Cae la tarde, silenciosamente,
presintiendo la gloria del nuevo día.
El árbol es mecido lentamente por el viento,
y el sol, respetuoso, se retira.
Inmóviles los cielos. El agua limpia
los refleja al traer el tiempo eterno;
tiempo que será. El viento silba
un himno de descanso
cuya eternidad dura un solo día.
Corren los ríos; la tierra
parece suspendida
de lo alto, donde las estrellas
guardan un tesoro no abierto todavía.
Deja de rumiar el buey en el establo,
la ciudad se duerme, el mar se inclina
a escuchar un himno conocido
desde la creación misma.
Montes y valles, juntos,
en quieto regocijo, el rumor declinan
y se escucha otra vez desde los cielos:
“Fue bueno en gran manera” la voz Divina-
Semana tras semana, en la tormenta o en la calma,
en la frágil luz del hombre, en la sencilla
luz de la luna que la tierra bebe,
o en aquella oscuridad que la muerte inspira,
más allá de los vencidos ángeles,
en la luz inaccesible de Aquel que es Vida
se escucha otra vez: “Fue bueno en gran manera”
“Fue bueno en gran manera”
y así hasta el día
de la redención final, el de la Tierra Nueva
conquistada y recreada en Su Venida.
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