Historia de un Pintor
Alumna de 4º año del Colegio Santa Rosa de Lima
Desde pequeño tuve una gran inclinación artística. Me gustaba muchísimo dibujar, pintar; me sentía liberado, como si las hojas calmaran todos y cada uno de mis pesares y me dejaran liberar mi mente. Pero hay gente que juzga el arte sin ser siquiera artista, ni pintor, ni dibujante. Gente que no entiende la simpleza o complejidad del asunto en sí. Gente que a pesar de que no sabe nada se cree que se las sabe todas, y no es así. Gente que sin importar lo que uno haga por evitar errores, siempre los encuentra. Ese tipo de gente me provoca repulsión; PUAJ! Retomando a lo que iba, ¡ah sí! Ya me acordé…
Y no fue hasta mi décimo octavo cumpleaños cuando un sobre lleno de dinero con remitente familiar, me dio a elegir que hacer con mi talento y futuro. Mm… en mi mente, letras circunvalaban de lado a lado hasta que decidí mezclarlas como a los colores: BELLAS ARTES. Eso fue, la materia, la pasión y mi futuro. Aquello a lo cual yo me dedicaría por el resto de mi vida.
El dinero no era un problema en mi familia; nunca faltó; tampoco lo considero importante. Desconozco la necesidad, pero no el horror.
Mi madre se suicidó, yo la vi. Desafiaba la autoridad de mi papá constantemente, entonces él no tenía otra que regañarla para evitar que cometiera el mismo error. Pero era inútil luchar o retarla. Golpe tras golpe, pisotón, portazos, gritos, palmadas y lo más doloroso, llantos interminables. ¿Por qué se arriesgaba de esa manera aún sabiendo las consecuencias tan duras y dolorosas que le asechaban? , me preguntaba yo. Mi padre era muy autoritario y celoso, no le gustaba que mamá tuviera amistades. Menos que contara sus intimidades. ¿A quién le importa si papá le levantaba la mano? ¿Con qué necesidad contar eso? ¿Por qué no contaba en su lugar lo cariñoso que era conmigo y con mi hermana?
Mi hermana y él la pasaban muy bien jugando en su habitación, mientras, yo secaba las lágrimas de mi mamá, callándola cada vez que lo insultaba con unos cuantos; ¡MALDITO!, o ¡ENFERMO!
A mis tiernos ocho años fui yo quien descolgó a su propia madre del caño del techo que atravesaba el baño, observando con detenimiento su cuerpo golpeado y desnudo bajo la presión de la soga en su cuello. “Chau, Má”, le dije cerré sus ojos y aflojé la soga. No puede evitar que descendieran un par de lágrimas de mis ojos a sus pálidas mejillas. Luego la besé en el lugar donde mis lágrimas le habían humedecido su piel. Pero el horror no termina …
Recuerdo muy bien cuando llegó Bestia, mi sobrino. Dos años, un mes y tres días luego de la muerte de mi madre. Mi hermana, lamentablemente, no sobrevivió al parto. Su frágil cuerpo de una niña de 12 años sucumbió al peso del bebé al octavo mes. De allí deriva el nombre de Bestia, culpable absoluto de la muerte de mi hermana. A él lo criamos como una mascota. Vivía en la habitación que había sido anteriormente de mi hermana. Con las ventanas tapiadas, solíamos alimentarlo por una ventanita que le hicimos a la puerta. Contemplen el alma bondadosa de mi padre: le dio un techo y comida a un huérfano, que antes de nacer le quitó la vida a su amada hija. “Haz el bien, sin mirar a quien”, decía él.
Aun así, mi padre conservaba ese no se qué molesto dentro de él, decía que si lo dejábamos libre, nos mataría, culpándonos total y plenamente de la muerte de su madre a nosotros. Y los vecinos sospecharían al ver a un recién nacido sin madre y que mi hermana hubiera desaparecido misteriosamente.
Pasaron tres años y Bestia creció. Era un chico inteligente, le enseñé a hablar y me imitaba como podía. A pesar del rencor, yo le inventaba historias y lo hacía sentir emociones que sin mí nunca hubiera sentido, como amor, rencor, odio, pasión, impotencia, locura, histeria. Creo que algo lo quería al pequeño, que por cierto, resultaba ser muy inteligente.
Un día sus gritos captaron la atención de los vecinos. Llamaron a las autoridades y forzaron la puerta de entrada. Mi padre logró escapar por la ventana del lavadero y yo, afortunadamente, huí con él. Al volver, la casa estaba empapelada de unas cintas rojas, que decían “prohibido pasar” repetidas veces. La habitación, tenía la puerta abierta; dentro… no había nadie. Pero, no se podría decir que no había nada. La habitación estaba dividida en cuadriláteros marcados en el parquet, nordeste para las eses, sudeste los restos de alimento, al noroeste tenía un gran almohadón, y al sudoeste la cosa más atroz, huesos, muy pequeños. Rápidamente con mi padre, abandonamos la casa. Si los policías vinieron a buscar a Bestia, tarde o temprano vendrían por nosotros.
Papá hizo una serie de amigos nuevos, gente de mucho dinero y mal vivir, que para lo único que servían y vivían era la droga. No, con quince años, no. No quería otra vez la misma historia. Fue entonces cuando huí del brazo protector de mi padre. Con quince años, no quería ver morir a mi padre también.
Yo siempre fui un niño muy inteligente, fui abanderado de mi colegio y terminé mis estudios secundarios con honores. Así es como aprobé el ingreso en la universidad sin mayores dificultades. Mis compañeros de la primaria, me recuerdan como un chico solitario, loco, quizá hasta tonto. ¿Pero ellos sabían sobre quién era, o qué había vivido? NO, NADIE, NADA. Nunca permití que mi historia me derrumbara ni que por eso me discriminaran, no hacía falta contar intimidades en la escuela.
Mi estadía en la universidad fue una experiencia única, inigualable, mágica. Creo que me enamoré varias veces pero justo cuando me empezaban a conocer… Mí pasado, más bien mí historia las espantaba y huían para no volver. PERRAS. Mujeres, nunca las voy a entender. Complicadas, rebuscadas, histéricas. Pero a la vez muy hermosas y muy distintas, capaces de hacer temblar hasta al más valiente. El amor de una pareja un tema del que me siento distante. Pero siempre amé el arte.
Pronto me transformé en Daniel Cresper, un pintor, un artista y más que nada un pensador La muerte para mí era un tema de conversación de lo más normal. No le tengo miedo, sino respeto. Soy. Me considero una persona inteligente y racional. La inspiración, para mí, es y siempre va a ser mi padre. Mis cuadros más conocidos se llaman “Madre”: una mujer hermosa desnuda colgada y un pequeño niño observando de espaldas a la perspectiva del observador, sosteniendo un osito del brazo. “Crespi” se llama el personaje. Para muchos otros mi gran obra fue “Hermana”, una niña dando a luz. Mi secreto para esta pintura fue la incorporación de un nuevo elemento plástico en el arte: rojo, intenso, llamativo y característico. SANGRE. Mi propia sangre, corrompiendo el juego de sombras en la escena. Nuevamente Crespi aparece aquí, como espectador, nada más que de frente con el cuerpo y cara llenos de lágrimas rojas.
Mi gran amante es el arte, pero hubo una persona que, de verdad, me supo entender, una persona a la cual le debo absolutamente todo. Me había enamorado locamente de ella. Alma, se llama la dueña de mi corazón, la mujer más hermosa que he conocido. Me entregué completamente a ella, le conté absolutamente todo, lloré más de lo que nunca lloré en su hombro, y gocé más de lo que nunca soñé gozar. Alma… ¡mi amada Alma! …Hoy te extraño y te guardo en mis recuerdos más sagrados, cada contacto con su piel tersa de esas noches largas y apasionadas. Ella prometió que me iba a cuidar siempre, me dio los mejores valores de esta vida. Valores que de la mano de mi padre jamás los hubiese obtenido. Ahora que lo recuerdo… ¡malditos genes, MALDITOS GENES! ¡No!, mi rostro se está poblando de arrugas y mis ojos llenándose de lágrimas ante el recuerdo… Una oscura noche turbia, una de esas noches de amor y entrega, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué su garganta no soportó la presión de mis manos? ¿Por qué se tuvo que ir? Ella me prometió que no se iría y se fue, y no iba a volver, nunca.
En contrapartida, ante su ausencia, hice un cuadro nuevo, llamado “Alma”: una mujer alada con la particularidad del collage de una tela amarillenta, teñida por el tiempo; sí, era el vestido de mi madre, no es el más popular que digamos. Recuerdo que el sentimiento de culpa se exacerbó con el transcurso de los días. Un día, hace ya veinte años me entregué a los polis. Merecía mi castigo: me condenaron a perpetua.
Mis primeros meses me dediqué a escribir esto, para que llegara a manos de Fito, el guardia, amigo mío. Mi único gran amigo, un hombre que había conocido tantas historias que la mía le parecía insignificantes . Fito presentó este texto como denuncia en mi defensa, lo que el juez alegó demencia al décimo mes de vivir en la cárcel.
- Dan, - me dijo Fito mientras abría la puerta de la celda - mirá, hice lo que pude, pero de acá no vas a un lugar mucho mejor, te van a internar en un psiquiátrico, y de ahí no tienes salida, macho. Por lo menos te puedo asegurar dos cosas, bueno, tres, de hecho. La primera, vas a tener mi visita todos los meses. La segunda, vas a comer mejor que acá, eso te lo aseguro. Y la tercera vos vas a ser un gran artista, pero a tu manera. aún recuerdo todas y cada una de sus palabras. Luego me escoltó hasta la salida, me subí a una furgoneta blindada y me condujeron aquí, a esta habitación, con paredes blancas, una silla en medio, me vistieron con camisas de fuerza y de vez en cuando me desatan, allí es cuando me dejan pintar.
Yo soy un artista. Yo mate a una persona, tengo un pasado trágico y paso mis días en un psiquiátrico. Todos los santos días me visitan tres psicólogos diferentes y me hacen pruebas constantemente. Todos los días almuerzo un plato de fideos y ceno carne de cerdo con pan de centeno. Todos los días tengo dos horas de distracción, donde me dejan pintar libremente. Todos los días mi pensamientos recorren mis recuerdos: de día los buenos y de noche los siniestros. Todos los meses me visita Fito, como me lo prometió. Hace ya unos veinte años estoy aquí, en mi único hogar de verdad. Y hace cinco de los veinte años que un muchacho con rostro muy familiar me mira y me sonríe del otro lado de la ventanita de la puerta. Acaso, podrá ser… ¡BESTIA!
¿Fin?
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