voy a hacerle un descuento del 7%, son $42,2313.
-Ya le hago un cheque.
-Aceptamos cheques sólo con compras mayores a $100.
-Bien, déme 26 tubos.
-Lo siento, sólo tengo 12.
-Está bien, se rinde Soguita y se va con aspirinas, calcevita y tres pastillas de eucalipto.
Finalmente llega la contienda de fondo: los colombófilos encomiendan al Dr. Garsú a la farmacia muñido de dinero, cambio y monedas. Rapacini, en cuanto lo vió entrar, comprendió que era el encuentro de su vida. Sin saludarse siquiera comienza Garsú:
-Una caja de cafiaspirina.
Son 1.25
-Tome $1,25.
-Déme otra caja
-Cómo no, pero tome su dinero y devuélvame la caja anterior así le vendo una grande de 28. Son $2,30.
-Tome $2,30.
-Ahora déme dos cajas grandes de 28.
-Lo siento, sólo me quedan aspirinas sueltas.
-Bueno, deme 56. Aquí tiene $4,60.
-No Garsú, sueltas son un poco más baratas. Cuestan 15 por 1 peso. Son 3,733333333 pesos.
Garsú tenía resto, pero admirado por la jugada le ofrece tablas: -Déme un abrazo amigo Rapacini!
-Tengo 1.2 abrazos… pero se lo dejo en 1!
Así, la partida terminó en gran un abrazo farmacéutico. Tiempo después Rapacini y su habilidad se retiran de la caja y el mito quedó intacto, resguardado por prolijos profesionales y precisas tarjetas de débito.
En ese abrazo, algo le dijo Rapacini a Garsú en el oido. Nunca se conoció exactamente el secreto, pero parece que tenía que ver con mantener pequeñas deudas que nos liguen a las personas. Estas deudas, cuando no son enormes ni dolorosas, establecen sutiles lazos entre deudores y acreedores que los mantienen conectados. Por esto, los muchachos del Alas rara vez devuelven algo que les prestaron, pero al mismo tiempo prestan todo lo que poseen. En algún momento no tendrán nada propio, pero sí muchos amigos, deudores, acreedores, promesas y todo lo que necesitan para vivir.

ESCRIBIR: UN DESAFÍO Por Jorge Dágata

   Muy interesante su planteo: vivir sin escribir, o escribir sobre lo que no se vive; dos caras de la misma moneda.
   Se puede jugar con los recursos, apelar a la tecnología de la lengua y crear un cascarón vistoso; pararse sobre él para hacerse ver, ganar jurados y especialistas. El único problema es que si tiene suficiente peso específico se hundirá más pronto o más tarde en su propio vacío. De lo contrario, flotará sobre él vacuamente satisfecho con su futilidad, pero sólidamente disconforme con su escritura, que no lo alimentará a usted ni a nadie.
   Se puede apelar a las probabilidades y perseguir las combinaciones más convenientes; a veces, hallarlas. Como es posible participar de un juego de azar y acertar alguna vez. ¿Se escribe entonces?
   Llegar a la intersección entre vida y escritura: ahí está el desafío. Significa buscarse a uno mismo, en su interacción con los demás; muchas veces, enfrentarse, cuestionarse, obligarse al reconocimiento no siempre grato. También, integrar los recuerdos y las esperanzas; trascender el tiempo. Verse a una vez desde adentro y desde afuera, amarse y odiarse, destruirse mil veces y otras tantas renacer.
   Se puede pensar en el lector o reconocerse lector. De última, no hay tanta diferencia; en uno están un poco los demás y viceversa. Se tratará de escribir lo que se quisiera leer, en la convicción de que todavía nadie lo logró. La alternativa: conformarse con el rol de lector, de buen lector; es decir, no escribir.
La inercia, la pobreza espiritual, la frivolidad, tiende muchas trampas: aprender a escribir es aprender a sortearlas y emerger libre. Libre no significa que no se tengan cadenas sino que las cadenas no lo tienen a uno.
Las pocas oportunidades en que esto se logra, se escribe. Letra a letra, como hace siglos, en la plenitud de su humanidad y en sus limitaciones; así ha sido siempre para quienes lo intentaron. Sin dejar de ser uno, se es la escritura. Puede significar un instante o abarcar, misteriosa e inexplicablemente, la huidiza eternidad de los filósofos.
¿Que usted no quería complicarse tanto la vida? Viva; no escriba. Si puede...

El topo y otros animales - Por Tomás de Iriarte

Ciertos animalitos,
todos de cuatro pies,
a la gallina ciega
jugaban una vez.

Un perrito, una zorra
y un ratón, que son tres:
una ardilla, una liebre
y un mono, que son seis.

El mono a todos vendaba
los ojos, como que es
el que mejor se sabe
de las manos valer.

Oyó un topo la bulla
y dijo: Pues, pardiez,
que voy allá, y en rueda
me he de meter también.

Pidió que le admitiesen;
y el mono, muy cortés,
se lo otorgó, sin duda
para hacer burla de él.

El topo a cada paso
daba veinte traspiés,
porque tiene los ojos
cubiertos de una piel.

Y a la primera vuelta,
como era de creer,
facilísimamente
pillan a su merced.

De ser gallina ciega
le tocaba la vez;
y ¿quién mejor podía
hacer este papel?.

Pero él, con disimulo
por el bien parecer,
dijo al mono: ¿Qué hacemos?
Vaya, ¿me venda usted?.

Si el que es ciego y lo sabe,
aparenta que ve,
quien sabe que es un tonto,
¿confesará que lo es?

La compra del asno - Por Tomás de Iriarte

Ayer por mi calle
pasaba un borrico,
el más adornado
que en mi vida he visto.
Albarda y cabestro
eran nuevecitos
con flecos de seda
rojos y amarillos.
Borlas y penacho
llevaba el pollino,
lazos, cascabeles,
y otros atavíos.
Y hechos a tijera,
con arte prolijo,
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.
Parece que el dueño,
que es, según me han dicho,
Un chalán gitano
de los más ladinos,
vendió aquella alhaja
a un hombre sencillo;
y añaden que al pobre
le costó un sentido.
Volviendo a su casa,
mostró a sus vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:
«Veamos, compadre,
si este animalito
tiene tan buen cuerpo
como buen vestido.»
Empezó a quitarle
todos los aliños;
y bajo la albarda,
al primer registro,
le hallaron el lomo
asaz malferido,
con seis mataduras
y tres lobanillos,
amén de dos grietas
y un tumor antiguo
que bajo la cincha
estaba escondido.
«¡Burro, dijo el hombre,
más que el burro mismo,
soy yo, que me pago
de adornos postizos!»
A fe que este lance
no echaré en olvido;
pues viene de molde
a un amigo mío,
el cual a buen precio
ha comprado un libro
bien encuadernado,
que no vale un pito.

La Abeja y los Zánganos - Por Tomás de Iriarte

A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y por librarse de tan fea nota
a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y mas idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto
no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja
y sacar el cadáver de una abeja
muy hábil en su tiempo y laboriosa:
hacerla con la pompa mas honrosa
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era
en labrar dulce miel y blanca cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
"¿No trabajáis mas que eso? Pues, hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido
a una gota de miel que yo fabrique."
¡Cuántos pasar por sabios han querido,
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y que pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?

El gato, el lagarto y el grillo - Por Tomás de Iriarte

Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos,
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la botánica;
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico,
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
Quiero, por mis turgencias semihidrópicas,
chupar el zumo de hojas heliotrópicas...»
Atónito el lagarto con lo exótico,
de todo aquel preámbulo estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica.
Pero notó que el charlatán ridículo,
de hojas de girasol llenó el ventrículo;
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo heliotrópico...»
¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y el hablar liso y llano por demérito.
Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas, y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.

La bruja - Por Esopo


Una bruja tenía como profesión vender encantamientos y fórmulas para aplacar la cólera de los dioses; no le faltaban clientes y ganaba de este modo ampliamente la vida. Pero fue acusada por ello de violar la ley, y, llevada ante los jueces, sus acusadores la hicieron condenar a muerte. Viéndola salir del tribunal, un observador le dijo:
-Tú, bruja, que decías poder desviar la cólera de los dioses, ¿cómo no has podido persuadir a los hombres?

El sapo y el mochuelo - Por Tomás de Iriarte

Escondido en el tronco de un árbol
estaba un mochuelo,
y pasando no lejos un sapo,
le vio medio cuerpo.
«¡Ah de arriba, señor solitario!
Dijo el tal escuerzo:
saque usted la cabeza, veamos
sí es bonito o feo.»
«No presumo de mozo gallardo;
respondió el de adentro:
y aun por eso a salir a lo claro
apenas me atrevo;
«Pero usted, que de día su garbo
nos viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
en otro agujero?»
¡Oh qué pocos autores tomamos
este buen consejo!
Siempre damos a luz, aunque malo
cuanto componemos,
y tal vez fuera bien sepultarlo;
pero ¡ay, compañeros!
Más queremos ser públicos sapos
que ocultos mochuelos.

El águila y el caracol - Juan Eugenio Hartzembuch

Vio en la eminente roca donde anida
el águila real, que se le llega
un torpe caracol de la honda vega,
y exclama sorprendida:
-¿Cómo, con ese andar tan perezoso,
tan arriba subiste a visitarme?
-Subí, señora, contestó el baboso,
a fuerza de arrastrarme.

El asno y su comprador - Por Esopo

Un hombre quiso comprar un asno, y acordó con su dueño que él debería probar al animal antes de comprarlo. Entonces llevó al asno a su casa y lo puso en donde guarda la paja junto con sus otros asnos.
El nuevo animal se separó de todos los demás e inmediatamente se fue junto al que era el más ocioso y el mayor comedor de todos ellos.
Viendo esto, el hombre puso un cabestro sobre él y lo condujo de regreso a su dueño.
Siendo preguntado cómo, en un tiempo tan corto, él podría haber hecho un proceso de calificación, él contestó:
--No necesito mayor tiempo; sé que él será exactamente igual a aquel que él eligió para su compañía.

EL RATON Y EL GATO - Por Tomás de Iriarte

Tuvo Esopo famosas ocurrencias.
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias!...
He de poner, pues que la tengo a mano,
una fábula suya en castellano.
«Cierto, dijo un ratón en su agujero:
no hay prenda más amable y estupenda
que la fidelidad: por eso quiero
tan de veras al perro perdiguero.»
Un gato replicó: «Pues esa prenda
yo la tengo también...» Aquí se asusta
mi buen ratón, se esconde,
y torciendo el hocico, le responde:
«¿Cómo? ¿La tienes tú? Ya no me gusta.»
La alabanza que muchos creen justa,
injusta les parece
si ven que su contrario la merece.
«¿Qué tal, señor lector? La fabulilla
puede ser que le agrade y que le instruya.»
«Es una maravilla:
dijo Esopo una cosa como suya.»
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito:
salió de mi cabeza.» «¿Con que es tuya?»
«Sí, señor erudito:
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía.»