martes, 18 de junio de 2013

Contate un cuento IV - Ganador de Categoría A - Julia Cerono


Esa cicatriz
  Alumna de 1º año de E.E.S Nº 3 “Carmelo Sánchez”

   Como todos los años en verano, nos fuimos de vacaciones dos semanas al campo de mi padre. Llegamos  por la mañana temprano,  desempacamos y con mi hermano nos fuimos a recorrer el monte. Volvimos para almorzar.
   Después de una siesta fuimos a la ciudad para comprar un par de cosas que nos faltaban y regresamos cuando ya oscurecía. A unos pocos metros de la entrada del campo, vi un auto y unas personas adentro observándonos, no le presté atención, quizás habían parado para hablar por teléfono, o solo estaban descansando un rato. Entramos a la casa y todo parecía estar bien. Mi madre preparó la cena y,  más tarde, sentados alrededor de la estufa, tomábamos café, cuando oímos como si alguien quisiera abrir la puerta. El sonido parecía algo lejano, nos levantamos  para ver de donde provenía el ruido. De pronto,  cuatro sujetos nos apuntaban  con sus armas. Entré en pánico, quise correr hacia la puerta, pero uno de ellos me agarró fuertemente de los brazos, y vi, detalladamente, que en su mano tenía una especie de marca, como si fuese una quemadura, pero no era común, parecía hecha a propósito, ya que tenía forma de una calavera o algo similar. Nos sentaron en sillas, nos ataron y nos taparon la boca con un paño. Fueron cargando todo en su camioneta y lo que pude notar es que ninguno de ellos tenía la cara completamente tapada, solo sus bocas. Por último, tomaron a mi madre y a mi padre, los mataron y nunca los volví a ver. El pánico se apoderó de mí cada vez más. Tenía miedo de que nos asesinaran a nosotros también, ya que nos desataron y nos golpearon, aunque estos golpes no fueron lo suficientemente fuertes para lastimarnos. Luego se marcharon; el piso parecía un río de sangre. Esa imagen no se borró más de mi mente y tampoco esa cicatriz, la busqué en cada mano. Era  una obsesión imposible de quitar.
   Con mi hermano nos abrazamos y lloramos, no teníamos edad suficiente para entender con exactitud lo que ocurría, pero pronto mi hermano reaccionó y llamó a la policía. Después de unos quince minutos llegaron dos móviles y una ambulancia. Nos subieron en una camilla y estuvimos en observación 24 horas. Luego nos fueron a buscar nuestros abuelos y nos explicaron que de ahora en más, íbamos a vivir con ellos. Nosotros no teníamos problema, los queríamos como si fueran nuestros padres y nos llevábamos muy bien.
   Nunca nada volvió a ser igual, iba por la vida buscando esa cicatriz, tratando de encontrar a esa persona.
   Un día en la facultad, encontré el príncipe azul y me enamoré perdidamente de él. Hablamos un buen rato y salimos varias veces, hasta que nos hicimos novios. Después de dos años, nos fuimos a vivir juntos y tuvimos un hijo. Nunca me hubiese imaginado que él me acercaría hasta esa cicatriz
   Un día muy soleado, pensé que tal vez mi hijo podría invitar a su amigo. Cuando su abuelo lo vino a buscar, me dio la mano para saludarme y en ella pude notar aquella quemadura, con la forma de una calavera. Me quedé totalmente helada. Sentí una rara sensación dentro de mí, como si algo volviera a revivir. El señor me decía que había ido a buscar a su nieto, tratando de romper el silencio que se había apoderado de la habitación  y luego de unos segundos respondí ok, aunque no me movía. El señor me miraba fijamente, eso me puso muy incómoda, comencé a agitarme y me puse pálida, sentí que me había reconocido. Unos segundos después de haber escuchado el timbre, apareció el niño con mi hijo y se fueron. No pude ni decir chau, me quedé inmóvil varios minutos, hasta que todo encajó en su lugar. Claro, esa quemadura, era la misma que había visto aquella trágica y horrible noche. ¿Cómo llegó hasta ahí?, ¿cómo vino a parar a mi puerta este sujeto? El destino. Era hora de hacer justicia.
   Esa noche no pude pegar un ojo, me quedé pensando en cómo podía sacar al descubierto que esta persona era un asesino. La mañana siguiente llevé a mi hijo a la escuela y le pedí a su amigo su dirección.
   Al salir de la escuela, ya tenía todos los datos que necesitaba. Ese día, estuve en mi casa, pensando  cómo podía atormentarlo, para que  confesase.
    La noche siguiente, fui a una casa de disfraces y elegí una peluca y una vestimenta de la época de mi madre, quería parecerme a ella. Volví a mi casa y  con una pintura especial pinté en mi  cuello un corte similar al que el hombre le había hecho a mi madre. A media noche, me dirigí hacia su casa. Había luces prendidas, por lo tanto, estaba despierto, aunque no era lo planeado, no resultó un obstáculo para mí. Observé la casa por unos minutos y una de las ventanas dejaba ver hacia adentro, y pude verlo, sentado sobre el sofá, mientras leía un libro. De pronto, me apoyé sobre la ventana, con mis ojos bien abiertos, y sangre en mi cara.  El hombre giró su cabeza hacia la ventana y su cara se vio aterrorizada. Entonces, dije: - ¿por qué me has hecho esto, Héctor?, ¿acaso yo y mi familia se lo merecía? Después de decir estas palabras, me alejé de la ventana, y al lado estaba su auto, entonces escribí en el: '' confiesa, eres el asesino del Sr. Y la Sra. Hills”.  Me alejé pronto de su casa y al llegar a la mía, me quité todo el maquillaje, el disfraz y los guardé en una caja, al fondo de un mueble para que nadie pudiera verlo.
   A la mañana siguiente, cuando mi marido se fue a trabajar y mi hijo estaba en la escuela, escribí una carta: “Aquella noche de verano, en la casa de campo, mataste a mi marido, y luego a mí. He vuelto para que pagues por todo lo que has hecho” Sra. Hills.  La coloque en un sobre,  fui a su casa y la dejé en el buzón. Esa noche hice de nuevo mi aparición, pero esta vez, esperé a que se acostara y desde la ventana de la pieza, le dije cosas que ocurrieron esa noche, para darle pistas, hasta que él me gritó que me largara de su casa, ya que llamaría a la policía. Yo le contesté, que si llamaba a la policía, se iban a enterar del asesinato y me retiré.
   Por la mañana, fui a la farmacia y encontré al sujeto comprando tranquilizantes, se veía muy preocupado, eso quería decir, que mi plan funcionaba a la perfección.
   Lo seguí hasta su trabajo y observé que dejó las puertas sin seguro. Esto me dio una idea, fui a mi casa y grabé en un cd con gritos, voces y palabras entre los gritos,  luego le puse efectos especiales. Me dirigí hacia donde trabajaba, subí al auto muy sigilosamente y lo coloqué en el reproductor. Finalizada mi misión  corrí rápido a esconderme detrás de otros autos ya que vi que Héctor salía de su trabajo. Al entrar y escuchar esos gritos, su cara palideció, miró hacia todos lados y rápidamente sacó el cd, lo rompió y lo tiró fuera de la ventana. Todo salía como lo había planeado y ya se acercaba lo mejor.
   El sábado por la tarde compré una cámara pequeña, me preparé, oculté perfectamente la cámara y fui hacia la casa de Héctor. Al llegar, me asomé sobre la ventana. Estaba como la otra noche, sentado sobre el sofá leyendo el mismo libro. Llamé a la puerta, me abrió y ahí comencé mí diálogo:
- ¿Por qué no dices la verdad? ¡Tú has asesinado a mis padres!
- ¿¡Quién diablos eres? ¡Me has atormentado toda la semana!
- Es lo menos que puedo hacer con respecto a lo que tú has hecho
- ¡Te has confundido de persona!
- No, yo sé que fuiste tú el que aquella noche entraste a mi casa, nos ataste, te llevaste todas las reliquias de la casa, y por último mataste a mis padres y te los llevaste
- ¿No  puedes probarlo?
-  Sí que puedo probarlo. Tienes una cicatriz  en tu mano derecha que he buscado durante años.
   Héctor se quedó paralizado, lentamente miró su mano y levantó la vista, aterrado, diciendo:
- ¿Quién eres?
- No te lo diré, pero ¿recuerdas a mi padre? George Hills…
   Comenzó a sudar cada vez más, retrocedió unos pasos, me miró fijamente durante unos segundos y cuando pudo recobrar el aliento, me dijo:
- No…no puede ser…
- Sí, nunca creíste que te encontraría, ¿no es así?
- Eh…escucha, no estaba bien mentalmente, mis amigos me llevaron a hacer algo que no quería, puedo hacer lo que tú quieras, pagarte si quieres…pero no digas nada.
- No, lo que quiero es justicia, y aquí tengo una cámara donde puedo comprobar que has asesinado a mis padres.
- ¡No, detente, ven acá!
   Salí corriendo hacia mi casa, al llegar, todos estaban dormidos, guardé la cámara y me acosté.
   Al día siguiente, me dirigí hacia la estación de policía, les conté lo que había ocurrido y por último como prueba de que eso era verdad, les mostré el video. Después de dos días, el fiscal pidió su detención y un juez se la firmó.  Lo fueron a buscar y estuvo en la cárcel hasta el día del juicio.  Lo condenaron a cadena perpetua por el asesinato cometido. Cuando se lo llevaban, volvió su cabeza hacia mí y juró que no duraría mucho en la cárcel y que cuando saliera, se vengaría de la forma más cruel. “Volverás a ver esta cicatriz”  dijo  y se perdió detrás de la puerta…

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