martes, 18 de junio de 2013

“Contante un cuento IV” - Mención de honor categoría “A “ - Tamara Maifredini

Sabina

Alumna de 1º 3ª Escuela  Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

    Había una vez, en un pueblito cualquiera del centro de la Argentina, una niña llamada Sabina. que vivía en un hermoso barrio de casitas, no lujosas, pero sí pulcramente pintadas y de prolijos jardines. Era amable y simpática. Se destacaba en el colegio, en los deportes y en todo aquello que emprendía. Sin proponérselo, siempre estaba rodeada de amigas que querían jugar con ella; era lo que se dice: “una líder por naturaleza”.
    En ese barrio había un colegio al que concurrían todos los chicos, y otros de zonas cercanas como Anita. Ella vivía en la entrada del pueblo, del otro lado de la ruta, en una casilla perteneciente al ferrocarril que la empresa prestó a su papá cuando éste debió trasladarse a Buenos Aires buscando asistencia médica para su mamá, que debía permanecer largo tiempo internada en el hospital local. Y como el dinero escaseaba, el padre comenzó a trabajar. Alternaba la atención de su esposa con los trabajos de floricultura. Era él, el que mantenía tan prolijos los jardines de la mayoría de las viviendas, y porque le quedaba de paso, mandó a su hija a ese colegio.
    Anita era morena, delgada y muy dulce, de largas trenzas negras. Llevaba siempre el mismo vestido gastado y descolorido, pero limpio y planchado; en cambio, las otras nenas lucían variados, modernos y coloridos atuendos. Hablando en voz baja se referían al único atuendo de Anita.
    La señorita Cecilia intentaba que el grupo integrara a la niña, lo lograba en el aula con los trabajos de equipo, pues Anita era muy inteligente, prolija e ingeniosa y más de una vez quedaron todos absortos escuchando las bellas leyendas que contaba de su tierra misionera. Pero, fuera del aula, nadie se acercaba. Se formaban grupos en los cuales la niña no participaba. Estaba siempre sola, sentada en el cantero, dibujando a la sombra del inmenso castaño, hermosos y nostálgicos paisajes de árboles y ríos.
   Los varones, a menudo se aproximaban a ver los animales y pájaros que representaba con suma destreza.
    La mamá de Sabina le preguntó un día por qué nunca invitaba a Anita a jugar, pero como estaba tan ocupada con la casa y su trabajo en el banco, no se detuvo a analizar la contestación ambigua y evasiva de su hija.
   Cierto día, Sabina amaneció con dolor de estómago, náuseas y una coloración en la piel que alarmó mucho a su mamá por lo que  recurrió inmediatamente al médico. Éste diagnosticó Hepatitis, por lo tanto, no podría ir al colegio. Debía hacer dieta y reposo durante treinta días.
    Pasada la primera semana Sabina comenzó a sentirse muy sola. Su madre le informó que si no compartía el vaso, los alimentos y el baño, no habría peligro de contagio. Sabina llamó entonces a sus amigas por teléfono, pero cada una le respondió que no podía visitarla porque tenía muchos deberes, o que debían ayudar en la casa, que estaban resfriadas y otras tantas excusas.
    Sabina se puso muy triste. Al día siguiente pasó a saludarla Anita. Le traía un ramito de flores silvestres. Sabina le preguntó si no temía contagiarse y Anita respondió que si tomaban las precauciones necesarias no habría problema.
   Desde ese día a diario llegaba Anita con su carita de terracota y su ramillete de flores que recogía en el camino. Le ayudaba a Sabina con la tarea que le enviaba la señorita Cecilia y luego jugaban.
    Anita aprendía con mucha facilidad cuando se trataba de juegos de mesa que Sabina tenía en abundancia y que la nena nunca había visto.
   Así fue como Sabina pudo conocerla y saber que Anita era alegre, sin egoísmo, sensible y generosa.
    Por fin, Sabina pudo reintegrarse al colegio. Las compañeras la rodearon todo el tiempo contándole los sucesos de esos días. Anita, como siempre, se encontraba sola a la sombra del castaño tranquilamente dibujando.
   Al día siguiente, se festejaba el día del amigo y la señorita Cecilia había ideado un sistema para que nadie se sintiese excluido; debían hacer tarjetas para cada compañero, o sea que cada uno recibiría veintidós tarjetas. Pero... en el recreo les dejó la libertad de que cada uno le hiciese un regalo a su mejor amigo. Cada una de las niñas secretamente esperaba ser elegida por Sabina para el regalo de mejor amiga.
   Cuando ya todos tenían su obsequio y Sabina había recibido un ramito de flores silvestres, caminó con el suyo hasta la sombra del castaño y con un beso cariñoso lo depositó en las manos de Anita.
   La sonrisa de la señorita se iba ampliando a medida que las niñas se acercaban a la sombra del castaño a escuchar la hermosa leyenda de la flor del irupé que la niña estaba contando.

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