Huellas insondables
Era un día radiante, uno de esos en los que el sol
resplandece en el infinito cielo azul; Oscar Gutiérrez vagaba por las calles de
nuestra querida Buenos Aires, se trataba de un hombre de unos cuarenta y cinco
años aproximadamente, bello, esbelto y con el cabello blanco como la nieve.
Había algo en su rostro que llamaba la atención constantemente, hacía que las
personas que caminaban por la acera se quedaran observándolo. Su rostro
mostraba una expresión muy triste y sus ojos no paraban de emanar lágrimas.
Un día de esos,
él estaba por dar la vuelta a la esquina y para su sorpresa, se encontró con su gran amigo de la infancia,
Ariel, quien al ver su expresión de tristeza no dudó en preguntarle qué le
sucedía. Oscar trató de ocultar su problema pero no pudo resistirse a la
insistencia de su viejo amigo:
Estoy tan desesperado, dijo Oscar, - muy preocupado, me
despidieron de mi trabajo y no sé cómo decírselo a Melisa.
Ariel, no supo
qué contestar, sólo le pidió que mantuviera la calma, que todo se solucionaría,
le aseguró que se comprometía a ayudarlo, trataría de conseguirle un empleo en
la fábrica donde él trabajaba. Más tarde, se despidieron y Oscar continuó su
caminata sin rumbo definido. En ese momento lo que más lo atormentaba era el
hecho de no poder satisfacer las necesidades básicas de sus cuatro pequeños
hijos, quienes además concurrían a un colegio privado de la zona con alto
costo, y además ya no iban a poder concurrir a otras actividades
extraescolares.
Continuó…y
continuó caminando por las calles de la ciudad una y otra vez, hasta que
observó el reloj y vio que ya era la hora exacta en la que él siempre regresaba
de su trabajo. Sin saber qué palabras utilizaría para seguir ocultando su
preocupación, se marchó.
Al abrir la
puerta, rápidamente sus dos hijos más pequeños corrieron a saludarlo. Melisa se
encontraba sentada a la mesa con una expresión poco agradable en su rostro,
Oscar le preguntó qué sucedía y la mujer un poco afligida y un poco furiosa le
respondió que ya no sabía qué hacer con sus hijos, tenía que escuchar todo el
día los insultos, las peleas, y eso ya no podía tolerarlo más. Oscar quiso
calmarla, evitar que se pusiera tan mal, le explicaba que sólo eran hermanos
peleándose, algo normal en todas las familias y que esa situación no era grave.
Obviamente, otra vez no pudo contarle que era un desempleado más de Buenos
Aires, no era su intención añadirle otra preocupación más, y menos ahora que la
notó tan desestabilizada emocionalmente.
A la mañana
siguiente, todo se repetía, él se levantó y como siempre su mujer lo esperaba
con el desayuno preparado sobre la mesa, casi no cruzaron palabras. Comenzó su caminata sin rumbo por supuesto,
recorría siempre las mismas calles, angustiado y cada día más desanimado, ya no
lograba ver ninguna solución posible. Así hizo durante tres semanas que para él
resultaban ser una eternidad.
Una de esas
mañanas soleada caminando en una plaza, se sentó bajo un sol muy cálido, y de
repente vio a lo lejos una mujer con similares características a su esposa, que
estaba entre los brazos de un hombre que la besaba muy apasionadamente; la
realidad es que Oscar sintió dudas porque reconoció que la ropa era demasiado
igual a la de Melisa, el miedo se apoderó de él y temblando se acercó a aquella
pareja, pudo ubicarse detrás de un árbol sin que lo descubrieran, apenas
pasaron unos segundos sintió que su vida se derrumbaba, esa mujer era su
esposa...la que aquel desconocido
estaba acariciando, besando; pero lo peor fue ver que ella lo miraba
como nunca lo había mirado a él, le retribuía cada beso, cada caricia con amor
y desesperación.
Para su sorpresa,
aquel hombre que tenía a su mujer en sus brazos, no era de un desconocido, que
aunque doloroso para Oscar no hubiera sido tan impactante y tan desconcertante,
ahí estaba Enrique…su jefe, quien lo había despedido después de dedicarle
tantos años de lealtad, y hasta sacrificado miles de horas de estar con su
familia.
En una mezcla de
sensaciones, mucha bronca, traición, desilusión, y quizás frustración, pero
también con lágrimas de dolor pudo enfrentarlos y pararse delante de ellos y
sin tiempo a nada, la mujer atónita y avergonzada no pronunció una sola palabra
y obviamente que Enrique tampoco pudo hacerlo.
Oscar se sentía tan mal, nuevamente esa mezcla de sentimientos que terminó
gritándoles y sin poder controlarse comenzó a pegarle a su ex jefe. Melisa intentaba separarlos, pero resultaba
imposible, aquellos dos hombres estaban enfurecidos y sus brazos entrelazados
entre golpes y más golpes, parecía que nunca acabaría, pero un joven que
caminaba por ese lugar, intervino y la pelea terminó. Enrique quedó tirado en
el pasto y Oscar clavó su mirada de desprecio en los ojos de ella y decidió
irse corriendo.
Melisa
desesperada tomó su celular, llamó una ambulancia y cuando ésta llegó se fue en
busca de su marido, que al cabo de unas horas lo pudo hallar, bebiendo en un
bar, ya iba por el quinto trago.
Sin dudarlo
entró en el lugar para implorarle su perdón, sentándose a su lado quiso
convencerlo de que sólo lo amaba a él; que estaba confundida y se dejó seducir
por aquel galán que le prometía felicidad eterna. Oscar ya no creía en sus
palabras o disculpas o razones del engaño, pero sí con mucha bronca le contó
que ese hombre lo había despedido sin motivos de su trabajo, pero ahora con
todo esto entendía, y entonces si se
sintió aliviado y le ordenó que se fuera.
Aquella mujer,
no quería perderlo, lo tomó del brazo e insistió para que volviera con ella a
su hogar, que pensara en sus hijos y en los años de matrimonio. Pero para
Oscar, su vida había cambiado rotundamente, si se retiró del lugar, pero lo hizo sólo, la dejó llorando en aquel
bar, y con el corazón destruido en mil pedazos, llegó a la casa de su viejo
amigo Ariel, quien sin preguntarle una sola palabra, lo abrazó y lo hizo
entrar.
Una vez calmado,
le contó a su amigo, quien no dudó en brindarle su hospitalidad y lo convenció
para que se quedara allí todo el tiempo que necesitara.
Transcurrida una
semana, tomó el diario, leyó directamente la sección de “Clasificados” y
decidió salir a buscar empleo. Todo el día estuvo repartiendo su currículum,
pero pasaron los días y no había resultados, quizás porque su aspecto no era el
mejor, su apariencia era el de una persona triste, su mirada perdida, y encima
varios días que no veía a sus hijos.
Se hizo la noche,
y Oscar todavía no regresaba, Ariel muy
preocupado pensando en lo peor, decidió
llamar a Melisa y preguntarle si estaba ahí, ella asustada le respondió que no,
lo cual preocupó aún más a Ariel; decidieron salir en busca de Oscar,
recorrieron cada calle por dónde él solía caminar, lo hicieron muchas veces
pero sin resultados, no lo hallaron. Preguntaron en todos los negocios y en uno
de ellos, les dijeron que había estado un hombre con esas características
buscando empleo, pero que luego se fue y no lo vio más.
Volvieron sin
novedades, parecía que la tierra se lo había tragado, hasta que al fin sonó el
teléfono en la casa de Ariel y era Oscar pidiéndole disculpas por su ausencia y
las molestias ocasionadas, y dándole las gracias por la ayuda que
desinteresadamente le había brindado, le contó que se encontraba a punto de
partir hacia Córdoba donde tenía algunos contactos, allí trataría de recomenzar
su vida, olvidando aquel episodio que le causó la mayor pena de su vida, la
traición de su esposa, dejándoles huellas insondables en su corazón.