martes, 18 de junio de 2013

LLUVIA DE VERANO - Por Silvia Rodríguez.-La Plata- Argentina


La tierra seca sorbe con avidez las primeras gotas. La tarde se impregna de olor húmedo. Miro hacia el cielo y dejo que la lluvia mansa me moje la cara. El agua lava las fachadas, limpia y reverdece las hojas de los árboles, purifica el aire, me purifica. Tiene gusto a infancia, a pies descalzos que corren por un surco de tomates en la huerta del abuelo. Cae cómplice y silenciosa sobre mi escondite de cañas cruzadas. Esas voces que me llaman ya no están, esos pasos urgentes que me buscan ya partieron. La tierra, de a poco, se encharca y salpica barro sobre mi ropa nueva. El juego ya no me divierte, quisiera que me encuentren, encontrarlos.
La lluvia sabe a beso adolescente. Son dos que corren de la mano a refugiarse y sofocan la risa labio sobre labio. Su mundo cabe debajo de un paraguas. El amor dura tanto como el aguacero. Después poco importa si el agua nos empapa.
Llueve herrumbre del techo de la vieja estación abandonada, fantasmales ojos, sus ventanas, ven crecer el pasto sobre los rieles. Camino por el andén, el agua incontenible y salada resbala por mi cara. Lloran lánguidamente las ventanillas del tren que parte ignorante de la tormenta y mi desconsuelo.
Un relámpago anuncia el estrépito y el agua se descarga sobre los techos, los patios, los árboles, las almas. La noche se tiñe de una nostalgia pegajosa que amenaza inundarme, pero no cerraré las ventanas, no cerraré los ojos. Atravesaré también esta lluvia aunque me cale más allá de los huesos.
No es más que una tormenta de verano.

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