La tierra te acomodó a su modo,
y redondeando tus rasgos feroces,
puso en tu pecho flechas veloces
y en tu mano su lanza de lodo.
Detuvo tu marcha en una hondonada
te cubrió de olvido y tras él, la nada.
Hundir tu bravura fue su mayor victoria.
Borrando del mundo tu nombre y memoria
y darte una tumba jamás reclamada.
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