tan transparente que parecía ausente.
No acababa aún yo de conocerme
y ella poseía todas mis respuestas.
Me intimidó su perfección. Aún así
no cometí el error de abandonarla.
Era tan callada que parecía vacía,
sin embargo su silencio
se llenaba de colores y aromas,
se teñía de verde en otoño y dorado en primavera.
Me cegaron sus resplandores. Aún así
no cometí el error de abandonarla.
Era tan frágil como la fe de mi pueblo.
Solía escupirme sus verdades
y luego temblar por su locura,
yo le extendía un manto de abrazos
y ella escapaba hacia sus sombras. Aún así
no cometí el error de abandonarla.
La deje como se deja la infancia
de golpe y sin saberlo.
Noté su ausencia el día en que los recuerdos
trataron de abordarme.
Los ahuyenté como si fueran moscas,
pero aún habitan en mí sus zumbidos.
Crecí, ése fue mi error…
…no debí abandonarla.
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